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La promesa de Mirada Rasuradora

Llevaban subiendo por la pendiente varias horas, una al lado de la otra. El desfiladero se alzaba sobre sus cabezas como una fortaleza inalcanzable. El sendero que conducía hasta él era empinado y muy peligroso; constantemente sus pies resbalaban sobre las rocas sueltas. Justo antes de que llegaran a la garganta de la montaña, la Dama de la Sabiduría y la Intuición hizo que Loss se detuviera.

—Llevamos años en camino, Loss.

Loss alzó la vista, alarmada, porque la voz de la Dama tenía un dejo de tristeza, como si aquello fuera una despedida.

—Más allá del desfiladero se encuentra tu destino, la fuente. Allí es donde deberemos separarnos. Tú debes seguir subiendo; yo regresaré al lugar del que procedo.

Entonces, ¡estaba en lo cierto! Loss, impotente, miró a su maestra a través de sus ojos empañados por las lágrimas. Pensó algo que decir, pero las palabras se alejaron aleteando como pajarillos asustados.

—No digas nada —dijo la Dama—. Las despedidas deben ser breves, de lo contrario nuestros recuerdos quedan marcados por heridas demasiado profundas. Ahora debo irme.

Dicho esto, dio media vuelta e inició el descenso.

—¿Señora? —Tan sólo fue un susurro, pero la Dama pudo oírla.

La Dama se volvió hacia ella. Su boca permaneció cerrada, muy apretada, pero entre sus pensamientos, Loss oyó una voz.

Que esto sea un consuelo para ti, Loss: siempre estaremos juntas. Únicamente en el día de mi desaparición podrá desprenderse tu mente de la mía.

Por las mejillas de Loss corrían las lágrimas.

Toma el control sobre tu propia vida, Loss. Aprovecha las lecciones que has sabido extraer por ti misma a partir de mis palabras. La última lección es que una gran parte de nuestras vidas se compone de pérdidas y despedidas.

Un lento suspiro atravesó la mente de Loss como una brisa.

Piensa en mí cuando haya sitio para ello, Loss, pero deja espacio también para los demás. Sobre todo, deja espacio para ti misma.

Por fin, Loss encontró algunas palabras. Le temblaba la voz.

—Mi señora, una pregunta.

Algo en los ademanes de la Dama le indicó a Loss que ésta ya sabía cuál sería esa pregunta, y que en realidad no quería oírla. Pero aquella cuestión le había quemado en los labios tantas veces que entonces, en ese último momento, no pudo reprimirla.

—Dama, ¿mi madre… es…, eres tú…?

La Dama de la Sabiduría y la Intuición dio media vuelta bruscamente y siguió caminando en sentido contrario. Loss la siguió con la mirada, súbitamente destrozada y vacía. Una vez la Dama hubo desaparecido de la vista, su voz volvió a abrirse paso entre fragmentos de los agitados pensamientos de Loss.

Loss, hija mía.

Después se esfumó, y junto con la voz, la presencia de la Dama de la Sabiduría y la Intuición abandonó la mente de Loss.

Loss se negaba a comprender por qué la Dama le había permitido saber que era su madre únicamente entonces que se había ido.

Lloró durante el medio día restante y toda la noche, para caer rendida al amanecer, en medio del camino.

Al despertar, a media mañana, su mente estaba controlada por el orden. Se levantó y reanudó la marcha hacia el desfiladero, el umbral de su nueva vida.

LADY ASRATH DE OSCURA,

Peregrinaje hacia el alma

Setenta años más tarde.

Gehandyr, el águila imperial a quien Lethe había conocido como Mirada Rasuradora, buscaba posibles presas sobre el mar Blanco septentrional. La costa oeste de Lan-Gyt refulgía bajo el sol de la mañana. Tras los centelleantes acantilados se encontraban los abismos, el jugador lo sabía. También sabía que estaba exactamente al oeste de Welden Taylerch. Allí, en el abismo que se extendía bajo su cuerpo de águila, el Señor de las Profundidades dormía apaciblemente en su laberinto, y junto a él, Lethe descansaba en un sueño profundo. Gehandyr, en un principio, se había negado a creer que el Señor de las Profundidades se encontraba allí, y no, más allá de la costa de Oscura. Estaba reuniendo valor. A pesar de que un gran mago habitaba en su interior, el águila imperial estaba obligada a cumplir las leyes de la naturaleza. Pero las intenciones del mago podrían conducir a la gran ave al filo de la muerte. El águila, por su parte, se había negado una vez tras otra, y su propia voluntad también debía ser respetada. El mago había hecho uso de toda su capacidad de persuasión para convencerla de que aquello era necesario. Pero resultaba muy difícil razonar con una criatura que no sabía nada de sentimientos humanos, que sólo podía pensar en la utilidad y la inutilidad de las cosas en función de su propio interés: para conseguir alimentos y defender su propio territorio.

Tu voz mental, el lenguaje de la mente que utilizaste para hablar con el No Mago contenía una promesa —repuso el mago cuando Gehandyr se negó de nuevo.

Mi voz era un instrumento de tu mente —respondía el animal siempre que el mago hacía ese comentario.

Y la réplica, también reiterada del mago, era que Gehandyr, asimismo, podía haberse negado a servir como instrumento. Pero fuera cual fuese el razonamiento o las opciones propuestas por el mago, Gehandyr seguía negándose a aceptarlos.

Aquella mañana, el mago tuvo la impresión de que Gehandyr estaba de buen humor. Con todos los medios a su disposición, con todos los trucos que le estaban permitidos, recopilados durante su increíblemente larga vida, inició un nuevo asedio en la mente del animal. Nunca llegaría a saber cuál de sus palabras o consideraciones supuso una diferencia aquel día, pero finalmente Gehandyr consintió.

Haremos lo que debe hacerse, humano de Ulvor. —Gehandyr hablaba en conceptos que el viejo mago, como de costumbre, traducía en palabras dentro de su propia mente—. ¿Significa eso que tu misión ha llegado a su fin?

El mago respondió para confirmárselo.

Significa que ha llegado mi último día sobre este mundo, Gehandyr. Pero así debe ser. Amanece una nueva era, y el mundo se las arreglará perfectamente sin mi…, nuestra contribución. Mi misión y la de otras tantas criaturas de larga vida ha sido llevada a buen término. Me siento satisfecho y, para ser sincero, estoy cansado. Ya basta. Hagamos lo que debe hacerse.

Si no entiendo mal, eso quiere decir que no debo lamentar perder la vida en este acto, de gran valor para la humanidad.

La respuesta del águila dejó al mago atónito. Aquellas consideraciones eran más propias de un ser humano que de un animal.

Me siento orgulloso de ti, Gehandyr, Mirada Rasuradora, pero debemos suponer que sobrevivirás.

Me llena de orgullo que hayas formado parte de mi vida —replicó Gehandyr.

Aquellas palabras conmovieron al mago, y la sensibilidad que demostraban se le antojó humana. Aparentemente, sus pensamientos habían influido en el ave en mayor medida de lo que nunca hubiera creído posible. No temía el inminente final de su vida. Hacía mucho tiempo que deseaba descansar. Y aquélla era la única manera de conseguirlo.

Gehandyr se elevó en el cielo, cada vez más alto. Dio media vuelta con un suave aleteo, plegó las alas a ambos costados del cuerpo y se dejó caer en picado como una espada gris hacia el mar. Justo antes de atravesar la superficie del agua, para zambullirse en el gélido mar de invierno, profirió un chillido agudo:

—¡Auc!

El cuerpo del Señor de las Profundidades descansaba en el fondo del mar. Era imposible discernir si estaba muerto o profundamente dormido. Fuera como fuese, cubría por completo lo poco que quedaba del Oscuro del mar de la Noche, que cada día era menos.

En el interior del laberinto, reinaba el silencio absoluto del sueño. A veces, una de la mentes rozaba la superficie de la conciencia, para recorrer por un momento los pasadizos con vida y el mundo bamboleante de jade. Después se apaciguaba y regresaba a su ensoñación mental. Nada indicaba el fin de aquel estancamiento. A veces, la sombra de un enorme pez plano de ojos vacíos se deslizaba sobre el laberinto, sin suscitar el menor cambio.

El ruido distante de la zambullida, que llegó hasta el laberinto mucho más tarde, hizo que una de las mentes saliera lentamente de su ensoñación para pasar a un estado semiconsciente, como si en el interior del núcleo del ser espiritual vegetativo alguien intuyera que algo estaba a punto de suceder. Los pensamientos de aquella mente, que sólo entonces empezaba a despertar, retrocedieron con un movimiento brusco e inesperado para recuperar un recuerdo del futuro. La criatura se veía a sí misma de pie al lado de un trono de hueso. Una mujer posó una mano sobre su brazo. Alzó el rostro y le sonrió. Una sensación enfermiza le hizo despertar del todo. Sus pensamientos, desdibujados en sus contornos, se hicieron más nítidos. Lentamente, penetraron en su mundo los recuerdos de largos sueños sobre una nación noble y antigua.

Oyó un ruido extraño, como si un pez surcase las aguas a una velocidad insólita. El ruido se oía cada vez más cerca. Acto seguido, algo colisionó contra él con una fuerza tremenda. Un furioso remolino, un grito amortiguado por el agua. Eran los movimientos incontrolados de las demás mentes que habían despertado bruscamente de su sueño. A continuación, fue absorbido por otra mente y apartado de la monotonía del reconfortante mundo verde.

Gehandyr consiguió volver a la superficie, para sorpresa del mago y del propio animal, puesto que todos sus instintos habían dejado de emitir señales de alarma, de dolor, de pánico, de frío y, sobre todo, de la falta de aire para respirar. El animal, en primer lugar, había hecho uso de sus propias reservas. Cuando éstas empezaron a agotarse, a medio camino de regreso hacia la superficie, el mago le proporcionó un Escudo de Defensa Sellado Circundante, que le permitió atravesar la superficie del agua.

Pero eso no bastó.

Completamente exhausto, calado hasta sus huesos de pájaro, liberó la mente de Lethe justo en el momento en que salió a la superficie. Entonces, sus alas acalambradas dejaron de moverse. El águila y el mago se desplomaron de nuevo sobre el agua. El mago analizó el estado en el que se encontraba Gehandyr, y decidió que no podía hacer nada por salvarla. Después, su mente antigua se apartó del águila con una sensación de melancolía. Los pensamientos del mago fueron arrastrados por una fría ráfaga de viento y se esparcieron sobre el mar Blanco.

Se oyó un chillido ronco, un débil «auc», y luego las olas se cerraron sobre el cuerpo del que había sido un animal poderoso, y que algunos conocían como Gehandyr, y otros como Mirada Rasuradora.