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Pit (1)
… pero el enemigo es invisible, porque la estructura tan ostentosamente organizada del reino no será derrotada por las hordas de la noche; ninguna armada, comandada por lúgubres capitanes y aliados del mal, o como queramos llamarlos, hará que el reino se postre de rodillas. No, el reino, ese complejo organismo formado por gentes y poderes, será derrotado por las ratas que anidan, ocultas, en sus cimientos. Tales ratas pueden roer el reino impunemente, y sólo cuando la fachada de la estructura empiece a tambalearse y sea derribada, aquellos que ostentan el poder y los habitantes del reino se darán cuenta de que el enemigo trabaja desde dentro. Pero para entonces será demasiado tarde.
Veo una fuerza, oscura e invisible, que desmenuza como una plaga de ratas los límites y las costas de Romander. Esa fuerza tiene un nombre, un nombre que no debe pronunciarse en voz alta. Pero también veo la esperanza, manifestándose como una fuerza invisible.
Fragmento de Visiones del maestro espiritual Damphier de Deemster
Pit estaba sentada con la espalda erguida cerca de la entrada de la cueva que habían escogido para pasar la noche. Había relevado a Dotar en la guardia nocturna. Apagó la antorcha que el regulador había mantenido encendida con tanto esmero, porque necesitaba oscuridad para lo que estaba a punto de hacer. La única fuente de calor eran las llamas del fuego que ardía en las proximidades de la cueva. Tiritando, se acurrucó en su manto. Una gélida neblina se deslizaba furtivamente, como una serpiente, por el abismo.
Durante cierto tiempo, su mente pasó de un pensamiento a otro. Se había despertado con una idea, pero algo en su mente rehuía la perspectiva de actuar. «No investigues sola, Pit —oyó decir a su maestro, cuyas palabras ejercía presión sobre ella—. No lo hagas, porque las fuerzas con las que te enfrentarás pertenecen a un orden distinto; ni siquiera yo me atrevo a invocarlas». Sin embargo, sabía que sólo ella era capaz de llevar a cabo lo que consideraba absolutamente necesario. Era algo que debía suceder tarde o temprano, así que ¿por qué no entonces? Ése era uno de sus pocos momentos de intimidad, en el que nadie podía verla.
Apretó los labios y miró tras de sí. Los cinco hombres parecían estar profundamente dormidos. Gaithnard roncaba con suavidad. Se deslizó lentamente hacia el exterior en busca de un lugar en el que nadie pudiera verla en caso de que uno de ellos despertara. Todavía insegura, se peinó con los dedos sus encrespados cabellos.
Después cerró los ojos y colocó las manos sobre las rodillas. Sus labios se curvaron en un gesto resuelto. La tormenta que se había desatado en el interior de su mente dejó paso a la calma. En su lugar, hicieron aparición los recuerdos recurrentes de su infancia. Apreciaba grandemente lo poco que recordaba de sus primeros años de vida; eran imágenes que llegaban a ella emergiendo a través de la neblina del tiempo.
Un rostro de pómulos prominentes y ojos oscuros. Una mujer. ¿Su madre? Y un contorno, más lejos, que casi le daba la espalda. Ella yacía sobre el suelo, la figura hablaba, de forma inaudible. Palabras extrañas. Al final, aquellas imágenes dejaban paso a la visión de un brillante pilar de fuego. Saltaban chispas por todas partes. Una sombra que retrocedía dando un salto atraía su mirada.
El recuerdo de un desagradable olor a quemado permaneció en sus orificios nasales. ¿Se trataba de su padre, o de un mago? Había otra imagen que ardía en la retina del ojo de su mente: un anciano que se inclinaba sobre ella, unos ojos que la inmovilizaban.
Recordaba las palabras que había pronunciado con voz chirriante.
—Esta niña algún día será importante para el reino.
Aquellos escasos recuerdos, curiosamente, parecían tener el poder de tranquilizarla en cualquier situación. Tenía un pasado, era consciente de ello.
Su mente se aplacó, y pasó a estar vacía y receptiva.
La oscuridad descendió sobre ella como un vestido de noche sin estrellas, anidó en sus poros y trajo consigo un espeso silencio. Únicamente la turbia fetidez de la cueva —resultante de la humedad que se filtraba por la roca, del musgo en proceso de descomposición y de los excrementos de animales— le recordaba que sus sentidos seguían funcionando. Esperó, a sabiendas de que todavía no había alcanzado el nivel de máxima concentración necesario para hacer uso del Poder.
Lentamente, todos los elementos que habían despertado sus sentidos salieron de su mente. Cuando encontró el silencio y el vacío en su interior, empezó a palpar a su alrededor con dedos espirituales. Percibió cómo el cuerpo invisible de su mente se encabritaba. Atrás quedó su envoltura física. Se dejó llevar por el viento, hasta que se encontró flotando sobre el mar.
Un invierno salitrado la rodeaba. Sentía el frío incluso dentro de su mente. Voló como un pájaro aprovechando las corrientes térmicas sobre la costa de Lan-Gyt, y planeó hacia el sur. Le sorprendía el hecho de que su mente trabajase con tanta intencionalidad, puesto que se había lanzado a la búsqueda del otro poseedor del Poder: Lethe. Su principal objetivo era sentir, saber, que seguía con vida. Quería hablar con él. Sabía que ella era la única capaz de hacerlo. Pero para ello, primero, debía encontrarlo. Plenamente consciente, su mente perforó el frío invernal en dirección a la costa más próxima a Welden Taylerch. La niebla ascendía como una enredadera desde el pie de las colinas que acuchillaban el mar como sables, para cubrir los acantilados con su manto. Penetró en la bruma y, mediante miles de esquirlas de Poder, atravesó el espejo de la superficie del agua. Se sumergió a través de las capas superiores del mundo acuático. Se sintió abrumada por las numerosas formas de vida que pasaban a toda velocidad a su lado. Detectó la presencia de pequeñas criaturas que no sentían el bombardeo de Poder que las atravesaba velozmente; vio bancos de pez piedra que se extendían durante varias millas, y que, para su sorpresa, actuaban como si tuvieran una sola mente; pasó al lado de peces grandes y pequeños, platijas, tarbinths, cangrejos y langostas de todos los tamaños y formas posibles. Profundizó aún más, hasta llegar a las capas abisales del océano, en las que el tono verdoso de la superficie se convertía en un resplandor distante. A medida que descendía en el reino del mar, se hizo el silencio más absoluto, como si la vida hubiera quedado totalmente paralizada. Al principio, creyó que la falta de sonidos indicaba la ausencia de actividad mental. Únicamente cuando el silencio se alzó de forma imponente ante ella como un muro impenetrable, empezó a tener dudas. De pronto, como si hubiera parpadeado con el ojo de su mente, pudo verlo y percibirlo: aquel muro estaba lleno de pensamientos, era en sí mismo una mente, un moloch que podía aplastarla en menos de un instante. Al mismo tiempo, atisbo las proporciones de aquella presencia, casi demasiado descomunales para que pudieran ser imaginadas. «Una estructura viva», pensó, una hilera interminable de túneles resplandecientes, galerías con guirnaldas verdes ondulantes y estancias con forma de cúpula sostenidas por pilares marrones y verdes que palpitaban lentamente. Ni siquiera Yle em Arlivux podía compararse con aquella estructura. «Una catedral viviente», pensó Pit. ¿Sería aquélla la morada del Señor de las Profundidades? Tuvo la impresión de que esa pregunta aún quedaría sin respuesta durante algún tiempo. De inmediato, apartó todas aquellas cuestiones y pensamientos, y se concentró en encontrar a Lethe.
—¿Estás ahí, Lethe? —susurró, utilizando el Poder.
Obtuvo como única respuesta el silencio, pero en su mente Pit pudo sentir la presión considerable que ejercía aquella presencia que habitaba y rodeaba el silencio. De pronto, algo penetró brutalmente en su mente. Se había preparado para ello, y consiguió escapar con el núcleo de su ser incrustado en las minúsculas esquirlas de Poder, invisible y fuera del alcance de la criatura que se alojaba en la catedral viviente.
El movimiento en semejante estado fragmentario era una sensación extraña, como si estuviera constantemente mareada. Tras unos minutos, empezó a acostumbrarse a aquella sensación, y consiguió mantener unido su ser, de otro modo disperso. Era consciente de que eso requería gran cantidad de energía, y de que no sería capaz de mantener ese estado durante mucho tiempo. La presencia había desaparecido, aparentemente confundida por la repentina desintegración de la mente en la que había penetrado.
Pit se adentró aún más en el mundo de ensueño de túneles, galerías y cúpulas sumergidas. De vez en cuando, con mucha cautela, volvía a formular la misma pregunta.
—¿Estás ahí, Lethe? —Pero no obtuvo ninguna respuesta.
Estaba convencida de que seguía vivo y de que debía encontrarse allí, en alguna parte, pero entonces los primeros conatos de duda empezaron a asaltar su mente. Tal vez Lethe no estuviera allí, después de todo. Quizá había confiado excesivamente en su intuición, a pesar de que nunca antes le había fallado. Siguió nadando. En la distancia vio un resplandor azul verdoso. Repitió la pregunta.
—¿Estás ahí, Lethe?
Durante un solo instante sintió que algo se movía en el interior de la presencia, algo semejante a la mente de otra criatura. Llegó a entrever una punto luminoso, tan sólo un destello en un océano de oscuridad.
—¿Lethe?
Entonces, algo la empujó con tal fuerza que se le cortó la respiración. Una sensación intensa de frío colisionó contra ella, hizo que retrocediera y le atravesó todo su ser como la hoja de una daga. Sintió como si un ejército de espadas rasgara su carne inexistente. ¡Dolor! ¡Un dolor insoportable! ¡Cómo podría alguien sobrevivir a algo semejante!
¿Iba a morir?
Fragmentos de imágenes asaltaron como destellos su visión parpadeante. Los muros resplandecientes de un túnel, cúpulas pulidas y oscuras, escamas de color verde jade del tamaño de la ladera de una montaña, una luz titilante como la del refulgente sol de verano, un cuerpo inmenso que palpitaba y cambiaba constantemente de color, y por último, una cola escamosa que se prolongaba durante kilómetros.
La última imagen se desvaneció de modo fugaz, como si Pit se estuviera alejando de ella a gran velocidad. Sólo cuando volvió a parpadear, tomó conciencia de las enormes proporciones de la criatura.
Todas esas impresiones le hicieron sentir vértigo. Intentó con todas sus fuerzas permanecer consciente, pero aquella fuerza destructiva la abocaba a la noche.
Ardientes cuchillos de dolor cercenaron sus pensamientos en partes desiguales.
Oscuridad.