31
Los pescadores de Ribbe
¡Su memoria!
Nunca antes conocí a alguien con semejante memoria. Era fascinante, como mirar en el interior de un espejo. Aguda como un puñal recién afilado, clara como las aguas de la bahía de Tayrin.
Nunca supe si formaba parte de sus habilidades no mágicas, pero la precisión con la que describía cualquier acontecimiento del pasado era escalofriante. Era capaz de recordarlo todo, hasta los detalles más nimios.
Describía los movimientos y ademanes de otras personas, y podía repetir conversaciones que habían tenido lugar hacía años palabra por palabra, con la cadencia y el tono de voz exactos del orador. ¡Ah!, si yo hubiera contado con una habilidad semejante, podría haber llevado a buen término mi misión de forma mucho más satisfactoria.
Mis días con el Sin Magia,
Manuscrito del compañero sin nombre
Se encontraban a menos de un día de camino de Yle em Arlivux. Estaban exhaustos. Se habían visto obligados a caminar en medio de varias tormentas de nieve, que habían dificultado su marcha considerablemente. Al llegar a una zona boscosa que presentaba unas grietas poco profundas y algunas cuevas, decidieron recuperar antes que nada varias horas de sueño. Se instalaron en una cueva poco profunda, cuyo único acceso era una cornisa resbaladiza, de dos palmos de ancho. Recogieron leña para hacer un fuego. Pit se ofreció a hacer la primera guardia, y los demás aceptaron su propuesta.
Muy pronto, todos dormían. Pit no malgastó el tiempo. Se aseguró de que nadie pudiera verla desde la cueva. No sentía la gélida caricia de los copos de nieve, ya que se había cubierto con una manta por encima de la toga. Intentó determinar si en verdad se estaba volviendo adicta al Poder, o si se trataba simplemente de obstinación. Sin duda, anhelaba el Poder. El hormigueo inherente al Poder le proporcionaba una sensación de euforia. Intentó convencerse a sí misma de que sólo lo utilizaría para encontrar a Lethe, para hablar con él si era posible. Sin embargo, al pensar en el Poder, empezaban a temblarle las manos, y sentía que un agradable escalofrío le recorría la espalda.
Sacudió la cabeza involuntariamente, como para desechar aquel pensamiento; era consciente de que haría lo que tenía que hacer, fuera como fuese. Sentía en su interior un impulso irrefrenable, que ni siquiera su maestro podría domeñar.
Cerró los ojos y posó las manos sobre las rodillas. En el interior de su mente, se hizo la oscuridad. La noche, seguida de cerca por el silencio, se apoderó de ella. Su olfato volvió a agudizarse. Un fuerte aroma de hierbas penetró por sus orificios nasales. Empezó a palpar a su alrededor con sus dedos espirituales, hasta rozar el cuerpo invisible de su mente, que se puso en pie. Abandonó su forma física y se dejó llevar por los vientos nocturnos. Poco después, flotaba entre los gruesos copos de nieve sobre el espejo negro del mar, justo en el lugar en el que dejaba de ser el mar Blanco para recibir la denominación de Aguas Negras, arropada por una toga de frío.
En el mismo lugar en el que se había encontrado el día anterior, atravesó el espejo de la superficie del agua para sumergirse en busca de Lethe. Estaba segura de que se trataba del mismo lugar, y sin embargo, algo había cambiado. Era como si una impaciente expectación paralizara el mundo submarino. Algo estaba a punto de ocurrir, y el mundo acuático lo percibía. Enormes bancos de pez piedra nadaban en una única dirección, seguidos por un pez de mayor tamaño. ¿Se apresuraban en busca de algo, o por el contrario, huían?
Al acercarse al lugar en el que había sentido la presencia anteriormente, Pit se detuvo. Tanteó su alrededor. Seguía siendo una experiencia abrumadora, como si observase el verde mundo ondulante con mil ojos, y cada uno de ellos tuviera un ángulo de visión ligeramente distinto. Tras examinar sus alrededores durante algún tiempo, vio cómo una sombra apenas perceptible empezaba a cobrar forma, a unos dos metros del fondo arenoso. Intentó deducir qué era, ubicar aquella silueta. ¿Se trataba de un pez de dimensiones extraordinarias? Intentó también calcular el tamaño de la forma, de varios cientos de metros de ancho, tal vez incluso un kilómetro. Se dio cuenta de que, en realidad, no sabía a qué distancia se encontraba de aquella figura. Vaciló. Su voz interior le advirtió que no debía acercarse más a ella. Sus dudas dejaron de tener sentido cuando la forma ganó densidad y se tornó más oscura en contraste con el fondo de color de jade. ¡La sombra había empezado a moverse!
El recuerdo de un día en la playa de Wering se deslizó por el umbral de su conciencia, dividida en más de mil esquirlas. En la marca que dejaba la marea, había un pez enorme, de forma plana, de color marrón grisáceo, con una cola semejante a la de un escorpión; un animal casi cuadrado provisto de unos ojos saltones en la parte superior del cuerpo. Su piel era rugosa y, a lo largo de la espina dorsal, sobresalían púas, que le llegaban hasta la cola. Nunca antes había visto un pez semejante. Más tarde preguntaría a Llanfereit su nombre, porque en aquella época sentía la necesidad de conocer los nombres de todo lo que veía. Llanfereit le mostró algunos dibujos que representaban, como mínimo, a veinte especies distintas de peces de forma plana. Finalmente, decidieron que se trataba de una raya espinada.
Con un movimiento ondulante y extremadamente lento, el cuerpo del pez (ahora estaba segura de que se trataba de un pez, aunque sus dimensiones le resultaran incomprensibles) avanzó hacia ella. Los movimientos ondulantes venían acompañados de prolongados latidos, que hicieron que Pit se estremeciera. El cuerpo levantaba nubes de arena mientras arrastraba largos mechones de algas y kelp marrón tras de sí, como cuerdas deshilachadas. La parte inferior del cuerpo era blanca, y el lomo, de color gris oscuro, con manchas amarillas. Pensó que, de algún modo, le recordaba a una gran ave de vuelo lento. Alrededor de aquel cuerpo de tamaño inverosímil, se arremolinaban y pasaban como flechas miles de peces de todas las formas y colores posibles, que, a pesar del aparente caos, seguían sus movimientos, y se dejaban llevar por su estela como si también formasen parte de la criatura. Esquivaban sus púas, del tamaño de un ser humano y que sobresalían de su cuerpo como largas espadas, arremolinándose, dándose alcance, sumamente atareados en su quehacer incomprensible, nadando hacia destinos desconocidos. Cuando la criatura se acercó un poco más, Pit pudo apreciar que cientos de peces y otras criaturas marinas estaban posados en el lomo, literalmente adheridos a la piel llena de cráteres.
Muy poco a poco se abrió una ranura de por lo menos quinientos metros de longitud. Caracolas, langostas diminutas, gusanos y otras pequeñas criaturas marinas se deslizaron hacia el interior de la boca, que volvió a cerrarse con idéntica lentitud.
Entonces, pudo verle los ojos: eran dos enormes semicírculos amarillos situados en la parte superior de la cabeza, cubiertos por dos párpados marrones, que se abrían y cerraban con pesadez. Cuando volvieron a abrirse, Pit tuvo la impresión de que la criatura la miraba fijamente, pero en seguida comprobó que no estaba en lo cierto. Su mirada vidriosa pasó de largo, a través de su cuerpo escindido de Poder, como si no hubiera pasión ni tampoco inteligencia detrás de aquellos ojos. El animal pasó nadando por encima de su cabeza. Era mucho mayor de lo que había imaginado. Sintiéndose sobrecogida, dejó escapar un profundo suspiro mental mientras la criatura pasaba moviendo lentamente sus aletas por encima de ella, ondulándose al ritmo del mar. Cuando la figura ya la había dejado atrás, Pit apreció la cola llena de púas, que se deslizaba, sinuosa, tras el cuerpo como una serpiente gigante.
Únicamente cuando volvió a ver la distante luz verdosa, percibió una presencia en un nivel mental. Era una mente del tamaño de una catedral, una conciencia oscura. Pero se dio cuenta de que no se trataba de una criatura oscura, sino de que moraba en una noche creada por ella misma, en un sistema de pasadizos que se movían, brillaban, latían. Era un laberinto con vida. Su mente perspicaz conjugó sus conocimientos y su intuición, y al instante resolvió el misterio de la visión que le ofrecía su millar de ojos. Mentalmente, intentó recobrar el aliento.
Algo se movía en el interior de la presencia oscura. Una minúscula chispa amarilla refulgía en el interior de una estancia con forma de cúpula. Pit avanzó hacia ella lentamente.
—¿Eres tú, Lethe?
Formuló aquella pregunta sin pensar. Una voz mental colmada de asombro y de dicha respondió:
—¿Pit? ¿Eres tú? ¿Eres tú, de verdad?
Pit condujo las esquirlas de su ser hacia la chispa. El diminuto alfiler de luz se convirtió en una llama. Cuando reunió el valor para acercarse un poco más, dentro del aura de la presencia, la llama dio paso a una viva hoguera. Vaciló.
—Ven —susurró la voz de Lethe muy cerca de ella.
Pit penetró deslizándose en el fuego. Una sensación cálida la rodeó.
—Pit.
Percibió un temblor como un sollozo en la voz de Lethe. La soledad, el pánico, el alivio, la dicha y media docena más de sentimientos quedaron recogidos en aquella única palabra, su nombre. Pit deseaba abrazarle, pero no había cuerpo ni brazos para semejante gesto. Sólo contaban con palabras, el lenguaje de la mente.
—¡Lethe, te he encontrado, y estás vivo!
—Estoy vivo —confirmó—. Pero mi cuerpo está… en otro lugar.
Pit no le oyó, tal vez no quería oírle. Disfrutaba con su sola presencia, como siempre. Su mente se regodeó en la calidez que le ofrecía Lethe.
—Hoy es el día —dijo Lethe—. Hoy me fundiré con el Señor de las Profundidades. Después seré…
Se interrumpió bruscamente. ¿Acaso le estaba ocultando algo?
—Antes me gustaría tener ocasión de descansar un poco —prosiguió en voz baja.
Por primera vez, percibió cierta desesperación en su voz. No sabía cómo consolarle. Una sensación de anhelo hacia otros tiempos, otra vida, se apoderó de ella. ¿Cómo podían haberse visto involucrados en todo aquello? Su corazón ansiaba una vida normal para ella y para Lethe, pero sus nombres estaban vinculados a un destino distinto.
—No hay descanso para nosotros —dijo Lethe. Daba la impresión de que había aceptado por completo su destino.
Entonces, de pronto, Pit lo supo.
—¡Iré contigo! —dijo casi gritando—. Me quedaré contigo, escondida en el interior del Poder.
Lethe guardó silencio, perplejo. Pit casi pudo sentir cómo analizaba todos los aspectos de su propuesta.
—Hoy me entrelazaré con la Dama del Alba —empezó a decir con cautela después de unos minutos—. Supongo que su mente y la mía se fundirán en una sola, de alguna forma. Ella es la única que puede despertar al Señor de las Profundidades. Me pregunto si ese proceso se verá obstaculizado si te quedas conmigo.
Pit reflexionó acerca de aquella posibilidad.
—Me quedaré contigo —dijo finalmente—. Si Gyndwaene, Asayinda, descubre mi presencia, siempre estaremos a tiempo de decidir si debo marcharme.
—¿Y qué pasará con los demás? —preguntó Lethe.
Pit le puso al corriente de los últimos acontecimientos, desde que Lethe había desaparecido bajo las aguas.
—¡La mujer pájaro! —exclamó Lethe cuando Pit le narró la muerte de Danker—. La he visto en uno de mis sueños. Tengo la impresión de que quería advertirme de algo.
Cuando Pit terminó de hablar, ambos sintieron la presión en aumento de una presencia que se aproximaba a la cúpula.
—Son los que me precedieron, vienen del laberinto —masculló Lethe.
Pit permaneció callada e intentó hacerse tan invisible como pudo en el interior de los pensamientos de Lethe. De pronto, se acordó de la enorme raya espinada. Quería haberle hablado de ella, pero una voz perforó su mente y le provocó un intenso dolor.
—Lethe, ¿estás preparado?
—No —respondió Lethe con franqueza—. ¿Cómo puedo estar preparado para algo que desconozco, que no sé cómo sucederá y que, honestamente, me hace temblar de miedo?
—Es como si nos estuviéramos oyendo hablar a nosotros mismos —respondió la voz con cierto tono sarcástico; pero curiosamente aquel comentario sirvió para reconfortar a Lethe.
No era el único que había tenido que pasar por aquello; ciento trece personas, de carne y hueso, le habían precedido, y seguían vivas, aunque de una forma inimaginable. ¿Era eso un consuelo?
—Ha llegado la hora. La Dama ha dispuesto su mano sobre el Pilar. Muy pronto se unirá a nosotros. Deberemos abandonar el laberinto y dirigimos hacia los dominios del Señor de las Profundidades.
—Creía que nosotros éramos el Señor de las Profundidades, ¿no es así? —dijo Lethe, sorprendido.
La voz respondió inmediatamente.
—Somos parte del Señor de las Profundidades. Su verdadera forma, sin embargo, no se encuentra en el interior del laberinto. Espera, deja que lo que tenga que suceder suceda. Vacía tu mente; quédate vacío en la medida en que te sea posible.
Aquella petición le parecía imposible. Las preguntas se agolpaban en su conciencia, en su retina ardían imágenes, y casi todas las sensaciones de miedo que podían apoderarse de un ser humano parecían acechar en el lugar más recóndito de sí mismo. ¿Cómo podría vaciar su mente en aquellas condiciones?
—Intentaré ayudarte —susurró Pit en su interior.
No estaba solo. Eso le consolaba, pero ¿de qué le servía el consuelo cuando se encontraba a las puertas de un proceso equivalente a la muerte?
—Quédate aquí, en el interior de la cúpula —dijo la voz—. Abandonarás esta estancia únicamente cuando se te haga llamar.
La voz se esfumó, junto con la presencia. Se hizo el silencio.
—Lethe —susurró Pit transcurrido un tiempo—, ¿dónde tienes…, dónde tenemos que ir, después?
—¿Dónde? ¿Qué quieres decir?
—Después, cuando el entrelazado haya sido consumado, cuando se despierte el Señor de las Profundidades.
Lethe reflexionó.
—No lo sé —se limitó a decir—. Debemos encontrar la morada oculta del Oscuro, pero no tengo la menor idea de dónde se encuentra.
Pit caviló también unos instantes.
—¿No tenemos ninguna pista?
Lethe profirió un suspiro.
—En realidad, no sé…
Lethe calló a mitad de la frase de forma tan brusca que Pit temió que le hubiera ocurrido algo.
—¿Lethe?
—¡Ahora lo sé! —anunció. Inmediatamente, no obstante, matizó sus palabras—: Creo que sé dónde podemos encontrar al Oscuro. Escucha: cuando abandoné Loh en compañía de Matei, algo muy extraño me sucedió en las proximidades de Ribbe. Cerca de sus abruptas costas, al sur de la isla, observé a un pescador mientras arrojaba una red triangular. Algo en mi interior quedó como hipnotizado por esa imagen, y me dijo que aquella acción tenía importancia. En aquel momento, eso me sorprendió. ¿Por qué un acto rutinario como aquél era tan importante? Ahora lo sé. El Oscuro desplegó su red de magia incolora en primer lugar sobre las Rompientes Exteriores. Durante mucho tiempo, Matei creyó que el Oscuro se ocultaba en aquellas islas. Encomendó incluso a dos habitantes de V'ryn del Norte que estuvieran alerta ante cualquier indicio de pulverización, pero también les instó a buscar el escondrijo del Oscuro.
Hizo una pausa para encontrar las palabras adecuadas.
—¡Pero no es así! No deberíamos buscar en las Rompientes Exteriores. Si el Oscuro arrojó su red de magia incolora sobre las Rompientes Exteriores o en sus proximidades, como un perverso pescador cuya intención es abarcar el reino entero, el extremo de la red se encontraría en el punto más alejado de aquellas islas.
Pit inhaló aire de forma audible.
—¿Estás diciendo que la guarida del Oscuro no se encuentra en las proximidades de las Rompientes Exteriores sino en sus antípodas?
—Exactamente. Cuanto más lo pienso, más convencido estoy de estar en lo cierto. ¿En qué lugar le convendría más estar al Oscuro al arrojar su red sobre las Rompientes Exteriores? En el punto más distante de aquellas islas. ¡La guarida del Oscuro debe encontrarse en las proximidades de la isla Oscura!
—¿Oscura? ¿La isla más desolada del reino?
Al decir esto, Pit se dio cuenta de que precisamente la desolación era ventajosa para el Oscuro. No había lugar más desierto en todo el reino. Después de todo, debía haber alguna razón para llamar a su volcán inactivo el Fin del Mundo.
—¿Sabes una cosa? —dijo con cierto tono de sorpresa tras un breve silencio—. Mi maestro, Llanfereit, en una ocasión sugirió eso mismo. Su razonamiento era distinto al tuyo. Pensó en la isla Oscura por las referencias que encontró en algunas leyendas sobre la nación más antigua y en algunos escritos de los Nibuüm.
Lethe se disponía a responder, cuando la presencia volvió a hacer aparición.