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Oscura (1)
El tumulto siempre llega precedido del silencio.
Dicho de Gyt
Estaban sentados alrededor de una larga mesa, presidida por Aernold de Sey Hirin, en el interior de la hostería apenas amueblada.
—¿Puede alguien decirme qué va a pasar ahora?
La cuestión formulada por Gaithnard se derramó sobre la mesa como una jarra llena de aguamiel.
Aernold de Sey Hirin atravesó a Gaithnard con la mirada.
—Yo diría —empezó a hablar con aire meditabundo— que el tiempo arrojará alguna luz, pero no estaría de más que estuvierais preparados para lo que pueda pasar.
Apartó la silla e hizo señas a los demás para que le siguieran. Salieron fuera. La aldea parecía dormitar. No había nadie a la vista. Era una mañana gris; la espesa niebla ocultaba la cima de la montaña, y la visibilidad había quedado reducida a unos pocos kilómetros.
A lo lejos, se oyó el retumbar inesperado de un trueno.
—¿Habéis oído eso? —El dulse señaló hacia el sureste, en la dirección de la que provenía el estruendo—. Una tormenta eléctrica, en la estación del frío y la niebla. Pero no se trata de una tormenta normal. Dos criaturas han entablado una batalla: una de ellas podríamos decir que representa el mal, y la otra, el bien.
—El Oscuro del mar de la Noche y el Señor de las Profundidades —comentó Harkyn.
—Exacto —dijo el dulse—. En este día, durante las próximas horas, se decidirá si el ciclo concluirá definitivamente o no. En este día, sabremos si nuestra percepción del bien y del mal es la correcta.
Hizo una pausa y escudriñó el cielo hacia el sureste.
—No demasiado lejos de Oscura, hay un pequeño islote sin nombre, un gran bloque rocoso cubierto de arena, en el que crecen unos cuantos árboles. Hasta el momento, ningún pescador se ha aventurado en sus aguas. Se dice que está embrujado, que un espíritu maligno vaga por el islote, arrojando fuego y cenizas.
—El Oscuro —dijo Llanfereit.
—Todo apunta hacia él —dijo el dulse—. El primer indicio, la primera señal de que esta vez será diferente a las anteriores, es que la batalla no tendrá lugar allí.
En el rostro de Matei se hizo el entendimiento. Miró al dulse, boquiabierto.
—¿Aquí? —dijo jadeado. De pronto, vio la isla adormecida con otros ojos.
—Aquí, en Oscura —confirmó el dulse—. No debemos olvidar que Oscura siempre ha tenido un papel fundamental en el ciclo. Aquí es donde los Nibuüm han conseguido esconderse del Oscuro. Después de todo, ¿quién podría imaginarse que se ocultarían lo más cerca posible de su enemigo, cuando disponen del reino entero para hacerlo? Aquí han proseguido con la labor de traducción de las obras de Randole —dijo, y una tímida sonrisa curvó las comisuras de sus labios— y del Heredero al lenguaje de nuestro tiempo. Aquí han tejido su red de silenciosas intrigas, gracias a la cual el reino ha disfrutado de un período de paz insólito en la historia. Únicamente Antas consiguió quebrantar la paz, pero ahora está muerto.
Aquella información sorprendió visiblemente a Matei y Harkyn.
—Antas está muerto —prosiguió el dulse—. La noticia llegó a mis oídos ayer. El líder de los Ángeles no pudo combatir contra los poderes combinados de Gezyrah y Balmir.
Miró a cada uno de los presentes, aparentemente divertido.
—Antas era Karn.
Todos se quedaron estupefactos. Únicamente Aysilendil y Eynardil no demostraron el menor atisbo de sorpresa. La expresión de perplejidad que podía verse en el rostro de Matei provocó la risa involuntaria del dulse.
—Antas era Karn, pero Karn, en realidad, no era Karn. El reino ha sufrido una plaga de magia oscura durante siglos. Ahora sabemos que el responsable era una hechicera, una mujer que había huido de otra época. Recibía la denominación de «jugadora silenciosa». Pero ahora está muerta. Contaba con muchas vidas, pero ésta era la última.
—Karn… —susurró Matei para sí mismo—. Viejo, sabio Karn.
De nuevo, se oyó un trueno, esa vez mucho más cerca, y se prolongó mucho más.
Oyeron una especie de melodía. El dulse extrajo a Rax de debajo de la toga. La espada irradiaba una brillante luz azul. Los ojos de Aernold quedaron anegados por la melancolía al recorrer con la mirada los sencillos contornos de Oscura.
—En cuestión de un par de horas, este tranquilo lugar se convertirá en un infierno —dijo el dulse—. Si deseáis sobrevivir, deberéis mantener la mente despejada.
La niebla empezó a levantarse. Una franja de cielo excepcionalmente azul se extendía sobre el horizonte, mientras que en el sur parecía acechar la premonición del averno, a punto de abalanzarse sobre Oscura.
Por lo menos cuarenta Nibuüm salieron de sus desvencijadas casas para inspeccionar el cielo, silenciosos e impasibles, en dirección hacia el sureste, donde se intuían los primeros dedos negros que se aproximaban a tientas a la isla.
Todos se reunieron en la plaza adoquinada del pueblo. El dulse había enviado a Dotar y Cughlyn a recoger el cuerpo de Pit, que depositaron con sumo cuidado sobre una manta.
El dulse alzó ambas manos.
—¡Nibuüm! —dijo—. De nuevo nos encontramos al borde del abismo. Otra vez se avecina la hora del cambio. —Hizo un gesto, señalando hacia el sureste—. La isla sin nombre ha revelado el secreto de la noche por ciento decimocuarta vez. Únicamente si aunamos nuestras fuerzas seremos capaces de rechazar el ataque.
—¿Por qué debemos arriesgar de manera consciente nuestras vidas? —preguntó Gaithnard.
—Muy pronto lo sabrás, quymio —respondió el dulse—. Has confiado en Matei todo este tiempo; ahora te pido que confíes en mí. Debemos formar un círculo y cerrarlo dándonos las manos.
Mientras hacían un ejercicio de concentración y protección de sus mentes, una figura de contornos imprecisos y dimensiones insólitas surgió de la cada vez mayor oscuridad. La figura volaba directamente hacia Oscura, adelantándose a los dedos curvados de las nubes.