Ahora 30
<<Ya es tiempo de penetración>>, decidí después de verlo correr para dejar a Alex en la escuela. Si me preguntan, si, si me sorprendía el hecho de sentirme más y más atraída al hombre, y no porque físicamente fuera un apolíneo, sino porque aprendí a manejar mis limites, y Alan era mi muralla china. Pero cada mañana, cada desayuno, cada vez que usaba esa maldita sonrisa mi cuerpo reaccionaba desafiando mi voluntad. Lo mejor era dejarlo ir, hay que saber escoger las batallas y la atracción que sentía por él era una guerra perdida.
No voy a negar que busque la oportunidad, el momento justo de atacarlo con las defensas bajas y enterrarle mis garras, desafortunadamente para mi apetito feroz, él parecía no tener prisa. Me besaba cada vez que tenía oportunidad, cierto, pero vamos, que ya no éramos unos niños. Nada le costaba llevarme a la cama y satisfacer este pequeño cuerpo.
Conecté mi mirada con la de él, sonreí esperando que suavizar la dureza de su semblante.
―Alan.
―Mmm… ―bajó la mirada e inicio su acto de príncipe Encantador.
― ¿Quieres pastel?
Sin levantar la mirada, contestó―: Claro, déjalo ahí ―pegué con la palma abierta de mi mano su escritorio. El golpe a mi ego fue sorpresivo. Pocas veces alguien me trataba con tal indiferencia, tal vez gané sobriedad al mismo tiempo que perdí mi toque con el sexo opuesto―. ¡¿Qué te pasa, Christine?!
¡Diablos!
―Disculpa… disculpa ―salí de su oficina con la cabeza gacha y el hormigueo de la vergüenza cubriendo mi cuerpo. ¿Qué diablos pasaba conmigo? A veces olvidaba que los adictos difícilmente podemos controlar nuestro comportamiento, ese es el más grande síntoma de la adicción. Tenía que poner más atención.
Ya no regresé al comedor, fui directo a mi habitación, me cambié de zapatos y fui directo a los solitarios y comprensivos brazos del bosque.
Corrí, corrí, y seguí corriendo hasta que mis pies dolieron, hasta que los pulmones suplicaron por descanso. Me recargué en un árbol y me senté a su lado, con movimientos descuidados me deshice de los auriculares y dejé que las ideas regresaran a mi mente, que mis emociones se manifestaran, necesitaba hacer una evaluación. Finalmente, abrí los ojos y vi los rayos de sol penetrando a través de la espeses de las ramas, pequeños rayos de luz iluminaron mi cuerpo… y sin más razón que el milagro de la luz, empecé a llorar. ¡No! No quería llorar. Si empezaba, tal vez no paraba…, pero no logreé detener a la primera revoltosa, y a la que le siguió; Pesadas lágrimas mojaron mis mejillas, se combinaron con el sudor, grandes sorbos salieron de mi garganta. Jadeando por aire, lo odié, ¡maldito, Alan! ¡Malditos hombres! Jugaban con mi corazón como si no fuera otra cosa que una pelota de futbol. Tenía una carrera, tenía dinero suficiente para comprarme una casa donde yo quisiera, una familia que me quería, que con todo y mis errores me recibían con los brazos abiertos. ¡¿Qué diablos hacia llorando por un hombre que no me deseaba?!
Determinada, limpié las lágrimas, sacudí la tierra de mi trasero e inicié mi regreso al Centro… Hasta ahí caí en la cuenta que tenía un pequeñísimo problema, no sabía dónde estaba. Traté de ubicarme, de buscar un sendero, pero solo encontré árboles, ramas, tierra infinita. Los rayos del sol empezaban a mermar, saqué el teléfono y le marqué a Jesse, con solo una rayita de señal fue un caso perdido. La pila marcaba 22 %, cerré todas las aplicaciones y lo volví a intentar, no quería quedarme sin pila. Por cada intento, la batería bajaba 2 %. Sin darme cuenta, ya no intentaba llamar a Jesse, ya le marcaba a Alan. Empecé a caminar sin rumbo fijo, ni siquiera se veían las estrellas ―que no me iban a servir de mucho―, para intentar ubicarme. Con 5 % de pila, y cayendo en la desesperación, mandé un texto.
Alan, no sé dónde estoy. Por favor, ayúdame. Tomé el sendero de mi habitación, y corrí… no sé por cuánto tiempo. Tengo frio.
Mi teléfono murió, no logré ver si el mensaje fue enviado correctamente, ¿cómo diablo me metía en estas situaciones? Esperando que el Capitán América saliera al rescate, intenté no caer en la desesperación. Los minutos pasaban rápido, porque la luz pronto murió también. Empecé a oír ruidos extraños, por un momento vi sombras. Sabía que era una treta del miedo, pero eso no aminoraba el efecto. Una rama o una roca se atravesó en mi camino y me torcí el tobillo. Si no tenía cuidado, en una de esas salía un perro exclusivamente para orinarme.
No sé cuánto tiempo paso, empecé a sentir escalofríos, el dolor del tobillo se intensificó, lo único razonable que se me ocurrió, fue no dejar de caminar. No quería ser el clásico caso de sobrevivir una enfermedad, para morir en un accidente, si a mi estupidez se le podía decir accidente.
De repente, a lo lejos escuché mi nombre. Muy a lo lejos, muy escondido. Cerré los ojos, paré y esperé...
“¡Christine!”, ¡Alan! ¡Era Alan! Corrí cojeando, aturdida entre tanto árbol, mis pies se hundían entre la tierra mojada, desesperada seguí su voz.
― ¡Alan! ¡Alan! ―Un silencio muy denso fue la contestación a mi plegaria―. Alan… ― ¿Lo imaginé? ¿Lo soñé? Volví a caer contra un árbol rogando por ser escuchada, por no dejarme llevar por la angustia.
Pero volví a oír su voz, mi nombre en su voz.
― ¡Alan! ―La desesperación se convirtió en esperanza. Corrí, gateé cuando a tropezones la tierra me detenía, no me detuve hasta que finalmente lo vi. Mi corazón se saltó un par de latidos. La angustia reflejada en su atractiva cara fue el mejor de los regalos―. Alan… ―mi susurro llegó a él.
En un choque de energía nuestros cuerpos se encontraron. Con la respiración a cien recargué mi mejilla en la suya y enredé mis piernas en su cintura. Cerré los ojos por un momento disfrutando la cercanía de nuestros cuerpos. No lo solté. Lo necesitaba. Nunca sentí algo tan intenso, ni siquiera cuando tenía todas las sustancias químicas y malignas revoloteando en mi cuerpo. Sentí una ráfaga de alivio, de lujuria e increíblemente de inocencia al mismo tiempo. Mis piernas rodaban su cintura perfectamente, sus manos me sostenían firmemente, las mías presionaron su espalda hacia mi pecho. Lo quería cerca, arriba, abajo, adentro de mí…
―Gracias ―susurré sin aliento.
― ¿Estas bien? ―Su aroma me tenía aturdida, mis piernas se apretaron más, lo acercaron más. Lo vi a los ojos, vi lo más profundo de su alma. Era tan inocente, tan bueno, con el alma clara, pura. Nada parecida a la mía.
Con una mano me sostuvo para que la otra retirara el cabello que cayó en mi frente. Juro que luché contra la urgencia de acercarme a él para acabar con esta maldita tormenta, pero sonrió. Sonrió y el maldito cielo se abrió. Fui consiente de cada parte de su cuerpo tocando el mío, se sentía increíble, perfecto. Parecían hechos el uno para el otro. No apuro el beso, sostuvo la mirada sin juzgar, solo observando cómo iba cayendo al vacío. Fui yo la que claudico, solo esperaba que esta caída no me matara.
Acerqué mis labios a los suyos, los acaricié, los saboreé, todo mi ser solo enfocado en Alan Duncan, en el movimiento de su mano acariciando mi espalda acercándome más a él, era doloroso, era maravilloso.
―Vamos, Cosita, estás congelada.
Me llevó entre sus brazos, hasta que pedí que me bajara. Me tomó de la mano y entrelazo su dedo meñique con el mío, la fuerza de su toque me adormeció, fue ridículo y excitante al mismo tiempo. Ya era una mujer hecha y derecha, ya no era una chiquilla. Y con un solo toque, regresé a tener trece años. Su fuerza se mezcló con la mía, el cosquilleo empezó desde la yema de mis dedos y fue corriendo hasta instalarse en mi pecho. Mi corazón se aceleró como nunca en la vida. Ni siquiera el dolor del tobillo me molesto, ya tenía a Alan a mi lado.
Entramos al loft en silencio, aun de la mano me llevó al baño, abrió la regadera, me desvistió.
―Me asustaste, Cosita, no te podía encontrar ―bajé la barbilla y observé como retiraba de mi cuerpo la última prenda que quedaba en mi cuerpo―. Diablos, mujer ―restregó su cara por mis piernas, por mi abdomen, suspiraba, incluso rozaba la piel con sus labios. Me aferré a la poca compostura que tenía para no caer hecha un manojo húmedo de deseo. Gruñó instantes antes de agarrarme por los hombros y estamparme contra la pared. Se acercó mirándome a los ojos, esperando mi rechazo o mi rendición. No logré emitir sonido, solo logré entreabrir mis labios, cerrar los ojos y dejar que el destino hiciera de mí lo que quisiera. Así como mis brazos se llenaron de su energía, mis labios hormiguearon sin control cuando los rozó. Jadeé ruidosamente al sentir su lengua dibujando mi boca, la repasaba como queriéndola tatuar en su memoria. Invadió mi boca con sus labios, su lengua, sus dientes y sus jadeos. Recorrió cada rincón, cada esquina, reclamándola como suya. Su lengua se enredaba con la mía, succionando hasta el más pequeño pensamiento. Fue exótico, animal, tierno y cariñoso al mismo tiempo. Me sujetó del cuello y profundizó el beso, se quería fusionar conmigo a través de los labios. No fui consiente de mi excitación, hasta que el dolor hizo mover mis caderas en busca de su toque. Cuando fui consiente de mis movimientos me separé.
―Perdón, perdón ―bajé la mirada apenada. Él se había comportado como un caballero, no intentó tocar más que mi cara y cuello, y yo le respondía con movimientos lascivos.
― ¡Ey! ―Buscó mis ojos y lo que vi me aturdió todavía más. Temor. Descansó su frente contra la mía antes de susurrar―: Me asustaste hasta el tuétano, Cosita. ¡Tres horas! Te busqué durante tres horas, listo para cortar cada maldito árbol hasta sus raíces con mis manos desnudas. ¡No me vuelvas a hacer eso! ―El silencio que siguió sobresalió todavía más con el sereno chasqueo de la regadera y la ruidosa respiración de ambos. Mi corazón retumbaba con toda su fuerza. De alguna manera entendí que este tipo de intimidad es algo que siempre temí; Si me entregaba abiertamente, un posible rechazo podía destruirme. Era más sencillo tener careta de chica mala, cuando en realidad era una mujer con miedo y terriblemente desilusionada.
El miedo y la desilusión no tenían cabida cuando dejé libre el anhelo y la locura. Ya lo repetía todas las mañanas: <<Solo por hoy>>.
―Alan ―susurré jadeando.
Nunca nadie me había visto con tal deseo de reclamarme, con oro burbujeante por tenerme. En cuanto el chorreante de agua caliente me envolvió, un gemido se me escapó, pequeñas punzadas recorrieron mi cuerpo al devolverle su calor. Fue hasta que jadeé aliviada que Alan regresó a mis labios y ya no se detuvo. Con sumo cuidado besó mis mejillas, mis parpados, el cuello, sus brazos me rodearon y esperó. Nos mantuvo en esa posición durante largo tiempo, hasta que mi cuerpo se impregnó de su calor. No fui capaz de moverme, de controlar mi respiración, mis senos subían y bajaban sin control, deseosos de un poco de atención.
Sus manos empezaron a recorrer mi cuerpo. El toque de Alan era completamente diferente a cualquier otro que haya experimentado, tocaba como si te estuviera tocando por última vez, era más… intenso.
― ¡Oh, Dios! Tocas… tú toque…
Jadeando, luchando por contenerse, susurró en mi cuello―: Nunca sabes cuándo es la última vez que tocas a alguien… más vale hacerlo bien ―aun a sabiendas de que el comentario era relación a su mujer, no pude evitar estremecerme cuando una de sus manos se coló entre mis piernas y la otra me sostuvo por la nuca. Abrió mis labios, los separó, jugó con ellos, la cordura poco a poco me fue abandonando, respondía a mis jadeos con―: Deja que pase, Cosita… no te resistas… ―me deje ir convencida por sus movimientos, por su jadeo cuando uno de sus dedos entró en mí, por el sonido de su pecho cuando mis paredes se ajustaron a un segundo dedo, por la fuerza del agarre de su mano en mi cabello y la que entraba y salía de mi cuerpo, rápido, fuerte, maravilloso, como si fuera por única vez.
Y así lo fue. Solo esperó a que la ola de endorfinas se extinguiera completamente de mi cuerpo, para retirar sus manos y alejarse completamente de mí, seguíamos bajo la misma regadera y nunca habíamos estado tan distanciados.
<< ¿Me hizo el favor?>> Sin mucho preámbulo bajé mi mano a su entrepierna. No, él estaba excitado, muy excitado, parecía que no dejaba de crecer.
―Cosita… ―retiró mi mano de su entrepierna y la llevó a los labios. ¡Que no me joda! ― No quiero apresurar las cosas, Cosita. No es una carrera. Amo estos pequeños momentos que estoy contigo, me gusta donde estamos parados. No quiero perderme unos pasos por un momento de lujuria.
<< ¿Momento de lujuria? ¡¿Momento de lujuria?!>> Algo de mi enojo vio en mi expresión, era humanamente imposible que viera lo encabronada que me sentía.
― ¿Me estoy explicando mal?
―No… lo quieres llevar lento, porque lo quieres hacer bien ―la ironía pincho todas mis palabras. ¡Joder con El príncipe Encantador!
―Si no formaras parte del programa…
Exudaba deseo, ¿por qué no daba el paso? Yo no me iba a resistir.
― ¿Qué, Alan? Si no formara del programa, ¿qué?
―Haría… ―cerró los ojos y con grandes bocanadas succionó aire. ¡Joder! Esperé paciente a que encerrara bajo llave a su demonio, el mío seguía disfrutando los residuos del orgasmo. Finalmente, abrió los ojos, el deseo ya estaba controlado en ellos, en los míos no.
―Haces bien en resistirte, Alan; “haría” es familiar de “hacer”, solo un paso atrás del “arrepentimiento”.
Salí de la ducha con la cabeza en alto, aunque el orgullo destrozado.