Ahora 20
―Mi papá está peleando con mi tío Andy ―fue el ‘buenos días’ de Alex.
― ¿Por qué lo dices, Cielo?
―Porque fue a su oficina a hablar, y su celular está ¡justo ahí! ―señaló el IPhone negro de su padre para darle más énfasis a su gran conclusión. En efecto, era raro que fuera a su oficina a estas horas de la mañana, si el celular estaba justo ahí.
―Desayuna, Cielo, no sabemos si está discutiendo, a lo mejor solo se quedó sin batería.
―Mmm-hummm… ―gimió negando y masticando su cereal al mismo tiempo―. Vio un mensaje, dijo una mala palabra, y se fue.
― ¿Y cómo sabes que es tú tío Andy?
―Porque dijo la mala palabra y después: ¡Andrew! ―Me reí por la imitación, casi le salía la voz de su padre, solo le faltaban treinta años más y cien años de malicia.
Alex acabó su cereal antes de que su padre regresara. Afortunadamente.
― ¿Te divertiste ayer? ―Era la primera vez que escuchaba veneno en su voz. El príncipe Encantador daba señales de ser humano.
―Sí, mucho ―contesté con la misma altivez con la que habló. Hasta que recordé algo sencillo y poderoso: Alex―. Alan… no recaí, te juro que no bebí una sola gota de alcohol. Yo…
― ¡Por supuesto que no! Nadie ha dicho eso.
¿Entonces por qué actuaba tan enfadado? Algo me decía que era por la misma razón por la que su hermano y yo no terminamos la velada con un beso. Pero mi cabeza ya me había jugado varias, no podía confiar en ella.
No hizo falta que desconfiara de mi cabeza, Alan me lo confirmó.
―Alan… ―su enorme mano apretó mi cintura con mucha fuerza, su cuerpo se recargó en el mío con violencia, ¡Dios! Su aliento se sentía tan cálido, sus labios tan apetecibles. El anhelo por un beso de él se convirtió en dolor. Dolía desearlo tanto… por todas partes.
―No… ―se tuvo que limpiar la garganta para seguir hablando―. No te involucres con mi hermano. Es… es muy pronto ―poco a poco fue soltando su agarre y la desilusión fue cubriendo mi cuerpo. La vergüenza hizo su aparición de la misma manera que el deseo; Súbitamente y cubriendo mi piel de ardor. Mi cabeza imaginaba un cuento Disney, y él solo estaba cuidando a su hermano. ¡Maldita cabeza mía!
―Claro… sin problema ―bajé la cabeza y hui cual cobarde era.
A partir de ese momento lo evadí igual que a la peste; Lo que resto de la semana lo evité por completo. Iba a mis sesiones de grupo, a todas mis clases del Centro, jugaba con Alex, pero en cuanto él llegaba, yo corría.
∼∼∼§∼∼∼
No era raro que Adam y Andy pasaran la tarde con Alex. A veces cuando llegaba de la escuela ya estaban ahí, o simplemente aparecían a media tarde. Jugaban baloncesto o béisbol o fútbol en las canchas enfrente del Centro y pronto se armaban mini torneos, eran una buena influencia para los internos. Eran exitosos, guapos, musculosos, y no tenían adicciones, eran un ejemplo que muchos chicos querían seguir.
Por una semana Andy no apareció, Adam me veía ‘raro’, por no decir enojado, y yo seguí evitando a Alan. ¡Era lo único que pasaba por tener una “noche de chicas”!
― ¡Alex! ―Escuché que gritaba uno de sus tíos, la voz era tan parecida que no lograba distinguirlos. Ya fuera Adam o Andy, lo mejor era usar la táctica que usaba con Alan, huir.
Solo que mi habitación estaba junto a la puerta principal, allí donde Andy levantaba en brazos a Alex.
―Señorita Adams, que gusto ver que llego con bien a casa. Me vi fuertemente amonestado por el atrevimiento de no traerla hasta la puerta.
Mi risa fue instantánea. Mientras acariciaba el bracito de Alex, contesté con la misma falsa formalidad―: Oh, doctor Duncan, tal vez malinterpreto la amonestación, al parecer mi compañía no es lo suficientemente buena para usted ―el brillo relajado de sus ojos desapareció, intercambio su lugar por una que decía, ‘¿de qué diablos hablas?’―. Ya sabes… porque soy… ―podía aceptar que era alcohólica frente al espejo, frente a mi familia, frente a extraños, pero frente a Alex…
― ¡Oh, por Dios! ¡Por supuesto que no! ―Andy me envolvió entre sus brazos con fuerza, temí que le hiciera daño a Alex, pero besaba mi frente casi con frenesí―. ¡Mi hermano es un imbécil! ―En eso estábamos de acuerdo―. No hay absolutamente nada malo contigo, ¿entiendes? ¡Nada! ―Las lágrimas amenazaban con aparecer, lo dijo con mucha firmeza, como si lo creyera.
― ¿Otra vez las alergias? ―Preguntó Alex con voz dulce mientras acariciaba mi mejilla, no tuve opción, dejé que fluyeran las condenadas alergias. Sonreí apenada antes de abrazarlos y de que nos interrumpiera un príncipe Encantador.
―Dame a Alex, no quiero que les estorbe ―sin más interrumpió el abrazo para llevarse a su hijo y matarnos con la mirada.
― ¡Alan!
Andy fue tras su hermano, yo, a esconderme bajo la piedra más grande que encontrara.
No salí de mi habitación hasta que el hambre amenazó con matarme, en la televisión se escuchaban bombazos y Alex haciéndoles eco. A hurtadillas me acerqué a la cocina, con un sándwich podía sobrevivir hasta mañana, me detuve ya con un pie en la cocina.
― En serio, Alan, ¿de qué se trata? ¿De tener el mismo ciclo menstrual? Tienes que hacer algo. La pobre mujer…
―Eres un imbécil, Andy. ¿Qué se supone que debo de hacer? ¿Ella no está aquí para ligar? Esta aquí para terminar su rehabilitación. Además, ¿qué va a pasar después de que duerma con ella? ¿Se va a quedar aquí permanentemente? ¿Yo voy a dejar todo e irme a Los Ángeles con ella?
―Wow, wow, wow, ¿de dónde vino eso? Pensé que solo querías meterte bajo su falda.
Creo que dejé de respirar, incluso mi corazón dejó de bombear para no hacer ruido y vernos descubiertos. Aunque el español era rápido, definitivamente entendí todas las palabras.
―Si… no... ¡mierda, Andrew! No es real, ¿sabes? Nada de lo que dices que ves en ella o en mi… nada es real, solo es un síntoma.
Di la media vuelta ya sin hambre, sin importar que me escucharan, fui directo a las puertas francesas que daban al bosque, y me perdí.