33
El duelo
¿El nivel más alto del escalafón de los maestros de armas?
El maestro de armas y su espada son una sola cosa. Un espectador cualquiera es incapaz de determinar si es el arma, el brazo, la muñeca o la mano el que inicia un movimiento inesperado. Si el maestro de armas llega a creer que él mismo y su espada constituyen una unidad, que el arma en manos del maestro es como un hueso afilado con esmero de su propio cuerpo, entonces el maestro de armas habrá alcanzado el nivel más alto del escalafón.
Sin embargo, la convicción de que eso hace al maestro de armas invencible es una idea falsa, muy generalizada.
Fragmento de Manual universal del maestro Tharlen para el maestro de armas
Llegó la mañana en la que debía celebrarse el duelo. Era un día gris, pero la amenaza de una nevada se quedó en eso: una promesa sin cumplir.
Durante el desayuno se hizo un silencio incómodo, que sólo quedo interrumpido por Cughlyn, el cual anunció con voz seca que aceptaba la condición impuesta por Gaithnard.
Antes de ponerse en camino hacia la plaza situada frente a la entrada principal de Yle em Arlivux, en la que tendría lugar el duelo, el dulse llevó a Dotar a un aparte para proporcionarle cierta información, que éste asimiló sin demostrar la más mínima emoción.
Los compañeros de Gaithnard, Roga, Cughlyn y cinco Solitarios ataviados con togas de color gris claro siguieron al dulse hasta la plaza. El dulse se había vestido especialmente para aquella ocasión; llevaba una soberbia toga en tonos dorados. Roga le seguía dando grandes zancadas con paso seguro, cubierto por una gruesa toga azul que el dulse le había prestado.
Hacía frío, y su aliento salía en forma de pequeñas nubes de vaho. Llanfereit se dio cuenta de que Matei tenía un aire sombrío aquella mañana. Caminaba encorvado, como si llevara una carga invisible a sus espaldas; iba arrastrando los pies al lado del medio myster.
En el centro de la plaza redonda, sobre los grises adoquines, Roga se despojó de su toga y depositó su espada en el suelo. Gaithnard se agachó e hizo lo mismo con Rax. Ambos maestros de armas dieron un paso atrás. Los demás y los Solitarios formaron un amplio círculo a su alrededor.
—Sangre por sangre —dijo el dulse.
Los ojos dorados de Aernold centelleaban. ¿Acaso disfrutaba con todo aquello? Llanfereit no podía creerlo. En un tono de voz similar al que utilizaba al leer un ritual religioso, el dulse prosiguió:
—En la cadena de vínculos honorarios, en la que todas las familias de Quym participan con su propia sangre, y en virtud de mi función como juez de sangre, establezco los ritos del Och Pandaktera ante la familia de los Vartyos, representada por Roga, y ante la familia de los Erzyriem, representada por Gaithnard.
Roga le miró boquiabierto, con gran asombro.
—¿Conocéis los ritos?
El dulse siguió hablando, impasible.
—El último eslabón de la cadena del Och Pandaktera fue Foot, hermano mayor de Roga hasta el momento de su muerte, víctima de la venganza de Gaithnard. Gaithnard tiene ahora la deuda de su sangre.
El dulse alzó la vista por encima de las cabezas de los espectadores.
—¿Quién será el segundo de Roga?
—Yo —respondió Cughlyn.
—Cughlyn de Valt, regulador al servicio del desran. ¿Hay alguien que se oponga a que actúe como segundo?
Nadie habló.
—¿Quién será el segundo de Gaithnard?
—Yo —dijo Dotar.
—Dotar de Wintergait, regulador al servicio del desran. ¿Hay alguien que se oponga a que actúe como segundo?
Nuevamente, nadie expresó la menor objeción.
—Es éste un duelo para saldar la venganza por honor fuera del territorio de Quym, con ritos restringidos y una estructura de duelo abreviada —dijo el dulse—. Sin embargo, los ritos, las leyes y la honestidad prescrita por la tradición, y de la que debe hacer gala cada uno de los participantes, son idénticos a los aplicables en Quym. Dejemos ahora que los segundos lleven a cabo su cometido, de acuerdo con las leyes del Och Pandaktera. Que ocupen sus puestos. Los ritos deben comenzar.
Cughlyn y Dotar avanzaron hacia las respectivas espadas de cada maestro de armas y tomaron posición detrás de sendas empuñaduras.
—La venganza por honor se ejecutará de acuerdo con las leyes del Och Pandaktera —siguió diciendo el dulse sin interrupción—; en este caso, en forma de duelo. Cualquier quymio, hombre o mujer, podrá tomar la sangre de aquel que infrinja dichas leyes durante los ritos. Esto también es aplicable a los segundos de cada uno de los maestros de armas.
En el aire flotaba una tensión casi palpable.
—¡Och Pandaktera! —exclamó el dulse con la voz de un auténtico quymio.
—¡Och Pandaktera! —corearon Roga y Gaithnard al unísono.
Se dirigieron hacia sus segundos, los cuales se agacharon para tomar sendas espadas por la empuñadura. El dulse se colocó justo en el lugar en que ambas espadas se tocaban mutuamente.
—La primera espada, Espina, forjada por Tirdel Vyktelsson de Tinandel Alto en el año 8334; la segunda espada más antigua de Quym. —Cughlyn alzó la espada por su empuñadura con gesto solemne—. Espina, por la sangre del honor —prosiguió mientras apoyaba el arma sobre su punta—. En manos de Roga de los Vartyos. Espada y mano son una sola cosa en los ritos del Och Pandaktera.
Avanzó hacia Roga y le tendió la espada.
Después, fue el turno de Dotar.
—Rax, la espada que según el dulse Aernold de Sey Hirin ha sido forjada a partir de cinco espadas más por Lankel de Dart y D'Anjal Veskandar Raï. La espada ha recibido varias denominaciones distintas, pero éste es su nombre actual. El año en que se forjó esta espada no tiene ninguna relevancia en el reino de Romander.
»Es la espada más antigua de este mundo —añadió Dotar en voz baja después de tragar saliva.
Marakis profirió un grito de sorpresa. Llanfereit dio un grito ahogado. Los ojos de Roga se quedaron clavados en la hoja de Rax, como con un respeto reverencial y un atisbo de miedo. Ni siquiera Gaithnard pudo disimular su expresión de sincera sorpresa. Recorrió la hoja y la empuñadura con los ojos. Si aquella espada era realmente tan antigua, pensó, ¿cómo era posible que su hoja no presentase imperfecciones ni muescas, y que la empuñadura pareciera tallada el día anterior?
—Rax, por la sangre del honor —dijo Dotar en tono neutro. Él también apoyó el arma sobre su punta—. En manos de Gaithnard de los Erzyriem. Espada y mano son una sola cosa en los ritos del Och Pandaktera.
Se dirigió hacia Gaithnard y le entregó la espada. Intercambiaron miradas y guiños fugaces.
Los dos maestros de armas se colocaron uno frente al otro.
Gaithnard se debatía entre sentimientos de esperanza y desesperación: esperanza, porque Rax había resultado ser mucho más que una buena espada; desesperación, porque Rax descansaba inquieta en su mano, y no parecía dispuesta a revelar el secreto de su equilibrio. ¿Cómo podría vencer al diestro Roga con una espada rebelde? Rememoró la primera vez que había empuñado a Preter; lo rígida y pesada que le había parecido aquella hermosa espada entonces. Tal vez Rax cedería a su voluntad una vez comenzada la lucha. Pero de inmediato le asaltó la duda de si una espada tan poderosa podría ser nunca manipulada. La espada tenía poder sobre él, algo insólito para el quymio.
El dulse hizo señas a los Solitarios, que empezaron a dar palmadas con las manos en una cadencia monótona.
—Los cuatro puntos cardinales —invocó el dulse.
Al compás del ritmo hipnotizante de las palmadas, Roga y Gaithnard alzaron las espadas directamente hacia el cielo; apuntaron primero al norte, después al este y, por último, al sur y al oeste.
—Norte por norte —dijo el dulse, y las puntas de ambas espadas trazaron un círculo completo.
—Perforar y golpear.
Como ya había sucedido antes en Quym, Matei parecía hipnotizado por los ritos.
Gaithnard y Roga apuntaron hacia adelante con las espadas, flexionando levemente la rodilla derecha y retrasando el pie izquierdo; por último, apoyaron la mano izquierda sobre la cadera. Después cambiaron las espadas de mano y, adoptando la posición de firmes, apuntaron con la hoja directamente al rostro del adversario.
—¡Krana! —exclamaron simultáneamente mientras efectuaban un giro de noventa grados sobre los talones y las espadas se lanzaban en un fugaz ataque a un oponente imaginario.
Ambos ejecutaron los movimientos con suma precisión; a Gaithnard le pareció detectar cierta mejora en la compenetración entre la espada y su mano, pero seguía forcejeando con el equilibrio de Rax.
Realizaron otros nueve movimientos rituales, entre estocadas y golpes.
El dulse indicó a los Solitarios que guardaran silencio mediante una señal.
Tal como le había sucedido en Quym, a Matei le costó creer que uno de los dos maestros de armas no sobreviviría al duelo; tal era la perfección con la que ambos se tanteaban mutuamente, uno alrededor del otro, como si ejecutaran una elegante danza.
El dulse avanzó hacia adelante y asió a Gaithnard y Roga por la mano que les quedaba libre, para alzarlas simultáneamente hacia el cielo.
—El Och Pandaktera, de nuevo, ha caído sobre nosotros —dijo en un tono de voz muy alto, como si se dirigiera a una gran multitud—. El poder del honor es irrefutable. El resultado del duelo del honor será irreversible. Correrá la sangre. Dos maestros de armas iniciaron los ritos, y dos maestros de armas los finalizarán: uno vivo, otro muerto. Por que el honor exige venganza. Sangre por sangre.
—¡Sangre por sangre! —exclamaron Gaithnard y Roga.
El dulse les liberó las manos y se colocó entre ambos maestros de armas.
—Sólo la espada, Gaithnard de los Erzyriem. Ninguna otra arma.
—Sólo la espada —confirmó Gaithnard.
El dulse se volvió hacia Roga.
—Sólo la espada, Roga de los Vartyos. Ninguna otra arma.
—Sólo la espada —repitió Roga, con los ojos clavados en Rax.
El dulse se hizo a un lado.
—Los primeros cinco movimientos de espada. ¡Que empiece el duelo!
Roga y Gaithnard comenzaron a girar uno en torno al otro lentamente. Cada paso parecía haber sido calculado con suma precisión; el menor movimiento de uno de ellos recibía inmediatamente la réplica adecuada por parte del otro. La tensión iba en aumento. Roga hizo un ademán con la muñeca que parecía insinuar un segundo movimiento, pero antes de completarlo, ejecutó con soltura un cuarto. Gaithnard había detectado la estrategia e intentó esquivar el golpe, pero Rax se comportaba como si fuera plomo en su mano. La reacción tardía, tan sólo una fracción de segundo, bastó para que Espina rasgara su cadera. Gracias al ágil salto que dio hacia atrás consiguió evitar que la herida fuera aún más profunda. Sintió la calidez de la sangre que manaba de la herida y las primeras gotas de sudor corriéndole por la frente. Con cierta pasividad, giró en círculos alrededor de Roga, manteniéndose alejado de Espina. Roga casi consiguió, en una ocasión, desestabilizar la posición de defensa de Gaithnard, pero en un acto reflejo Gaithnard alzó a Rax. La colisión de ambos aceros hizo que saltaran chispas en todas direcciones.
Por fin, Roga salió del círculo imaginario dando a entender que, a su parecer, el primer asalto había concluido. Gaithnard sintió cierto alivio y le imitó.
—Omitiremos los movimientos de seis a diez —anunció el dulse poco después, mucho antes de lo que Gaithnard hubiera deseado—. Un breve asalto de once a quince; después todos los movimientos de espada estarán permitidos hasta el final del duelo.
Roga estaba claramente molesto por las maniobras elusivas de Gaithnard, pero éste era consciente de que aquélla era su última oportunidad de lograr la armonía entre la extraordinaria espada antigua y su mano. Muy pronto todos los movimientos estarían permitidos, y se vería obligado a abandonar su estrategia defensiva. Sus ojos buscaron los de Matei, pero éste tenía la mirada fija en Rax.
Nada más comenzar el asalto sin restricciones de movimientos, Roga dio un enérgico salto hacia adelante. Liberado de las maniobras del ritual que limitaban la velocidad de los ataques, empezó a hacer una serie de amagos. Gaithnard podía ver las intenciones de su rival, pero se preguntó si sería capaz de esquivar a tiempo una estocada lateral, independientemente de si provenía de la izquierda o de la derecha. Roga le asestó una estocada desde la izquierda. La punta de su espada se abalanzó intencionadamente a toda velocidad hacia el corazón de Gaithnard.
Gaithnard se dio cuenta de que no tendría tiempo de reaccionar. Algo en su interior se quebró. Sintió cierta impotencia, pero, a la vez, se enfureció. Iba a morir porque una vieja espada testaruda se negaba a ceder a su voluntad. Iba a morir de la única manera que no deseaba: atravesado por la espada de un maestro de armas en pos de la honorable venganza. La cólera afloró a la superficie de su conciencia y le ofuscó la mente.
Sólo el dulse y Matei vieron brillar fugazmente la runa en la empuñadura de Rax.
Una sensación de calor fue ascendiendo por las puntas de los dedos de Gaithnard, se extendió por la mano, fluyó como lava caliente por el brazo con el que blandía la espada, para recorrer finalmente todo su cuerpo. Su mente quedó anegada por numerosas imágenes fragmentadas que giraban en círculo, demasiado de prisa para fijarse en ellas o memorizarlas. El tiempo tampoco transcurría de la forma habitual. Roga se encontraba suspendido frente a él, congelado en la ejecución de una estocada, con una sonrisa triunfante, inmóvil, como en un retrato. El dolor se hizo insoportable. A Gaithnard le parecía que los ojos se le salían de las órbitas. Separó los labios. Un grito de dolor se formó detrás de su laringe, pero entonces, de un momento a otro, el dolor se convirtió en placer, en una calidez exuberante. Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. El grito de dolor se transformó en una invocación, y en su boca abierta se produjo una concentración de energía en estado puro.
—¡Kaharr!
La palabra se convirtió en una sensación que recorrió el brazo con el que blandía la espada desde cada rincón de su cuerpo y de su mente, y que parecía que iba a estallarle en la mano. Sintió como si estuviera empuñando una espada de fuego vivo, y dejó de percibir la sensación de dolor que antes le anegaba. El tiempo empezó a discurrir de nuevo. En el siguiente instante, Rax esquivó la estocada de Roga con un preciso golpe en diagonal, justo antes de que la punta de Espina hubiera penetrado en su corazón. Mientras una parte de la mente de Gaithnard intentaba procesar las imágenes que le bombardeaban los ojos, su intuición motriz, fruto de la experiencia, le indicó lo que debía hacer. Sintió que era una bola concentrada de reflejos. Adelantó el pie izquierdo e inició un golpe desde el lado derecho. Rax pasó silbando hacia el torso de Roga. El quymio vio el peligro y se contrajo, mientras en las comisuras de los labios empezaba a dibujarse una sonrisa. Con un movimiento inusitado, Gaithnard cambió la espada de mano y dejó que Rax se deslizara en el vientre de Roga con un gesto casi tierno y aparentemente lento. Espina resbaló de la mano del muchacho y cayó al suelo acompañada de un repiqueteo y de una lluvia de chispas. Roga miró fijamente a Gaithnard, con los ojos muy abiertos, estupefacto. Después, bajó la barbilla y vio cómo sus fluidos vitales se derramaban a lo largo de la despiadada hoja de acero de Rax. Gaithnard extrajo a Rax poco a poco. Roga de desplomó sobre las rodillas, para después golpear los adoquines con un brutal crujido.
Todo parecía haber sucedido en un momento de vacuidad temporal. Se hizo un prolongado silencio, que denotaba estupefacción. Después, el dulse empezó a moverse, se acercó al muchacho y se inclinó sobre él. Miró a Gaithnard.
—Och Pandaktera, se ha hecho la justicia de la sangre —murmuró el maestro de armas en un tono de voz apenas audible.
El dulse asintió.
—Sangre por sangre. Como dicta la ley. Nuevamente, se ha hecho la justicia de la sangre. El honor de Gaithnard de los Erzyriem está intacto. La familia de los Vartyos tiene derecho a un nuevo Och Pandaktera. De este modo, continúa el ciclo de la vida, como una rueda imparable.
Cughlyn se hizo cargo del cuerpo de Roga. Con ayuda de unos cuantos Solitarios, lo llevaron hasta la puerta principal. Vacilantes, los compañeros de Gaithnard se unieron a él, que permanecía con la mirada perdida mientras sostenía sin apretar a Rax entre los dedos. Un Solitario empezó a ocuparse de la herida de la cadera.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Marakis—. ¿Por qué al principio tenía la sensación de que no tenías la menor oportunidad, de que íbamos a perderte?
Gaithnard le miró con los ojos vacíos. El Solitario ya había acabado de vendar la herida. Matei rodeó con un brazo al quymio por los hombros y le condujo fuera del escenario del duelo.
El dulse los siguió con la mirada.
—Kaharr. Reïmme y Vlochse. Pasión y cólera —dijo con seriedad—. La espada despoja al que la empuña de toda su energía, pero en esta ocasión ha valido la pena. La cólera desenfrenada, ante la cual tiembla incluso el Oscuro, de nuevo ha sido extraída de la espada entre las espadas, después de todos estos siglos. Y ésa es la razón por la que este duelo era imprescindible, independientemente del resultado: porque vamos a necesitar esa cólera de manera urgente.
—Entonces, ¿Gaithnard podría perfectamente estar muerto? —preguntó Marakis con voz ronca.
El dulse frunció los labios.
—La naturaleza del ciclo es cruel. Exige el sacrificio de muchas víctimas inocentes.
—Pero por qué… —empezó a decir Marakis.
Pero el dulse siguió hablando sin permitir una nueva interrupción.
—Sin embargo, el ciclo también tiene como función evitar que las tinieblas tomen el control. Elecciones oscuras. Decisiones desgarradoras.
Negó con la cabeza, dio media vuelta y regresó hacia Yle em Arlivux sin dar más explicaciones.