Antes 7

 

― ¿Qué tienes? ―preguntó Moni, mi compañera de cuarto en los últimos dos años. Dos años viviendo juntas y nunca la vi desarreglada o estresada, ella siempre lucia fenomenal. No entendía cómo lo lograba; Dormía un par de horas, cumplía con sus trabajos en tiempo y forma, y aparte era miembro de varios clubs. El colmo es que tenía la energía suficiente para poder salir a correr todas las mañanas y tardes. Era… increíble.

―No he dormido en toda la noche, no logro que el maldito ensayo quede como yo quiero. Ya solo veo rayas en vez de palabras… No puedo.

A diferencia de Moni, yo era un desastre. Mis tareas cada vez me costaban más trabajo, no lograba entregar a tiempo nada y mis notas empezaban a menguar. ¡No podía permitir que bajaran! Era… inadmisible. En casa, aun cuando nunca se me presiono, tampoco existía el fallar. Oli era casi un genio, yo no podía quedarme atrás.

Y para colmo, la roca que se instaló en mi pecho con la noticia de la desaparición de Mari, no desapareció. Pasaban los días y la roca cada vez pesaba más: El Miedo, la frustración, la impotencia cada vez me atacaban más fuerte, más rápido, más seguido. Era consiente de cómo me acechaba la depresión, escuchaba cómo tocaba a mi puerta.

Moni cerró la puerta del cuarto y se quitó los tenis―: Yo tengo un amigo que me ayuda, si quieres, podemos hacer que te ayude.

― ¿Haces trampa?

¡Ahora entendía! Era casi imposible estudiar derecho en Stanford, mantenerse en forma, y tener vida social al mismo tiempo. Yo simplemente me estaba volviendo loca.

Sonrió y descalza caminó a su clóset.

―No hago trampa, solo recibo ayuda extra. Todo mundo lo hace ―pensé que se refería a un taller o un programa del que yo no estaba enterada. ¡Idiota de mi! Buscó algo en una de las bolsas de un abrigo y se acercó a mi―. Toma la mitad y asunto arreglado. Vas a ver cómo te sientes mejor ―me dio una pastilla que parecía una aspirina común y corriente, pero que obviamente era algún tipo de estimulante. Inmediatamente la dejé en mi escritorio y me sacudí las manos. Yo nunca había consumido drogas y esa no iba a hacer la primera vez.

―Yo no consumo drogas ―reproché. Moni no se inmutó, regresó al clóset, sacó la canasta donde tenía sus artículos de baño y se dirigió a la puerta.

―Toma solo la mitad. Cuando necesites más me avisas y te contacto con mi amigo ―dijo antes de salir de la habitación y dejarme a solas con la ‘ayuda’ sobre el escritorio.

Guardé el documento en el que estaba trabajando, cerré mi portátil y me abrigué. Salí de la habitación, directo a la oficina que se encargaba de las residencias, tardé casi dos horas en llenar los formularios para cambiar de dormitorio, estábamos a finales de semestre y era casi imposible que me cambiaran de dormitorio, aun así, llené lo que me pedían y hablé con mi asesor para que hablara con la oficina y me cedieran el cambio. A la mitad de la carrera, yo sabía que mucha gente ya había desertado, tenían que conseguirme algo, yo no quería dormir con alguien que se drogaba.

Regresé a la habitación muy satisfecha con mi comportamiento, intenté volver a mi trabajo, pero lo único en lo que me podía concentrar, era en la pastillita blanca con el gran cartel de “ayuda” que brillaba a su alrededor.

¿Por qué no la tire? Hasta el día de hoy me lo pregunto.

Era medianoche, Moni dormía plácidamente en su cama y yo seguía sin terminar el bendito trabajo. Las manos me temblaban por todo el café consumido, sentía claramente como mi sistema nervioso colapsaba, mi labio empezó a temblar incontrolablemente, un tip nervioso que tenía últimamente y que aparecía cada vez con más frecuencia. Sin pensar, tomé la pastillita blanca, juro que solo quería un poco de ayuda, pero… Con mano temblorosa la llevé a mi boca y con un gran sorbo de café, la tragué.

Me quedé en blanco un par de segundos, estaba demasiado cansada para poder pensar. Cerré los ojos y me dejé ir.

Estaba tan ocupada intentando ser alguien de ayuda, que olvidé ayudarme a mi misma.