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Preludio en Stormburg
La Dama de la Sabiduría y la Intuición, y Loss, su discípula, se encontraban de camino hacia su destino final, al que la Dama siempre se refería como «la fuente». Había estado lloviendo durante días; la tierra estaba empapada, y casi todo el camino, lleno de barro y charcos. Pasaron por un nyntheon, un pequeño templo cuya estructura sostenían nueve pilares de forma irregular.
Una pregunta había tomado forma en la mente de Loss. Había estado considerando su formulación toda la tarde, había descartado las distintas posibilidades varias veces y, por último, se había guardado la cuestión para sí misma. Finalmente, había conseguido reducir la pregunta a un sola frase breve, algo parecido al arte de la complicada poda del árbol de lapislázuli azul turquesa.
—Señora —preguntó—, ¿cuál es la naturaleza del mal?
Loss ya estaba acostumbrada a que la Dama no respondiera inmediatamente a sus preguntas, pero en esa ocasión su maestra se detuvo de manera repentina, como si se hubiera topado con una pared invisible. Miró en derredor y después a Loss, con un brillo extraordinario en sus ojos.
—La pregunta es incorrecta, Loss.
Pronunció esas palabras con los labios apretados. La Dama siguió observando a Loss. ¿Esperaba que su discípula se corrigiera a sí misma? Loss estaba confusa.
—Mira ese templo —susurró, por fin, la Dama—. ¿Está dedicado al mal? ¿Es éste un lugar de culto para adorar al Oscuro del mar de la Noche? ¿Acaso aquí tienen lugar rituales horribles durante la noche?
Loss se oyó a sí misma responder, en contra de su voluntad.
—Pero Señora, ¿debería acaso preguntar sobre la naturaleza del bien? Sin embargo, esa pregunta no me consume, porque es el mal lo que ocupa mi mente en estos momentos.
Había un tono arisco en su voz, y Loss sintió que le ardían las mejillas. Estaba a punto de disculparse cuando la Dama alzó rápidamente su mano derecha.
—De acuerdo entonces, Loss. —El rostro de la Dama se arrugó en una sonrisa—. Responderé a tu pregunta incorrecta.
Se hizo el silencio. Llovía a cántaros, pero Loss sabía que la Dama consideraba las condiciones atmosféricas como algo del todo irrelevante. Pacientemente, esperó hasta que la Dama estuvo preparada para hablar. Pensó que su impaciencia se había desmoronado en los últimos meses, como un castillo de arena con la marea alta. Y eso la había hecho más fuerte; entonces se sentía más próxima al modo de pensar de su dueña y maestra.
De pronto, dejó de llover y, para sorpresa de Loss, unos cuantos rayos de sol atravesaron las nubes y bañaron el templo con una luz vespertina, pálida y amarillenta.
La Dama señaló los rayos de sol.
—Ahí tienes la respuesta, Loss. La naturaleza del mal radica en su mayor proximidad a la tierra, en comparación con el bien, del mismo modo que las nubes se encuentran más cerca de nosotros que el sol. A largo plazo, el mal no perdurará, aunque parezca detentar el control absoluto de nuestro mundo. Desde nuestro punto de vista, no somos conscientes del bien en la medida en que lo somos del mal. Eso no significa que el bien esté menos presente. El mal está siempre a nuestras espaldas, intentando hacernos caer y nublando nuestra visión del bien.
Antes de proseguir, profirió un largo suspiro.
—El bien observa desde la distancia, abarcándolo todo, esperando. ¿Qué está esperando? Espera el momento en que nos demos cuenta de que nuestra perspectiva humana se empeña en engañarnos.
»Por supuesto, ésta es sólo una de las muchas respuestas posibles, pero con toda seguridad no la menos importante.
Dio la espalda a Loss e hizo ademán de seguir avanzando, pero entonces se detuvo.
—Otra respuesta podría ser —dijo por encima del hombro, como con indiferencia— que el bien y el mal se necesitan mutuamente. Sin el marco de la oscuridad, no es posible ver la luz.
LADY ASRATH DE OSCURA,
Peregrinaje hacia el alma
Tras la reunión de voluntades en Pico de Loh, los altos mysters embarcaron en El Faenich de Hemthora, la galera negra de un solo palo pilotada por el capitán Richter de Loh, y zarparon con rumbo al puerto de Loh. Desde allí, partirían en las carabelas del Instirium y se desplegarían por todos los confines del reino para alentar y apoyar a magistrados y gobernantes.
—Una misión sin equipaje. —Así era como Harkyn había dado en llamarla—. Pretendemos que todos opongan resistencia a la magia incolora, pero no podemos facilitarles las armas para hacerle frente.
—Si no hacemos nada, el pueblo se sublevará —había replicado Karn—. Entonces, reinará el caos, y ninguno de los tres poderes podrá controlar la situación. Debemos viajar a las islas para impedirlo, para levantar la moral. En caso necesario, haremos uso de ilusiones. Informaremos a la gente de la naturaleza de la magia incolora, para que puedan reconocer sus manifestaciones.
—Pero ¿no sería más valiosa la actuación de los altos mysters si uniéramos nuestras fuerzas? —había preguntado Berre.
—Tal vez —había respondido Karn—, pero también seríamos más vulnerables, especialmente ante el Oscuro. No quiero ni imaginarme qué pasaría si tuviera la posibilidad de eliminar a varios altos mysters de una sola vez.
Los demás altos mysters no habían sido capaces de rebatir tal argumento.
—Permaneceremos en contacto mediante palomas mensajeras —había añadido Karn en tono tranquilizador—. En caso de emergencia, también podremos utilizar el Rastro de Escritos Perspicaces de Halder.
Entonces, había intervenido Balmir.
—¿Por ventura nuestro amigo del mar de la Noche no será capaz de encontrarnos siguiendo ese mismo rastro?
Karn había denegado categóricamente con un gesto de cabeza.
—No. Confiad en mí, es la mejor opción. Si el pueblo deja de tener la sensación de formar parte de una comunidad y empieza a desanimarse, todo será mucho más difícil. Yo me encargaré de las Melisas, de Ostander y de Delft. Ahora debemos ponernos en marcha.
Los altos mysters partieron para cumplir su cometido, aunque no todos ellos estaban totalmente a favor de la misión. Pero todos sentían la presión de los inminentes ataques de la magia incolora, agravados por el hecho de que entonces sabían que había un traidor entre ellos.
De noche, en Pico de Loh, lo único que se oía era el rugido de la tormenta. Las crestas espumosas de las enormes olas se alzaban hasta bañar los muros de la fortaleza. La tormenta más virulenta de la época ventosa tradicionalmente recibía el nombre del «corazón negro del invierno», y ésa debía ser la peor de aquel año.
En la chimenea danzaban las llamas agitadas, lo cual era señal de que la fortaleza no estaba abandonada. Dos semanas después de la reunión de voluntades, Karn había regresado a la impenetrable fortaleza de Pico de Loh. El más anciano de los altos mysters estaba sentado frente al fuego, encorvado, mirando fijamente las llamas. Desprovisto en parte de su Campo Borroso No Focal, las arrugas y las oscuras ojeras, casi transparentes, resaltaban aún más la palidez de su piel. Su apariencia recordaba a la de una anciana. Sus ojos negros, habitualmente llenos de vida, estaban cubiertos por un velo opaco. Karn estaba cansado. La reunión de voluntades había agotado gran parte de su energía, mucho más que en el caso de los demás altos mysters. Pero eso se debía sólo en parte a su avanzada edad. Algo más había contribuido a su aspecto sombrío.
—El año del Dragón de Piedra —murmuró para sí mismo en un sorprendente monólogo—. El corazón del invierno se avecina y las principales constelaciones se aproximan unas a otras en una conjunción excepcionalmente insólita. Todas las señales apuntan hacia un final especial del ciclo de nueve mil años. Ni siquiera la muerte del desran parece ser suficiente. Sé lo que debería hacer, pero es una carga demasiado pesada para mí.
Sus pensamientos se tiñeron de melancolía, suavizando los surcos de su rostro.
—Todos estos años, para finalmente encontrarme aquí esta noche —susurró de forma enigmática.
Ni siquiera pareció sorprenderse al oír el leve frufrú de una toga al rozar con el suelo, justo detrás de él.
—¿Eres tú, Wyl? —preguntó en voz baja. Giró la cabeza y vio que su intuición no le había fallado.
Wyl apoyó sus manos en el respaldo de la silla de Karn. Le temblaban los dedos, crispados, y las uñas se clavaron en la madera cuando procedió a aclararse la garganta.
—Sí, Karn, soy yo. Desde nuestro último encuentro, he venido reflexionando sobre algunas cuestiones.
Karn volvió a girarse hacia el hogar, mientras acariciaba lentamente su manto de terciopelo de bonter rojo. Se tomó su tiempo antes de responder.
—Preguntas. —Karn paladeó la palabra como si fuera la primera vez que la pronunciaba—. ¿Y para eso te has arriesgado a venir con esta tormenta? ¿Cómo has llegado hasta aquí?
—Las situaciones desesperadas exigen tomar medidas también desesperadas. He hecho uso de la magia del tiempo doble.
Karn se encogió de hombros.
—Y para ello has renunciado a unos cuantos años de tu vida. Es tu elección. Tus preguntas parecen ser de vital relevancia para ti, Wyl. Tal vez ya conozcas las respuestas que puedo ofrecerte, al igual que yo sé cuáles son tus inquietudes, pero pregunta, de todos modos.
—En realidad, se trata de una única pregunta. —Wyl avanzó arrastrando los pies hasta penetrar en el campo de visión de Karn—. Es una cuestión que me consume desde que sé que el alto myster que nos ha traicionado se llama a sí mismo Zaylaot, de lo cual tuve conocimiento en la ciudad de Romander; la ciudad de Romander, Karn, donde también tuve oportunidad de verte.
Wyl se inclinó para acercar su rostro al de Karn; los ojos le centelleaban.
—Soy un maestro en cuestiones de memoria, como tú bien sabes. Aparte de mis numerosas habilidades mágicas, domino la estructura y el funcionamiento de la memoria como nadie. Ese nombre, Zaylaot, está incluido en tu verdadero nombre. Oí cómo lo pronunciabas durante la reunión de voluntades. Si no me equivoco, forma parte incluso de uno de tus nombres de nacimiento. Mi pregunta es simple: ¿eres tú?
—Tú conoces la respuesta, como ya dije antes —respondió Karn sin siquiera mirar a Wyl.
Tras un breve silencio, Wyl dijo con voz entrecortada:
—¿Por qué?
Su voz denotaba que se sentía herido. El mismo Karn había dado en denominar a semejante pregunta «la cuestión en eterno letargo», de modo que se podía exigir una explicación o justificación en cualquier momento. Entonces, Karn apretó el terciopelo de su toga entre sus puños, como si quisiera rasgarla.
—Eso no lo sabrás nunca.
Las implicaciones contenidas en aquella respuesta sacudieron de forma visible a Wyl. Saltó rápidamente hacia atrás y susurró algunas palabras acompañadas de unos cuantos movimientos de sus dedos, para levantar un escudo rojizo a su alrededor. Pero Karn no parecía estar preparándose para atacarle mediante un hechizo temporal. El viejo mago se limitó a levantar la cabeza para observar las llamas oscilantes en la chimenea.
—Eso no lo sabrás nunca, Wyl —repitió y, con un quejido, se incorporó lentamente.
Al otro lado de los muros de Stormburg, el viento arreciaba. La puerta chirriaba como si estuviera oponiendo obstinada resistencia a los elementos. El fuego rugía. Karn extendió los dedos de su mano derecha y, curvándolos, hizo ademán de estirar algo mientras profería sonidos sibilantes. Wyl vio cómo su Escudo Deflector Triple titilaba y desaparecía, y sintió que sus pies perdían contacto con el suelo. Lentamente, se deslizó hacia Karn. Para su sorpresa, se percató de que no disponía de un contra hechizo ni de ningún otro tipo de encantamiento neutralizador.
Entonces, de repente, Karn dejó caer la mano. El viento parecía alejarse de Stormburg. Era como si la fortaleza se encontrara en una burbuja de silencio. Por un momento, el suelo bajo los pies de Wyl tembló. El mago creyó oír un ruido sordo, distante, procedente de debajo de la tierra.
—Podría aplastarte simplemente chasqueando los dedos, Wyl —murmuró Karn con las mandíbulas apretadas—. Mi fuerza proviene de la tierra, cuya naturaleza compacta se debe a las rocas y… a las palabras.
Karn se acercó a Wyl.
Wyl sintió la fuerza de la que hablaba Karn; se alzaba ante él como una imponente muralla. Pálido como un fantasma, tropezó al intentar retroceder, mientras se esforzaba en recordar un hechizo protector adecuado para la ocasión. Pero en la región de su mente normalmente ocupada por todos aquellos encantamientos y hechizos empezó a extenderse una mancha negra.
—Kitzgaiae…
Karn susurró la palabra concienzudamente, con un tono de voz grave, que parecía provenir del interior mismo de la tierra. Mantuvo los labios algo separados, como si quisiera añadir algo. De manera simultánea, fue acercando el pulgar y el índice de su mano derecha, en un movimiento que pareció eternizarse. Entonces, Wyl sintió que unas agujas heladas perforaban su cuerpo, y se dio cuenta de que no podía moverse, ni siquiera parpadear. Karn avanzó hacia él y posó su mano derecha sobre el hombro de Wyl.
—La magia de Loh presenta limitaciones, por oposición a esta clase de magia. No te preocupes, no te haré daño. Te encerraré en las catacumbas que se encuentran bajo esta sala hasta que haya pasado todo. Todavía no ha llegado el momento; nadie debe saber que soy… otro ser.
Separó el círculo que formaban el pulgar y el índice. Wyl comprobó que podía volver a pestañear y que había recuperado el habla.
—¿Por qué, Karn? ¿Quién eres?
Karn sonrió con nostalgia.
—¿Que quién soy? Como ya dije antes, todavía no ha llegado el momento. Estoy seguro de que no podrás escapar de las catacumbas de Stormburg, pero en todas mis vidas anteriores he aprendido a no correr riesgos innecesarios.
A continuación, le dio la espalda.
—¿Acaso tienes miedo, Karn? —susurró Wyl mientras archivaba conscientemente la frase «todas mis vidas anteriores» en su memoria.
El anciano alto myster se puso tenso. Entonces, veloz como un rayo, dio un paso hacia adelante, hasta casi rozar el rostro de Wyl. El Campo Borroso No Focal vaciló y desapareció.
En lugar de su cara, Wyl vio un rostro horrendo de piel pálida salpicada de puntos grises; los pómulos casi atravesaban la piel y en sus ojos la oscuridad se concentraba en dos puntos negros como la tinta. «Ése debe de ser el aspecto de la muerte», pensó Wyl. De repente, sintió los latidos de su corazón en la garganta.
—¡Estúpido! —espetó Karn con voz aguda—. No sabes lo que dices. Ten prudencia, no sea que te arrepientas de tus palabras para siempre. Sólo los mortales tienen miedo.
Karn pronunció las últimas palabras con evidente desdén. Apartó la cabeza unos cuantos centímetros. En los negros carbones de sus ojos ardía un fuego al rojo vivo. Presionó el puño de su mano izquierda recubierta de anillos contra la barbilla de Wyl. Una piedra roja centelleaba sobre un engarce de oro. Wyl sabía que entre la gema y el anillo había varias agujas bañadas en un veneno letal, incluso para un alto myster.
—Tal vez, después de todo, deberías descubrir por ti mismo los sorprendentes efectos de esta cuayrimida; o quizá sea mejor que permanezcas para siempre en el mundo de sombras de Kahest, entre la vida y la muerte.
Karn le liberó con brusquedad y se dirigió hacia la chimenea. Ante los ojos de Wyl, el anciano alto myster volvió a cambiar de aspecto. Su manto se tornó gris oscuro, la piel de su rostro adquirió un tono grisáceo, y en las cuencas hundidas de sus ojos aparecieron destellos de color verde. Hizo amago de sonreír, dejando entrever unos dientes amarillentos, irregulares y de gran tamaño. Un escalofrío gélido recorrió la espalda de Wyl. ¿Cómo podía haber creído nunca que se podía confiar en Karn? Los antiquísimos muros de roca de Stormburg destilaban el hedor del miedo, de la corrupción y de la magia oscura. Todo en aquella horrenda figura que hasta entonces había conocido como Karn indicaba que el alto myster era capaz de hacerle callar para siempre. Desesperado, Wyl buscó la manera de huir, pero en seguida se dio cuenta de que contaba con una única arma.
—Entonces, después de todo, ¿se trata de miedo, Karn? ¿Por qué no te atreves a decirme quién eres realmente? ¿Acaso la verdad es tan terrible, incluso para ti mismo? ¿Has…?
Karn avanzó de nuevo hacia Wyl. El brazo izquierdo del alto myster se abalanzó sobre él como el ala de una enorme ave y golpeó el cráneo de Wyl como un bloque de mangiet.
—¡Kchuiemahoram!
Wyl se desplomó como un muñeco sin vida, inconsciente.
Cuando volvió en sí y abrió los ojos, Karn le puso en pie, utilizando su antebrazo para ejercer presión sobre la garganta del otro. Volvió a acercar su rostro al de Wyl.
—¡Tremendo necio! —exclamó. Su voz había subido una octava—. Que Ash te lleve tras tu muerte. ¡No sabes lo que dices!
Entonces, Karn le soltó, y Wyl comprobó que podía volver a moverse libremente. A pesar de la virulencia de la reacción de Karn, Wyl fue lo suficientemente sensato como para fijar su atención en ese nombre, Ash, y archivarlo en su memoria. Conocía aquel nombre. Pero por el momento, su situación era desesperada. Miró hacia arriba. El Campo Borroso No Focal cubría de nuevo aquel rostro aterrador, y Karn volvía a ser el mismo que Wyl había conocido siempre.
Sin embargo, la región de su mente que había albergado sus capacidades mágicas seguía vacía. El resto de su mente, no obstante, trabajaba febrilmente. En ese punto, le asaltó un pensamiento horrible. Tuvo que apoyarse en el borde de la mesa.
—¿Acaso eres tú el Oscuro, Karn? —tartamudeó, boquiabierto.
En el breve silencio que se hizo a continuación, Wyl vio aparecer el asombro en la cara de Karn. Entonces, el anciano alto myster echó la cabeza hacia atrás y profirió una carcajada estridente, histérica.
—Como ya dije antes —sonrió ampliamente—, no sabes lo que dices. Mi plan utiliza una vía por completo distinta para superar el paso de los siglos. Mi vieja sangre es esa vía. Vamos, ha llegado la hora de encerrarte. El amanecer está próximo y mi presencia es requerida en otro lugar. He tomado tus poderes, de modo que tendrás que hacer uso de todas tus habilidades humanas normales para sobrevivir. No soy un monstruo; te dejaré comida y agua más que suficientes, y madera para que puedas calentarte.
Karn se giró y condujo a Wyl a las catacumbas de Stormburg. Impotente, Wyl se dispuso a seguirle. Cuando Karn miró por encima del hombro para comprobar si su prisionero le seguía, Wyl vislumbró un contorno distinto tras los muchos escudos que Karn había erigido en torno a su cuerpo. Le sorprendió el hecho de que le recordara el perfil de una mujer alta y esbelta. Unos alfileres negros brillaban en sus ojos entrecerrados con ira.
¿Una mujer? ¿Karn?
Alarmado, intentó retener la imagen, pero parecía que su memoria también estuviera bajo el control de los increíbles poderes mágicos de Karn; tan sólo unos segundos más tarde, Karn volvía a tener el aspecto del más anciano alto myster. El Campo Borroso No Focal oscilaba de nuevo en torno a su rostro.
Poco después, Wyl se encontraba rodeado por los muros de piedra fríos y húmedos de la única mazmorra de Stormburg. El agua se filtraba a través de un canalón que recorría una de las paredes, y junto a él, había un tonel de madera lleno de algas comestibles y pan ázimo. En uno de los muros había un hueco en cuya base se había practicado un agujero, para su uso cuando fuera necesario. Podría sobrevivir algún tiempo, pero tenía la esperanza de que alguno de los altos mysters hiciera aparición antes de que su situación fuera desesperada.
Wyl intentó aplacar la tormenta que se había desatado en su cerebro. El poder destructivo de la magia de Karn le había sacudido en lo más profundo de su ser. Karn era mucho más poderoso de lo que él nunca podría haber imaginado, mucho más de lo que nadie hubiera creído posible. Los efectos de su fuerza sobre él demostraban que su magia era muy superior a la de Loh. No podía imaginar que el Sin Magia pudiera hacerle frente, llegado el caso. Incluso dudó de que los poderes combinados de los demás altos mysters pudieran detener a Karn.
Poco a poco, consiguió recuperar en cierta medida la calma y empezó a considerar su situación. No contaba con poderes mágicos, así que le pareció imposible escapar de la mazmorra, pero como mínimo disponía de mucho tiempo para trazar un plan.
Una abertura en uno de los muros le permitía ver el cielo gris de la mañana. Los primeros copos de nieve empezaban a caer sobre Stormburg. De pronto, una sombra atravesó la franja de luz; una enorme ave de color gris se alzó volando hacia el cielo y trazó un amplio círculo. A Wyl le pareció que en dirección oeste, pero no estaba seguro. Curiosamente, poco después creyó oír un ruido por encima de él. Empezó a gritar, con la esperanza de que uno de los altos mysters hubiera decidido hacer una visita inesperada a Stormburg, pero luego no pudo oír nada más.
Los días se sucedían como un rosario de pálidas cuentas. Fuera, la nieve cubría Stormburg con su grueso manto blanco. El frío invernal penetraba en la mazmorra, y Wyl tuvo dificultades para calentar la estancia. Karn le había dejado algunos fragmentos de pedernal y gran cantidad de madera, pero ésta se había humedecido y no quemaba bien. Con ayuda de su toga y de una manta que le había proporcionado Karn había conseguido protegerse del frío exterior, pero no del que asediaba su corazón. La huida era impensable. Tan sólo era un peón, y había quedado fuera de juego. En cualquier caso, tenía todo el tiempo del mundo para pensar, y decidió aprovecharlo lo mejor posible. Llegó a la conclusión de que, en calidad de alto myster, tenía un gran conocimiento sobre la magia de Loh, pero poco más. Sospechaba que por debajo de la lucha de poder entre los altos mysters, los Solitarios y el palacio de Kryst Valaere, se estaba produciendo otra de forma paralela, y se trataba de una lucha a muerte. Había vidas en juego, largas vidas, aunque en última instancia la muerte sería tan definitiva como la de cualquier otro mortal. En algún punto de la historia, probablemente en los días que habían precedido al ciclo de nueve mil años, se encontraba la raíz de la intriga que le había eliminado del juego, y en la que estaban implicadas personas y seres de los que no tenía conocimiento, y de cuyos poderes no sabía nada. Karn no era el mismo que había presidido el cónclave de altos mysters.
Pero había conseguido enojar a Karn. La reacción airada ante sus palabras le había hecho decir cosas que bajo cualquier otra circunstancia probablemente hubiera callado. Wyl todavía no había decidido si Karn era simplemente una criatura abominable o si tal vez quedaba algo bueno en él. Wyl sabía que Karn era mucho más anciano de lo que todos creían. El viejo alto myster había mencionado a Ash. Casualmente, y debido a sus estudios en ese campo, Wyl conocía el nombre de Ash. La existencia de aquella criatura —un ser nauseabundo, un brujo que utilizaba la magia negra, mitad humano, mitad animal— no había podido ser demostrada. Pero en caso de haber existido realmente, su paso por el mundo se remontaba a casi dieciocho mil años; es decir, dos ciclos de nueve mil años. Había demasiados misterios por desvelar y muy pocas respuestas. «Que Ash te lleve tras tu muerte». Karn había pronunciado aquellas palabras como si formasen parte de su vocabulario habitual. Ash también era conocido como «aquel de los mil nombres». Mil nombres, porque en cada época, el mal representado por Ash recibía diferentes denominaciones; nombres oscuros, sonidos que crispaban las terminaciones nerviosas. Wyl conocía algunos de esos nombres de memoria: Gorokh Uymandyl, Mythroyn, Sothogdor, Maylek, Ayes um Ovyrondek y, por supuesto, Mathathruïn.
Karn también había dicho «todas mis vidas». Entonces, tal vez Karn tenía realmente dieciocho mil años, o más incluso. En algún momento, Wyl se había preguntado si Karn no tendría la misma edad que el ciclo completo de la magia incolora: ciento trece veces multiplicado por nueve mil años. Wyl intentó imaginárselo, pero le resultó imposible. Sin embargo, por lo que sabía, Karn había nacido en el pueblo de Oldstock, muy cerca de Loh Oriental. Su talento para la magia no había tardado en hacerse patente. Karn, aquel que siempre había buscado el equilibrio, líder indiscutible de los altos mysters, el mayor mago de Loh y, por tanto, de todo el reino; Karn, embajador especial de Loh y consejero del desran. Y él, Wyl, alto myster del cónclave de Loh, había descubierto que ese mismo Karn era un traidor. Pero ¿acaso se trataría realmente del mismo Karn? Evocó los distintos rostros que Karn le había mostrado.
Enigmas, misterios, pero ninguna solución o respuesta.
Lentamente, aspiró el aire frío y húmedo del calabozo.
Karn había dicho que sus planes diferían de los del Oscuro. Wyl le creía. Karn, probablemente, sólo estaba aprovechando la confusión que se extendía por el reino para sus propios fines.
Por último, había otra cuestión por la que sentía curiosidad: ¿por qué no le había matado? Karn no hacía nada sin motivo, pero Wyl no conseguía comprender la razón por la que seguía con vida.
Profirió un largo suspiro. De algo estaba seguro: disponía de muchísimo tiempo para reflexionar sobre todo aquello.