Ahora 17
―Tengo seis años trabajando con él, soy el remplazo de Cristina ―mi entrecejo nunca estuvo tan profundo―. ¿No sabes quién es Cristina? ―Obviamente―. Su mujer… se llamaba Cristina ―ohhh, con razón nunca era Chris, con razón no le gustaba, mi nombre le recordaba a su mujer. Oh, y Alex, mi pobre chiquillo…
Jesse se sentó junto a mí en el piso, fingiendo, como yo, que Alan no existía.
―Sí, llegue en su momento más bajo. ¡Dios, Chris! nunca había visto a un ser humano tan destrozado. No es lo mismo que un adicto, sabemos que nosotros terminamos hechos una mierda. Pero con él fue diferente, el dolor, la perdida… era tan profunda, tan significativa. No, definitivamente el dolor de la pérdida del ser amado es diferente a la perdida de amor que sufren los adictos por sí mismos ―regresé la mirada a dónde Alan hablaba con Mary, sus gestos, su andar, su hablar, nada denotaba tristeza―. Y, sin embargo, se levantó. Creo este mundo maravilloso para Alex, incluso para el mismo. Todos merecemos una segunda oportunidad, Chris, él se la merece ―por supuesto que la merecía. Era un hombre de muchos recursos, y no me refería a lo material, que obviamente también tenía, me refería a la lista interminable de atributos: La experiencia, la familia, el amor, la fuente inagotable de paciencia, delicadeza, belleza… la lista podía seguir por días. Iba a tener mucha suerte la mujer que envejeciera con él―. Tú también ―negué mientras me reía de la extensa imaginación de Jesse, desde la primera sesión se unió a mi imaginación y veía un corazón con forma de Alan y Christine. No debía. ¿Verme a mí misma cayendo nuevamente en los brazos de un hombre? ¡Cuando nevara en el infierno! De ninguna manera volvía a cometer tan atroz error.
― ¿Alan y yo? No… No… Él sale con Mary.
Creo que nunca nadie se rio de mí, en mi cara, como Jesse lo hizo. ¡Vaya con el amigo!
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Lo bueno de correr sola es que da tiempo de analizar. Los sentimientos. Las decisiones. <<Yo decido>>, se volvió mi mantra, un poder y un derecho. <<Yo decido>>. Y así, día a día, decidía que no iba a volver a beber o a tomar una pastilla. Es cierto que el impulso a veces aparecía, que a veces extrañaba la falsa tranquilidad, que mi alter ego se manifestaba cantándome al oído, pero la decisión ya estaba tomada y no había vuelta atrás.
Los deseos… esa era otra cosa, era cierto, últimamente mi cuerpo no dejaba de desear, y por primera vez en mucho tiempo, no deseaba licor. Deseaba otro cuerpo.
―Encontraste tú camino a la playa ―interrumpió mi análisis Alan. Seguí corriendo sin titubear, tal parecía que lo invocaba con el pensamiento. Con una playera blanca contrastando con lo tostado de su piel, parecía una aparición. Una diabólica y cachonda aparición.
―Sí.
―Me has estado evitando ―una de las tácticas de la abogacía es fingir ignorancia, yo fingí sordera―. ¿Estás cómoda en tú habitación? ¿Te hace falta algo? ―Y él fingió no decir nada. Subí un poco la velocidad, a él no le costó seguirme el paso.
―Todo bien, gracias.
No me gusto su sonrisa, tenía un deje erótico que hacia cosquillear mi piel.
―Ignorando lo obvio, ¿corres?
Ahora lo que sonrió, fui yo―: Todos los días.
Corrió en silencio por un par de metros antes de volver al ataque―: ¿Te puedo preguntar algo? ―Era una pregunta retórica, no contesté―. Según mis fuentes, eres una abogada de muchas palabras, ¿cómo es que solo haces oraciones de cuatro a cinco palabras conmigo?
―Porque ahora no estoy trabajando ―seguí corriendo fingiendo no verlo. ¡Era imposible! Era realmente muscular, y no en forma infomercial. Era fuerte, pero suave. Su cuerpo me gustaba, su cabeza era una historia completamente diferente.
―Cosita, me estás impresionando.
Antes de acelerar mi paso, contesté―: Tú a mí, no ― ¡Diablos! Odiaba el efecto que tenía en mí, yo ni siquiera le caía bien al hombre, ¿cómo era posible que temblara, y no de abstinencia, cada vez que lo tenía cerca? No me gustaba la manera en que me hacía sentir. La manera en que mi cuerpo se deshacía por un poco de su atención. La manera en que decía ‘Cosita’, ¡oh, diablos, lo adoraba! Adoraba como acariciaba el sobrenombre con su lengua. Como me retaba con la mirada, como mi corazón se aceleraba con solo verlo.
Me alcanzó y corrió en silencio junto a mí. De repente aceleraba el paso para retarme, nunca me dejo atrás. Otras, lo hice yo, nunca lo dejé atrás. A lo lejos vi mi meta, un conjunto de rocas que rugían cada vez que las olas las alcanzaban. En este punto es cuando aceleraba, ese último esfuerzo es el que drenaba de mi cuerpo la culpa. Corrí con todas mis fuerzas, únicamente consiente del acelerado palpitar de mi corazón, y de la persona que corría a mi lado.
Llegué al acantilado sin aliento. Antes de dejarme caer en la húmeda arena tomó mi mano, entrelazó su dedo meñique con el mío, y me señaló el piso. Ese movimiento de manos, lo sentí increíblemente íntimo. Mi respiración se aceleró todavía más, jadeando lo imité y me quité los tenis. Si en ese momento me quería ahogar, con gusto lo iba a permitir.
Esperó que el mar nos diera permiso y corrió junto a las enormes piedras, el agua todavía no mojaba mis rodillas cuando se abrió un camino entre las rocas; Entramos a tierra virgen, las rocas eran tan grandes que ocultaban una pequeña playa de no más de cuatro metros. Las rocas eran la base de una enorme cama de arena. Nos dejamos caer exhaustos, aunque muy satisfechos.
― ¿No adoras correr?
―Si ―contestó recobrando un poco de aliento―. Es como si pudieras alcanzar lo inalcanzable, si te esfuerzas un poco deja de existir todo, solo existes tú ―dijo mirando las nubes blancas contrastando con el azul del cielo, escuchando mi palpitar contrastando con el murmullo del mar. Llenándonos, intoxicando nuestro sistema de paz, de lo salado de la brisa.
―Nada puede tocarte ―coincidí con él.
― ¡Exacto! Nada puede tocarte ―cerré los ojos llenándome del enorme placer de sentir mis músculos gritando. Y de su presencia. No fui consciente del momento en que se acercó. De su cuerpo emergía una enorme cantidad de calor.
―Eres una belleza ―susurró muy cerca de mi oído. Mi corazón se volvió a acelerar, de hecho, nunca lo sentí tan acelerado―. Me gusta como sudas ―pasaron muchas cosas por mi cuerpo, la más, es que se llenó de endorfinas―. Pero no te puedo tocar ―su cuerpo estaba muy cerca del mío, el calor que emergía del suyo se vinculaba con el mío de una manera natural, lo acercaba a mí, podía ver su resistencia para mantenerse lejos.
― ¿Quie… quieres tocarme? ―Murmurábamos tan cerca uno del otro, casi podía sentir su peso sobre mí. Por primera vez dejó mis ojos y recorrió mi cuello, mi pecho con la mirada. ¡Oh, Dios! ¿Por qué me castigaba de esta manera?
―Pero no puedo…
Luchando, cerrando los ojos, se dejó caer en la arena junto a mí. Por unos minutos, solo se escuchó el mar acompañado por el trabajoso ritmo de nuestro respirar.
―Tengo mucho deseo ―no sé de dónde diablos salió tanta honestidad. Tal vez me emborraché y no lo recordaba. En mis cinco sentidos nunca hubiera dicho esas palabras, mucho menos a él. Y, sin embargo, lo hice.
―Lo sé. En algunas personas es un síntoma de abstinencia. El cerebro trata de cubrir una necesidad por otra.
―Pero se siente tan real ―tomé su mano y la apreté con toda la energía que tenía acumulada en el cuerpo. Él la apretó con la misma intensidad. Mis dedos empezaron a doler, aun así, no lo solté, necesitaba su toque. Hizo eso de intercalar su meñique con el mío y la necesidad bajó, ese simple gesto satisfago una primaria necesidad que no solo mi cuerpo tenía, también lo pedía el cerebro, el alma, cada parte de lo que yo era.
―Va a pasar… ya verás ―ojalá, ojalá pasara rápido porque me estaba volviendo loca. Me dejó disfrutar del toque por un par de minutos. Antes de levantarse por completo, susurró junto a mi oído―: Mientras tanto, siempre puedes… tocarte ― ¡Joder! Ese fue el momento en que descubrí la verdadera identidad de Alan, ¡era un masoquista! En vez de terminar lo que inició en mi cuerpo, se levantó y se fue por dónde venimos. ¡Me dejo ahí! ¡Sola! Con el mar y las endorfinas.
Me tomo un rato dominar a la bestia de la lujuria, Alan la alteró mucho, pobrecilla. Caminé de regreso al centro perdida en mis pensamientos, justo cuando cerré la puerta del loft, escuché el ligero murmullo de las cuerdas. El salón de música del loft no estaba terminado, no había visto los instrumentos salir de las fundas, y a esta hora normalmente Alan desaparecía con Alex. Di un paso hacia el salón de música y el sonido se aclaró un poco más. Yo conocía esa canción. Me acerqué silenciosamente hasta que reconocí, “Don't Wanna Miss A Thing” de Aerosmith. Al llegar al salón me detuve en la puerta, Alan tocaba el chelo para un Alex de ojos iluminados. Alan mantenía los ojos cerrados, entregado completamente a la canción y ejecutando magistralmente el chelo. Me uní a Alex, embobada, con ojos y boca muy abierta, me vi sobrecogida ¡Wow! La gente más talentosa, es la de menos ego, Alan no debía estar batallando con adictos y jóvenes revoltosos, su lugar era en el Melt de Nueva York.
Cuando terminó la ejecución tuve que detener a mis manos, insistían en aplaudir.
―Ahora la de mi mami ―pidió Alex en un tono esperanzador.
Oculta en el pasillo, no pude ver la cara de Alan cuando ejecutó, “If I fell” de los Beatles. Enseguida la nostalgia me atrapó, mi hermano solo escuchaba a los Beatles. Esa noche fue la primera de muchas llamadas con mi hermano, era difícil contactarlo, el hombre trabajaba mucho, pero siempre se hacía un tiempo para preguntarme: “¿Cuándo regresas a casa?”.
La siguiente mañana desperté mirando detenidamente el techo de mi cuarto, preguntando: << ¿Por qué no aparece Peter con un café irlandés bien cargado? ¿Por qué no entraba Gloria y se sentaba junto a mí para discutir mis casos mientras yo adormilaba mi conciencia con un buen trago de whisky?>>. Entonces, de la nada, mis pensamientos voltearon a Alex y Alan, había algo sobre ellos…
Se hizo una costumbre amanecer con Alan y Alex en mi cabeza, eran mi último pensamiento de la noche y el primero de la mañana. La convivencia con ellos estaba afectando a mi consciencia. También se hizo una costumbre regresar de correr para poder escucharlos a escondidas. Como toda una acosadora profesional, aprendí detalles sobre ellos que no debía, y que, ¡me encantaban! La manera en que Alan iniciaba su ejecución, como recargaba el enorme instrumento entre sus piernas, como el primer toque siempre era con los ojos abiertos, pero al quinto acorde la música lo seducía y sus parpados caían. Una sencilla sonrisa se formaba en sus labios cuando se transportaba al mundo paralelo de la música. Y, como la primera vez, siempre me unía a Alex disfrutando del concierto privado, embobada, con ojos y boca muy abierta.