Ahora 14
Era un riesgo dejar libre al Capitán América, podía desatar la tendencia que bien desarrollé durante mis días de bebedora; Para protegerme a mi misma y salvaguardarme de la crítica referente a mi bebida, frecuentemente decía cosas distintas a cada persona, el ejemplo más claro era mi familia. Hasta que no estuve al borde de la muerte, cada vez que hablaba con ellos las palabras ‘estoy bien’ eran las más recurrentes. Aprendí a manipular a las personas en cierto sentido, de manera que la gente que me rodeaba prácticamente patrocinaba o, inclusive, animaba mi bebida, en esa categoría entraba mi queridísimo Peter, incluso Gloria.
Es probable que nunca me hubiera dado cuenta de esa tendencia ―aun cuando puedo asegurar que nunca lo hice consciente o de mala fe―, que se convirtió en una parte importante de mi personalidad durante mis días de alcohólica activa, hasta que me lo hizo ver Vale. Honrándola, pensé en la mejor manera de llevar al Capitán América por buen camino. Manejar esa tendencia para bien, iba a ser todo un reto. Iba a necesitar toda la ayuda posible. Jesse… tal vez Alan. El primero era muy difícil de engañar; Se daba cuenta rápidamente de mis trucos ―muchos inconscientes que deseaban beber―, puesto que él mismo los llegó a utilizar. Conmigo usaba una técnica de lo más masoquista, un juego, él me decía algo directamente opuesto a aquello que yo sabía se debía a hacer. Como, por ejemplo: “¿Por qué no te acuestas con Alan? Seguro así deja de hacerte gestos cuando te ve”. Aunque muy tentadora la sugerencia, ya no era tan estúpida. Él iba a ser de gran ayuda.
Con juegos o sin ellos, algunas veces me las arreglaba para extraer lo que realmente deseaba escuchar, y no lo que necesitaba. O, por lo menos, interpretaba las palabras de Jesse para que se acomodaran a mis deseos. Fue así, como a solo veinticinco días de haber salido de El Rancho, regresé a los juzgados. Solo bastaron un par de días y trámites para que pudiera ejercer en el estado de Pensilvania, nada que me causara problema.
Esa conducta era más un reflejo de mi enfermedad, que una búsqueda sincera de ayudar. Jesse, incluso Alan, estaban conscientes de que podía salir perjudicada, así que tuvieron la magnífica idea de mantenerme vigilada para que no cayera bajo la tentación del poder y mandara por la borda todo el progreso que llevaba. No estaban solos, yo ayudaba hablando constantemente con Jesse, mi meta era la recuperación completa, y nada iba a detenerme hasta lograrla, ni siquiera yo misma.
Un ejemplo de su apoyo, fue cuando de la nada, Alan se sentó junto a mi en la sala del loft; Alex veía Toy Story por millonésima vez, mientras yo leía los estatutos que regían en el estado para mi primer caso como mujer sobria, todo se sentía diferente, incluso las leyes.
― ¿Cómo estas, Cosita? ―Solo cuando estaba de buen humor me llamaba así.
―Bien, Cosota, preparando la lucha ―levanté el enorme libro como escudo, era un buen escudo si se usaba bien.
Asintió y volteó a la pantalla un par de segundos, se veía la tensión en sus brazos, en su quijada, en la lengua que mojó sus labios.
―Si sabes… ―se limpió la garganta y lo volvió a intentar―. Si sabes que aquí estoy, ¿verdad? ―Hice una mueca agradeciendo su presencia, en efecto, aun cuando era todo un príncipe Encantador, yo sabía que Alan me podía ayudar en caso de crisis.
―Si… gracias ―susurré evitando con todas mis fuerzas llorar, ¡malditas alergias!
Tal vez porque los dos luchábamos por no dejar que el síndrome Capitán América me poseyera por completo, pero mi relación con Alan creció, se fortaleció de alguna manera. Con el pretexto de mi regreso a los juzgados, cada vez se hizo más cercana su presencia. No había día que no desayunáramos juntos, y para mi infortunio, tampoco había día que no me imaginara haciendo cosas ―de lo más perversas―, con él.
Él padecía de lo mismo, solo que él no se imaginaba haciendo cosas ―perversas―, conmigo, él simplemente no dejaba de vigilarme en caso de que recayera en un mal hábito, tanto, que ya parecía el acosador, ¡cada vez más Encantador!