27
En Stormburg

La muerte es como una serpiente que se desliza de una sombra a otra. Se aproxima furtiva, como un ladrón en la noche. El reflejo de la luna es la única luz que puede soportar. Pero cuando el sol empieza a elevarse, trayendo consigo la mañana, todavía justo por debajo del horizonte, los heraldos del alba alzan el vuelo para entonar una vez más el canto que versa sobre el rescate del mundo de las garras de la noche.

PLANXIUS HORT, DE PEQUEÑA MELISA

Una palabra es una palabra mágica.

Pensamientos poéticos y reflexiones filosóficas

Los días y las noches transcurrían con lentitud en Stormburg. Las numerosas tormentas de invierno parecían perseguirse unas a otras y arremetían con virulencia contra la fortaleza, en vano. Después, durante días enteros, la nieve empezó a caer del cielo del color del mármol, como siembra de los dioses. Wyl había conseguido arrancar unos cuantos fragmentos de piedra de las hendiduras que presentaba la maltrecha puerta de la mazmorra. Los utilizó para garabatear en la pared el recuento de los días que llevaba preso en Stormburg: treinta y cuatro, en total. También había empezado a hacer algunas anotaciones. Intentó poner en orden todo lo que sabía de la historia del reino, todo lo que podía tener algo que ver con los acontecimientos relacionados con la magia incolora, con el fin de extraer alguna conclusión.

Al final de la mañana de aquel día, el que hacía el número treinta y cuatro de su encierro, una paloma mensajera aterrizó en el alféizar de la estrecha ventana de la mazmorra, la única abertura al mundo exterior. En una de sus patas la paloma cargaba un cilindro con un mensaje. Wyl se incorporó de un salto. Sintió correr por sus venas una oleada de emoción. Sin vacilar un momento, asió un leño, con el que apuntó de forma certera a la ventana, lo lanzó con todas sus fuerzas y consiguió romperla. La paloma se alejó aleteando, asustada, pero en seguida volvió a aparecer, para entrar a través de la ventana y aterrizar sobre el hombro de Wyl.

Wyl leyó el mensaje de Marten de Yr Dant. El capitán solicitaba su ayuda: una hechicera había llegado con los Ángeles de Antas hasta los muelles de la ciudad de Romander. Con un trozo de madera carbonizada se las arregló para escribir de manera legible en el reverso de la nota: «Auxilio, alto myster Wyl encerrado. Mazmorra de Stormburg. Sin poderes mágicos. ¡Karn es un traidor!». Volvió a introducir la nota en el cilindro y dio de comer a la paloma un puñado de migas de pan. A continuación, dispuso el animal en la palma de su mano y susurró:

—Regresa a la ciudad de Romander, al maestro Ugerdin, lo más de prisa posible. Vaere cuïm vaente.

Abandonando la mano de Wyl, la paloma alzó el vuelo, dio unas cuantas vueltas en círculo por la mazmorra y desapareció por la ventana.

—Esperemos que la ciudad de Romander no caiga en manos de los Ángeles de Antas en los próximos días —farfulló Wyl para sí mismo.

Esa misma ave fue avistada un día y medio después, justo antes de que cayera la noche y a pesar de una fuerte nevada, por el alto myster Berre. Éste se encontraba a bordo de una carabela de Loh que salvaba la travesía de Sey Hirin a isla Ancha, para comprobar con sus propios ojos qué había de cierto en los alarmantes mensajes que hablaban del desencadenamiento de una rebelión en aquella isla. Pero no fue su agudeza visual, sino el Escudo Parpadeante e Insensible de Espesamiento Repulsivo lo que le hizo darse cuenta de la presencia del animal.

—Una paloma de palacio, una de las de Ugerdin —murmuro el alto myster al ver la silueta de la paloma mediante las Hebras de Luz Circular Aventadora—. ¿Qué hace aquí? La curiosidad requiere prudencia en estos días.

Extendió su mano derecha, con la palma hacia arriba a modo de invitación para el ave, y susurró el Saludo Excesivamente Benigno de Lerfai. El ave dejó de batir las alas con regularidad para dibujar velozmente un arco en dirección hacia la carabela. Berre acogió a la paloma, desató hábilmente el cilindro y leyó en primer lugar el mensaje de Marten; después, el de Wyl.

—¿Karn? —murmuró para sí mismo con incredulidad.

Intentó apaciguar su corazón, que de pronto había empezado a latir desaforadamente. Luego, llamó al capitán.

—Pon rumbo hacia Stormburg inmediatamente y libera al alto myster Wyl de la mazmorra en la que está encerrado. Ahora debo partir hacia la ciudad de Romander. Nos reuniremos allí, trae a Wyl contigo, pero ten cuidado: la ciudad está sitiada.

El capitán le miró boquiabierto. Berre colocó la nota en una de sus manos.

—Lee los mensajes, lo entenderás todo —le espetó.

Hizo ademán de alejarse, pero cambió de opinión de repente.

—No tengo tiempo para conjurar el Rastro de Escritos Perspicaces de Halder. Envía palomas mensajeras a los demás altos mysters, diciéndoles que deben acudir a la ciudad de Romander con la mayor prontitud. Bajo ninguna circunstancia debemos permitir que la ciudad caiga en manos de los Ángeles de Antas.

Poco después, una gran águila imperial atravesaba las cortinas de nieve, cada vez más espesas, como una espada gris, para alejarse volando hacia el noroeste.