Ahora 34
―Dime la verdad, ¿no crees que soy una fácil? Debimos esperar, siquiera tener una cita ―entrecerró los ojos analizando la pregunta. Recargada en su pecho, ya en la comodidad de su cama, ¿qué más podía preguntar?
― ¿La verdad?
―Mmmhumm ―aseguré dispuesta a aceptar el golpe.
―Creo que debimos hacerlo el mismo día que llegaste. Yo quería, solo que mis hermanos no dejaban de babear.
―Eres un tonto. Y mentiroso ―terminé con la diminuta distancia que nos separaba y lo besé, se sentían tan bien sus labios.
― ¿A dónde vas?
Lo que menos me apetecía era levantarme e irme a mi habitación, pero…―: Alex… ¿Qué tal si llega temprano y me encuentra aquí?
―Mmm. Mmmhumm…
Dio uno de sus muchos movimientos y me vi completamente comprimida entre el colchón y un hombre que pesaba, media, y tenía el doble de mi fuerza.
―En serio, Alan… siquiera déjame ir a recoger el reguero que dejamos en la estancia.
No dejaba de besarme, pequeños, grandes besos en mis mejillas, en mis ojos, en la comisura de la boca.
―No te preocupes por nada… yo lo recojo ―convocando toda mi fuerza intenté levantarme. Ese hombre tenía intenciones de todo, menos de ir a recoger nada―. Cosí… ¿qué no ves que te necesito? ―mis labios, todos mis labios, estaban hinchados, mi cuerpo empezaba a dar señales de ‘¡ya es suficiente!’, pero de inmediato accedí a lo que parecía mi estado natural, ser uno con él.
Después de lo que parecía una carrera de ‘a ver quién se muere primero’, satisfacción iba a ser el arma homicida, apareció la conciencia―: Soy una abogada de Los Ángeles. Tú, un músico―filántropo―administrador de Filadelfia. Creo que deberíamos ser adultos y no crear expectativas que no se pueden lograr. Está bien que tengamos una de estas noches de vez en cuando, pero cada quien tiene que seguir con su vida.
A las cuatro de la mañana, después de un maratón de endorfinas, y, sin comida en el estómago, debería estar prohibido hablar. Alan me veía como si hablara en chino―. ¿Tú crees que voy a esperar sentado a que termines de autocastigarte? Me hiciste olvidar que todavía estás en el programa, que rompiera…
― ¡Yo no te hice romper nada! ―Ahora iba a resultar que, casi, casi lo viole.
― ¿Entonces que fue eso de que te quieres ir a vivir a otro lugar? Sí eso no es presionar, entonces no sé lo que es ― ¿Lo decía en serio? ― Estás asustada, Cosí, yo no ―mi enojo se dispersó cuando subió su pierna a mi cintura y acarició mis parpados con sus labios.
―Alan, tú solo has visto la punta de la montaña, te aseguro que soy mucho más complicada. Estoy demente.
― ¿Y? Todos somos dementes.
―Soy caprichosa.
―Todos somos caprichosos, Cosí, ¿qué más?
―Engreída ―mirándome a los ojos negó.
― ¿Qué más?
―A veces inteligente.
―Y bella ―agregó acariciando mi mejilla.
―Eso debe de ser bueno.
― Es muy bueno, Cosita… ―después de recorrer mi cuerpo con sus enormes manos, murmuró―: ¿Qué más?
―Tal vez… tal vez, incapaz de perdonar mis propios errores.
―Tenemos a Jesse para que nos ayude con eso ―aseguró con la perfecta dosis de seriedad.
― ¿Tienes idea de dónde te estás metiendo, Alan? Soy una desquiciada ―hizo un gesto no muy halagador. Definitivamente él tenía un mejor concepto de mí, que yo misma―. Tengo miedo de no volver a confiar, Alan ―susurré a escasos centímetros de su boca.
―Tenemos que trabajar en eso, Cosita. Tú y yo lo vamos a lograr.
¿Qué me quedaba? Asentí perdida en el dorado de sus ojos, iba a recorrer ese arcoíris hasta encontrar el fin, o tal vez, mi fin.
Saboreando cada instante, acercó su boca a la mía. Su labio superior se amoldó perfectamente entre los míos―: Va a funcionar, Cosí. Vamos a hacer muy felices… por lo que tenga que durar ―y que durara mucho, ¡se sentía tan bien! En mi cabeza empezaron a sonar canciones de felices por siempre jamás. Tal vez era hora…
―Lo quiero simple.
―Muy bien, simple será… Yo quiero pasar otra noche contigo, ¿tú quieres pasar otra noche conmigo?
―Sí ―no solo una, ¡todas! Antes de rendirme por completo, supliqué―: Solo… no me lastimes, ¿está bien?
―Oh, Cielo, si alguien va a salir lastimado, soy yo, te lo prometo.
∼∼∼§∼∼∼
Desperté por la luz brillante que traspasaba mis parpados, por un segundo mi memoria regresó al pasado y temí haber soñado todo. Pero no, ahora en vez de cortinas rojas, un par de ojos dorados me veían con curiosidad.
―Estas en la cama de mi papá.
El mismo pánico que sentí una mañana casi un año atrás, regresó con fuerza renovada. Después del maratón de amor de toda la noche, no tuve fuerza para ir a mi habitación. En algún momento pensé que iba a despertar antes de que amaneciera, me equivoqué―: Sí, Cielo… ―y desnuda. Subí el cobertor hasta cubrir mi cuello.
―Alex, te dije que esperaras en la cocina ―Alan entró a la habitación con mucha calma y una humeante taza entre las manos.
―Cielo está en tú cama ―le informó Alex a su papá sentándose a mi lado.
―Ya sé Alex, a partir de hoy va a dormir aquí.
― ¿Y dónde vas a dormir tú?
Alan con absoluto descaro me dio un beso en los labios antes de darme la tasa y susurrar―: Buenos días, Cosita ―directo al alma. Una estúpida sonrisa se formó en mis labios partiéndome la cara, hacía años que no sonreía así.
―Ahí… ―le contestó mi Cosa a Alex, también con una estúpida sonrisa en los labios―. Así que hazte a la idea de que tienes que dormir en tú cama. Ya no puedes escabullirte a la mitad de la noche ―le advirtió cargándolo y sentándolo en su regazo.
―Pero si me puede cantar antes de…
Mientras negociaban con quién dormía, en dónde, y cuándo cantaba, saboreé el dulce sabor del té de canela que Alan me entregó. Aunque, lo que más saboreé, fue la vista de dos hombres apuestos y amorosos que me tenían completa y absolutamente conquistada.