36
La mujer negra

Loss preguntó:

—Señora, ¿no hay nada cuya naturaleza sea permanente?

La Dama de la Sabiduría y la Intuición respondió de forma categórica:

—Todo pasa, pero hay ciertas cosas que vuelven a empezar de nuevo. Ese es el secreto del cryptus, Loss.

Loss guardó silencio, porque sabía que no le estaba permitido formular preguntas sobre el cryptus.

LADY ASRATH DE OSCURA,

Coloquios entre la Dama de la Sabiduría y la Intuición, y Loss

Contra el fondo de nubarrones negros como la turba ribeteados por un resplandor amarillento, se recortaba la silueta de los pájaros coronados por piedras ornamentales, que se abalanzaron como negras flechas de puntas relucientes sobre la fortaleza de la ciudad de Romander. Miles de personas esperaban en las almenas de la célebre fortaleza como resignadas cabezas de ganado listas para el matadero.

Detrás de la primera hilera de pájaros, el ave negra apareció suspendida en el aire como un punto negro en medio de la oscuridad cada vez más intensa. Con un lento batir de alas, irradiando una tremenda confianza en sí misma, el ave volaba hacia la ciudad.

Los habitantes de Romander estaban como hipnotizados, petrificados por el pánico. Con los ojos muy abiertos, observaban cómo se aproximaba su fatal destino. Como una sola entidad, miraban aterrorizados a los pájaros, especialmente a aquella criatura alada gigante. Todos eran conscientes de que se acercaba su fin. Respecto a la mujer que había adoptado forma de ave, sabían que, por muy numerosas que fueran sus fuerzas, no podrían hacer nada contra una criatura tan poderosa. El ave, cuya altura era superior a la de un hombre adulto, profirió un chillido que atravesó el alma de cada uno de los habitantes de Romander como una hoja recién afilada. Los primeros síntomas de pánico se hicieron audibles y visibles en las almenas. Algunos intentaron en vano huir corriendo.

Entonces, alguien gritó una orden. Las catapultas chirriaron y arrojaron las primeras bolas de fuego por encima de las cabezas de las gentes de Romander en dirección a los pájaros que volaban en formación. Las aves se dispersaron, y se oyeron furibundos alaridos. Todas las bolas de fuego dieron en el blanco: como mínimo, veinte pájaros fueron alcanzados, y se desplomaron profiriendo chillidos, mientras sus plumas ardían. Se oyeron vítores prudentes procedentes de las almenas. Una nueva descarga de bolas de fuego fue arrojada contra los pájaros. Pero aquellos inteligentes animales se prepararon para esquivarlas hábilmente, y procedieron a formar en tres grupos, que volaron hacia la ciudad dibujando un amplio abanico.

La silueta del ave de mayor tamaño seguía volando resuelta hacia la Galería de las Escaleras; como un nubarrón que no presagiaba nada bueno, cerraba la formación. Grend tuvo la sensación de que el animal se dirigía directamente hacia él.

Nadie se dio cuenta de que otras dos aves, dos águilas grises, aterrizaban allí donde el paseo de Mardaäk moría en el mar, bajo la sombra de un árbol de kanter. Nadie vio tampoco la transformación de ambas aves en dos figuras ataviadas con togas grises, que se camuflaron entre las sombras y avanzaron sin llamar la atención hacia el lugar en el que Grend y Eydants esperaban sumisamente la llegada de los pájaros.

—Ha llegado el fin —dijo Eydants, refunfuñando—. Hemos sido capaces de rechazarlos temporalmente, pero ya no hay nada que detenga el avance de tan tremenda oscuridad.

La primera avanzadilla de pájaros se encontraba muy cerca. Grend y Hanno se dieron cuenta de que ellos eran sus primeros objetivos. Un extraño aletargamiento se apoderó de Grend. Se había rebelado contra los poderes que habían asesinado al desran. Había conseguido de algún modo salvar a la ciudad de Romander del caos. En compañía de Marten, había planeado la defensa de la ciudad, y con ayuda de ochenta guardias había vencido a los Ángeles de Antas en los estrechos; pero todos sus esfuerzos habían sido en vano. ¿Cómo era posible que hubieran llegado a creer que podrían derrotar a aquella mujer tan poderosa? Observó, fascinado, las titilantes piedras ornamentales que coronaban la cabeza de las aves, y pensó que muy pronto tendría la oportunidad de apreciarlas de cerca. Deseó una muerte rápida.

Justo detrás de él, oyó una voz que murmuraba unas palabras en una lengua extraña.

Sekyur arethim ye fferoghen.

Grend y Eydants se giraron a un tiempo. Grend desenvainó su espada con un movimiento tan rápido como un relámpago, convencido de que los atacaban por la espalda. Tras ellos se encontraban dos hombres, uno de ellos de constitución más obesa de lo habitual. Estaban rodeados por un aura extraña, como si se tratara de sombras. Ambos tenían la mirada clavada en el cielo. El hombre más grueso hizo un gesto con la mano y murmuró una serie de palabras. Se oyó un zumbido. Lentamente, pero de forma implacable, la oscuridad se cernía sobre Romander. De pronto, un escudo gris se desplegó como una cúpula protectora sobre la ciudad. En las almenas, por todas partes, se oyeron gritos de asombro, que quedaron apagados como un extraño eco sordo.

Únicamente los primeros cinco o seis pájaros habían conseguido entrar antes de que se desplegara el escudo; los que los seguían chocaron contra él. Las aves intrusas iniciaron un ataque dirigido directamente contra Grend y Hanno.

Aïspharaede im —retumbó la voz del hombre grueso, señalando con el índice de la mano derecha hacia las aves.

Éstas explosionaron una a una, como una lluvia de estrellas. Las negras plumas cayeron dibujando espirales sobre Grend, que se limitó a observar atónito.

—Magos —murmuró Eydants.

—Altos mysters —corrigió el hombre grueso, con una sonrisa—. El capitán de la guardia de palacio solicitó ayuda, por eso hemos acudido en vuestro auxilio. Esto —dijo señalando por encima de su cabeza— es un Escudo Gris de Multiplicidad Doblemente Repelente. —Al decir estas palabras, parecía estar sumamente orgulloso de sí mismo—. Una invención de mi propia cosecha, aunque en realidad se trata de un viejo encantamiento reforzado, pero sin la ayuda de Gezyrah no habría sido capaz de abarcar toda la ciudad.

Alzó la vista hacia la bandada de pájaros, que se dispersaba profiriendo chillidos, aunque éstos quedaban amortiguados por el escudo.

—Los pájaros no pueden penetrarlo —dijo el hombre. Después frunció el ceño—. Pero la mujer probablemente sí será capaz.

Desvió la mirada hacia Grend y Eydants.

—Por cierto, soy el alto myster Balmir. Y éste es Gezyrah.

—Grend de Pier y Hanno Eydants —dijo Grend cuando se hubo recuperado de la impresión—. Soy el ayudante del capitán Marten de Yr Dant, y Hanno es un consejero. —Hechas las presentaciones, sus ojos se clavaron en la figura alada de la mujer, que se aproximaba rápidamente—. ¿No deberíamos prepararnos para el ataque de la mujer?

Balmir parecía divertirse. Gezyrah respondió.

—Estamos impacientes por luchar contra la mujer. Tenemos preparadas unas cuantas sorpresas para ella en nuestra mochila mágica.

Balmir dio un paso hacia adelante e hizo un movimiento solapado. Unos relucientes dardos plateados ascendieron hacia el escudo, en dirección al ave.

—La primera sorpresa —dijo entre dientes, aparentemente satisfecho—. La Dispersión Perfecta del Fuego de Raïelf; en verdad, uno de sus mejores inventos.

Oyeron gritos en la distancia.

—¡Mirad! —exclamó Grend—, ¡los pájaros atacan nuestra flota!

Balmir miró en la dirección señalada por Grend.

—Tu turno, Gezyrah —dijo con voz tranquila—. Yo me ocuparé de la mujer.

Gezyrah miró a Balmir, sorprendido. Pareció que iba a replicar, pero de pronto cambió de idea y retomó la forma de águila gris. Poco después, sobrevolaba el muelle lentamente, en dirección al norte, y atravesó el escudo lejos de la trayectoria de vuelo de la mujer.

—¡Los pájaros se dirigen hacia nosotros! —gritó el vigía situado en la cofa de la galera de palacio.

—Me lo imaginaba —farfulló Marten, que había advertido con gran alegría el escudo dispuesto sobre la fortaleza.

Tenía que tratarse de un escudo mágico. Eso quería decir que por lo menos un mago había respondido a su llamada. Se precipitó por las escaleras que conducían a la cubierta de la galera.

—Seguid remando, pase lo que pase —ordenó a través de la escotilla. Después de volver a cerrarla, avanzó hacia el timonel—. ¡Bloquea la rueda y síguenos, de prisa!

Acto seguido, alzó la vista.

—¡Vigía! Protege la cofa como acordamos.

El vigía se puso en cuclillas y cubrió la cofa con unos cuantos escudos.

Marten hizo señas a Chilver. Los tres hombres se apresuraron hacia la superestructura. Con el rabillo del ojo, Marten vio que la flota enemiga había empezado a maniobrar. Se dirigían en línea recta hacia la ciudad de Romander, con todo el velamen desplegado, aprovechando el viento de tierra. El gran asedio había comenzado.

La puerta del camarote del capitán se cerró de un portazo justo antes de la llegada de las aves. No quedaba nadie en cubierta. Profiriendo furiosos chillidos, los pájaros se dirigieron a las demás naves, pero sus cubiertas también habían quedado despejadas.

Un águila gris hizo aparición justo detrás de los pájaros. El animal profirió un chillido estridente. Una lluvia de puñales plateados cayó de la nada directamente sobre la retaguardia del ejército de pájaros, como una fuente de muerte y destrucción. El águila lanzó bolas de fuego, que causaron más bajas. De repente, los agresores se habían convertido en la presa. Las aves se dispersaron en distintas direcciones como consecuencia del caos. Gezyrah siguió lanzando puñales y bolas de fuego.

Balmir permaneció impasible mientras la gran ave negra irrumpía a través del escudo; un restallido como el de cientos de ventanas rotas la acompañó. Los puñales plateados no parecían importunarla, hecho que únicamente hizo fruncir el ceño a Balmir. Éste vio titilar el mal en los ojos amarillos del ave, y también tuvo la oportunidad de comprobar que el tamaño de sus garras era mucho mayor de lo que había imaginado. Se oyeron numerosos gritos de terror procedentes de las almenas, pero el animal parecía estar concentrado sólo en Balmir, Grend y Eydants.

—No os quedéis ahí de pie; poneos detrás de mí —espetó Balmir por encima del hombro a Grend y Hanno, los cuales, acto seguido, se apresuraron hacia el paseo.

Balmir estaba de pie, como una estatua. El ave profirió un grito triunfante y se abalanzó, con sus letales garras extendidas, sobre el alto myster.

Woöreth asusand —murmuró Balmir justo antes de que el ave cayera sobre él.

Su aura resplandeció. Su silueta se tornó gris. Las garras del ave, preparadas para perforar el cuerpo de Balmir, atravesaron una nube y se perdieron en la estela. Por un momento, parecía como si el ave se hubiera desequilibrado, pero recuperó la trayectoria y empezó a trazar un amplio arco.

La figura de Balmir reapareció exactamente en el mismo lugar.

El ave aterrizó batiendo las alas a unas cuantas decenas de metros de Balmir, y cambió de forma. Los ojos amarillos de la mujer, vestida con una larga toga negra, parecían escupir fuego.

—Estúpido —bufó, rechinando los dientes—. Medio myster parlanchín, eso te costará la vida.

Balmir mantuvo la calma.

—Tres errores en uno, Karn.

Grend, que lo había observado todo desde una distancia que consideraba segura, dio un grito ahogado.

—¿Karn? ¿El primer alto myster? —Su voz tembló, conmocionada—. ¿Karn es el traidor? ¿Ella es… Karn?

La mujer retrocedió.

—Cómo…

Después comprendió.

—¡Wyl ha conseguido escapar! —concluyó la mujer.

—Sí, eso también es cierto —respondió Balmir—. Pero no fue él quien me dijo que eras Karn. Te conozco desde hace algún tiempo. De hecho, desde el momento en que conseguiste escapar de tu encierro.

—¿Cómo?

La mujer estaba sinceramente asombrada. Parecía que los ojos estaban a punto de salírsele de sus órbitas.

—Pero eso significa que eres… ¿Acaso eres una criatura de larga vida, Balmir?

Balmir inclinó la cabeza a modo de confirmación.

—Nunca lo sospechaste, ¿no es así, Karn? Ese estúpido charlatán, Balmir, con sus aburridas historias; el más ignorante de los altos mysters. Pues bien, este estúpido cuenta con mayores conocimientos y poderes de lo que nunca llegaste a imaginar. Conoce las lenguas antiguas y sabe que Karn, en un idioma perdido hace ya mucho tiempo, es la forma masculina de Kartha.

Balmir inclinó el rostro. Giró la cabeza a derecha e izquierda, como si estuviera buscando algo. Los ojos de la mujer ardían con fiereza; pretendía encontrar una salida.

—Kartha, la poderosa hechicera —prosiguió el alto myster, imperturbable—. La mujer que fue encarcelada por el Heredero dentro de los confines de un país oscuro. Pero casi nadie recuerda aquello que sucedió hace tantos miles de años.

Balmir retrocedió lentamente hasta pisar la arena que daba paso al suelo adoquinado. Deslizó el pie derecho hacia adelante. Kartha echó un vistazo por encima del hombro para ver dónde se encontraban Grend y Eydants, y Balmir aprovechó para rápidamente trazar un símbolo anguloso en el polvo con una de las sandalias. Después, cubrió el símbolo con más arena.

Cuando la mujer negra —Karn, Kartha— volvió a mirarle, Balmir le devolvió la mirada sin el menor atisbo de preocupación, con las manos entrelazadas a la espalda. Kartha miró fijamente a Balmir, con sus grandes ojos vacíos. Balmir alzó de nuevo la barbilla.

—Los siglos no te han tratado bien, Kartha. Parece que tu cuerpo está muerto. Tu rostro, con cada año que pasa, se parece cada vez más a una máscara de muerte, y ni siquiera un Triple Campo Borroso No Focal consigue disimularlo.

Una cólera desenfrenada se apoderó de la mujer, que avanzó hacia adelante convulsionándose. Balmir retrocedió tres pasos y levantó el dedo índice menos de una pulgada. Una columna de fuego se alzó desde el suelo. Exactamente en el lugar en que Balmir había trazado aquel símbolo en la arena, Kartha fue devorada por las llamas. Todo sucedió en medio de un silencio sordo, sin eco.

Balmir habló a las llamas, como si la mujer todavía se encontrase ante él.

—Los demás altos mysters no estaban a la altura de tu juego; ni siquiera los jugadores podían mantenerte bajo control, y los habitantes de este reino nunca podrían haberlo comprendido. En ocasiones, durante años enteros, parecía que te interesaba hacer el bien. Estabas tan absorta en tu papel de primer alto myster, que incluso yo mismo empecé a tener dudas. Después de todo, en una ocasión, el Heredero dijo que creía que quedaba algo de bondad en tu interior. Quizá fue eso lo que aceleró el envejecimiento: el hecho de saber que estaba en lo cierto, aunque finalmente no fuiste capaz de liberarte del lado oscuro.

Balmir se puso de rodillas y dibujó una runa sobre el otro símbolo con el dedo índice.

Su cara se encontraba a muy pocos centímetros del rostro incandescente de Kartha, que todavía presentaba una expresión mezcla de rabia y pánico.

Grend y Eydants se habían agazapado tras la viga maestra situada en la parte superior de la Galería de las Escaleras.

—¿Qué está pasando? —preguntó Eydants.

Grend se asomó a un lado de la viga.

—Balmir está hablando con la cabeza de la mujer.

Eydants miró a Grend con incredulidad. Grend se limitó a encogerse de hombros.

—Parece ser que Balmir es más poderoso que la mujer.

Balmir sonrió, se puso en pie y dio un paso atrás.

—Creo que ahora conozco todos tus secretos —dijo—, incluso el que afecta a tu divisibilidad, que arrebataste a una persona que visitó tus tierras. Gracias a esta cualidad tuya de la divisibilidad, disponías de una gran cantidad de cuerpos distintos, y así es como conseguiste escapar de tu cautiverio. Pero con el tiempo has perdido casi todos aquellos cuerpos. Lo que cuenta ahora es que éste es el último del que dispones. El anterior lo perdiste en los estrechos, gracias a Berre.

El pánico se abrió paso a través del rostro titilante de la mujer. Durante un instante, se hizo patente la obstinación en la cara de Balmir.

—¡Ah, Berre!, una gran pérdida, pero no tan importante como lo que tú estás a punto de perder.

Balmir le rozó la mejilla a la mujer con los dedos.

—Has vivido muchas vidas Kartha, Karn, Antas. —Respiró hondo y dijo—: Ha llegado tu hora. La suma de tus fechorías es excesiva. Has prolongado tu vida durante mucho más tiempo del que se te había concedido.

—¿Quién ha decidido tal cosa? ¿Los Ayinti? —bramó Kartha, cuya voz temblaba al ritmo de las llamas. Sus ojos buscaban una escapatoria.

Balmir negó tranquilamente con la cabeza.

—No, no han sido los Ayinti. Ellos no son los únicos que tienen competencias, y con toda seguridad, no son los más poderosos. Como acabo de decir, ha llegado tu hora. Lo sé. Resulta difícil decir adiós a la vida cuando se ha llevado una existencia normal, mortal. Pero para una criatura de larga vida que suponía que viviría muchos siglos más, la muerte es algo incomprensible, improbable, imposible de aceptar.

Balmir retrocedió aún más.

—Espero que te consuele saber —prosiguió en un susurro— que tu muerte será rápida e indolora.

Alargó la mano derecha con los dedos extendidos y murmuró entre dientes:

Aspher marlochod.

Las palabras parecieron congelarse. De las yemas de sus dedos surgieron lenguas de fuego. Las llamas se alzaron a un metro del suelo, la boca de la mujer se contrajo en una mueca horrible, abierta. El grito mortal que profirió Kartha, se vio acompañado de un repentino cambio de forma. Por un momento, Karn recobró su aspecto habitual, pero de pronto su rostro empezó a temblar y se convirtió en la horrenda cara de una mujer cuyos pómulos sobresalían por encima de la piel cenicienta. En las cuencas de sus ojos amarillos, entonces sólo había dos agujeros, abismos de brea líquida; su boca era una negra cueva.

Los gritos se interrumpieron bruscamente. Se oyó un ruido como un chasquido seco. Las llamas ascendieron hacia el cielo crujiendo y crepitando, para después extinguirse de repente.

Balmir alzó la vista.

—Todo llega a su fin —murmuró—, incluso una vida que se ha prolongado durante muchos cientos de miles de años.

A continuación, dio media vuelta y dirigió la vista hacia los pájaros a través del escudo. Gezyrah había conseguido rechazar el ataque y apartarlos de la flota, pero entonces las piedras ornamentales habían dejado de brillar: los pájaros chocaban unos con otros o se desplomaban para sumergirse en las aguas; algunos, incluso, consiguieron huir y se perdieron en la línea del horizonte. Balmir señaló hacia la flota que se dirigía amenazadoramente hacia la fortaleza. En cuestión de segundos, muchas de las naves que la componían cambiaron repentinamente de rumbo, sin motivo aparente.

—Navegan a la deriva —dijo el alto myster, dirigiéndose a Grend y Eydants, que se acercaron a él, todavía con suma cautela—. Los Ángeles de Antas sin Antas. No tardarán en darse cuenta de las atrocidades que han cometido bajo el influjo de Antas, Karn, Kartha, o comoquiera que se haya hecho llamar durante los últimos siglos. Tened en cuenta estas circunstancias a la hora de juzgarlos. La batalla para salvar la ciudad de Romander ha concluido. Pero la lucha del No Mago contra el Oscuro aún no ha comenzado. Todavía no podemos saber si el resultado de esa batalla será igualmente favorable.

Dicho eso, dirigió la vista a la figura del águila gris que se aproximaba volando rápidamente hacia ellos. Se volvió hacia Grend.

—Ahí está Gezyrah. Mi presencia es necesaria en otro lugar. Proteged la ciudad. Es el eje central alrededor del cual gira este mundo. Sinceramente, espero que el nuevo desran regrese muy pronto.

Acto seguido, adoptó su forma animal, despegó de un salto y se unió a Gezyrah en su vuelo.