Ahora 39

 

¿Puedes ir por Alex a la escuela? Estoy atorado con uno de los internos y José esta en clases.

Parece que se siente mal.

Fue el texto de Alan. Tardé exactamente tres minutos en llegar a la escuela. Alex yacía recostado en la enfermería con un semblante pálido―rojizo espantoso.

― ¿Cielo?

Sus ojitos siempre chispeantes, también estaban teñidos de un rojo agua enfermizo. ¡Mi bebé! Sin mucho preámbulo lo cargué, mientras hablaba con la enfermera de la escuela y me daban salida, Alex se recargó en mi hombro. Su cuerpecito se sentía débil, no tenía el nivel de energía tan acostumbrado en él. Una sensación que nunca había experimentado hizo que mi cabeza trabajara en todas direcciones, no hubo temor, más bien fue el síndrome Capitán América que tomó el timón de mi ser. Fue automático. Lo subí a la parte trasera del auto, lo aseguré, en un semáforo metí la dirección de Andy en el GPS de mi teléfono, en el siguiente semáforo le mandé un texto a Alan diciendo que Alex ya estaba conmigo, y lo que resto del viaje, me la pasé arrullando con mi voz a un cabizbajo pedacito de cielo.

 Llegué al edificio de Andy en tiempo récord.

―Le puede comunicar al doctor Duncan que su cuñada necesita verlo, y que es urgente ―no fue una pregunta la que le hice a la recepcionista. Use el tono ‘rapidito y de buen modo’ que tenía practicado por años. Afortunadamente la recepcionista hizo lo correcto y levantó el teléfono. Mientras Andy salía recargué mi mejilla en la de Alex, ya no se sentía tan caliente como en un principio, pero el pobre estaba perdidamente dormido. Algo tenía que estar muy mal para que Alex se durmiera a medio día. Mi cabeza trabajaba en todas direcciones, imaginé desde un resfriado sin importancia hasta un tumor cerebral, con mi suerte, seguro era lo último.

― ¿Chris?

Andy estaba en modo doctor cien por ciento. Solo se asomaba la corbata a rayas en tonos azules debajo de la bata inmaculada blanca. Eso no le restaba fuerza el hombre, Andy era un buen espécimen, y más valía que también fuera un buen doctor porque mi bebé estaba enfermo.

―Necesito que revises a Alex, tiene temperatura, está débil, y no ha hablado nada ―mi Capitán América estaba en su elemento, con Andy tampoco pregunté. Y su primera expresión denotaba que mi Capitán América no le hacía nada de gracia. Pocos segundos después su semblante se aligeró, chispas de gracia brillaron en sus verdosos ojos. No entendía, ¿qué le hacía gracia? ¿Y por qué no estaba atendiendo a Alex?

Le hice una seña para que me indicara en qué dirección, y eso le hizo más gracia. Pensé que Andy era el más cuerdo de los Duncan, me equivoqué.

―Por aquí cuñada ―no me importo el tono burlón, pasé por la puerta que mantenía abierta sin molestarme en ver a las personas que esperaban, él demostró un poco de más educación―. En un momento las atiendo, es mamá primeriza ―cuchicheó. Escuché un par de risillas antes de que cerrara la puerta. ¡Gente idiota! ―. Chris, necesito que te calmes ―sugirió mientras me sentaba, Alex se quejó un poco, pero no despertó.

―Alex esta inconsciente, Andrew, ¡¿no lo ves?!

Andy dejó de burlarse de mí para bajar la mirada, segundos después la volvió a subir con todavía más burla―. No esta inconsciente, está plácidamente dormido, Christine ―aclaró. Debí llevar a Alex a un hospital, Andy no era muy buen doctor―, pero lo voy a revisar para que quites esa cara de susto y bajes el tono de voz. No te conocía tan mandona, pobrecito de mi hermanito ― ¡Idiota!

Andy lo revisó de pies a cabeza, Alex despertó con un poco más de energía, platicó con su tío muy contento por haber salido temprano de la escuela, tenía un poco de dolor de cabeza, pero parecía que nada más.

―Es un resfriado, Christine ―aseguró con demasiada tranquilidad. No me gusto. Ningún doctor debería estar tan seguro de su diagnóstico, tal vez una segunda opinión no estaría de más―. Y no se te vaya a ocurrir pedir una segunda opinión ―negué con los ojos viendo al cielo, al doctorcito le gustaba jugar al adivino.

―No voy a pedir una segunda opinión.

― ¡Lo estabas pensando, Christine! ―Cedi a su tranquilidad con media sonrisa, Alex ya jugaba en una esquina del consultorio sin prestarnos mucha atención, tal vez si era una gripa y no un tumor cerebral.

― ¿Cómo sabes?

―No es la primera vez que tengo la visita de una mamá gallina ―me mordí los labios para no corregirlo enfrente de Alex, no estaba bien que dijera eso enfrente del niño. Podía crearle ilusiones―. Es un virus de los que abundan en las escuelas. Muchos líquidos, té con miel de preferencia, un par de horas en cama, y listo. Para mañana ya está listo para la próxima. ¿Verdad, campeón? ―Alex levantó su pulgar en conformidad al diagnóstico de Andy. Pues a lo mejor actuaba como una mamá gallina, pero para mi Alex se veía apagado, sus ojitos estaban vidriosos, cansados―. Toma ―extendió una receta donde garabateó:

Motrin. 15mg en caso de calentura.

¡¿Ese era su remedio?! ¿Motrin? ¿Y para eso años de escuela? ¡Qué desperdicio de dinero!

―Chris… ―detuve mi enjuiciamiento para verlo a la cara―, es un resfriado. Solo hay que tener cuidado de que no empeore, en tres días va a estar como nuevo ―no puedo asegurar que fue, a lo mejor la condescendencia en su voz, o que no había respirado desde que Alan mandó el mensaje, o que simplemente era un resfriado y no un tumor cerebral, pero empecé a temblar, también a lagrimear.

―Alex, ¿ya viste el nuevo acuario? ¿Por qué no vas a verlo mientras yo acabo con Christine?

Escondí la cara mirando a la pared mientras Alex salía de la mano de Andy del consultorio. En cuanto me vi sola, dejé que el tirante nudo que comprimió mi pecho al ver debilitado a Alex se aflojara. Lloré con una mezcla de humor, de incredulidad, de un gran temor agitando el nudo hasta que se deshizo por completo. Ni siquiera me percate en qué momento entró Andy y me brindó su hombro como consuelo.

―Perdón… soy una dramática.

¡Y un caso perdido!

―No, Chris, eres una mamá primeriza que nunca había visto a su hijo debilitado. Está bien, nadie tiene que saber qué quieres a ese niño como si fuera tuyo ―eso generó otra ola de llanto. ¡Diablos! ―. ¿Alguien te ha dicho que estuve presente cuando murió la mamá de Alex? ―negando limpié las lágrimas, esto era importante. Me separé de su hombro para poder verlo a los ojos. El pobre tenia dolor en la mirada―. Nunca despertó, pero luchó con todo para proteger a Alex. El hombre que la golpeó no tuvo piedad de ella, ni del bebé. Cristina fue su mamá de vientre, es tú lugar ser su mamá de corazón. No luches contra eso. 

―Realmente amo a ese niño ―terminé de lloriquear.

―Lo sé.

Los cuarenta y cinco minutos de regreso a Rockland fueron de mucha reflexión.

Mi corazón se sentía absolutamente abierto. Completamente desprotegido. Descubrí una nueva vida a través de esos ojos dorados, ¿Cómo podía luchar contra eso? No podía, no debía, y por todos los cielos, no quería.

 

― ¿Me cantas? ―Pidió Alex después de que le diera el Motrin, se quejó de dolor de cabeza y no vi motivo para que sufriera.

Inmediatamente lo envolví en mis brazos, me senté en la mecedora de su habitación, y lo cubrí con uno de sus cobertores. No pensaba moverme de esa posición hasta que se fuera a la universidad. Pegado a mi pecho susurré: “A Sky Full of Stars” de Coldplay. No sabía ninguna canción de cuna o suficientemente inocente para los oídos de un niño de cinco años. Afortunadamente a Alex le pareció buena opción, poco a poco se fue relajando en mis brazos hasta que se rindió a Morfeo. Su respiración siempre acompasada ahora era rápida, problemática. Mi corazón se desgarró. No importaba que Andrew asegurara que era un virus sin importancia, yo quería atrapar al maldito virus y estrujarlo con mis propias manos.

Alex dejó salir un pequeño gemido cuando sin querer lo apreté demasiado, inmediatamente aflojé el abrazo y le di espacio para que respirara. Ahora entendía a aquellos animales que, por proteger a sus crías, terminan matándolas.  Sentía que una poderosa fuerza me empujaba hacia él, la sentí desde el momento que pasó por debajo de mis piernas el día que lo conocí. Con Alex no había miedos o dudas, simplemente era una mujer con corazón abierto conquistada por él.

―Es un poco loco, ¿sabes? ―Le susurré a Alan que nos observaba desde la puerta―. Los conozco desde hace qué, ¿tres meses? Se siente mucho más.

―Lo sé… También él lo sabe ―sí, Alex fue el primero en sentirlo.