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La persecución (1)

El mutuo interés convierte al enemigo en amigo.

Dicho popular de Gyt

Un joven de cabellos rubios como la luna, rostro cadavérico y la piel tirante sobre prominentes pómulos desembarcó con el paso seguro de quien considera que las adversidades no existen. No obstante, por la forma en que su larga espada le pendía de la cadera, daba la impresión de que debía contar con ciertas habilidades que no concordaban con su aspecto juvenil. El navío en el que viajaba, una chalana preparada para las travesías invernales, con cámaras de flotabilidad adicionales en los costados de la proa, procedía de Gran Melisa, y en su ruta, aprovechando los períodos de calma entre tormentas, había pasado por Nayar, el puerto de Ostander, Gynt, en Delft, Quym, Tarfandel y Speet hasta llegar a Dal Meda.

El muchacho viajaba solo; únicamente lo acompañaban la espada, un petate en el que llevaba víveres y algunas mudas, y una abultada bolsa llena de speets. Había sido un rumor lo que le había llevado a Dal Meda. La capital de Aerges se enorgullecía de su importante puerto, y era además un lugar popular para pasar el invierno. Las intenciones del joven eran igual de vagas que los rumores. Puesto que estaba buscando a alguien pero deseaba permanecer en el anonimato, alquiló una habitación en una posada del casco antiguo de Dal Meda bajo el nombre de Amertin Dinkerson de Veer. Una vez hecho esto, se dirigió a la oficina del capitán del puerto.

—Estoy buscando un barco —dijo al capitán del puerto, un hombre hosco, de mediana edad, que le observaba con expectación—. Lleva el nombre de Corazón de Handera, y supuestamente arribó a este puerto hace pocos días.

—No facilito información sobre maniobras portuarias a marineros de agua dulce —masculló el hombre.

Amertin se preguntó cómo era posible que el capitán del puerto estuviera tan seguro de que no era un marino. El hombre le dio la espalda con un gesto desdeñoso, se enfrascó en los papeles que había sobre la mesa y posó su pluma sobre uno de los documentos.

Amertin observó la espalda del hombre durante unos instantes. Tomó aire, extrajo cinco monedas de plata de su bolsa, dio un paso adelante y las dejó caer deliberadamente sobre la mesa. El hombre miró de reojo los speets y después a Amertin.

—¿Estás intentando sobornarme?

Amertin le ofreció una amplia sonrisa.

—Lo que pretendo es hacerte comprender que la información que necesito tiene cierto valor para mí en speets. ¿Llamas a eso soborno, o más bien se trata de comercio?

El hombre se rascó la barbilla mientras seguía con la mirada fija en el dinero.

—Tal vez el precio de esa información sea superior…

Amertin añadió otros cinco speets de plata, con rostro inexpresivo. El capitán del puerto se puso en pie y cogió un grueso libro de un armario. Depositó el volumen sobre la mesa y con un rápido movimiento se guardó los speets en el bolsillo.

—¿Cuál era el nombre del barco?

Corazón de Handera.

El hombre se inclinó sobre el registro y deslizó el dedo índice por el listado de nombres de embarcaciones.

—¡Ah, aquí está! —gruñó, satisfecho—. El barco todavía está en el puerto debido a los daños que sufrió durante la tormenta de la semana pasada.

Volvió a levantarse, tomó otro libro del armario y examinó su contenido con el ceño fruncido.

—¡Bueno, vaya coincidencia! El capitán, un tal Fexe, de Dicha de Verano, me informó anoche de que pensaba zarpar hoy, poco antes del ocaso. Ya ha pagado las tasas portuarias.

—¡Qué suerte! —dijo Amertin rápidamente—. ¿Sabes si hay otros barcos preparados para hacerse a la mar?

El capitán del puerto lanzó una mirada a la bolsa de Amertin, como si estuviera considerando solicitar unos cuantos speets más a cambio de las nuevas informaciones, pero en lugar de eso volvió a examinar sus anotaciones.

—Sólo sé que los tres navíos de la corte del desran cruzarán hacia la isla de Romander mañana, o tal vez pasado mañana, en función del tiempo. Se trata de galeras de un solo palo. Están atracadas en el otro extremo de la ciudad, en el muelle de Invierno. Eso es todo lo que sé.

—¿Sabes el nombre de alguno de los capitanes de las galeras de la corte?

—Tyrandel de Corredor del Hacha está a cargo de los tres barcos. Le encontrarás en la mayor de las tres galeras, el Dragón de Piedra de Welle del Sur.

—Gracias —dijo Amertin.

Se dirigió hacia la puerta, pero después apretó los labios, se volvió, avanzó hacia el capitán del puerto y movió el dedo meñique de su mano derecha. Con un seco chasquido, hizo aparecer una pequeña daga. Amertin presionó la hoja contra su nariz.

—Si alguien pregunta por mí, nunca me has visto.

El capitán del puerto lanzó una mirada despectiva al cuchillo y a Amertin, y se encogió de hombros. Después, regresó a sus anotaciones.

—Como desees, joven señor —masculló.

Amertin salió de la oficina y tomó el camino hacia el muelle de Invierno. Desde la distancia pudo ver las tres galeras de la corte. El estandarte rojo imperial pendía de los respectivos mástiles de la vela mayor. Subió a la pasarela del Dragón de Piedra de Welle del Sur y preguntó a un muchacho que estaba apoyado en la barandilla dónde podía encontrar al capitán Tyrandel. El chico señaló hacia el castillo de popa.

El capitán Tyrandel era un hombre alto, con una corona de cabellos canos y espesas cejas grises, que enmarcaban sus intensos ojos de color marrón oscuro. Llevaba un uniforme de la corte ribeteado con elegantes cintas de oro, con adornos ingeniosamente trenzados en los hombros.

—Capitán —empezó a hablar Amertin, que no parecía demasiado impresionado—, desearía fletar uno de tus barcos para llevar a cabo una importante misión.

Tyrandel le miró con frialdad.

—¿Quién habla?

—Puedes llamarme Amertin de Veer. Mi verdadera identidad no tiene importancia. Tengo pendiente un ajuste de cuentas con cierto individuo. Hace ya algún tiempo que estoy intentando encontrar su paradero. He oído decir que algunos de los pasajeros del Corazón de Handera pretenden dar con esa misma persona.

—¿Y bien? —preguntó Tyrandel, con aparente desinterés.

—Parece ser que nuestros intereses coinciden, porque se trata de uno de los acompañantes de un chico al que llaman el No Mago.

Tyrandel, perplejo, miró alrededor, hizo una señal al muchacho apoyado en la barandilla y le susurró algo al oído. Después, hizo un gesto a Amertin, a modo de invitación. Poco después, entraron en el camarote del capitán. Amertin hizo ademán de hablar, pero Tyrandel alzó una mano.

—No digas nada; debemos esperar a alguien —dijo.

En seguida, un hombre irrumpió briosamente en el camarote, saludó a Tyrandel con la cabeza y examinó a Amertin con fría curiosidad. «Parece un luchador profesional», pensó Amertin. El jubón apretado de cuero y las sandalias atadas con tiras hasta la altura de las rodillas parecían indicar que era originario de la isla de Romander. Amertin no pudo distinguir ninguna arma.

El hombre alzó sus cejas blancas y estilizadas, y sus ojos negros examinaron a Amertin.

—Es joven —dijo el hombre con voz ronca—. Aparte de la larga espada, lleva dos dagas de pequeño tamaño y una vaina entre sus omoplatos, que probablemente alberga una pequeña espada de campo; pequeña pero letal en manos hábiles.

Amertin se quedó helado. Tyrandel le observaba, divertido.

—Los callos de sus nudillos y la parte interior de sus manos indican que se trata de un buen luchador —prosiguió el hombre—. Su piel está curtida, a pesar de su juventud. Veo unos ojos hundidos, de color azul claro, pómulos prominentes y finos cabellos rubios. Su postura, con la espalda bien recta, indica que está alerta. Percibo levemente el olor de la sal y de las cerezas de las dunas, pero no huelo miedo. Su túnica presenta un corte tosco pero decente, y está amarrada con un cinturón sencillo confeccionado con piel de nutria de las dunas. Detecto su deseo de permanecer en silencio, y un orgullo estúpido que raya en tozudez.

El hombre se volvió hacia Tyrandel.

—Creo que es de Quym.

Una mirada de asombro, mezclada con sincero respeto, recorrió el rostro de Amertin.

—Éste es Cughlyn de Valt —dijo Tyrandel, sonriendo por primera vez—. Es uno de los reguladores del desran. Su misión tiene algo en común con la tuya, aunque en tu caso probablemente los motivos sean distintos. Su objetivo es el No Mago. Sin duda, el tuyo es el hombre de Quym que viaja con él. En efecto, creo que nuestros intereses coinciden. Tú y Cughlyn trabajaréis juntos de ahora en adelante.

Amertin saludó con un gesto de cabeza al regulador, confirmando sus observaciones con el debido respeto. Después, se volvió hacia Tyrandel.

—Veo que estoy tratando con personas muy hábiles. Entonces, de acuerdo; aunemos nuestros esfuerzos.

Tyrandel asintió.

—Alguien más nos acompañará en este viaje —dijo con voz resuelta—. La persona a la que esperamos llegará muy pronto a Dal Meda y se unirá a nosotros.

Un amago de sorpresa alteró los rasgos de Amertin, pero el joven no hizo ningún comentario.

Subieron a cubierta. Una enorme ave de color gris llamó la atención de Amertin. El ave sobrevolaba el agua y parecía dirigirse directamente al barco.

—Un águila imperial —murmuró—. ¿Aquí? ¿En esta estación?

Tyrandel le oyó y sonrió, pero no dijo nada. El pájaro alzó el vuelo hacia el cielo, sobrevoló el barco batiendo fuertemente las alas y desapareció más allá de las fachadas de los edificios del muelle. Poco después, una figura ataviada con un manto gris hizo aparición en el embarcadero, con el rostro oculto bajo la sombra de un kapult rojo. No pareció que a Amertin le sorprendiera en modo alguno el hecho de que la figura se dirigiera directamente hacia el Dragón de Piedra de Welle del Sur, subiera la pasarela y avanzara directamente hacia el castillo de popa sin alzar la vista.

—Un mago —susurró suavemente—. Fantástico.

De nuevo, Tyrandel sonrió.

No pasó mucho tiempo antes de que el piloto sorprendiera a su tripulación con la orden de zarpar inmediatamente, a pesar de la inminente oscuridad y la previsión de niebla espesa y aguaceros típicos de invierno.

—Patrón, ¿qué rumbo debemos tomar? —preguntó el timonel.

Tyrandel señaló hacia una elegante sombra gris que había salido del puerto y se deslizaba sobre un manto de niebla vespertina.

—Debemos seguir a ese barco —dijo mirando con el rabillo del ojo al muchacho que estaba de pie a su lado.