8
Reencuentro

Hacía horas que la Dama de la Sabiduría y la Intuición había permanecido con la mirada perdida en la distancia. Durante todo ese tiempo, Loss había conseguido mantenerse a su lado sin moverse. No le resultó nada fácil, puesto que ambas estaban sentadas en un árbol caído en los lindes de un bosque. En un momento dado, Loss se puso en pie lentamente. La Dama reaccionó de inmediato, pero no como Loss esperaba.

—Vete, Loss.

La discípula miró a su maestra sin comprender. Vio un vacío en los ojos de la Dama.

—Vete —repitió—. Vete sin despedirte. Debes escoger tu propio camino. Ahora.

Loss se quedó atónita. La tristeza, la sorpresa y el dolor competían por un primer puesto. Quería decir algo, pero cambió de idea, dio media vuelta y empezó a caminar. Por un momento, deseó que se tratara de una broma, aunque la Dama nunca antes había hecho ese tipo de bromas. A medida que Loss se alejaba de ella, su tristeza iba en aumento. Al caer la noche, buscó un lugar para dormir en un pajar abandonado. Permaneció acostada y despierta largo tiempo, y cuando por fin concilio el sueño en mitad de la noche, tuvo visiones inquietantes, que no pudo recordar al despertarse al día siguiente.

Desalentada, siguió caminando. A lo lejos vio una aldea. Loss se quedó paralizada de pronto, como fulminada por un rayo. En un banco, bajo un roble, se encontraba la Dama. ¿Cómo había sido capaz de llegar antes que ella?

La Dama sonrió.

—El reencuentro, Loss, es uno de los momentos más puros y hermosos de una vida humana, especialmente cuando la persona con la que vuelves a encontrarte es a la que más amas, y si el reencuentro es por completo inesperado.

La Dama se puso en pie.

—Vamos, debemos seguir.

Estupefacta, dividida entre el asombro y la dicha, Loss siguió a su maestra hasta la aldea.

LADY ASRATH DE OSCURA,

Peregrinaje hacia el alma

El dulse se giró ágilmente para encontrarse frente a frente con un Dargyll sonriente. El mago hizo un gesto apaciguador con su mano derecha. En la izquierda, sostenía un báculo de madera retorcida de sauce, profusamente decorado.

—¿Asustado, tú? —preguntó mientras acariciaba el pomo dorado del báculo con movimientos estudiados de sus dedos—. Sabes que hace años que vago por estos parajes.

Tendió el báculo al dulse. Ambos sintieron la indecisión y la presión sobre la madera caliente. Dargyll se resistía a entregar la vara; se había acostumbrado demasiado a aquel objeto de poder. Con un movimiento brusco y decidido, finalmente lo colocó al alcance de las manos de Aernold.

—Lo necesitarás más que yo. En los próximos días, confiaré en mis propios recursos.

El dulse tomó el báculo sin decir una palabra. Un intenso silencio descendió sobre el abismo.

La palabra confianza es peligrosa —susurró el dulse dentro de la mente de Dargyll—. En nuestros círculos, la confianza se basa en la investigación más rigurosa, que a su vez se basa en la máxima desconfianza.

¡Ah, el lenguaje de la mente! —dijo Dargyll—. ¿Crees que alguien nos está escuchando?

Estamos tan sólo a unos cuantos aleteos de Welden Taylerch, Dargyll. La mitad de los jugadores todavía se encuentran en los alrededores, y ambos somos conscientes de sus poderes. ¿Por qué arriesgarnos?

Tienes razón, Aernold, como casi siempre. Pero no dispongo de demasiado tiempo, y lo mismo le sucede al reino. Estamos esperando el siguiente ataque del Oscuro. Es impredecible, como de costumbre. Quién sabe, puede ser que la magia incolora llegue incluso a los abismos.

Lo dudo. De todos modos, los mensajes que me han llegado a través de palomas mensajeras hablan de otra amenaza. Algo está sucediendo en el suroeste, cerca de las Melisas y de Ostander. Alguien poderoso está reuniendo a bandidos y saqueadores, y está formando un considerable ejército con todos esos elementos distintos. Creo que sé de quién se trata.

Dargyll parecía no escuchar.

Hay algo más —dijo, interrumpiendo las palabras del dulse—, tengo importantes noticias: mi hijo posee el Poder.

El cuerpo del dulse se conmocionó. Los nudillos de la mano con la que sostenía el báculo palidecieron y su rostro quedó paralizado. Había un fuego pálido en sus ojos.

El Poder —susurró, asombrado—. El arte de la sangre antigua. La runa. Pero eso significa

Eso significaría que mi hijo podría acabar con el ciclo; podría incluso eludir su destino.

¡Pero sólo si la piedra está en sus manos!

El dulse casi había dado la espalda a Dargyll, pero súbitamente se volvió hacia el mago.

¿Le has dado la piedra?

Dargyll le ofreció una amplia sonrisa.

¿No creerías que me iba a olvidar de la piedra, Aernold? ¿No pensarías que iba a permitir que mi hijo fuera hacia su destino sin un método para defenderse?

El Poder y la piedra… ¿Podría suceder realmente, después de todo?

Puede ser que la piedra tenga cientos de años de antigüedad, pero no ha perdido ni un ápice de su poder; al contrario, ahora es más poderosa. De hecho, definiría su poder como ilimitado. No hay ningún otro objeto con más poder en todo el reino, con excepción, tal vez, del trono de hueso.

Eso es cierto —le interrumpió el dulse, y acto seguido añadió esperanzado—: Quizá todo concluya como esperamos, ¿no te parece, Dargyll?

Quería contarle tantas cosas…, pero me lo impidieron los Ayinti. Esta vez, al igual que en las trece ocasiones anteriores, supervisaré todo el proceso bien de cerca. Siempre estuve presente, porque existía la posibilidad de que el ciclo llegara a su fin. Si Lethe llega a darse cuenta de sus capacidades, si es consciente de lo que tiene en sus manos y es capaz de descubrir lo que podría hacer con ello, si finalmente consigue imponerse, sólo entonces nuestros sueños se harán realidad.

Demasiados condicionantes —suspiró el dulse—. Pero ¿no es cierto que su otra mitad es su media…?

Sí lo es —replicó Dargyll, y a continuación añadió—: Eso es todo lo que puedo decir.

Debemos tener en cuenta, además, la runa de la espada —prosiguió el dulse.

—¡Ah, sí, Rax! Pero eso no depende de nosotros, Aernold. Aunque algunos presagios del futuro indican que podrías verte involucrado en esa cuestión.

El dulse no hizo ningún comentario. Se limitó a asentir con la cabeza lentamente. Empezó a caminar de nuevo. Dargyll permaneció en silencio.

—¡La Dama! —exclamó de pronto—, no debemos olvidarnos de la Dama. La trama es compleja. La Dama debe llegar a tiempo y actuar correctamente. Las probabilidades de éxito son mínimas…

El dulse parecía no escuchar a Dargyll. Se dirigió hacia el norte con paso ligero y ojos brillantes.

—Pero eso déjalo en mis manos —dijo Dargyll, riendo—. Adiós, Aernold.

Aunque las últimas palabras no fueron pronunciadas en voz demasiado alta, el dulse se volvió hacia él de inmediato.

—¿Adiós? ¿Piensas realmente que no volveremos a vernos? ¿De verdad crees que tu hijo es el Sin Magia del que hablan los Apodictos?

Dargyll le ofreció una amplia sonrisa mientras hacía un elegante gesto con el brazo.

—Mi querido Aernold, si hay algún No Mago apropiado, es éste, puesto que es fruto del amor.

El dulse desanduvo sus pasos, miró fijamente a Dargyll a los ojos y en lo más profundo de ellos pudo ver la verdad.

—Sí, Aernold —dijo Dargyll—: yo amaba a Janila, y sigo amándola. Desearía poder volver. Me gustaría pasar el resto de mis días en Loh. Sí, daría incluso mi larga vida por ello.

A Dargyll le temblaba la voz. Consiguió controlar sus emociones antes de volver a hablar.

—Por cierto, Aernold, ésta es mi respuesta —empezó a decir con firmeza—. Sabes mucho, pero con toda seguridad no lo sabes todo. He decidido hacerte partícipe de un secreto, un secreto de gran importancia que ha superado el paso del tiempo, de muchos, muchos siglos, uno de los pocos misterios que desconoces. ¿Te has preguntado alguna vez quién de nosotros es mayor?

En el rostro de Aernold se apreciaba un atisbo de auténtica sorpresa.

—¿Quién es el mayor? ¿Pretendes decirme que eres más viejo que yo, Dargyll? ¿Tan poco sé sobre ti?

Dargyll salvó la distancia que le separaba del dulse con un par de zancadas y tomó la muñeca de su mano izquierda entre las suyas.

—He visto cómo un siglo daba paso a otro en múltiples ocasiones, en lo que para mí era un abrir y cerrar de ojos. Los años se me antojaban días. Sé qué edad tienes exactamente, querido Aernold. Te he visto crecer. Te he venido observando desde que eras joven, porque sabía que desempeñarías un papel importante en la estructura del ciclo que se extiende a través de los siglos, y no era una simple sospecha, sino una certeza. Incluso, entonces, emanabas oleadas de magia.

—En este momento, en este cuerpo, ya no soy mago, Dargyll. Ese pensamiento me reconforta. Cuando era mago, la magia ejercía demasiada presión sobre mí.

—De todas maneras —le interrumpió Dargyll—, tienes derecho a saberlo, Aernold, porque has dedicado toda tu vida a los habitantes de este mundo.

Las palabras elegidas por Dargyll hicieron que el dulse frunciera el ceño; el asombro, que rara vez podía leerse en su rostro, suscitó la aparición de arrugas en su piel.

Dargyll le tendió las manos, riendo.

—Soy viejo, Aernold. Yo también he compartido mi vida con muchos otros seres. Soy una de las criaturas más viejas de este mundo, más vieja incluso que el ciclo.

El dulse se aferró a la capa de Dargyll, y susurró, con los ojos muy abiertos:

—¡Dargyll! ¡Eso no puede ser cierto. Creía que ya nada podría sorprenderme, pero me equivocaba! ¿Cuál es tu función en el ciclo?

—Una función primordial —dijo Dargyll—. Yo pude prever la necesidad del ciclo.

El dulse dio un grito ahogado.

—¿Una función primordial? ¿En la Gran Leyenda? ¡Eso es lo que Imfarse quería decir cuando afirmaba que había pasado algo por alto!

—Pero ya es suficiente —prosiguió Dargyll en un susurro—. He opuesto resistencia a los dioses; he evitado participar en batallas sangrientas porque no tenían relevancia para el ciclo, he contemplado el gran desastre, a pesar de que intenté reducir sus consecuencias al máximo, he observado en silencio el asesinato de reyes, emperadores y desrans, o cómo éstos conspiraban unos contra otros. No intervine en las tragedias que supusieron el fin de naciones, de individuos. He permitido que alguien muy poderoso huyese de este tiempo hacia el pasado, aunque todo mi ser deseaba impedir su huida, en caso necesario mediante la fuerza letal de la magia. Y todo ello para salvaguardar la gran trama. Durante todos estos siglos he guardado un secreto, que no he revelado a nadie hasta hoy. Y lo he hecho porque probablemente nunca volveremos a vernos.

—¿Realmente lo crees así? ¿De verdad crees que no volveremos a vernos?

Aernold estaba de pie, muy cerca de Dargyll, y le miró con los ojos anegados en melancolía. Su voz se convirtió en un susurro.

—Yo también tengo una sorpresa para ti, Dargyll. Antes de ser Randole, yo tenía un nombre distinto.

Ahora fue Dargyll quien demostró sorpresa, rayando en la estupefacción.

—¿Antes te llamabas Randole?

—Más tarde, en la isla de los Nibuüm, me gustaría contarte cómo sucedió todo. El nombre que utilicé más a menudo fue Jaëndel, una variante de…

Dargyll palideció. Sus ojos miraban más allá de Aernold. Este último se giró hacia atrás. La niebla amarilla avanzaba por el abismo hacia ellos.

En dos zancadas, Dargyll llegó hasta donde el dulse se encontraba y lo arrastró fuera del alcance de la niebla, tirando de él por el cuello de la toga.

—De prisa —bufó.

Aernold sabía cuándo había que ahorrarse las preguntas. Empezaron a correr. Cuando les pareció que estaban fuera de peligro, Dargyll redujo el paso.

—El Oscuro nos está buscando, Aernold —dijo Dargyll—. No debemos enfrentarnos a él tan pronto; por eso te saqué de allí.

El dulse asintió.

—Ya hemos hablado bastante, Aernold —prosiguió Dargyll—. Tal vez incluso demasiado. Aquí debemos separarnos. Tu camino te devolverá a tu hogar; el mío me conducirá a la isla de los Nibuüm. Todavía quedan muchos preparativos pendientes allí.

—Quizá volvamos a vernos, después de todo —dijo el dulse, pensativo. Parecía aceptar la repentina prisa de Dargyll y su negativa a seguir hablando del pasado—. En uno de los presagios del futuro navego hasta esa misma isla en compañía de unos cuantos individuos valerosos. Si eso no llega a suceder, adiós, Dargyll.

Dargyll hizo un gesto apaciguador. Sus ojos inquietos miraban alternativamente al horizonte y al dulse.

—¡Espera!

De repente, las lágrimas anegaron sus ojos.

—¿Por qué no dijiste nada? —dijo con la voz entrecortada—. ¿Después de todos estos siglos?

Aernold sonrió y le dio unas palmaditas en el hombro, casi con timidez.

—¿Por qué no dijiste nada tú? ¡Durante todos estos siglos he estado buscando a aquel que creó todas estas tramas! Con esquemas muy superiores a los míos en complejidad y color, así como en intencionalidad. Debería haber reconocido tu firma, pero no me dediqué a interpretar las señales.

—Ninguno de los dos sintió la necesidad de revelar su verdadera identidad —concluyó Dargyll—, así que nadie tiene la culpa.

El dulse sonrió con cierta tristeza.

—Tienes razón, pero no deja de ser una pena.

Lanzó una mirada a los lejos por encima del hombro de Dargyll.

—He enviado a Sabiduría para ayudar al Sin Magia.

Los ojos de Dargyll se iluminaron.

—Sabía que alguien o algo se había puesto en marcha, pero no había conseguido descubrir de qué se trataba. Ahora todo encaja. ¡Ah, Sabiduría…!

El rostro de Aernold se ensombreció.

—Tú sí sabes contra quién estamos luchando, ¿no es así, Dargyll? Tú sí sabes por qué nos aferramos a esta vida, a esta cadena de vidas.

—Lo sé, Aernold. Si sólo se tratase del Oscuro, las vidas de ambos serían mucho más sencillas. ¿Recuerdas su nombre?

Aernold asintió con una amarga sonrisa.

—Perfectamente, Dargyll, a pesar de que aquí casi siempre se manifiesta en forma de hombre. El Pacto la denomina «la jugadora solitaria». ¿Es cierto que sólo le quedan dos vidas?

Dargyll asintió.

El dulse dejó caer la barbilla sobre su pecho por un instante.

—En los últimos siglos cada vez me ha costado más aferrarme a esta larga vida. Los Ayinti me lo han puesto difícil, pero no ha sido sólo por eso.

—¡Ah, los Ayinti! —murmuró Dargyll—. ¿Qué era aquello a lo que solían llamar Ayintan en los viejos tiempos? —Una profunda arruga surcó su frente—. Whedeyard —dijo de pronto—. Recibía el nombre de Whedeyard, ¿recuerdas? Mi madre…

Entonces, hizo una pausa y se quedó con la mirada perdida en la distancia. El dulse se dio cuenta de que estaba mirando al pasado, envuelto en recuerdos, pérdidas y dolor. Lo sabía, porque a él solía pasarle lo mismo a menudo. Por mucho tiempo que dure la vida, es imposible prepararse para la pérdida y el dolor verdaderos.

—El tiempo, a veces, nos juega malas pasadas —prosiguió finalmente Dargyll en tono amargo—. El mundo cambia y los idiomas cambian con él. Recuerdo hasta diez nombres distintos de Whedeyard. Nosotros también cambiamos, pero siempre hay algo que nos devuelve a nuestro lugar de nacimiento, a nuestra infancia.

Se quedaron unos minutos allí, de pie: Dargyll, con la mirada baja; el dulse, con los ojos cerrados. Una brisa fresca acarició sus caras, como el roce fugaz de una mano. El pasado, el presente, los recuerdos y la preocupación por el futuro incierto se abrían paso rugiendo a través de sus mentes.

Ha pasado tanto tiempo —dijo suspirando Dargyll en el lenguaje de la mente.

Aernold se limitó a asentir con la cabeza y después respondió en voz alta.

—Sí, Dargyll, tantas gentes, criaturas a las que llegamos a conocer y que ahora… —El dulse se mordió el labio inferior y asintió lentamente. Después volvió a repetir—: Pero no ha sido sólo por eso. Mientras la vida se alarga, su hebra se vuelve cada vez más fina. Yo mismo estoy deseando la muerte.

Esperaba una respuesta más vehemente, pero sólo vio la mirada comprensiva de Dargyll.

Sé lo que quieres decir, Aernold —susurró con voz apagada en el lenguaje de la mente.

Durante unos instantes, permanecieron con la mirada fija al frente, sin decir palabra.

—Bueno, entonces espero que ésta no sea la despedida definitiva —susurró Dargyll—. No todavía, porque tenemos muchas cosas que contarnos. Adiós. La isla de los Nibuüm. Adiós, Aernold, Randole, Jaëndel.

Permaneció en silencio unos momentos, y sopesó la mirada del dulse. Un torrente de alegrías y penas compartidas fluyó entre ellos. Dos largas vidas habían vuelto a encontrarse.

—Endil —susurró Dargyll por último, en el límite de lo audible.

D'Anjal —respondió Aernold, conmovido, en el lenguaje de la mente. Y tras otro silencio—: Jyll.

Se dieron un largo abrazo, como si ninguno de los dos estuviera dispuesto a dejar marchar al otro. Intercambiaron recuerdos, cada uno de los cuales se incorporaba a la memoria perdida de la mente del otro. No consiguieron en modo alguno sorprenderse. La mayor parte de lo que uno sabía el otro ya lo sospechaba.

Finalmente, ambos dieron un paso atrás, como si se hubieran puesto de acuerdo. El dulse dio media vuelta y se dirigió hacia el norte sin mirar atrás. Dargyll esperó hasta que hubo desaparecido de la vista.

—Todos estos años —murmuró para sí mismo. Al parecer, él también había estado utilizando el lenguaje de la mente, puesto que el dulse respondió.

Todos estos siglos hemos estado actuando uno alrededor del otro, pero ninguno de los dos lo sabía. Me sorprendían las tramas que eclipsaban a las mías en todos los aspectos. Decidí seguir su progreso, limitarme a observar, tal como hicieron una vez las criaturas de la tierra. Por fin, decidí colaborar yo mismo en su desarrollo, sin conocer al Tejedor. Y ahora soy un elemento esencial en tu Gran Leyenda. ¡Ah…!

El dulse, por fin, guardó silencio.

Dargyll tragó saliva para intentar deshacer el nudo que tenía en la garganta y decidió sofocar la melancolía. Negó con la cabeza, miró en derredor y masculló unas palabras que parecieron congelarse en el aire. Inmediatamente, sus contornos empezaron a cambiar. La toga se convirtió en un tupido plumaje. Tras unos instantes, un águila imperial gris alzó el vuelo y se dirigió, lenta pero decididamente, hacia el sur.