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La persecución (3)
¿Cómo serían las cosas si el mago negro no hubiera sido obligado a regresar a la ciudad de Romander?
DOTAR DE WINTERGAIT,
Reflexiones de un compañero
El Corazón de Handera surcaba el mar Blanco a toda velocidad, como una gaviota en vuelo rasante sobre el agua. La proa se deslizaba por la superficie del océano como un pez y hacía salpicar la espuma de las olas. Las velas rojas de las galeras de un solo palo habían desaparecido de la vista. Fexe era consciente de que no debía bajar la guardia ni por un momento; su agudeza visual no podía fallar a la hora de captar las variaciones en el viento y el mar. Continuamente alzaba la voz para gritar las órdenes necesarias a la tripulación que se encontraba en la jarcia y a su timonel, para mantener el rumbo y la velocidad que había alcanzado el navío.
Aquella mañana, Harkyn, ya casi recuperado de su desvanecimiento, había acudido al camarote de Fexe con la respuesta de Matei a una de sus cartas.
—¡Increíble! —comentó Harkyn, dirigiéndose a Fexe tras dejarse caer en una silla situada justo enfrente del capitán y agitando la nota en el aire—. Han sido los dioses los que nos han hecho huir hacia el este. Este mensaje es un grito de auxilio de Matei. Corren un grave peligro en Lan-Gyt. Se encuentran en el interior de los abismos, cerca del santuario de los Solitarios, y los persigue una criatura hostil. ¡Sin saberlo, navegábamos en la dirección correcta!
Dicho eso, permaneció con la mirada perdida en algún punto más allá de la cabeza de Fexe.
—Las probabilidades de que lleguemos allí a tiempo son mínimas, por supuesto.
La respuesta de Fexe denotaba sorpresa, pero también cierta reserva.
—Una coincidencia extraordinaria —dijo—. No obstante, si mantenemos el rumbo, estaremos conduciendo a nuestros perseguidores directamente hacia el grupo que acompaña al No Mago.
—El No Mago ya no está con ellos —respondió Harkyn—, pero tienes razón. ¿Sería posible despistarlos?
Fexe le lanzó una mirada dudosa.
—No parece probable. Cuentan con un mago a bordo y no creo que seamos capaces de sorprenderle, ni siquiera durante la noche.
Harkyn, de nuevo, le dio la razón.
—Con todos los debidos respetos hacia tus habilidades como capitán, creo que el mago sería capaz de darnos alcance, si realmente fuera ésa su intención. Por lo tanto, en mi opinión, se limitan únicamente a seguirnos.
Entonces era Fexe quien tenía la mirada perdida en la nada.
—¿Quién más está allí? ¿De qué miembros se compone el grupo del alto myster?
—Matei, Llanfereit y su aprendiza Pit, el regulador del desran Dotar, el príncipe heredero Marakis y un maestro de armas de Quym, de nombre Gaithnard. Yo diría que persiguen al alto myster, pero desde aquí es imposible estar seguro.
Fexe asintió con la cabeza, aunque parecía estar prestando más atención a sus propios pensamientos.
—Sólo hay dos posibilidades —anunció—. Podemos navegar directamente hacia el puerto de Yle em Arlivux, o dirigirnos a Kasbyrion. En el primer caso, conduciremos a nuestros perseguidores hasta Matei y su grupo; en el segundo, es probable que encallemos. En esta estación, Kasbyrion es una encerrona. La única ruta hacia el interior, la Chimenea del Diablo, es impracticable, especialmente para gente sin experiencia en esa clase de terreno, como lady Tulsië.
—Yo apostaría por Yle em Arlivux —replicó Harkyn. Acto seguido abrió la puerta del camarote—. Sería conveniente prever alguna clase de estrategia, Fexe. Debemos pensar algo.
Durante tres días, Fexe intentó sacar el máximo rendimiento a su navío y a su tripulación. El Corazón de Handera crujía y gemía, y el viento ululaba a través de la jarcia hinchando las velas; el barco surcaba el mar Blanco a gran velocidad, como ningún otro navío había hecho anteriormente. Sus perseguidores habían perdido terreno, pero seguían estando a la vista.
El viento se convirtió en una suave brisa, y tanto el Corazón de Handera como sus perseguidores empezaron a avanzar más lentamente.
—Han conseguido no quedarse atrás gracias al mago —comentó Fexe con cierto desdén, cuando Harkyn subió a cubierta poco después del mediodía—. He demostrado mi superioridad en cuanto a destreza en la navegación en cada hora transcurrida, del día y de la noche.
Harkyn vio brillar el orgullo profesional en los ojos de Fexe, y no pudo evitar que aflorara una sonrisa en su rostro. Junto con el contramaestre Nyrgal, Fexe estaba trabajando cerca del bauprés para disponer la cadena del ancla de tres uñas de mayor tamaño alrededor del eje.
—Tengo una idea —anunció Harkyn sin más preámbulos—. Haremos creer a nuestros perseguidores que nos dirigimos a Kasbyrion. Cuando estén convencidos de que es allí donde pretendemos desembarcar, tendremos que despistarlos de algún modo. Podemos poner rumbo hacia el norte justo antes de llegar a las islas Cuello, para después navegar entre Gyt Occidental y Lan-Gyt, hacia Yle em Arlivux.
Fexe escrutaba el rostro de Harkyn desde la profundidad que conferían las cejas que enmarcaban sus ojos.
—Cuando dices «despistarlos», quieres decir que eso es asunto mío, ¿no es así? —dijo frunciendo el ceño.
Harkyn esbozó una sonrisa.
—Entonces, ponemos rumbo hacia Kasbyrion —dijo—. No creo que ahora te sea de gran utilidad.
Fexe examinó el eslabón de la cadena que unía ésta al ancla.
—Hablas como si estuviéramos juntos en un pequeño bote —rezongó—. Tal vez yo tenga otra idea, alto myster desprovisto de magia, pero lodo depende de si conseguimos que nos pierdan de vista durante aproximadamente una hora.
Harkyn alzó la barbilla. Su mirada quedó fija en el horizonte oriental.
—Podríamos aprovechar la niebla.
A Fexe se le iluminaron los ojos. Soltó la cadena, que cayó con gran estrépito sobre cubierta.
—Y si no hay niebla, por supuesto siempre podemos crearla —dijo Fexe.
Harkyn le miró, divertido.
—¿Crear niebla?
—Vapor, amigo mío; el vapor es tan impenetrable como la niebla. Contamos con el viento del este. Si somos capaces de producir una cantidad considerable de vapor, nuestros perseguidores se adentrarán directamente en nuestra neblina casera.
—¿Y el mago? —preguntó Harkyn con cierta reserva—. ¿No interferirá?
Fexe se encogió de hombros.
—Podríamos olvidarnos de él.
Dando media vuelta, se dirigió hacia el contramaestre.
—Nyrgal, necesito madera, carbón, una caja de yesca y unas cuantas cubas. Una de ellas debe contener agua.
El contramaestre se apresuró a llevar a cabo las órdenes de Fexe. En seguida aparecieron diez hombres, cargados con todo lo que Fexe había solicitado. Prendieron un fuego de dimensiones considerables en las cubas, después extrajeron un poco de agua de la otra tina y rociaron con ella el fuego. Siseando, el vapor se alzó sobre la cubierta hasta llegar a la popa del barco, y muy pronto el Corazón de Handera se hizo invisible para sus perseguidores.
—¡Mira! —dijo Fexe a Harkyn, señalando unos cuantos islotes rocosos situados al nordeste del barco—. Si utilizamos esas islas para escondernos, les llevará algún tiempo comprender lo que ha sucedido.
Cuando apenas eran ya visibles para sus perseguidores, Fexe gritó al timonel:
—¡Rumbo al sur! ¡Ahora!
Hizo que arriaran la vela mayor cuando el barco empezó a obedecer al timón. Las nubes de vapor ocultaban completamente al Corazón de Handera.
—¿Por qué hacia el sur? —preguntó Harkyn.
—Si hubiéramos mantenido el mismo rumbo, nuestros perseguidores igualmente habrían sospechado que necesitábamos el vapor para cambiar de dirección en un momento u otro —dijo Fexe, haciendo señas al timonel para que dejase de girar la rueda—. Ahora acaban de comprobar que modificamos el rumbo hacia el sur. Si yo estuviera en su lugar, pensaría que es allí donde nos dirigimos: hacia el sur, posiblemente hacia Lan o Hemthora; debemos hacerles creer que no deseamos que vean nuestras intenciones.
Harkyn le lanzó una mirada burlona.
—Bueno —siguió diciendo Fexe, y se encogió de hombros—, siempre podemos intentarlo.
Hizo una apreciación del vapor y de la posición del barco y esperó unos minutos.
—¡Ciento ochenta grados a toda vela! —exclamó. Y acto seguido, bruscamente—: ¡De prisa!
El timonel empezó a mover la rueda con todas sus fuerzas, y la tripulación inició su danza entre los cabos de la jarcia y el palo de la verga, para llevar a cabo las órdenes de Fexe.
—¡Apagad el fuego! —gritó Fexe.
Cuando la brisa empezó a aumentar gradualmente y llenó las velas, la carabela salió despedida hacia el norte detrás de la pantalla que formaba el vapor. Maniobraron hacia una de las pequeñas islas entre ellos y sus perseguidores, una vez que el humo se hubo dispersado. Justo antes de que desaparecieran de su vista por completo, Harkyn vio el contorno de una de las galeras.
—Estoy seguro de que nos han visto —comentó.
—No lo creo —replicó Fexe con suma seguridad en sí mismo, lo cual divertía y suscitaba el enojo de Harkyn a un tiempo—. El barco ya tenía rumbo hacia el sureste. Nos vieron desviarnos hacia el sur, y en ese punto cardinal, o tal vez en el este, han centrado toda su atención. Y si no nos han visto, habremos ganado como mínimo una hora de ventaja.
Dieron unas cuantas bordadas entre los islotes y pasaron muy cerca del cabo Paryndik, el punto situado más al sur de la península del mismo nombre.
—Si llegamos a las islas que hay entre Gyt Occidental y Lan-Gyt antes de que vuelvan a darnos alcance… —empezó a decir Fexe.
—En ese caso, todavía deberemos ocuparnos del mago, como ya dije antes. —Harkyn acabó la frase de forma lacónica.
Fue como una señal. Un chillido estridente llegó rodando sobre las olas, lo que hizo que a todos se les erizase el vello de la nuca. Una gran ave surgió de entre las nubes de vapor y se lanzó en picado hacia el Corazón de Handera con un fuerte batir de alas. Cuando el animal estaba cerca, Harkyn pudo comprobar que se trataba de un águila imperial de color gris oscuro.
—Nos atacan —gritó mientras se apresuraba hacia el castillo de popa, haciendo grandes aspavientos—. ¡Refugiaos! No podemos hacer nada contra esta criatura.
El ave chilló de nuevo; fue un gruñido agudo que parecía contener cierta frustración. La tripulación se sorprendió al ver que el pájaro dibujaba un amplio arco, se alejaba del barco, y después subía muy alto y volaba hacia el oeste.
Fexe pudo respirar de nuevo.
—Ha estado cerca.
Harkyn siguió al ave con la mirada.
—No vale la pena preguntarse por qué no nos ha atacado. Sólo podemos hacernos una idea de la suerte que hemos tenido —farfulló. Después, en su rostro asomó un atisbo de sorpresa—. Tampoco cabe preguntarse si esa ave era realmente un mago; acabo de recuperar mis poderes mágicos.
—Hacia Yle em Arlivux, entonces —alentó Fexe a su tripulación, eufórico—. Puede ser que nuestros perseguidores den con nosotros, pero no me preocupa demasiado el pasaje de las tres galeras de palacio sin su mago.