Epílogo
Y así finaliza también este episodio de la Gran Leyenda, pero se trata tan sólo de uno entre tantos otros episodios; de eso, estoy seguro. La Gran Leyenda abarca el mundo en todos los marcos temporales, y los jugadores, y no me refiero únicamente a aquellos que componían el Pacto, determinan el rumbo de la historia. Todos esos jugadores ocupan un lugar en el mundo de las criaturas míticas y legendarias. Contaremos a nuestros hijos y nietos la historia del valiente muchacho que libró al mundo del terror de la magia incolora. Tal vez, suavicemos las circunstancias del destino al que Lethe tuvo que hacer frente, porque no queremos que nuestros hijos intuyan los planes que el destino puede tenerles reservados.
En cuanto a mí, puedo decir que lo he conseguido. He completado la misión que me impuse a mí mismo. Con ojos llorosos y el corazón malherido, he podido escribir la última parte de esta historia.
Durante mucho tiempo tuve que luchar contra mi propio convencimiento de que Lethe, mi Lethe, nunca regresaría. Sí, entonces creía que la criatura descansaba en algún lugar del fondo marino, y que en la mente de aquella criatura quedaba una brizna de lo que una vez fuera mi Lethe. Pero durante todo ese tiempo, Lethe únicamente fue un rastro en el interior de un monstruo dormido, tan sólo uno entre otros ciento trece torrentes del olvido. Perdí la esperanza de que los magos fueran capaces de arrancarle de ese laberinto.
Pero entonces, ocurrió el milagro. Demasiado tarde, fue lo primero que pensé tras recuperarme de la impresión, pero poco después me di cuenta de que, en realidad había, sucedido justo en el momento oportuno.
Soy viejo, y mi última misión ha concluido. Sólo me queda el eco de las hazañas heroicas. Sólo me queda el recuerdo de todas aquellas personas, y de algunas criaturas cuya existencia se ponía en entredicho, que lucharon por una buena causa. La mayoría ha pasado ya a mejor vida. Yo soy uno de los últimos supervivientes.
Por la noche, la melancolía se abre paso a través de las rendijas de las ventanas y la puerta para despertarme. Ella fue mi musa mientras escribía la historia del No Mago, pero ahora trae consigo el dolor que ya casi había olvidado, puesto que estaba adormecido.
A veces, sueño con un ave gris que viene a buscarme. Después volamos juntos hacia orillas lejanas y, detrás de un muro de niebla, aparece ante nuestros ojos otro mundo. Ese mundo respira la promesa de paz que tanto ansío.
¿Acaso me queda otra misión pendiente?
En ese caso, debo estar sordo y ciego, porque no he podido oír la melodía de un nuevo horizonte en mi vieja y oxidada mente. Quizá, como dice el poeta N'Hammat Oul, debería limitarme únicamente a poner fin a mi propio eco, tal como hicieron los Nibuüm:
No obstante, todas las criaturas han sido desarraigadas,
desalojadas de sus propias moradas, su confianza
apresada en el polvo celestial,
lejos de sus orígenes, incompatibles.
Las largas olas que se mecían, arremolinándose lentamente
en los prolongados días de gloria,
colisionaron después con un rugido
contra el eco, hasta que éste se apagó definitivamente.