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Iarmongud'hn (2)

La dama de la noche tiene los ojos negros. Su toga es también del mismo color. Pero más allá de los confines del mundo, la dama del día blanco espera con sus inigualables ojos, que parecen piedras preciosas, y su fantástico manto multicolor.

PLANXIUS HORT, de Pequeña Melisa,

Una palabra es una palabra mágica.

Pensamientos poéticos y reflexiones filosóficas

El dragón adelantó la cabeza con un sinuoso movimiento, a no más de tres metros de distancia de Dotar. Una baba viscosa semejante a un grueso cabo de amarre colgaba de las fauces de la criatura, y un hedor casi insoportable llegó en una nube hasta el regulador, pero éste permaneció inmóvil. «Grande es sólo un adjetivo —oyó decir a su maestro, Kamp, dentro de su mente—. Es el miedo que provocan en nosotros los sonidos del mundo lo que nos convierte en víctimas indefensas. Una criatura de gran tamaño puede presentar muchos puntos débiles. Quizá su fuerza sea casi inagotable, pero sus movimientos son más lentos, y normalmente no es capaz de defender cada centímetro de su cuerpo».

Dotar extendió los dedos de su mano derecha y, en su mente, salvó la distancia hasta su espada. Disfrutó de las imágenes ralentizadas que le ofreció el ojo mental. Comprobó cada lugar del que brotaba el miedo, y aumentó la confianza en sí mismo a través de su mente y sus músculos. Analizó el cuerpo del dragón como había hecho anteriormente en cientos de ocasiones al enfrentarse a los cuerpos de individuos y otros seres. Intentó seguir la secuencia de movimientos de su musculatura. Calculó el grosor de la piel del reptil y la forma de las escamas. Sus perspicaces ojos observaron la protuberante espina que le recorría la espalda, la brillante piedra ornamental en su cabeza, las alas que pendían del cuerpo como las hojas de un gigantesco árbol de kanter. Su mirada se posó en la cola y en las pezuñas, para finalmente regresar a la cabeza del dragón con su inverosímil piedra ornamental. Buscó los puntos débiles del monstruo y encontró varios. Escogió uno de ellos, el lugar situado justo bajo la piedra ornamental, donde sospechaba que se encontraba la inserción de varios músculos, pero decidió esperar a que la criatura actuase.

Oyó un crujido tras él.

—¿Quién anda ahí?

—Soy yo —susurró Pit, que ocupó un puesto a su lado, con las piernas separadas y una mano sobre el puñal que pendía de su cintura. Señaló hacia el dragón—. Por lo que sabemos, esta criatura es Iarmongud'hn. Según mi maestro, se trata de uno de los jugadores; un ser poderoso, que no pertenece a este tiempo ni a este mundo. Nadie puede eliminarlo —afirmó mientras miraba de reojo a Dotar—, ni siquiera un regulador. Además, no debemos temer nada de él.

Avanzó tres pasos en dirección a la criatura.

Dotar miró a Pit con el ceño fruncido.

—¿Por qué no me lo has dicho antes?

Pit suspiró y le contestó girando la cabeza por encima del hombro.

—Porque yo tampoco lo sabía.

Dotar procesó el comentario y supuso que Matei o tal vez su maestro acababan de informarla. Se desplazó ligeramente hacia la derecha, para poder visualizar mejor el punto débil del dragón. Durante todo ese tiempo, Iarmongud'hn se había limitado a mover la cabeza.

—¿Cómo puedes estar tan segura de que no es peligroso? —preguntó Dotar mientras se acercaba a ella sin perder de vista al dragón.

Pit se encogió de hombros en un gesto rápido. Después, examinó atentamente la abominable criatura, y Dotar vio cómo, de repente, Pit inclinaba la cabeza al frente como si estuviera escuchando algo que él no podía oír. Entrecerró los ojos hasta que quedaron reducidos a dos rendijas. A continuación, dio cinco zancadas hacia adelante, con ademán resuelto. Dotar había aprendido a controlar sus reflejos, pero sentía la obligación de detenerla. Sin embargo, la conducta decidida de Pit le hizo contenerse, y se limitó a observar. Pit parecía saber lo que hacía. La muchacha estaba justo debajo de la cabeza del dragón, que avanzó un poco más con el mismo movimiento ondulante. Después, el dragón retiró la cabeza unos cuantos metros hacia atrás y la posó en el suelo, mientras emitía un suspiro quejumbroso. Sus ojos miraban fijamente a Pit. Se hizo un prolongado silencio. Los demás miembros del grupo aparecieron, uno por uno, detrás de Dotar. Con excepción de los mysters, y tal vez de Pit, hasta entonces todos habían creído que los dragones eran criaturas míticas.

—¿Cómo te llamas?

Pit habló en voz baja, pero con firmeza.

El dragón dejó de mover la cabeza y emitió un largo gemido, pero no hubo respuesta. Pit se volvió a buscar los ojos de su maestro. Tal vez leyó en ellos lo que debía hacer. En cualquier caso, de pronto, empezó a utilizar un idioma distinto.

¿Eyr laünernyn? ¿Ayi tuhe?

El dragón súbitamente irguió la cabeza, curvó su largo y escamoso cuello, y bramó:

¡Iarmongud'hn!

La tierra tembló, y el eco de la palabra se prolongó como el retumbar de un trueno. Pit palideció y retrocedió unos cuantos pasos.

—Lethe vio a esta criatura en una visión —dijo en un susurro a Dotar—. Según él, se trata de una criatura maligna. Es extraño, porque yo tengo la impresión de que no lo es. Si todavía contáramos con Rax, la espada podría advertirnos.

Pit alzó la vista.

—Ahora lo comprobaremos.

Extendió sus manos hacia el animal, en un gesto que decía: «No traigo malas intenciones. Mírame, estoy indefensa».

Tras ella, Dotar miraba fijamente al dragón, fascinado. Entonces, con voz ronca, susurró:

—Iarmongud'hn, el dragón capaz de abarcar el mundo entero. Y mis maestros querían hacerme creer que se trataba de un animal fabuloso. ¿Podría ser ésta realmente la era en la que mitos y leyendas se harán realidad?

Pit no le oyó. Por un momento, a Dotar le pareció observar una imagen congelada: Pit seguía mirando hacia arriba, inmóvil; Iarmongud'hn mantenía la cabeza suspendida por encima de ella. Entonces, ambos se movieron a un tiempo, como si se hubieran puesto de acuerdo. Pit retrocedió un poco más, e Iarmongud'hn izó su cuerpo con un profundo gemido y empezó a alejarse de ella, en dirección a la salida del valle.

—Esperad.

Matei dijo aquello en un susurro, pero tanto Pit como Iarmongud'hn se detuvieron.

—Tengo unas cuantas preguntas para el dragón —dijo Matei, esa vez en voz alta.

Iarmongud'hn observó fijamente al alto myster con uno de sus ojos. Pit alzó su mano derecha.

—Iarmongud'hn todavía no tiene intención de irse, Matei. Y en relación con las preguntas que deseas hacerle, yo ya conozco las respuestas.

Por un momento, Matei miró a la muchacha sin comprender, pero de pronto puso los ojos en blanco.

—El lenguaje de la mente —dijo con voz entrecortada, obviamente sorprendido—. Lo habéis utilizado para comunicaros.

—No exactamente —respondió Pit, que vaciló y apretó los labios. Abrió la boca para cerrarla de nuevo en seguida, unas cuantas veces. Después, se sonrojó y murmuró—: Hemos utilizado el Poder.

Iarmongud'hn giró el cuello hasta que su cabeza estuvo justo encina de Matei. El alto myster apartó la cara, como precaución ante el penetrante hedor y las babas que se balanceaban cerca de él. Detrás se encontraba Llanfereit, que se había llevado una mano a la boca al oír la confesión de Pit. Matei estaba boquiabierto.

—¿El Poder? —preguntó con una mezcla de ira y asombro—. ¿Posees el Poder? ¿Por qué no me lo habías dicho?

Se volvió hacia Llanfereit.

—¿Tú lo sabías?

Llanfereit apretó los labios y negó con la cabeza.

Iarmongud'hn profirió un resoplido amenazador. Pit hizo unos cuantos gestos apaciguadores y habló brevemente al dragón en el lenguaje que había usado antes. El animal se tranquilizó. Después, Pit se volvió hacia Matei.

—Perdóname, alto myster —dijo, haciendo una reverencia—. Creí que sería mejor que nadie lo supiera.

—Yo tampoco lo sabía —dijo Llanfereit con voz suave, pero con cierto tono de reproche en la voz.

—Os ruego me perdonéis —repitió Pit—. Ahora ya lo sabéis.

Enderezó la espalda.

—De eso podemos hablar más tarde. Iarmongud'hn fue líder de los llyme yonch grandhsen, denominación que se traduce literalmente como «los dragones que hablan con las personas». Algunos de nosotros los conocemos como los míticos h'ranz. Durante mucho tiempo, la gente los consideró enemigos. Iarmongud'hn quiere dejar claro que ese rechazo se debía a los suïkhants, los dragones negros. Dice que la gran batalla entre dragones tuvo lugar hace nueve mil años. Los h'ranz fueron vencidos debido a la intervención del Oscuro, que en aquel tiempo gobernaba a los suïkhants. Unos cuantos sobrevivientes lograron escapar. Sus descendientes viven en los territorios que se encuentran al otro lado de las Aguas Negras. Iarmongud'hn consiguió participar como jugador; de ese modo pretendía impedir que el Oscuro volviera a atacarlo, porque las reglas del Pacto de los Diez prohíben las hostilidades entre jugadores. El dragón ha añadido de inmediato que aunque las reglas prohíben los ataques abiertos, los jugadores incumplen la ley continuamente.

Pit hizo una pausa para que los demás pudieran asimilar todos esos conocimientos. Se había dado cuenta de que sus compañeros necesitaban algún tiempo, de que estaban abrumados por toda aquella nueva información.

El dragón emitió un rugido. Todos se taparon las orejas con las manos. La criatura volvió a hablar largo rato. Después, Pit hizo la traducción para los demás.

—Iarmongud'hn tiene noticias importantes. En primer lugar, ha mencionado una amenaza tangible procedente del suroeste. Una criatura de gran poder está reuniendo un ejército. Muy pronto ese ejército avanzará contra los poderes establecidos. En su opinión, no podemos hacer gran cosa contra esa amenaza. Sólo podemos confiar en que la ciudad de Romander esté preparada para semejante ataque. El otro mensaje es para nosotros. Alguien viene en nuestra búsqueda. Iarmongud'hn le llama el Astado; es uno de los jugadores del Pacto de los Diez, y el dragón cree que actualmente es el más poderoso y peligroso de todos. Ha llegado a su conocimiento que el Astado pretende eliminarnos. Las palabras del dragón son un poco confusas. Dice que nuestro papel es como mínimo tan importante como el del No Mago, y que precisamente por esta razón nos persigue ese jugador. Le he preguntado por qué nuestra función es tan importante, pero no puede o no desea contestar.

La ira desapareció de inmediato del rostro de Matei para dejar paso a una expresión de sorpresa.

—¿Somos tan importantes como el No Mago?

Después, se quedó sumido en sus propios pensamientos durante unos minutos.

—Ese Astado… —dijo Gaithnard—, ¿cree el dragón que no podremos plantar cara a ese jugador poderoso y peligroso, ni siquiera aunque se cuenten entre nosotros un alto myster y un medio myster?

Pit habló con Iarmongud'hn. El dragón sacudió la cabeza hacia adelante y hacia atrás unas cuantas veces. Luego, respondió ampliamente.

—No tenemos ninguna posibilidad —resumió Pit secamente—. Debemos huir. Ya nos está siguiendo. Si consigue dar con nosotros y llevar a cabo sus planes, a buen seguro moriremos, pero además el reino entero se perderá para siempre.

Los compañeros intentaron digerir aquellas palabras.

—Al hablar con nosotros, Iarmongud'hn está violando la regla número catorce del Pacto de los Diez —dijo Pit con voz seria—. Deduzco que no le está permitido hablar sobre los planes de los jugadores con seres mortales. Ningún jugador lo había hecho antes.

—Mortales —repitió Marakis como si fuera el eco—. Así pues, ¿Iarmongud'hn no es mortal?

Nadie respondió.

El dragón volvió a bramar. Pit tradujo, con el ceño fruncido.

—Iarmongud'hn pregunta por una criatura a la que llama el maestro paladín. Dice que este maestro paladín es distinto. No entiendo…

Entonces, de repente, abrió los ojos con sorpresa.

—¡Se refiere a Lethe! —Se volvió hacia Llanfereit—. Sabíamos bastantes cosas sobre el No Mago, pero no esto.

—Maestro paladín —murmuró Llanfereit para sí mismo—. Me suena familiar. Tengo que reflexionar sobre ello. Lo he leído en alguna parte. Pero ¿cuándo? ¿En qué libro?

Matei avanzó hasta que los globos oculares del dragón empezaron a girar hacia él. Se mordió el labio inferior repetidamente durante unos minutos antes de intervenir:

—Dile a Iarmongud'hn que ante nuestros mortales ojos es un héroe. Si alguna vez podemos corresponderle de la manera que sea, lo haremos. Dile que se ha ganado un lugar en nuestra historia, si conseguimos salir con vida.

Pit tradujo. Iarmongud'hn inspeccionó a Matei. El dragón bramó e hizo temblar la tierra de nuevo. Después, se encabritó y gimió profundamente.

—¡Espera! —gritó Gaithnard—. ¿Por qué nos dice todo esto? ¿Por qué nos ayuda?

Para sorpresa de todos, incluida Pit, Iarmongud'hn empezó a hablar como si hubiera entendido la pregunta.

—Iarmongud'hn dice que el maestro de armas desempeñará un papel importante en los días de la invocación. En respuesta a la pregunta del maestro de armas, Iarmongud'hn dice que debe saldar una antigua deuda. Dice que uno de los maestros paladines de la antigüedad salvó su vida. Ese maestro paladín era un gran mago. Su nombre era Jaëndel, pero también se le conoce como Randole.

Aquel nombre hizo que todos, estupefactos, guardaran silencio durante un breve instante.

—Randole —susurró Llanfereit, turbado—. De nuevo nos encontramos con el rastro del viejo zorro.

El dragón rugió de nuevo y empezó a moverse. Todos retrocedieron. El dragón desplegó sus alas y alzó el vuelo. Observaron el espectáculo como hipnotizados, hasta que Iarmongud'hn hubo desaparecido entre la niebla. En el abismo sólo quedó su fuerte hedor.

Matei le siguió con la vista.

—Quería preguntarle más cosas —masculló con su gesto habitual de mesarse las barbas—, en especial sobre las piedras ornamentales y sobre los demás jugadores.

Se volvió hacia sus compañeros.

—En esta última hora he recuperado la esperanza —dijo, y lanzó una mirada fugaz a Pit—. A pesar de que nos persigue un jugador, creo que algo ha cambiado, algo que tiene que ver con Pit.

Pit alzó la vista, alarmada.

—¿Por qué? ¿Qué pretendes decir?

—No, ahora no —negó Matei categóricamente—. Espero que podamos hablar de ello más tarde. Ahora debemos huir.

Pit asintió. Pero nadie hizo ademán de moverse.

—¿En qué dirección? —Marakis formuló la pregunta que estaba en boca de todos.

—S'Oncenrun viene del sur —farfulló Pit, rascándose la barbilla—. Nos encontramos en el punto más estrecho de la península de Yle. Los acantilados de la costa son letales. Yo diría que sólo nos queda una posibilidad.

—Hacia el norte —retumbó Gaithnard.

—Yle em Arlivux —añadió Llanfereit con aire pensativo—. Y puede ser que nos convenga, después de todo. —Y sin dar más explicaciones, dijo—: De acuerdo entonces, vayamos hacia el norte.

Cuando llevaban un rato andando por el estrecho camino que recorría el abismo principal hacia el norte, Pit se dirigió a su maestro.

—¿Por qué puede ser que nos convenga el santuario de los Solitarios? —preguntó.

Llanfereit acarició su barba gris con la mano derecha y sonrió. Con sus grandes zancadas, no le costaba mantener el paso enérgico de Pit.

—Presenta un aspecto práctico, Pit: Yle em Arlivux tiene un puerto.

Pit giró levemente la cabeza y le observó de forma inquisitiva con el rabillo del ojo.

—¿Necesitamos un puerto?

—Eso me temo —respondió Llanfereit—. No me quiero engañar a mí mismo pensando que nuestros adversarios esperan tranquilamente sentados. No son estúpidos. Saben que, incluso en ausencia de Lethe, nosotros suponemos una amenaza para sus planes de hacerse con el poder. Espero que nuestros caminos se crucen pronto, y que con ayuda del regulador podamos hacerles frente. Si eso llega a suceder, no hay nada mejor que contar con un puerto para escapar.

Pit paró en seco, con la mirada fija hacia adelante, pensativa.

—Pero un puerto también puede ser contraproducente —dijo lentamente.

—¿Contraproducente? —Llanfereit, que había seguido avanzando, también se detuvo.

—Sí. ¿Y si nuestros enemigos todavía no se encuentran en Lan-Gyt? Saben dónde estamos aproximadamente: en algún lugar en la región de los abismos. Por supuesto, intentarán desembarcar lo más cerca posible de los abismos, por lo que sólo cuentan realmente con dos opciones posibles: el puerto de Kasbyrion y el de Yle em Arlivux. Saben que la ruta de Kasbyrion a través de la Chimenea del Diablo discurre a lo largo del pico de Morangel y de Stylander; un camino largo y lleno de obstáculos. Saben que les llevamos una considerable ventaja. Probablemente también pueden calcular más o menos dónde nos encontramos.

Dejó tiempo al maestro para que extrajera sus propias conclusiones. Los demás estaban esperando y les hacían señales, impacientes, indicándoles que debían apresurarse. Pit les respondió con un gesto tranquilizador.

—De modo que —empezó a decir Llanfereit tras haber estado contemplando el cielo durante unos minutos— ¿piensas que nos estamos arriesgando a caer directamente en brazos de los conspiradores, y crees que no lo había tenido en cuenta?

Su voz sonó como una amistosa reprimenda.

Pit se ruborizó.

—Lo siento, Llanfereit —murmuró.

Llanfereit no pudo reprimir una sonrisa.

—Me alegro de oírte razonar con tanta lógica, Pit.

Pit volvió a sonrojarse.

—No me siento cómoda aquí —dijo, cambiando rápidamente de tema—. Pero sólo hay un camino. El abismo es una encerrona, pero no he podido ver ningún otro sendero en la última media hora.

Pit echó un vistazo hacia atrás.

—Nos persigue un jugador que intenta darnos alcance, maestro. El nombre que el dragón utilizó para denominarlo me inquieta. El Astado. Creí que se trataba de un ser mítico, inventado por un escritor con mucha imaginación. He leído sobre él, pero no puedo recordarlo todo. De todos modos, si decidimos confiar en las palabras de Iarmongud'hn, deberíamos hacer todo lo que esté en nuestra mano para sacarle ventaja a nuestro perseguidor. No podemos desviarnos a la derecha o la izquierda; lo único que podemos hacer es seguir este camino.

Llanfereit buscó los ojos de Pit y le pasó un brazo por el hombro.

—Esperemos que tu pesimismo sea infundado, mi querida niña.

—Esperemos que así sea —concedió—. Y esperemos que Wedgebolt haya hecho lo que le propuse.

Hizo ese último comentario como sin dar importancia a sus palabras. Llanfereit se quedó boquiabierto.

—¿No irás a decirme que ya habías previsto esto, Pit? ¿No me estarás diciendo que pediste a Wedgebolt que nos esperara en Yle em Arlivux?

Pit reanudó la marcha. Su rostro no delataba ninguna emoción.

—Sólo le dije que hay dos puertos en la costa oeste de Lan-Gyt, y que por tanto había dos lugares en los que podríamos volver a encontrarnos. De las decisiones que haya tomado Wedgebolt no sé nada.

Resultaba incluso divertido: el altísimo mago miraba hacia abajo, hacia su pequeña discípula con una mezcla de asombro y mucho amor, y los ojos iluminados.

—Pit —dijo finalmente, pasando su mano sobre los encrespados cabellos de color rubio ceniza—, inestimable Pit, todavía doy gracias por el día en que te encontré en los bosques de Ribbe.