19
Hacia Yle em Arlivux
Por supuesto, llega el día en el que el discípulo empieza a oír la voz de sus propios pensamientos y deja de considerar las sabias palabras de su maestro como verdades únicas.
Un mal maestro replicará con dureza e intentará disuadir al discípulo de sus obstinados pensamientos. El buen maestro no se lamentará; por el contrario, apoyará en silencio la evolución de su discípulo.
LADY DREA DE LON,
La enseñanza de los mysters
—¡Pero en qué estabas pensando! —oyó gritar a una voz irritada.
Las palabras aporrearon la mente de Pit como golpes de martillo. Por encima de ella vislumbró la cara enrojecida de Llanfereit. Nunca había visto a su maestro tan enojado. El forma de color rojo se había desprendido de su cabeza y parecía que los ojos querían salirse de las órbitas, mientras la zarandeaba con brusquedad, haciendo que sus cabellos y barbas grises se movieran agitadamente.
—¡Tu vida! —espetó—. ¡Has arriesgado tu vida! ¡Ignorante, estúpida Pit! ¡Has estado al borde de la muerte!
No sabía qué decir, así que permitió que siguiera zarandeándola sin protestar. Se sentía cansada y vacía. El dolor de su repentina retirada había penetrado en el núcleo de su ser y la violenta reacción de su maestro la conmocionó.
La noche estaba a punto de dar paso a la mañana. Detrás de Llanfereit hicieron aparición las caras somnolientas de Matei, Gaithnard, Marakis y Dotar.
—¿Qué sucede? —preguntó Matei.
Llanfereit liberó a Pit de su abrazo, y ésta se desplomó. Se volvió hacia el alto myster, todavía furioso.
—Creía que mi aprendiza era excepcionalmente inteligente, a pesar de su corta edad —dijo haciendo rechinar sus dientes—. Creía que se lo pensaría dos veces antes de flirtear con poderes de los que no sabe nada; pero me equivocaba. En lugar de eso, ¡se ha sumergido en el mundo destructivo del Poder, poniendo en peligro su vida!
Pit se preguntó, todavía aturdida, cómo podía saberlo. Parecía como si Llanfereit hubiera escuchado sus pensamientos.
—Desde que Lethe desapareció, he utilizado un antiguo hechizo de Karn para disponer un Escudo Parpadeante e Insensible de Espesamiento Repulsivo alrededor del grupo. Antes resultaba imposible, probablemente porque Lethe, sin saberlo, irradiaba tanto poder que cualquier escudo mágico fracasaba antes de que pudiera ponerlo en práctica. Mediante este escudo, mi intención era detectar y conjurar posibles ataques, independientemente de si empleaban la magia u otras fuerzas. Otro de sus efectos es que funciona en sentido inverso: me proporciona una señal. Acabo de recibir una señal de ese tipo. He tardado algunos minutos en comprender, porque estoy cansado y dormía profundamente. No sé dónde ha estado Pit, pero he visto su mente parpadear de forma intermitente, y eso significa que se encontraba en grave peligro. Ha estado flotando muy cerca del abismo de la muerte. Además, el Poder es adictivo. Puede dañar su mente de modo irreparable.
Con aquellas últimas palabras se volvió hacia Pit, la cual tomó asiento.
—¿Dónde has estado? —preguntó Llanfereit, esa vez en un tono menos severo.
Pit apretó los labios y se negó a contestar con un gesto lento de la cabeza. Acababa de darse cuenta de que había sido Llanfereit quien la había hecho volver, justo cuando estaba a punto de contactar con Lethe. Eso, unido al enojo injusto de su maestro, provocó su decisión de permanecer en silencio. Sintió que las lágrimas asomaban a sus ojos.
Llanfereit se dio cuenta. Inmediatamente, sus ojos se suavizaron. Se arrodilló ante ella y la tomó por los hombros.
—Querida Pit, mi ira es consecuencia del miedo y la preocupación. No sé si eras consciente del peligro que corrías; lo único que sé es que estabas muy cerca de una criatura que podía haberte aplastado con un solo gesto. Yo también he corrido grandes riesgos para devolverte aquí. Si se trata de una criatura oscura, puede ser que ahora sepa dónde nos encontramos; ni siquiera el Escudo Parpadeante e Insensible de Espesamiento Repulsivo podrá sernos de ayuda. —Dicho esto, acarició sus rebeldes cabellos—. Algunos de los enemigos a los que nos enfrentamos se burlan de la magia de Loh.
Pit lanzó una mirada a su maestro con los ojos entrecerrados.
—¿También se ríen del Poder? —preguntó con voz temblorosa.
—No, nadie se ríe del Poder, porque nadie conoce su verdadera naturaleza.
Fue Dotar quien dijo eso. Los demás le lanzaron miradas cargadas de asombro. A sus labios asomó una sonrisa.
—Mi maestro, Kamp, me hizo partícipe de este conocimiento —dijo en voz baja—. Afirmaba que el Poder es mucho más peligroso que cualquier otra forma de magia conocida que haya existido nunca, porque en realidad nadie sabe por qué o cómo funciona.
—¿Podría el Poder ser sinónimo de no magia? —preguntó Gaithnard.
Llanfereit negó resueltamente con la cabeza y se puso en pie.
—No lo creo. Lo único que tienen en común es que no sabemos demasiado de ninguno de esos dos fenómenos. Sólo una persona me ha hablado con más detalle sobre la no magia, y dicha persona afirmaba que el nombre era incorrecto, pero eso es todo lo que sé.
Se volvió de nuevo hacia Pit.
—La cuestión anterior era superflua. Puedo hacerme una idea de dónde has estado, Pit. Podía haberme imaginado lo que estabas buscando, o tal vez debería decir a quién estabas buscando. De todas formas, pude seguir tu rastro. No hay lugar en este mundo más peligroso. Pero hablaremos de eso más tarde.
Pit le miró boquiabierta. Llanfereit se sacudió el polvo de su toga y recogió el forma del suelo.
—Ya estamos despiertos —concluyó. Se tocó con el forma y miró a Matei por debajo del ala del yelmo—. Tal vez nuestro perseguidor está en marcha de nuevo. ¿Qué nos retiene aquí?
—Nada —respondió Matei—, con excepción tal vez de nuestro apetito. Casi no nos quedan víveres.
Examinó la franja grisácea de cielo que cubría el abismo.
—Parece que va a nevar. Debemos encontrar algo comestible en seguida, antes de que todos los animales se refugien en sus madrigueras.
Una paloma mensajera se acercó aleteando para aterrizar sobre el hombro de Matei. Éste actuó como si hubiera estado esperándola: tomó al animal entre sus manos, abrió el cilindro que pendía de una de sus patas y leyó el mensaje que había dentro.
Frunció el ceño, sorprendido.
—¡Ay…!
Lanzó una mirada fugaz a Marakis. Tras ciertas vacilaciones, avanzó hacia el príncipe heredero, le pasó una mano por los hombros y le condujo a un lugar apartado de los demás. Todos vieron cómo se encorvaba mientras hablaba en voz baja con Marakis. El príncipe alzó la cabeza súbitamente. De pronto, el muchacho se desplomó sobre sus rodillas y se cubrió la cara con las manos. Matei acarició los rizos de color castaño oscuro de Marakis.
Después, se enderezó y volvió a unirse al grupo.
—Un mensaje de Harkyn —dijo con voz suave—. El desran ha sido asesinado.
Asimilaron la noticia en silencio. Marakis en seguida se unió a ellos, con lágrimas en los ojos. Matei les facilitó algunos detalles más sobre las circunstancias del fallecimiento de Xarden Lay Ypergion.
—Me siento satisfecho de que mi padre me abriera su corazón y me mostrara su verdadera naturaleza justo antes de su muerte —dijo Marakis—. Ahora puedo sentirme orgulloso de él, y sé que puedo actuar en su nombre, con el corazón, en el futuro que nos aguarda.
Reanudaron la marcha. Gélidas ráfagas de viento hacían flamear sus togas, pero la nieve quedó contenida en las nubes por el momento. Dotar consiguió cazar un zorro de roca adulto en un estrecho sendero sin salida, donde le dio muerte lanzando una pequeña daga, y gracias a la ayuda de Gaithnard. Matei protestó cuando empezaron a recoger leña para hacer un fuego.
—Debemos proseguir la marcha. El Astado probablemente viene tras nosotros —dijo, pero el hambre pudo más.
»Si esperamos un poco —añadió tras cierta reflexión—, dejaré un Prolongado Rastro de Presencia Resplandeciente tras nosotros. Así podré saber si alguien penetra en la estela de nuestro rastro. Y también sabremos cuánta ventaja le sacamos a ese jugador.
Llanfereit hizo una mueca de desagrado.
—La contrapartida es que…
—… que el Astado puede interpretar el rastro y sabrá que somos conscientes de que se encuentra en las proximidades —añadió Matei—. No sé si eso tiene relevancia. Para nosotros, no hay diferencia: seguiremos huyendo de él, y él intentará darnos alcance. Si quisiera utilizar otros métodos de carácter mágico, ya lo habría hecho.
—Tal vez —rezongó Llanfereit. Volvió a mirar en la dirección por la que habían venido. Después, dio unas palmaditas a Matei en la espalda y añadió—: Probablemente tienes razón.
La carne del zorro era nervuda, pero nadie se quejó. Cuando todos dieron cuenta de su parte, apagaron el fuego y siguieron avanzando. El abismo se hizo más ancho, lo que hacía posible la aparición, entre las rocas desnudas, de una vegetación rala en forma de arbustos espinosos.
Pit caminaba junto a Marakis. Pese a los párpados caídos, examinó al joven príncipe, de ojos marrones y cabellos rizados. Curiosamente, apenas había hablado con él desde que se les había unido en las islas Espejo. En su mirada percibió cierta cautela, pero también más experiencia y sabiduría de la que Pit hubiera esperado para su edad. Prefirió no mencionar la muerte de su padre.
—¿No te parece extraño que nuestro perseguidor, el Astado, como le llama Iarmongud'hn, no nos haya dado alcance todavía a estas alturas? —preguntó Marakis—. ¿Acaso los jugadores no cuentan con todo tipo de poderes, entre ellos la magia? ¿No pueden viajar tan rápidamente como desean?
—No podemos saberlo —respondió Pit—. Deben acatar las normas, y por lo que sé, éstas establecen que sólo pueden hacer un uso restringido de sus poderes, cualesquiera que sean, cuando se encuentran en el reino.
Marakis se estremeció al sentir una repentina y violenta ráfaga de viento en su cuerpo.
—Espero que estés en lo cierto. Parece ser que a los jugadores no les importan demasiado sus leyes no escritas, que incumplen habitualmente.
Pit se encogió de hombros y cambió de tema.
—¿No te parece raro que seamos los peones de un juego?
Marakis alzó la barbilla. Escudriñó el cielo hacia la luminosidad que el sol, oculto, arrojaba sobre el abismo a través de algunos claros entre las nubes.
—No estoy seguro de que los jugadores del Pacto de los Diez tengan el control absoluto de este juego —dijo con aire pensativo—. He leído mucho sobre ello, y he escuchado la opinión de algunos miembros de la corte y la del maestro Kamp. Creo que hay otras fuerzas cuya intervención es importante.
—¿Fuerzas más poderosas que los jugadores del Pacto?
Marakis asintió con la cabeza, se detuvo y agarró un guijarro.
—Según el maestro Kamp, se trata de fuerzas relacionadas con los jugadores, del mismo modo que una montaña de proporciones considerables está relacionada con este guijarro.
Aquello confirmó algunas de las sospechas de Pit. Deseaba hacerle más preguntas, pero a lo lejos se oyó un sonido sibilante. Un frío tremendo penetró en el corazón de Pit. Ésta alzó la vista.
—¿Qué ha sido eso?
Nadie respondió.
El frío alcanzó tal intensidad que empezó a resultar desagradable. Giraron en una curva del camino. Gaithnard, que se había adelantado, gritó algo mientras señalaba un punto. Ante ellos, el abismo se ensanchaba y se bifurcaba. Lo que parecía el camino principal discurría al borde de una profunda y ancha grieta, y desaparecía en la distancia detrás de una curva. El otro sendero descendía bruscamente, zigzagueando hacia el interior de la grieta.
—Un abismo dentro de un abismo —comentó Marakis.
Llanfereit dio un paso adelante y se asomó al vacío. Olfateó algo.
—Azufre. ¡Qué extraño!
Entrecerró los ojos y examinó los alrededores del cañón.
—Éstos deben ser los dominios del árbol del árbol —comentó.
—¿El árbol del árbol? —preguntó Marakis—. ¿Un árbol que crece a partir de otro? En lo que a mí respecta, este camino está lleno de sorpresas. ¿También hay una historia en relación con estos dominios?
Llanfereit no respondió, sino que se quedó pensando en silencio. De la fisura ascendió un lúgubre silbido, como la llamada de una ave solitaria.
—Según la leyenda, se trata de un árbol petrificado que, por alguna razón que nadie ha sido capaz de descubrir, recibe el nombre del «árbol del árbol». Se dice que es más antiguo incluso que el ciclo de la magia incolora. Y la leyenda cuenta que su tamaño es descomunal: más de cincuenta metros de alto, con un tronco de veinte metros de diámetro. Pero la leyenda tiene miles de años, de modo que puede ser que el árbol sea aún mayor.
Considerablemente intimidados, todos miraron hacia el interior de la profunda grieta, pero la luz del sol era incapaz de penetrar en las profundidades, así que no podían ver nada.
—He estado aquí antes —masculló Matei—, pero entonces todo esto era… diferente. El abismo desprende olor a azufre. Veo regueros de lava y fisuras que no estaban aquí antes. Algo ha ocurrido, pero ¿de qué se trata?
—¿Podría tener relación con el ciclo? —preguntó Marakis.
—Yo diría que el árbol probablemente forma parte de la Gran Leyenda. En los escritos que he leído sobre él, no hay ninguna relación evidente entre el árbol y el Oscuro del mar de la Noche o la magia incolora.
—Me encantaría ver ese árbol —dijo Matei. Pero, de pronto, su voz adquirió cierto tono lastimero al añadir—: También me encantaría saber qué ocurrió aquí, pero eso significaría caer en las manos de nuestro perseguidor. Alguien acaba de penetrar en el Prolongado Rastro de Presencia Resplandeciente, lo cual indica que le llevamos menos de medio día de ventaja.
—Sigamos adelante; de prisa —dijo Llanfereit, y todos se apresuraron hacia el camino que bordeaba la grieta.
Matei dejó otro Prolongado Rastro de Presencia Resplandeciente tras ellos, a intervalos regulares, y muy pronto resultó evidente que su perseguidor lentamente acortaba la distancia entre ellos.
Penetraron en una región de los abismos en la que apenas vieron rastros de vida. En dos ocasiones encontraron raquíticos arbustos que les ofrecieron sus bayas, aunque éstas no bastaron para saciar su hambre. A mediodía, la nieve empezó a caer y se arremolinó sobre el abismo. El sinuoso camino comenzó a ascender lentamente. El abismo se hizo más estrecho, hasta tal punto que en algunos lugares sólo permitía el paso a una persona. La nieve dificultaba la marcha.
Cuando el día se acercaba a su fin, arrastrando a la noche hacia el abismo, Matei extrajo un frasco lleno de un líquido amarillo y murmuró un hechizo. El líquido empezó a brillar y emitió una luz fantasmagórica.
—Luz coagulada —dijo, como si eso lo explicara todo—. Todos estamos cansados y hambrientos, pero debemos seguir caminando durante la noche. El Astado está cerca. Según la última señal, sólo le sacamos una hora de ventaja. Me temo que no podremos hacer ninguna parada hasta que lleguemos a Yle em Arlivux. Por lo menos, nos queda un día y medio de dura marcha.
Los seis componentes del grupo ya intuían algo parecido, pero después de que Matei había expresado sus sospechas en voz alta, un velo de cansancio y gran preocupación, que rayaba en miedo, descendió sobre ellos.
—¿Quién de todos nosotros es tan importante para que un jugador nos persiga de forma tan implacable? —preguntó Marakis mientras subían penosamente una estrecha y fuerte pendiente del abismo, uno tras otro.
—Tal vez viene tras de mí —sugirió Matei, jadeando. Su mirada se posó sobre Pit un instante—. Pero lo dudo. Los jugadores siempre han evitado a los altos mysters. «Ignoran la magia de Loh porque no significa nada para ellos», como dijo Karn en una ocasión.
Cuando el resplandor de un nuevo amanecer tiñó el cielo con un tono amarillento, la tierra tembló. Poco después oyeron, en algún punto detrás de ellos, un gruñido distante.
—De prisa —siseó Matei. Murmuró una palabra para hacer que la luz coagulada se apagase y guardó el frasco—. Eso debe haberlo hecho nuestro perseguidor.
Empezaron a correr. Cuando llegaron a un terreno más uniforme, Llanfereit posó una mano sobre uno de los hombros de Matei.
—No lo conseguiremos —le susurró al oído.
Matei siguió caminando pesadamente con la mirada fija hacia adelante.
—Lo sé.
—¿Qué vamos a hacer?
—Desde que el Astado nos persigue no hago otra cosa que darle vueltas a la cabeza. ¿Qué podemos hacer?
—¿Poseen los jugadores el Poder? —Era la voz suave de Pit, justo detrás de ellos. Lo había oído todo.
—El Poder es poco común —dijo por encima del hombro Matei, sin dejar de caminar—. Conozco únicamente cuatro, tal vez cinco personas que poseen esa misteriosa capacidad.
Tomaron otro camino empinado y estrecho. El alto myster subió a una grieta entre dos promontorios de roca y escaló detrás de Marakis, Dotar y Gaithnard.
—Siempre pensé que el Poder era una capacidad muy antigua. He leído algo al respecto.
Volvió a auparse y lanzó una mirada a Pit por encima de su hombro.
—Todos mis conocimientos acerca del Poder, reunidos y combinados, junto con las informaciones de que dispongo sobre las criaturas que hacen uso de él, me hacen pensar que únicamente la sangre antigua puede poseer el Poder.
Siguió trepando. Deliberadamente, dejó que sus palabras surtieran efecto. Llanfereit escalaba tras Matei, con aspecto sombrío, pero Pit permaneció de pie, inmóvil, como si la hubiera fulminado un rayo.
—¿Sangre antigua? —dijo tartamudeando.
La imagen de la figura inclinada sobre ella cuando todavía era un bebé volvió a aparecer en su mente. «¿Acaso era mi padre?», se preguntó por enésima vez. ¿Por sus venas corría sangre antigua? ¿Sus antepasados pertenecían a la época antigua? Y, más concretamente, ¿qué era exactamente sangre antigua? ¿Podía el Poder estar relacionado con el fin del ciclo, con su final definitivo?
La tierra tembló de nuevo, unas cuantas veces seguidas.
Pit recobró la compostura y trepó tras los magos.
—¿No podría yo utilizar el…?
—¡No! —le espetó Llanfereit—. No volverás a arriesgar tu vida de nuevo. Y mucho menos para enfrentarte a un jugador.
Su voz tenía un tono brusco pero decidido. Su maestro había sido capaz de seguir el hilo de sus pensamientos. Había comprendido lo que ella deseaba proponerle. Pero su respuesta había sido muy clara; no aceptaría ninguna contradicción.
Durante unos minutos siguieron subiendo lentamente, en silencio. Pit alcanzó a los magos y, juntos, llegaron a la altura de Marakis, Gaithnard y Dotar.
—Pero ¿qué haremos cuando el Astado nos dé alcance, cuando nos ataque? —preguntó Pit, finalmente.
—No lo sé —respondió Matei—. Estoy demasiado cansado para pensar con claridad. ¿A alguien se le ocurre alguna idea?
Un prolongado grito ronco penetró en el abismo y arrastró consigo un eco árido y extraño. No demasiado lejos oyeron a intervalos regulares un zumbido, como si una criatura gigante estuviera acortando, poco a poco, la distancia que la separaba de ellos.