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La cólera del Oscuro (2)

Al norte de la isla de Valt se encuentran las tres islas Corsario, expuestas por todas sus bandas a los caprichos de las Aguas Negras. Más de dos mil personas habitan esas islas, principalmente pastores, leñadores y pescadores, junto con sus familias. Todavía les llaman «corsarios», a pesar de que los días de la piratería quedaron atrás hace ya mucho tiempo. Se trata de personas introvertidas, orgullosas, prontas a encolerizarse. No les importan las preocupaciones de los habitantes de las islas de mayor tamaño del reino. La mitad de la población reside en los alrededores de Athelgang, una pequeña ciudad portuaria de la isla de Sporint, situada en medio del archipiélago, que es además el centro del comercio de la lana, la madera y el pescado. Por su parte, los habitantes de las islas mayores suelen amedrentar a sus hijos amenazándolos con enviarles a las islas Corsario si no obedecen a sus padres. La paz en Tar, Sporint y Dalm raramente se ve perturbada. La última mención a estas islas en los libros de historia se remonta a 4123. En aquel año, los corsarios fueron vencidos por la flota del desran y anexionados al reino.

LADY ERYN FAÏDA,

Atlas del reino en imágenes y palabras

Nada indicaba que esa mañana sería diferente. Los habitantes de Athelgang, la sobria ciudad portuaria de la isla de Sporint, se vieron despertados bruscamente por truenos, relámpagos y vientos huracanados, pero eso, en sí mismo, no era nada extraño ni sospechoso. El clima de las islas Corsario, entre las cuales Sporint era la de mayor tamaño, resultaba sumamente imprevisible, casi tanto como el de las islas más septentrionales, las Rompientes Exteriores, Yr Dant y Sey Dant, aunque en absoluto comparable al de la escasamente poblada isla de Oscura, el antiguo volcán situado en uno de los confines del reino, al sureste.

Los pastores de Sporint fueron los primeros que se dieron cuenta de que la tormenta que se avecinaba no era normal. Al amanecer, vieron una apocalíptica muralla de nubes oscuras, grises y amarillas, al norte de la isla. El mar parecía haber entrado en ebullición y las olas formaban grandes masas de espuma. Oyeron un prolongado silbido que perforó el aire. Las nubes se extendían para volver a encogerse en seguida, pero en general permanecieron en su lugar. Curiosamente, en la isla reinaba la calma, la inmovilidad. Ni una sola rama se movía en los bosques de Athel, al sur de la ciudad.

Entonces, se oyó un ruido extraño: un estruendo sordo, acompañado por una voz histérica en el trasfondo. Las piedras crujían, las rocas rechinaban unas con otras. La isla empezó a temblar. Una sucesión de rayos sibilantes rasgaron el ejército de nubes.

—Ve a avisar a los vecinos —le gritó un pastor a su hijo—. Despiértalos y diles que deben huir. ¡Es el Oscuro!

El muchacho corrió colina abajo, pero ya era demasiado tarde. Estruendosos truenos acompañaban a las nubes plomizas, que parecían explotar en todas direcciones. Un relámpago cegador hirió directamente el corazón de Athelgang. Un sonido cacofónico como el de una montaña que se estuviera desmoronando retumbó por toda la ciudad. Piedras de granizo del tamaño de un puño abrieron heridas en la piel de la isla. Inmediatamente después, la primera ráfaga de viento se precipitó como un ave de presa en caída libre sobre las rocas, y arremolinándose en seguida por las calles de Athelgang, destrozó las fachadas de los edificios. Después del viento, el aguacero anegó la población. La mayoría de sus habitantes todavía dormían y nunca supieron la causa de su muerte.

Al igual que en la isla de los Gatos, la oscuridad alcanzó su punto álgido en mitad de la tormenta. Del corazón de aquella negrura veteada de espirales amarillas, surgieron terroríficos rayos encadenados, como si el cielo se desplomase sobre la tierra. Se produjo un extraño tumulto, como un mar de voces que gritaran al unísono. El suelo de la isla tembló, elevándose repentinamente varios metros. Las construcciones se derrumbaron, las paredes quedaron pulverizadas hasta sus cimientos. De entre las ruinas, gritos de muerte ascendieron hasta los cielos, pero quedaron bruscamente interrumpidos cuando las espirales amarillas comenzaron a salir con sigilo de entre los escombros.

Tras la virulenta tormenta, una repentina inundación hizo estragos por toda la isla. Si alguien había sobrevivido a la furia de la tempestad, con toda seguridad se ahogó después miserablemente. Un trueno retumbó con un eco mil veces repetido por todo el horizonte, mientras el agua se retiraba por el amplio malecón.

Los pocos afortunados que no se encontraban en la ciudad, como el pastor y su hijo, lograron escapar al amparo de los bosques hacia la aldea de Simansgang, en la costa sur.

Las ruinas de Athelgang adquirieron un pálido color amarillo en cuestión de horas. Piedras pulverizadas, bosques desaparecidos, y en el lugar donde antes se erigía la ciudad, solamente quedaba un inhóspito cráter de más de un kilómetro de diámetro.

En la tarde del segundo día después de la tormenta, los contornos oscuros de un barco negro sin nombre hicieron aparición cerca del puerto de Athelgang. En lo alto de su mástil ondeaba la bandera de Loh. Era una de las carabelas de los altos mysters. Todas las escotillas estaban cerradas. El ancla de tres uñas cayó con gran estrépito y caló profundamente entre las rocas, a tiro de piedra del lugar donde antes se encontraba la bocana del puerto.

Una figura apareció en cubierta, al lado del castillo de popa. Era el alto myster Gezyrah, arropado en la capa de color verde oscuro, que había enrollado alrededor de su cuerpo. Mediante el Rastro de Escritos Perspicaces de Halder, había recibido noticias de que algo estaba sucediendo en Sporint y de que podía estar relacionado con el Oscuro. El mensaje, que no daba más explicaciones, procedía de alguna isla del sur. No había sido capaz de determinar cuál de sus colegas altos mysters lo envió.

Se aferró a la barandilla con ambas manos y miró fijamente la escena que se desplegaba ante él; era como una imagen congelada de la caída de aquella ciudad. No más de diez segundos después, dio media vuelta y desapareció. No había mucho más que ver aparte del enorme cráter lleno de arena amarilla. Únicamente los armazones de unos cuantos edificios de Athelgang asomaban, como huesos descarnados, en algunos lugares. En todos lados reinaba el silencio. La muerte había tomado posesión de la ciudad.

El frío invernal tocó a Gezyrah con sus gélidos dedos. El Oscuro ya no se encontraba en los alrededores, pero en el aire todavía se respiraba su aliento helado. Instintivamente el alto myster desplegó el Escudo de Calor Inhibitorio del Fuego de la Espada alrededor de la carabela.

—¡Ah, la gran batalla ha comenzado! —murmuró para sí mismo. Apretó el puño y añadió—: Una desigual batalla, puesto que no tenemos armas para defendernos.

Más allá, hacia el sur, la isla seguía intacta.

El chillido agudo de un pájaro rompió el silencio. Era un gran cuervo negro que revoloteaba delante de la proa de la carabela.

Gezyrah siguió los movimientos del animal con los ojos.

—Mearigain —masculló—, mensajero de la muerte. Siempre que apareces, se derrama la sangre de gente inocente.

El pájaro profirió un graznido burlón y se elevó a gran altura en el cielo.

El barco permaneció anclado durante unas horas. Gezyrah subió a cubierta dos veces más. Durante todo ese tiempo, el balanceo del barco sobre las lentas corrientes de las Aguas Negras fue el único movimiento perceptible.

Comenzó a nevar. Más tarde, cuando el sol consiguió abrirse paso a través de las nubes de color amarillo grisáceo y se posó sobre el horizonte, unas cuantas figuras ataviadas con túnicas grises aparecieron sobre cubierta para levar el ancla, subieron a la jarcia e izaron la vela mayor. El barco puso rumbo hacia el sur y se deslizó por la costa este de la isla, bajo el manto de la noche.