Ahora 40
El día de la primera audiencia de Rubí, fue el día que acababa el programa oficialmente. Tres meses, nueve meses en total sobriedad, y me sentía completamente otra. Ya no había rastros de lo que algún día fui, ya todo lo veía con corazoncitos, nubecitas y arcoíris. Sobre todo, después de que Alex se recuperara por completo del resfriado. Después de todo, Andy no era tan malo como doctor.
Sentir el deseo de ayuda a otra persona, esa era la única recompensa que elegí otorgarme, ya no era el whisky o el vodka, ya era yo misma la recompensa. Alan impulsaba ese sentimiento, lo alimentaba y te alentaba a que lo siguieras, por eso el Centro tenía tanto voluntario.
Siguiendo su ejemplo, me presente totalmente preparada en el juzgado. Hasta que olí la inconfundible fragancia del alcohol en el aliento de Rubí.
Cuando un matrimonio muere, te quedas con una deuda enorme, una pila de documentos por firmar, y una vida que es difícil de reconocer como tuya. Yo no planeaba cambiar nada de eso, solo deseaba hacer el proceso más llevadero. Y en el caso de Rubí, lograr que su exmarido considerara un par de visitas al mes para que lograra ver crecer a sus hijas.
<<La mano que llevó las copas a mi boca, fue la mía>>. Lo tenía tatuado en la frente, no lo podía olvidar, sobre todo, cuando vi tambalear a Rubí saliendo de los juzgados.
Jesse manejó en silencio y rápido, cosa que le agradecí enormemente ―ahora no estaba para análisis―, respetó el silencio que consumió el viaje de regreso al Centro. También agradecí su compañía, si hubiera estado sola, tal vez…
― ¿Cómo estuvo? ―Alan no esperó a que entráramos al Centro, salió a nuestro encuentro en cuanto Jesse apagó el motor. Le di un beso en el pecho como saludo, y me dirigí directo a la puerta trasera del loft, necesitaba correr.
Sabía que el progreso de rehabilitación es difícil y doloroso. ¡Lo estaba viviendo! La verdad duele. El silencio duele. Las mentiras duelen. Es una lista interminable de dolor, de sentimientos encontrados, de una guerra diaria entre la necesidad, el deber, y el querer, pero si se está seguro, como yo lo estaba, no había forma de recaer… o eso quería creer.
En el rancho aseguré que mi segunda oportunidad empezó en el momento que abrí los ojos en la cama de un desconocido. Hay que tocar fondo para impulsarse e ir hacia arriba. Para Rubí, fue el día que perdió a sus hijas, ¡¿cómo lo pudo olvidar?!
― ¡Christine! ¡Christine! ―Aumenté la velocidad de mis pasos, no quería hablar, no ahora―. ¡Con un carajo, Christine! ―Le costó trabajo alcanzarme. Considerando que dos pasos míos eran uno suyo, solo esa cuestión de tiempo.
―No quiero hablar, Alan.
―Pues lo siento, pero vas a tener qué.
― ¡Que no quiero, carajo!
Le di un puñetazo en el hombro, luego otro, no estoy segura de cuantos golpes le di antes de que me levantara y hundiera en la helada agua del océano. El radical cambio de temperatura me hizo reaccionar. Mis lágrimas se confundieron con las frías gotas que me recordaron el tiempo en que lloraba a solas en una tina de baño.
Solo que ahora no estaba sola, ahora tenía un hombre que me veía con preocupación retirando el caballo que cubría mis ojos. Estremeciéndome de pies a cabeza, me confesé―: Quiero un trago, Alan. ¡Oh, Dios!, estoy muriendo por un trago ―una necesidad enorme de nublar la mente crecía dentro de mí. No la podía controlar.
―Lo sé, Cosita, lo sé ―me protegió con cuerpo y corazón contra los demonios que aullaban en agonía, que rogaban por una botella de Dalmore. Me aferré a él hundiendo la cara en su pecho, incluso a través la de ropa pude sentir lo cálido de su piel, la fuerza de su corazón. Por segundos, minutos, tal vez horas, me acunó en su pecho.
― ¿Mejor?
Con un gran suspiro, negué―: No.
―Habla conmigo… ―un escalofrío nos recordó que seguíamos empapados. Tomada de la mano fuertemente, fui guiada a casa. Me dio tiempo de buscar palabras, razones que no sabía. Como no hacía mucho, llegando al loft fuimos directo a la regadera. No fue el agua caliente lo que templó mi cuerpo, fue el cuello que rodeé con mis brazos, las palabras que Alan murmuraba contra mi cabello en un tono ronco y tierno, fue él―. Dime, Cosita, ¿qué pasa por esa cabeza? ―Desnuda, con gotas escociendo mi espalda, y mi frente recargada en el palpitar de su pecho, nunca me sentí más expuesta y protegida al mismo tiempo.
―Trato tanto… de ser fuerte, Alan. De hacer lo correcto, de tomar las decisiones correctas… Pero, Rubí me recordó lo fácil que es… lo bien que se siente… ―su abrazo se hizo doloroso, me apretó tanto que un par de huesos crujieron. Cuando eso pasaba siempre se retiraba, Alan era una Cosota que se convertía en Hulk cuando sus emociones se exponían, solo que ahora no me soltó, ahora me sostuvo pegada a él, hirviendo por dentro y por fuera―. En cuanto olí su aliento… El deseo por un trago… me costó todo lo que tengo dentro de mí no salir corriendo al primer bar…
―No lo hiciste.
―Pero lo deseo… ―volvió a apretar mi cuerpo hasta que volvió a crujir―. Alan… mi… mi cabeza esta en bombardeo, siento que la piel lo pide a gritos. Nunca había sentido esto… esta necesidad ―mordí mis labios hasta que sangraron.
―Chris… ―susurró con lágrimas confundiéndose en el agua mientras el óxido de mi sangre manchaba sus dedos.
―En lo único que puedo pensar es en ti, en Alex, en como estoy fallando.
―No, Cosita, no estás fallando.
―No quiero que me veas así… no quiero ser así. Tengo miedo de lo que les puedo hacer. Temo dañarlos.
En silencio, con caricias fuertes sobre la piel, con besos sabor a sangre, me regresó la fortaleza, me recordó que yo podía.
―Es que… no lo puedo creer, Alan. ¿Cómo se atrevió a llegar así? Para que le retiraran la custodia de sus hijas, su ex tuvo que demostrar que ella era una adicta, que no cuidaba de ellas y otras horribles cosas que nadie debe vivir. Y yo… yo trabajé duro porque creí que realmente las quería de vuelta. Y lo único que hice fue estresar a un padre que solo quiere lo mejor para sus hijas ―protegida bajo el candor de sus brazos y el escudo de las sabanas, volví a ser Christine Adams.
―Ey, ¿cómo podías saber que Rubí iba a recaer?
Eso no era pretexto. Debí ver más allá de mis narices y pensar solo en el interés de las niñas, en resguardar su derecho a estar protegidas y cuidadas con un padre que luchó por ellas. Retirar la custodia de un niño a la madre es un asunto delicado y complejo, deben intervenir servicios sociales, psicólogos y otros profesionales afectos al juzgado que, tras entrevistarse con todas las partes implicadas, puedan llegar a una evaluación sobre si la relación paternofilial es beneficiosa o perjudicial para el niño. Hay que tener pruebas que demuestren la ineptitud de la madre, testigos. Y el papá de las niñas lo hizo. Demostró que Rubí era incapaz de cuidar a sus hijas, ni siquiera cuidaba de sí misma.
― ¿Sabes qué es lo peor? Que tuve que luchar por ella. Tuve que defender su caso, su estado. Por primera vez me avergoncé de mi trabajo ―tuvieron que pasar un par de horas para que la entereza regresara a mí por completo. Alan dejó todo para pelear cada uno de esos minutos, junto a mí.
El mal sabor de mi primer caso en sobriedad solo lo podía difuminar una persona. Estuve en el suelo por un par de horas armando naves espaciales, autos que volaban, castillos flotantes, Alex tenía algo por las cosas en el aire, le empecé a ver cara de piloto.
―Cielo, ya no siento las piernas, ¿nos podemos mover a la cama?
Alex consideraba mi pedido cuando una voz nos interrumpió―: ¿Qué tal si mejor te mueves a la mía? ―Los dos giramos para ver a Alan en la puerta ya con pijama puesta. ¿Pues qué hora era? Intenté ponerme de pie, pero ahí caí en cuanta que no solo las piernas estaban dormidas, tampoco sentía el trasero, en realidad tres cuartos de mi cuerpo se sentían hormigueantes. Alan se apresuró a levantarme, con muy poquita gracia logré ponerme de pie, aunque en realidad era él el que sostenía mi cuerpo. Le di un beso en al brazo como agradecimiento, algo que me gano una de sus avasalladoras sonrisas. Aun en pijama, no había hombre tan guapo como Alan, mi corazón se detenía cada vez que sonreía.
―Cosita, ya llego mi hora de dormir, ¿no me quieres acompañar? ―Susurró muy cerca de mis labios. Con todo el dolor de mi corazón, tuve que parar mis actividades como diseñadora de cosas que vuelan, para arropar a la Cosota que esperó pacientemente a que Alex se alistara para dormir, le cantara, y callera en los brazos de Morfeo―. Lo tienes muy consentido, mañana no se va a levantar y es día de escuela.
― ¿Me está regañando, señor Duncan?
Él podía regañarme, castigarme, y perdonarme cuanto quisiera, sobre todo si llegando a la cama se iba a despojar de la pijama.
―No, señorita Adams, solo le recuerdo que sus servicios no solo los requiere el señorito de la casa, el señor tampoco puede dormir si usted no lo arropa.
Entrelazando su meñique con el mío, acariciando mi cara con sus labios, cerré los ojos y me dejé llevar. Nunca imaginé lo fácil que resulta perderse entre los brazos de un hombre, y no solo porque el toque de sus manos me guiaba con firmeza a los más exquisitos lugares, sino porque había una especie de mudo juramento en el que los dos nos comprometíamos a nunca herirnos. Nunca me sentí tan segura como cuando estaba entre sus brazos, y él, solo mostraba su vulnerabilidad cuando estaba entre los míos.
O eso creí.