Antes 25

 

Por primera vez en la semana Josh estaba en casa ―pasaba pocas noches en casa, él vivía donde el amanecer lo encontraba―, fue extraño amanecer con él, y sobrios.

Con mi cabeza en su pecho pude escuchar el palpitar de su corazón. Era lento, si no lo conocías, podías decir que en paz.

―Me gusta amanecer en tus brazos ―pensé en voz alta.

 Me acercó más a él como respuesta. Casi lloro de la emoción que creo ese simple gesto. Solo necesitaba un par de detalles de su parte para olvidar los muchos detalles que no tenía.

―Y a mí me gusta que amanezcas entre ellos ―con un beso en mi cabello y acariciando el dedo donde tenía la enorme piedra que me dio, casi le creo.

― ¿Me das un beso? ―No recordaba cuando fue la última vez que me dio un beso por el simple hecho de besarme. Seguramente él también se lo cuestionó, porque no hizo drama, simplemente me levantó y me besó como hacía mucho tiempo que no lo hacía, que no lo hacíamos, porque la relación era de los dos, no solo de él. Yo también fallaba.

Fue un beso cariñoso, tierno, sin más pretensiones que sentir los labios de la persona que amas entre los tuyos.

El beso llegó a su fin y también el cuento de hadas―: ¿Otro? ―pregunté esperanzada.

―No seas golosa, qué le dejas a las demás ―se levantó de la cama y no lo volví a ver lo que resto del día. ¡Buenos días a mi prometido!

∼∼∼§∼∼∼

―Oh, Gloria, ¿qué haría yo sin ti? ―Las responsabilidades de Gloria eran muy claras, ella era yo, solo sin el salario y el título. Tenía que mantenerme al tanto de cada detalle, que tuviera todo listo para que yo estuviera lista para juicio. En pocas palabras, que hiciera mi trabajo sin la paga, rapidito y de buen modo. Y, por si fuera poco, me cuidaba.

En mi experiencia, la gente que proclama algo sobre ellos mismos, es usualmente lo opuesto a lo que proclama. Si alguien es realmente un amigo fiel, no necesita gritarlo a los cuatro vientos. Ni se presenta diciendo: “Soy una excelente amiga”. Simplemente lo es.

Cuanto más tiempo pasaba con Gloria, más me convencía que la mujer me quería. Ella lo negaba, por supuesto, pero se descubría demostrándolo. La impresionante afroamericana de cuarenta y pocos, ya me esperaba en el restaurante, usualmente ―y si amanecía en condiciones― los miércoles desayunaba con ella. Era una forma de mantener mi relación con ella a flote.

 ―Deberías descansar un poco, Chris. Hacerte un coctel con esa inteligencia que tienes, agregarle un poco de lógica, y bebértelo de un solo trago. A ver si así ves cual es el problema con Josh.   

― ¿Quieres que use un poco de lógica? Qué tal si dejas de tronarte los dedos por el pago de la escuela de Sara y me dejas pagarla. Así tendrías que trabajar menos, pasar más tiempo con tú hija, y... ―dejarme en paz―, tal vez conseguir un galán que no se vaya de viaje con su nueva asistente. No deberías criticar a alguien por intentar divertirse. Pasamos doce horas al día trabajando en nuestra vida profesional. Estamos conscientes que deberíamos trabajar más en nuestra vida personal, pero realmente no lo hacemos. Solo estoy intentando, Gloria, solo eso. 

― ¿Lo que incluye disimular qué no sabes que tú prometido se fue de paseo con su asistente, terminar achispada hasta la punta del cabello y, tal vez, besar a un desconocido? 

―No me voy a disculpar por intentar tener vida propia. ¿Crees que soy débil porque Josh se va de paseo con otras mujeres? No, Gloria, no te equivoques. Josh se va de paseo porque yo lo permito. ¿Para qué diablos lo quiero aquí? ¿Para que pierda casos? ¿Para que su madre me marque cada hora tratando de averiguar en qué estado esta su hijo? ¿Para qué Vicent me presente como la prometida de su hijo y no como la asociada que gana más produce? No, Gloria, Josh tiene la vida que tiene porque yo lo permito. Y sigo con él porque quiero. No quiero cambiarlo, no quiero que se comprometa, simplemente es un cuadro colgado en la pared. Yo también me acuesto con quien quiero, a la hora que quiero. Me gusta el sexo, ¡adoro el sexo! ―oh, dios, estaba divagando. Con un gran sorbo de café regresé a mi carril―, pero insisto, son mis términos, es mi vida. Tengo un departamento, tengo muebles, tengo dinero, tengo todo lo que yo quiero, no necesito que Josh sea un hombre fiel. No necesito que llegue todas las noches a casa preguntando qué hay de comer, regando ropa en los rincones preguntando después dónde la dejó. No, Gloria, yo no quiero, ni necesito eso. Que Josh y su nueva asistente se diviertan en Cancún. Yo estoy donde quiero estar ―y en vez de sentarme a lamentar lo que no tengo, salgo, me emborracho, y canto por lo que si tengo. 

Justo en ese momento e invocado por mis demonios, entró un texto de Josh.

Luna, ya estoy en la oficina, ¡te extrañé!

Te veo pronto.

El almuerzo trascurrió sin grandes sobresaltos, volví a insistir en pagar la escuela de Sara, sin lograr ningún avance; Gloria tenía una niña de unos siete u ocho años de edad que sufría de ansiedad, se preocupaba por cosas que ningún niño debe pensar como: ¿Qué pasa si el calentamiento global acaba con el planeta? ¿Por qué el verde es verde y no azul? Cosas sin sentido que yo entendía perfectamente. De alguna retorcida forma sentía que la niña era como yo, no la conocía ni la quería conocer, solo sentía ese impulso que me seguía acechando, ayudar.

―Déjame pagar la escuela, Gloria, estoy segura de que la pueden ayudar mucho más que en la escuela pública ―la niña necesitaba una escuela especializada, no entendía por qué Gloria se negaba a recibir mi ayuda. Ella me ayudaba todos los días a sobrevivir.

“¡¿Cómo jodes un par de huevos?! Y no es una pregunta retórica, muñequita. ¡Dime!”, se escuchó que le gritaba un imbécil a la pobre ―y obviamente nueva― mesera. Empecé a sentir como iniciaba la ignición de mi cuerpo, era algo instintivo que me era imposible manejar. Mi sangre hervía.

―Déjalo pasar, Chris ―no era precisamente una advertencia, era una simple sugerencia de parte de la mujer más ecuánime que conocía. Por un momento lo consideré, pero el maldito instinto pudo más que yo; Me levanté y a pasos decididos me dirigí a la mesa de donde prevenían los gritos. El imbécil era un hombre de unos cincuenta muchos, bien vestido, maleducado.

―Lo siento, ahora le cambio su plato ―murmuró la temblorosa mesera.

― ¡¿Es tan difícil?! ¡Son un par de huevos por Dios Santo! ¡Tráeme a tú supervisor! ―siguió gritando el imbécil, mientras la mesera insistía con las disculpas.

― ¡Ey, ¿quieres ver al supervisor?! ―Interrumpí su palabrería de insultos.

― ¿Por qué no traes el uniforme? ―Respondió a mi grito.

―Es mi día libre. ¿Cuál es el problema?

― Esto no es lo que ordene ―escupió azotando un par de cubiertos en la mesa.

―Si, a veces pasa. ¡No tienes que ser un imbécil! ―Sus oscuros ojos se asombraron.

― ¿Disculpa? ―A la gente le costaba ligar a una mujer de no más de un metro sesenta, de facciones angelicales, con la mujer que le importaba un carajo quien fueras. Ella gritaba exigiendo justicia. 

― ¿Están arreglando un negocio? ¿Le estás vendiendo algo? ¿Crees que vas a impresionar a alguien por gritarle a una mesera? ¿Es como te manejas en la vida? ¿A gritos? ―Dirigiéndome a su acompañante, seguí con las preguntas―: ¿Te gusta esta clase de comportamiento? ¿Quieres hacer negocios con alguien así?

―No. De hecho, mi hermana es mesera ―contestó el acompañante avalentonado por mi actitud.

― ¡Auch! ―dije haciendo un guiño―. Adiós negocio, amigo. Deberías disculparte ―la cara de incredulidad del imbécil era deleitable―. ¡Deberías disculparte! ―Insistí al ver que no reaccionaba.

―Lo… lo siento ―tartamudeó dirigiéndose a su acompañante. ¡Idiota!

― ¡No! No con él, imbécil. Con ella ―me vio, la vio, me volvió a ver.

―Lo siento ―susurró.

Satisfecha con la disculpa di la media vuelta.

 ―Tráele otro par de huevos, preciosa, los necesita ―con un guiño me despedí de la ya no tan asustada mesera, y me dirigí a donde Gloria me esperaba.

Era común que pagara la cuenta y me esperara con la puerta abierta del restaurante, bar u oficina en la que estuviéramos cuando tenía ese tipo de arranques. Cuando levantas la voz para exigir respeto pueden pasar dos cosas: Una, la gente te aplaude de pie. Dos, dejas de ser bienvenida en el sitio. Pero algo me decía que nuestra próxima visita iba a ser por cuenta del restaurante. 

Desafortunadamente, ese día no era un día donde mi Capitán América resultara vencedor. El imbécil con falta de huevos, era juez. Al mismo tiempo que entré al edificio de la corte lo vi pasar, él también me vio, y ese fue el menor de mis problemas. Un caso que no tenía mayor problema, repentinamente se convirtió en una lucha porque no cambiaran de juez.

Me vi en la necesidad de solicitar la presencia de mi amado prometido, Josh tenía muchos amigos, sobre todo jueces.

― ¿Qué hiciste? ―respondió despectivo a mi pedido de su presencia.

― ¿Puedes venir o todavía estás desempacando a tú asistente? ―fue mi respuesta justamente en el mismo tono.

―Te recuerdo que la que me necesita eres tú, Muñeca.

Tenía razón, yo lo necesitaba.