Antes 2
—¿Ya tienes todos los teléfonos? ¿Las direcciones?
Me dolió dejar a Mari, la pobre se quedó sola. Sin armas o escudos con los que poder defenderse de su madre, de la vida.
—Sí. Ya todo está apuntado y memorizado. No te preocupes.
¿Cómo no preocuparme? Tenía meses temiendo ese momento, en realidad años. La casa de Mari siempre sonaba a caos, a tormenta donde la gente perdía el temperamento, donde se azotaban puertas, donde no eras merecedora de amor o cariño, donde el respeto no tenía espacio. En ese lugar dejé a mi hermana.
—No te dejes mangonear ―Una advertencia que caía en saco roto, Mari podía ser una belleza por fuera y por dentro, era alta, inteligente, increíblemente capaz, pero nació en la familia equivocada, desde el vientre materno su destino estaba marcado por la falta de oportunidad. Ni siquiera tenía voz para decidir con quién pasaba el resto de su vida. Su madre era un demonio dominante bajo esa fachada de mujer respetable—. Y mantén en raya a la novia de Chucky —las dos bufamos con la misma preocupación, a Chucky nadie la controlaba, ni esposo, ni hija, ni siquiera la iglesia en la que devotamente asistía, ella tenía su propio mundo donde era la reina y señora, y solo ella tenía la respuesta a todas las preguntas. Y Mari se quedaba en sus redes—. ¿Vas a estar bien?
—¡Claro! No te preocupes. Lo único que lamento es que no vayas a estar en la boda.
Yo no lo lamentaba. Intenté razonar con ella, le rogué, le supliqué que no se casara, esa boda era un terrible error, no se casaba por amor, se casaba para salir de su casa, pero algo me decía que iba a salir de un infierno para entrar a otro.
Mari y yo crecimos como hermanas, reímos, lloramos, inclusive nos emborrachamos por primera vez juntas, la única vez que peleamos fue el día que me avisó que se casaba, ¡me enojé tanto! Nunca había sentido tanta impotencia, precisamente esa impotencia es la que me impulsó a estudiar leyes. Odiaba la poca oportunidad con la que vivía cierta gente; Hijos maltratados, esposas amenazadas, madres o padres sonsacados. La violencia no distingue sexo o posición social, y las leyes son muy viciosas, si no tienes los recursos, la gente que necesita ayuda es la última en recibirla. Y yo quería ayudar.
Lo único que realmente lamentaba era que dejaba atrás a Mari, mientras yo me iba a la universidad, ella se quedaba refundida en un pueblucho perdido de la mano de Dios, y para colmo, casada con Dennis. Pero, así como su padre, Mari se resistía a dejar a Chucky, era como si los tuviera dominados por un lazo invisible en el cuello, y mucho me tenía que ese lazo la iba a asfixiar, tarde que temprano, la iba a matar. Mi mayor temor era que el tiempo me ganara, y la matara antes de que llegara a rescatarla.
—No dejes que la novia de Chucky se salga siempre con la suya. Ya eres mayorcita para seguir siendo el blanco de sus puñaladas.
Por más que me doliera tenía que dejarla y estudiar fuerte si quería regresar por ella y, con fundamentos, finalmente, poder sacarla de Great City. Su madre era un caso perdido, para ella estudiar era una pérdida de tiempo, solo insistía en que tenía que ser una buena ama de casa y en encontrar a un esposo que la mantuviera. ¿Qué clase de madre le enseña eso a su hija?
—Vas a venir a visitarme, ¿verdad?
Tuve que pasar el nudo en mi pecho para que no llorar. Yo no lloraba. La respuesta a esa pregunta era un gran NO, no en el próximo año, tal vez en invierno...
—En mis próximas vacaciones vengo a verte. Quiero saber todo sobre la boda y también tengo que darle una checadita a George ―hice un guiño mientras nos reíamos. George era mi novio, en teoría seguíamos siendo novios, pero era solo eso, teoría. En realidad, si yo regresaba a Great City era exclusivamente por Mari. George ya era historia.
—¡Christine! Ya es hora ―la voz autoritaria de Olivier nos alertó.
Mi hermano se acababa de graduar como médico en Harvard, me costó trabajo convencerlo para que regresara a Great City, odiaba el pueblucho, pero con todo y sus diplomas, Olivier es un excelente hijo. Tenía que ayudar con la mudanza; Mis padres vendieron la casa donde nacimos para ir a vivir a un lugar más civilizado, el único motivo por el que seguíamos en el pueblo, se llamaba Mari.
Oli se acomodó los lentes antes de acercarse a nosotras, era alto y muy delgado, lo único que evitaba que no se lo llevara el aire eran sus pasos de plomo, no conocía a alguien más seguro en sí mismo que él, más inteligente, más capaz, más malhumorado y, por supuesto, perdidamente enamorado de Mari. Era un secreto entre mis papás y yo. Oli y Mari no tenían idea de que eran el uno para el otro. La boda de Mari solo le agregó leña al fuego de su mal genio.
—Despídete. Ya nos vamos.
Nos levantamos del jardín de su casa, estaba ubicada justo enfrente de la que, hasta hace unos días, era mi casa. Sin mucho preámbulo abracé a la hermosa y alta mujer de ascendencia mexicana que quería como a una hermana. Me llevaba más de una cabeza, aunque siempre parecía hacerse pequeña entre mis brazos. Sentí como temblaba para contener los sollozos, y como, con un jadeo ahogado, perdía la batalla. Era una guerra perdida, Mari tenía muchos motivos para llorar.
—No dejes de escribirme ―La consolé acomodando su cabello. Sorbiendo la nariz mientras se limpiaba la cara con las mangas de su blusa, asintió—. Mari, promete que te vas a cuidar ―podía ver el miedo en sus ojos, incluso así, sonrió.
Con el tiempo, se demostró que yo tenía más miedo que ella; Me dio miedo dejarla en las garras de su madre, de su próximo marido. No es que Mari no fuera fuerte, su gran defecto era que la nobleza le ganaba, igual que a mi hermano. Deseaba el cariño de su madre, la aceptación, el reconocimiento, algo que cualquier hijo debe tener desde el vientre, algo que yo tenía, y que ella seguía inútilmente luchando por obtener.
La volví a abrazar, le di un beso en la mejilla, y con una lágrima recorriendo la mía, di la media vuelta y me alejé de ella. Tenía que alejarme para poder regresar con escudo y espada desenvainada.
―Si necesitas algo márcame. Y, felicidades por… por tú boda ―escuché que Oli le decía. Pobrecillo, yo dejaba a mi hermana, él dejaba a su amor.
―Deberíamos subirla al auto y llevarla con nosotros ―me quejé cuando Oli cerró la puerta del auto.
― ¿Y qué hacemos con su madre? ―contestó mi padre prendiendo el auto. Chucky estaba pegada en la ventana disfrutando del llanto de su hija. ¡Maldita bruja!
Antes de sacar la cabeza por la ventana vi a mi hermano. Olivier tenía el mismo color de ojos que los míos, eran de un azul muy claro, solo que los suyos se transformaban en acre cuando lo hacías enojar. Nunca los vi tan acre como en ese momento. Las venas de los brazos se le marcaban por el esfuerzo de mantener los puños tan apretados. Mas valía salir pronto de Great City, el temperamento de mi hermano estaba a punto de estallar.
―Vamos a regresar por ella ―susurré.
―Cuando regresemos ya va a estar muerta ―contestó entre dientes.
Mi corazón se detuvo por un segundo. No, no lo quería creer. Volteé a ver a mi mejor amiga, a mi hermana que agitaba la mano bajo el asfixiante sol de julio.
La observé, mientras la abandonaba.