24
La Cúpula

¿Quién impulsa el movimiento?

¿Quién nos arrebata nuestra sangre caliente?

¿Quién es el amo silencioso del océano,

la sombra furtiva, la insípida sanguijuela?

¿Se trata de un jugador? ¿Acaso su sombra acecha

en la corte del desran, en Arlivux, en el Instirium?

¿O tal vez su poder se deriva de otras conversaciones antiguas,

y su fuente mana del espejo de Elysium?

¿Quién envía a la orilla a la alta y larga marea?

¿Quién florece como una negra rosa de invierno

cuando la oscuridad alimenta la última noche gris

y la palabra muere ahogada en el vacío, en una muda agonía?

SOLO RABATHER DE LAN ALTO,

Trinetos, poemas y quintrinos sin respuesta, recopilación de poemas

Lethe había experimentado en cada una de las fibras de su ser el distanciamiento que se estaba produciendo entre su cuerpo y su mente. El hilo que todavía le unía a la familiar sensación de gravedad en su carne y sus huesos era cada vez más fino. Se trataba meramente de una conexión espiritual, pero muy tangible, y tan dolorosa que perdió el sentido en varias ocasiones. No era un dolor físico, sino más bien como si las finas y afiladas zarpas de un pensamiento perforaran su mente. Finalmente, la tensión desapareció, y Lethe se dio cuenta de que su cuerpo ya no estaba en movimiento. Era probable que hubiese sido arrastrado hasta la orilla de alguna isla, o bien estaría sumergido en el fondo marino. Se sorprendió al comprobar que el vínculo entre su cuerpo y su mente seguía presente.

Pasaron varios días antes de que Lethe se acostumbrara al mundo al que había llegado. Entonces era capaz de dirigir su mente en todas las direcciones posibles, sin apenas esfuerzo, como si ésta fuera un cuerpo en sí mismo. Aquello había sido lo más duro en esos primeros días: durante toda su vida, los impulsos que espontáneamente enviaba a sus brazos habían desencadenado los movimientos deseados. Su mente seguía enviando los mismos impulsos involuntariamente, pero entonces no había cuerpo, brazos ni piernas. Había quedado lisiado y ciego. Durante aquellos primeros días, el pánico había aflorado a través de la superficie de su conciencia en unas cuantas ocasiones, pero haciendo uso de todos sus poderes mentales, había conseguido mantenerlo bajo control.

Lentamente, aunque de forma segura, empezó a recordarlo todo. No todos los recuerdos eran agradables, pero la alegría que sintió al recuperarlos poco a poco le ayudó a soportar el dolor y el miedo omnipresente que suscitaba en él su destino.

Después de que la criatura se hubiera apoderado de él, la mente de Lethe aterrizó en una serie inacabable de pasadizos brillantes y húmedos, conectados unos a otros mediante otros corredores secundarios. Hasta entonces, la criatura le había dejado solo, aunque Lethe era consciente de que le observaba y ejercía presión sobre él. Parecía que, de momento, le estaba permitido explorar los parajes que le rodeaban. En cualquier caso, eso fue lo que hizo Lethe; pero el laberinto de pasadizos era tan desmesuradamente extenso que no consiguió hacerse una idea de qué forma tenía el mundo que ahora habitaba.

El tercer día, hizo un descubrimiento que desconcertó sus pensamientos. Se dejó llevar hasta uno de los pasadizos secundarios. Allí donde éste finalizaba, unos puntos luminosos en tonos azules y verdes dibujaban un mosaico ondulante sobre las paredes: se trataba de la entrada a otra sala. La oscuridad en aquella sala era más intensa que la penumbra a la que estaba acostumbrado. Se dirigió hacia el interior, deslizándose dentro de una estancia en forma de cúpula. Sus paredes negras brillaban, y en el centro había una fosa redonda, de unos veinticinco metros de diámetro, rodeada por un muro. Inmediatamente recordó el día en el que Dotar, Pit y él mismo descubrieron la cúpula en el laberinto próximo a Cueva de Nardelo. ¡Aquella cúpula era idéntica! ¿Acaso había un punto de conexión entre ambos mundos? Rebuscó en su memoria. En realidad, toda aquella red de pasadizos se le había antojado muy familiar desde el principio. La diferencia era que aquel mundo estaba vivo, y el que se encontraba en las proximidades de Cueva de Nardelo le había parecido abandonado y sin vida.

Aquel día, Rax, la espada que su madre le había sido entregado antes de partir, le había advertido de una amenaza. Pero no fueron capaces de localizar la fuente del posible peligro. Recordaba haber oído un gong y que unas runas habían hecho aparición sobre los muros de la estancia. Examinó las paredes, pero éstas presentaban la misma negrura. Decepcionado, dio media vuelta con la intención de abandonar la sala de la cúpula.

¿Eres tú, Lethe?

Las palabras, que llegaron hasta su conciencia como los cuerpos de peces transparentes, le sorprendieron enormemente. ¡Provenían de alguien que poseía el Poder! Sólo podía tratarse de Pit. Buscó a su alrededor con la esperanza de encontrar otra presencia distinta de la de la mente omnipresente que habitaba aquellos pasadizos. Durante unos instantes, tal vez un par de segundos, una inteligencia apareció titilando en el límite de su conciencia, para desaparecer, de repente, un segundo más tarde, como si hubiera sido arrancada. Sólo quedó el interminable arrullo del mundo acuático que le rodeaba. Se preguntó si su mente no le estaría jugando una mala pasada. ¿Se trataba realmente de la voz Pit? Quizá estaba siendo víctima de su propia soledad, de su deseo de comunicarse con la gente a la que quería: su madre y Herde, Ervin y Pit. Le inundó una oleada de auto compasión. Se encontraba solo en aquel mundo ignoto, lleno de secretos y misterios. La presencia que le rodeaba por todas partes se le antojaba como el muro impenetrable de una prisión. Él era un ejército de un solo hombre rodeado por un adversario colosal, sin ninguna posibilidad de escapar.

Decepcionado y apenado, se deslizó hasta el exterior de la cúpula para sumergirse en uno de los interminables túneles, y atravesó una región abandonada del sistema de pasadizos. Transcurrió un día entero. Cuando la noche transformó el verde ondulante en gris, sintió en su mente un extraño hormigueo que le indicó que la presencia estaba penetrando en él de nuevo, aunque esa vez con más prudencia. Curiosamente, la criatura dejó espacio en la mente de Lethe, lo cual fue una sensación liberadora.

Lethe.

La voz, que parecía proceder de todas partes, se precipitó a través de él como varios truenos en cadena, para extinguirse después resonando por los pasadizos. La enormidad de la criatura que había hablado se hizo evidente con aquella única palabra, su nombre. Lethe sabía que era incapaz de responder. La voz hablaba, Lethe escuchaba; así funcionaba aquel mundo. A Lethe le parecía lógico. Por lo que sabía, aquella criatura era mucho más antigua, poderosa y de mayor tamaño que él. Aceptó con resignación su papel, como había hecho siempre.

Lethe, por fin ha llegado el momento. De nuevo, hemos tenido que esperarte durante largo tiempo. —Era una voz afable—. Las obras del Creador son maravillosas en su complejidad: una maraña de procesos imposible de desenredar, que se expanden durante siglos, y que se mantienen inalterables mientras todo lo demás cambia. En ocasiones, los esquemas amenazan con perder su significado, y entonces intervienen los Nibuüm, para reparar la trama. Pero las obras del Creador, al final, se esclarecerán y serán puras en su simplicidad.

Palabras confusas. Lethe no pudo entender del todo a qué se refería la voz. Miró a lo lejos, a través del túnel que se extendía de manera inacabable ante él. ¿Acaso aquel túnel también existía desde hacía siglos?

¿Quién es el Creador? —preguntó con voz quebrada.

Se arrepintió en seguida; debería haber guardado un silencio reverencial.

Lo sabrás en su momento, mi querido Lethe —dijo la voz, amable pero resuelta. Y prosiguió—: Han pasado nueve mil años. ¡Ay, si el tiempo no estuviera estancado!

Un suspiro mental llegó hasta Lethe. Era incapaz de formular ninguna pregunta, a pesar de que aquel último comentario había suscitado una avalancha de interrogantes en su interior. ¿Tiempo estancado? Había oído aquel concepto con anterioridad, pero no recordaba en boca de quién.

El primer milagro ha vuelto a suceder: de nuevo, Lethe ha descendido a las profundidades; de nuevo, ha venido a mí.

La voz adquirió un tono más insistente.

Lethe, se trata de ti, de mí y de la Dama, tal como sucedió en cada ciclo. Antes de que iniciemos juntos nuestra lucha, debes alcanzar el más alto estadio de pureza. Durante este rito, regresarán a ti todos tus recuerdos, o más bien debería decir, todos nuestros recuerdos. Muy pronto llegará la hora del segundo milagro. Entonces, deberemos dirigirnos a la cúpula de Ayintan. Allí nos repondremos, sobre las runas de los Ayinti.

Ayintan, Ayinti. Un recuerdo parecía vacilar en los límites de su conciencia. Un fragmento de un paisaje de increíble belleza rozó su mente. Un mundo que oscilaba infinitamente. El silencio adquirió un nuevo significado; la brisa primaveral traía consigo el aroma fresco de las nuevas hierbas y el olor dulzón de las flores. Se entregó a las cálidas caricias de los rayos del sol. De repente, la imagen se esfumó.

Todo lo que puedes ver, sentir, oír, saborear y oler es un recuerdo del futuro —susurró la voz. La visión de una sonrisa acarició a Lethe como una fresca brisa primaveral—. En realidad, no se trata del futuro; aunque algunas criaturas pueden adentrarse en él, pero tú no eres una de ellas… —la voz vaciló un instante—, por lo menos por lo que yo sé. Se trata más bien de recuerdos de un pasado que se ha repetido casi de manera infinita. Pero no tenemos la certeza de que esa visión fugaz del pasado sea también una visión del futuro. En ciento trece ocasiones, el pasado y el futuro han sido una misma cosa.

Más palabras enigmáticas, pero Lethe las absorbió todas. Tal vez algún día comprendería lo que aquella voz estaba diciendo.

La criatura guardó silencio. Transcurrió algún tiempo, la luz fue languideciendo.

Tu primer predecesor… —prosiguió, finalmente, la voz—. Su nombre resistió casi inalterable el paso de los siglos, porque ese nombre era Iïn Lajte, que, al igual que Lethe, significa «fuente del olvido». En el mundo paralelo de los Ayinti, los dioses, también significa «fluir a través del tiempo estancado». El lenguaje no es sólo una serie de sonidos acordados entre criaturas que permite su comunicación, sino que además forma parte de la naturaleza de las gentes.

No entiendo tus palabras —dijo Lethe con franqueza.

De nuevo, la sonrisa sopló como una brisa en su mente.

¿No me entiendes? Resulta curioso, porque no hay nada más próximo a tu esencia, a tu destino, si lo prefieres, que este concepto. Tú sabes lo que la gente va a decir antes incluso de que muevan los labios, Lethe. Antes de que las palabras hayan tomado forma y ocupen su lugar en una frase, tú ya sabes lo que la gente está pensando; lo ves en sus ojos, en sus ademanes, en el movimiento de sus dedos. En ese sentido, lo que tú puedes oír, ver, oler, saborear y sentir contiene más pureza que las palabras de la gente. Porque existe un tamiz entre los pensamientos y las palabras que elimina los contenidos que podrían perjudicar al orador o que no son de su agrado. Por eso se produce un desequilibrio entre lo que una persona piensa y lo que dice. El cuerpo delata esa ausencia de correspondencia, pero casi nadie es capaz de interpretar esas señales. Tú, sí. Esa es la razón por la que el juego del silencio te resultó tan fácil en aquella ocasión, en los bosques de Helm.

A Lethe le sorprendió el hecho de que la criatura supiera aquello. ¿Acaso tenía la capacidad de escarbar en su memoria?

El cambio inalterable, Lethe. Mis conocimientos provienen de un pasado que se repite incesablemente.

Lethe también intentó procesar aquello y esperó.

En su mundo, en su mente, el Creador intentó encontrar un arma para contrarrestar la magia de aquel cuyo nombre es impronunciable —prosiguió la presencia—. Buscó en su mundo, pero descubrió que no existía un arma semejante. Entonces llegó la Dama y le demostró, sin dar se cuenta, que un ser humano también puede ser un arma. No será un arma letal debido a su afilada hoja, ni tampoco porque pueda repeler la magia de Loh o la magia oscura, pero será un arma aniquiladora, por que contiene la pureza necesaria para enfrentarse a la magia del Oscuro. La pureza es importante. Curiosamente, esta clase de pureza suprema sólo se consigue al combinar la sangre de la nación más antigua con la de Loh. Desconozco el porqué. Hemos llegado a preguntarnos si el propio Creador es consciente de ello.

»Para conseguir la pureza es necesario olvidarlo todo. Deberás vaciar tu mente por completo, totalmente. Deberás ser capaz de olvidar quién has sido. En términos humanos, es un proceso equivalente a la muerte.

Pero ¿qué es la no magia?

Lethe se dio cuenta de que con su pregunta había acallado aquella voz. No quería oír lo que el destino le tenía reservado. El tono en el que formuló esa pregunta parecía contener cierta desesperación, incluso para él. Había intentado descubrir cuál era la verdadera naturaleza de la no magia, tanto en el exterior como en el interior de sí mismo. A veces, creía haber encontrado la respuesta, para después darse cuenta de que no era la correcta, o sólo verdad en parte.

No magia.

Tuvo la impresión de que la voz paladeaba las palabras, de forma reflexiva, como si fuera la primera vez que las hubiera oído.

Una denominación extraña para designar el amplio espectro de poderes no incluidos en el arte que, en estos tiempos, recibe el nombre de magia.

¿Cómo? ¿Qué quieres decir?

Lethe, querido Lethe, eterno arroyo del olvido, ciento catorce veces Lethe, portador del destino del mundo, la no magia es literalmente todo, con excepción de la magia. Eres único, y tu mente única es una combinación de toda una serie de habilidades encadenadas. Todos esos poderes concentrados, ¡eso es la no magia! Es la herencia de una nación ancestral. Es el camino secreto que el Oscuro desconoce, que nunca llegará a conocer, porque nunca fue capaz de entender a la nación más antigua. Era un pueblo demasiado puro.

En la mente de Lethe se hizo el más absoluto silencio. Sin darse cuenta, había ahuyentado a la presencia con un negligente chasquido mental.

Había asumido que era especial y, en un principio, también había aceptado su destino sin protestar demasiado. Se había adentrado en el mar y se había dejado arrastrar hasta sus profundidades; había permitido todos aquellos acontecimientos con pasividad. Pero únicamente entonces, al hablar en el lenguaje de la mente con una criatura incomprensible, se había abierto paso el entendimiento. Relacionó los acontecimientos que habían determinado su vida, desde el momento en que había sido expulsado del Instirium, y se dio cuenta de que la voz decía la verdad.

De pronto, se percató de que había dejado a un lado a la criatura. Avergonzado, abrió su mente. La criatura volvió a fluir en su interior. No parecía estar alarmada por la fuerza con que Lethe la había desterrado de sus pensamientos.

Lethe, la no magia lo es todo, con excepción de la magia; ahora ya lo sabes. Pero la no magia, aunque su verdadero nombre, en realidad, sea otro, por encima de todo es algo distinto. Por esa razón nos necesitamos uno al otro, y también a la Dama.

Continúa; ahora deseo saberlo todo.

En una ocasión, hace mucho más de ciento trece veces nueve mil años, una criatura poderosa cuyo nombre era Jaëndel estableció las condiciones necesarias para que se cumpliera una leyenda. Preparó el camino para un mago, al que los historiadores todavía conocen como el Heredero. Ese mago luchó en su mundo contra el mal, casi imbatible por culpa de Mathathruïn, pero consiguió vencerlo. Mediante una compleja combinación de capacidades y una trama cuidadosamente tejida de acontecimientos, desarrolló la capacidad de ver el futuro. Eso fue lo que le dio la victoria. Consiguió vencer incluso a Mathathruïn, y durante algún tiempo creyó haber acabado con él. Pero es muy difícil erradicar el mal. Tras su victoria, estudió los poderes del bien, pero también, y especialmente, los poderes malignos que gobernaban el mundo, y profetizó la erupción de la ira de Mathathruïn, la cólera del Oscuro. Antes de que desapareciera del mundo al mismo tiempo que la nación más antigua, escribió las Notas Secretas y, junto con el dulse Dinser, el Apodicto Secreto. Éste contenía, además de una proyección del futuro, un método capaz de derrotar al Oscuro, que es mucho más poderoso que el mal que él mismo venció. Ese método pertenece a una nación que no estaba compuesta por personas, sino por otras criaturas que habían desarrollado poderes a partir de su propia visión del mundo. Uno de ellos consistía en el poder de enroscarse en las sombras de los árboles, aunque también podían entrelazarse con otras criaturas. Podría decirse que eran capaces de fundirse con ellas hasta convertirse en un solo ser.

»Aquella suerte de magia, a la que nunca consideraron como tal, tenía un nombre distinto entonces. Recibía la denominación de fyogre nerï, que designa las refinadas artes de la mente, inalterables ante la magia humana. Fyogre nerï, el marco de pureza capaz de capturar la magia oscura. La verdad, la realidad y la veracidad forman parte de ese marco, y su conjunción es más poderosa que cualquier clase de magia que haya existido nunca. Ahora recibe el nombre de no magia. Y tú, hijo de Loh y de la nación más antigua, aunque ilegítimo, eres su personificación.

La voz dejó de hablar. Lethe intentó procesar todo lo que había oído. La expresión «hijo ilegítimo» seguía resonando en su mente.

Hay indicios —prosiguió la voz en un tono más reflexivo— de que algunas de las criaturas de aquel tiempo encontraron el secreto de la vida eterna. Por lo que tengo entendido, se trata de un proceso complejo y doloroso, que proporciona escasas satisfacciones. En una ocasión conocí a alguien que solía decir: «La vida eterna no existe en realidad, porque aquel que la posee se destruirá a sí mismo».

Lethe guardó silencio. Mientras escuchaba aquellas palabras, le vino a la mente otro pensamiento.

¿Estoy hablando con el Señor de las Profundidades? —espetó.

Se hizo un silencio insondable. Lethe se dio cuenta de que había formulado una pregunta clave. Transcurrieron uno o dos días. Al principio, el silencio llegó a confundir a Lethe, pero después el aturdimiento dio paso a la paciencia y acrecentó su curiosidad.

Espera la respuesta que precede a la pregunta —susurró, enigmática, la voz al inicio del tercer día—. Todo lo que hablemos aquí debe quedar entre nosotros. Son los vestigios secretos que el Heredero dejó grabados en la superficie del mundo con su poderosa espada Aerleander, forjada a partir de otras cinco espadas mágicas.

»El Heredero, portador y símbolo de la Gran Leyenda, recibe varios nombres. Los Nibuüm, que conocen la historia antigua mejor que los altos mysters, los Solitarios o los científicos del desran, le llaman Jaël, De Angele o Phashkan Dyr, pero en los últimos tiempos le denominan con un nombre que en la lengua antigua significa algo así como el Tejedor Silencioso. Le llaman De Argil.

¿Dargyll? ¡Mi padre! —exclamó la voz espiritual de Lethe, al borde del histerismo.

La presencia guardó silenció y se retiró para dar cabida a la tormenta que se había desatado en la mente de Lethe. Cuando se hubo tranquilizado un poco, un prolongado y profundo suspiro recorrió los túneles.

Soy y no soy el Señor de las Profundidades.

Lethe quería expresar su enojo y decir a gritos que no tenía necesidad de más acertijos, pero la voz le interrumpió.

Tú, Lethe, tú también eres y ala vez no eres el Señor de las Profundidades.

Aquellas palabras hicieron que la memoria de Lethe se abriera con un estallido. Sintió, de nuevo, la gravedad de su cuerpo, la calidez generosa de su sangre corriendo por sus venas. Acto seguido, sintió que estaba cayendo. Sintió también la vertiginosa sensación de que se deslizaba como un pez a través de la superficie del agua, y al mismo tiempo pudo verse a sí mismo zambulléndose en el mar.

Oyó a Mirada Rasuradora gritando: «¡Regresa, es demasiado pronto!».

Oyó cómo las palabras se sumergían en el agua como si fueran acantilados que se desmoronaban: «¡GEHANDYR! LOS AYINTI DESEAN TU REGRESO».

Oyó otra voz que preguntaba: «¿Por qué te resistes? Eres el No Mago, posees la no magia, el poder de entrelazarte con otro ser».

Sí, Lethe —la voz resonaba en su visión—, fyogre nerï, la no magia, es, además de todos aquellos poderes que no tienen nada que ver con la magia de Loh o cualquier otra clase de magia, sobre todo, el entrelazado de la nación más antigua.

La visión se esfumó. Lethe se sentía sordo y ciego. La verdad había estado esperando en uno de los rincones de su propia mente, y entonces, por fin, había salido a la luz: él era el Señor de las Profundidades, junto con la criatura que moraba en los pasadizos de aquel laberinto.

La no magia es el entrelazado de dos criaturas.

La criatura profirió un largo y profundo suspiro.

Cuando nos fundamos en una sola entidad, el Señor de las Profundidades volverá a la vida. Y entonces, esperaremos a la Dama.

Lethe ya había obtenido la respuesta que tanto anhelaba. Las últimas palabras transmitían sencillez, como si lo que estaba a punto de su ceder realmente fuera de una simplicidad extrema, pero Lethe sintió, hasta la médula de sus huesos inexistentes, que no era así.

Durante todo este tiempo, ciento trece veces nueve mil años, hemos estado esperando que tu otra mitad formase parte de la fusión, del entrelazado, como el propio Jaëndel prefiere llamarlo. Si eso fuera así, y si además consiguiéramos descubrir la morada oculta del Oscuro, eso significaría su fin, y el del ciclo.

¿Mi otra mitad?

Estaba demasiado aturdido por todas aquellas sorprendentes noticias para enojarse o formular una réplica. Aquel último comentario volvió a rozar el lugar dentro de su alma en el que había ocultado su destino. Sentía fluir la sangre en su mente, a pesar de que ya no tenía cuerpo, sangre ni venas.

Sí, tienes otra mitad —murmuró la voz, como si aquello no tuviera demasiada importancia—. Pero ya hablaremos de eso más adelante, cuando llegue el momento.

Lethe, exhausto por la agitación de sus pensamientos, profirió mentalmente un profundo suspiro y se limitó a aceptar aquellas palabras.

Poco después, le asaltó otra pregunta.

¿Quién eres, en realidad?

Mientras decía esto, Lethe se dio cuenta de que había tardado mucho en formular aquella pregunta. Había aceptado la voz en el interior de su mente, la apabullante presencia de la criatura, como algo natural. En una mirada retrospectiva, eso le sorprendió. La cadena de acontecimientos que habían tenido lugar en los últimos días difícilmente podría calificarse como algo normal. Entonces, formaba parte de una historia extraordinaria. Y sin embargo, la había aceptado tal como era, sin reflexionar demasiado al respecto.

¿Quién soy? ¿Quiénes somos?

La criatura guardó silencio. Su intuición le decía que su respuesta era de suma importancia.

La voz regresó.

Soy el hijo del Heredero, soy Lethe. Ambos somos Lethe, por centésima decimotercera vez.

La respuesta le golpeó con la fuerza de un puñetazo.

¡Ya lo sabía! En algún punto en los límites de su conciencia, ese conocimiento ya había hecho aparición con anterioridad y, sin embargo, se había quedado atónito. Llamas de dolor atravesaron su ser como una espada que acabara de salir del fuego de su forja. Sintió que un ardor insoportable se expandía con virulencia por toda su mente y hacía que su cuerpo inexistente se encogiera.

Es la anticipación del dolor del entrelazado —dijo la voz.

Vislumbró una visión parpadeante con el ojo de su mente. En ella, pudo ver una catedral de dimensiones impresionantes. Una fosa, llena hasta el borde de agua muy oscura, entró en su campo de visión. Había una mujer al lado de la fosa que le hacía señales. La conocía, aunque parecía mucho mayor, más madura.

¿Gyndwaene? —susurró.

La mujer señaló una pequeña abertura en el techo de la catedral, a través de la cual Lethe pudo apreciar la negritud de la noche. La visión se desvaneció.

Lethe, maestro paladín. —Percibió la voz más cerca que nunca, estrechamente vinculada a él, muy próxima al lugar de su mente que le pertenecía exclusivamente a sí mismo—. Nadie ha oído lo que se ha dicho aquí.

La criatura le dejó solo, se alejó de él retrocediendo hacia el interior de pasadizos y galerías en las que Lethe nunca había estado y tampoco deseaba conocer.