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El nuevo desran

Lethe se mantiene firme,

donde otros erraron.

Lethe y su voluntad hacen

que las palabras regresen a su canción.

Lethe detiene el oleaje

como si amainase el viento.

Lethe vacía

antes de que empiece la tormenta.

N'HAMMAT OUL DE SPEET, asceta y poeta

Para los héroes del reino

Lethe necesitó tres meses para recuperarse plenamente. Ayudaba a Pit en las tareas domésticas. Hablaban durante horas y horas. Lethe le contó muchas cosas sobre sus días como Señor de las Profundidades, cuando formaba parte de aquella criatura, pero se reservó otras tantas informaciones para sí mismo, y Pit lo sabía.

En el quinto día del mes de Ulten Eqinex, a principios de verano, recibieron un mensaje de una paloma mensajera, en el que se les informaba de que esa vez parecía realmente que Marakis iba a morir.

«Debéis venir a la corte —rezaba el mensaje con la firme caligrafía de su hijo mayor, Hiridel—. Hemos enviado un barco con rumbo a Oscura para recogeros. Aún queda por completar esta parte de la Gran Leyenda».

—¡Ah, sí! —susurró Lethe, con un atisbo de sorpresa.

A Pit le ardían los ojos, anegados en lágrimas de conocimiento. Lethe pudo leer en su mirada una mezcla de alegría y tristeza.

—Has estado a mi lado varios meses —murmuró—, pero sospechaba que te esperaba esta misión. Tu misión, Lethe.

—Mi misión —confirmó Lethe. Su mirada se quedó prendida en el horizonte neblinoso—. Mi última misión. Es necesario seguir todos los pasos indicados en la Gran Leyenda —concluyó con un tono apagado de voz, como si hubiera llegado el tan temido momento.

Hicieron los preparativos para el viaje, encargaron el cuidado de la cabaña, los animales y el jardín de Pit a unos vecinos, y se encaminaron hacia el pequeño puerto de Oscura cuando avistaron la vela blanca de una alta carabela en el horizonte, tres días más tarde.

—Es el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares de Wedgebolt —dijo Lethe, sin demostrar un ápice de sorpresa—. Su hijo, Torvelt, viene a buscarnos.

El navío surcó las aguas tranquilas hasta la ciudad de Romander. El hijo de Marakis les dio la bienvenida en el palacio de Kryst Valaere. En cuanto se asearon, se apresuraron hacia las dependencias de Marakis. La pálida figura, de mejillas y ojos hundidos, y mirada ensombrecida, descansaba recostada sobre su hijo, para ver mejor a Lethe y Pit.

—He estado esperándote. —La voz de Marakis apenas era un ronco susurro—. Háblame de nuevo de los días del Sin Magia, ese capítulo de la Gran Leyenda.

Lethe asintió y empezó a narrar su propia historia, comenzando por el día en que vagaba sin rumbo fijo por el Vencejo, en Loh. A veces, Pit retomaba el relato. Marakis clavaba alternativamente su mirada febril en ambos narradores. Cuando Lethe y Pit, por fin, callaron, Marakis gimió, cerró los ojos y susurró:

—Así es como tenía que ser. Todo llega a su fin.

Acto seguido, profirió un tembloroso suspiro, y murió.

El sepelio tuvo lugar cinco días más tarde. Era evidente que todos consideraban que había sido un buen desran: a la ciudad de Romander acudieron gentes de todos los confines del reino para presentarle sus respetos.

Cuando finalizó la ceremonia, Hiridel anunció desde la altiva terraza de palacio que no sería él, sino Lethe, quien sucedería a Marakis.

—Porque así está escrito en la Gran Leyenda. ¿Y quién soy yo para cuestionar sus palabras?

Al regresar al interior del palacio, Hiridel le condujo a la estancia del trono.

—Hay dos personas que desean hablar contigo.

Lethe alzó la vista. Al lado del estrado se encontraban Dargyll y Janila. El corazón le dio un vuelco. No se había atrevido a preguntar por ella, por miedo a oír que había muerto. La madre de Lethe aparentaba la misma edad que tenía cuando Lethe tuvo que partir. Su rostro estaba resplandeciente.

—Lethe —dijo en voz baja. Su sonrisa era la de una mujer joven.

Lethe profirió un grito de alegría, se precipitó hacia el estrado y la abrazó.

—Sí, hijo mío —dijo Dargyll, acariciando los cabellos de Lethe—. Como puedes comprobar, he decidido conceder a Janila, la mujer a la que quiero, tu madre, una larga vida.

Lethe abrazó a Dargyll.

—Pero todo tiene su precio —le susurró Dargyll al oído—. A cambio de prolongar su vida, eventualmente me convertiré en un ser mortal.

Alarmado, Lethe se apartó de su padre y retrocedió un paso.

—Pero…

Dargyll le hizo callar con un gesto de la mano.

—Debemos hablar, hijo.

Se volvió hacia Hiridel.

—¿Hay algún lugar en el que pueda hablar en privado con mi hijo?

Hiridel asintió y los condujo a la estancia contigua al trono. Cerró la puerta. Dargyll se quedó mirando fijamente al suelo unos momentos. Después, alzó la vista. Sus ojos reflejaban el paso de los siglos.

—Lethe —dijo—. He decidido que ya es suficiente. Ni siquiera recuerdo cuántos años llevo vivo. Puede ser que no sea fácil de entender, pero ansío la muerte. Un día, la criatura a la que conociste como el dulse, Randole, me dijo: «Todos los procesos propios de la vida, también lo son de la muerte». La vida tiene un principio y un fin. Y eso también es aplicable a mí mismo. El hilo ha estado tensado durante demasiado tiempo.

Lethe miró a su padre con los ojos entrecerrados.

—Comprendo —replicó—. He visto y he oído muchas cosas, y he tenido múltiples experiencias mientras formaba parte del Señor de las Profundidades. El primero de mis predecesores deseaba lo mismo.

Dargyll posó una mano en uno de sus hombros.

—Llevaré una vida normal, y seré feliz con tu madre. Pero cuando esta vida llegue a su fin, moriré. Janila ha sobrevivido a los setenta años de tu ausencia sin envejecer. Su tiempo también acabará en un futuro no demasiado lejano. Eso significa que mi inmortalidad deberá ser transferida a otro ser.

Lethe le miró boquiabierto. Dargyll sonrió un tanto atribulado.

—Sí, hijo mío, tú eres el único que puede llevar a cabo esta misión. La Gran Leyenda pertenece a todas las eras y debe ser llevada a cabo por el mejor mago.

—Pero yo soy el No Mago —consiguió decir Lethe, jadeando.

Curiosamente, no sabía si debía alegrarse. De pronto, una vida repleta de inseguridades y difíciles obligaciones se desplegó ante el ojo de su mente. El tiempo pesaba como una losa en su mente. ¿Acaso no había tenido bastante?

—El No Mago es mucho mejor mago que cualquier alto myster o mago en el mundo —le rebatió Dargyll—. Lo que hoy llamamos «no magia» será la magia más poderosa en el futuro, aunque no sea denominada como tal. Esa nueva magia residirá en el interior de una mente que conoce su lado oscuro, y que por lo tanto no permitirá que sus habilidades sean arrastradas al reino de las sombras. Los Nibuüm han dejado de existir; ahora eres tú el único ser digno de recibir este don.

Durante largo tiempo, Lethe miró a su padre a los ojos. La mirada abatida de su padre reflejaba todos los siglos que se habían deslizado en un abrir y cerrar de ojos. También hablaba de un conocimiento vivido intensamente, y lleno de felicidad y tristeza.

—Tengo otra sorpresa para ti —dijo Dargyll en voz baja, mientras posaba su mano sobre la nuca de Lethe para atraerlo hacia sí, hasta que sus cejas se rozaron—. No estarás solo durante tu larga vida. Tu hermanastra te acompañará en tu largo viaje. Ahora no le es posible porque primero… debo hacer espacio para ella. Lo sabrás cuando llegue el momento. Juntos llevaréis esa carga, juntos compartiréis lo bueno y lo malo. Pero ahora tú eres el Tejedor, Lethe, y transmitirás la Gran Leyenda a través de los siglos venideros. Sé un buen gobernante, aquí, en la ciudad de Romander. Cuando llegue el momento de entregar el cetro, lo sabrás. Te darás cuenta de que Enerlad es el trono de otra persona.

Dargyll desvió la mirada.

—¡Ah, Enerlad…! El trono de hueso que, en realidad, sólo se pertenece a sí mismo. Tal vez el único misterio que no he llegado a comprender. Pero hay algo más…

Su mirada se enturbió por un momento, pero en seguida volvió a posarse sobre Lethe, en silencio, acompañada de una sonrisa que contenía conocimiento y sabiduría, pero que también le hablaba del cansancio que había horadado lo más profundo de su alma. La puerta se abrió, y Janila y Pit entraron en la estancia. Lethe pudo comprobar una profunda transformación en Pit: había rejuvenecido. Ésta avanzó hacia él y le rodeó la cintura con los brazos.

—Nos mudamos a la isla de los Gatos —dijo Janila, por fin—. Hemos comprado una granja que quedó dañada durante el ataque del Oscuro. Hay que hacer muchas reparaciones, pero es un lugar precioso, no muy lejos de Wikkle. Torvelt nos llevará hasta allí en el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares.

Dargyll tomó a Lethe por ambas manos y le atrajo hacia sí.

—Aparte de nosotros dos, nadie sabe nada de esto —le susurró al oído. Una sonrisa se dibujó en su cara—. Y así debe ser. Cumple con tus obligaciones, Lethe. Y después, desaparece de escena. No permitas que ni siquiera personas como Dotar y Llanfereit sepan de tu misión.

—Pero ¿en qué consiste esa tarea?

—Lo sabrás a su debido tiempo, del mismo modo qué supiste lo que debías hacer cuando tuviste que enfrentarte con el Oscuro.

Dargyll obviamente creía haber hablado demasiado. Apretó por última vez la mano de Lethe, besó a Pit en la mejilla, le ofreció el brazo a Janila y se dirigió a la puerta junto a ella. Lethe y Pit esperaron en la antesala. Pit enlazó su mano a la de Lethe. Al entrar en la estancia del trono unos minutos después, sus padres se habían esfumado.

Lethe hizo un gesto de confirmación con la cabeza a Hiridel.

—Estoy preparado.

Al hacer entrada en la estancia del trono, se oyeron vítores. Lethe avanzó a través de un arco triunfal de guardias de palacio, precedido por el capitán Marten de Yr Dant. El reencuentro con Harkyn, Gezyrah, Wyl y Balmir fue conmovedor. Dotar también se encontraba allí, apoyado en un báculo de aligustre. Y Llanfereit, el cual aparentemente no había envejecido ni un solo año. Mientras Lethe saludaba al mago, Matei hizo entrada en la estancia. El tiempo también parecía haberse detenido para el nuevo primer alto myster del cónclave. Se saludaron con un caluroso abrazo.

—Bienvenido, Raïelf —susurró Lethe al oído del alto myster.

Matei no parecía sorprendido.

Pero la llegada de una pareja de ancianos sí supuso una gran sorpresa para Lethe. Calculó que debían tener unos ochenta y cinco años, pero tardó algunos minutos en reconocerlos.

—¡Herde! ¡Ervin!

Los recibió con un fuerte abrazo.

Acto seguido se dio paso a la ceremonia oficial: la coronación en el Sferium. Lethe caminó lentamente hacia el estrado, seguido por Hiridel, Pit, y los demás invitados.

Lethe contó los pasos a los que obligaba el ritual, y no se sorprendió lo más mínimo al comprobar que pisaba el Sferium exactamente al dar el paso que hacía setecientos.

La ceremonia de coronación fue como un sueño. Hiridel leyó un mensaje de Marakis, en el que hablaba de la parte de la Gran Leyenda que se haría realidad en ese día.

—Lethe Viiskandir Reye es el desran de una nueva era —leyó Hiridel—. Una nueva era, para la que él mismo allanó el camino.

Lethe buscó a Pit con la mirada, y por la forma en que ésta reaccionó, supo que había estado observándole todo el rato.

Tras la ceremonia, Lethe dedicó un tiempo a conversar con Herde y Ervin. Poco después, Matei también quiso hablar a solas con él. Cuando más tarde se dirigió a los jardines de palacio para relajarse, de súbito, apareció el alto myster Balmir. Intercambiaron las cortesías de rigor. De pronto, el alto myster se inclinó hacia Lethe.

—La nueva era solicita una nueva leyenda y un nuevo Tejedor —dijo en un tono de voz sólo audible para Lethe.

Lethe tomó aire y miró al alto myster, boquiabierto. Balmir sonrió.

—Lo sé —le confirmó Lethe—. Pero tu secreto está mejor guardado conmigo que contigo mismo.

Balmir movió apenas el dedo índice de su mano derecha, se tornó traslúcido y después desapareció, sin que nadie, aparte de Lethe, le hubiera visto.

Tal vez volveremos a vernos algún día —susurró el alto myster en el lenguaje de la mente.

Lethe llegó a la conclusión de que aquel leve movimiento del dedo índice de Balmir y su posterior desaparición nada tenían que ver con la magia de Loh. Con el ceño fruncido, se quedó mirando fijamente el lugar en el que había hecho aparición el alto myster. Tenía una vaga noción de la importancia de lo que acababa de ocurrirle. La posibilidad que había contemplado, de forma más intuitiva que racional, se convirtió en una probabilidad en el interior de su mente. Le asaltó el recuerdo de la enigmática presencia que percibió cuando Asayinda y él entraron en el cuerpo del Señor de las Profundidades.

—Balmir —murmuró.

El asombro que suscitó en él el mensaje de Balmir se transformó en conocimiento. El alto myster era mucho más que un alto myster. Su candidez siempre ridiculizada, su buena disposición para la risa y sus comentarios a menudo desafortunados, todo ello formaba parte de una mascarada, del mismo modo que Marakis se había hecho el tonto.

«Hay mucho más, Lethe —oyó decir a su antiguo maestro, el myster Jen, en el interior de su mente—. Mira las estrellas, que son soles como el nuestro. Observa los insectos. Mantén los ojos bien abiertos. Escucha todos los sonidos. Un día sabrás más, y entonces dirás: hay mucho más».

—Mucho más —murmuró Lethe mientras regresaba al interior del palacio, al lado de Pit.