III
Cuatro personas estaban reunidas ante la pantalla del televisor. El Presidente, Floyd, Sabin... y Jacques. Los tres primeros se esforzaban en ocultar una expectante excitación. Jacques no necesitaba ocultar nada. Sólo se sentía deprimido. Estaba allí porque tenía que estar.
Habían transcurrido diez semanas desde la negativa final de Dee. Jacques no le había visto en todo aquel tiempo. Los robots habían efectuado el viaje proyectado por el Ministro de Cultura y un grupo de técnicos humanos invadió la nave.
Los robots habían regresado, y unos días después despegaron con destino a Ganymede.
Cada hora, la nave establecía contacto audiovisual con la Tierra. Ahora, la voz de Dee estaba anunciando el aterrizaje. La cosa ya no tenía remedio, pensó Jacques, desalentado. La video-señal estaba en camino, como un beso de Judas.
Se obligó a sí mismo a descartar aquellas ideas. ¿Por qué estaba preocupado? Dee era pura mente, ¿no es cierto? Iba a encontrarse en la situación con que todo hombre se enfrenta en un momento u otro de su vida: una elección, no entre el bien y el mal, sino entre dos males, el mayor y el menor. Para el robot, lo mismo que para el hombre, sólo podía haber una elección. ¿Podía haberla, en realidad?
La pantalla se iluminó súbitamente, y el paisaje de Ganymede apareció sobre ella, inconfundible, semejante al Arrecife del Gigante de la Tierra. A través del altavoz llegó la voz de Dee:
—Aterrizaje sin novedad en el sector habitado. ¿Alguna orden?
Era la fórmula de costumbre. Floyd dirigió una mirada significativa al Presidente y a Sabin y dio sus instrucciones.
—Escuche con mucha atención. Mantenga su viso-transmisor encendido y enfocado sobre el paisaje. Luego, salga con diez miembros de su tripulación y consiga un cristal. ¿Me ha oído? Por la fuerza. No desconecte. Consiga un cristal. Regrese a la nave manteniendo su cámara enfocada sobre el cristal. Lleve el cristal a la gaveta número siete, deposite el cristal en ella y cierre la gaveta. Luego, regrese inmediatamente a la Tierra. En caso contrario, una enorme porción de Ganymede, incluyéndoles a ustedes y a varias tribus de ganymedeos, quedará desintegrada. La nave lleva una bomba-G de gran potencia. La bomba ha sido activada desde la Tierra en el instante en que se recibió su señal de aterrizaje, y la haremos estallar desde aquí si se resiste usted a cumplir las órdenes. Y no crea que podrá escapar despegando antes de que les alcance la señal que hará estallar la bomba. En este momento, la bomba se encuentra conectada directamente con su sistema motriz, y sólo quedará desconectada cuando el cristal sea depositado en la gaveta número siete.
»Y no trate de forzar el mecanismo de cierre de la gaveta número siete. No puede ser forzado con la suficiente rapidez. Entiéndalo bien: no puede hacer nada para evitar la catástrofe, como no sea cumplir estrictamente estas órdenes. Si no regresa con el cristal dentro de una hora, haremos estallar la bomba.
«Sabemos que es una medida drástica, pero no nos ha dejado otra alternativa. Ahora, acuse recibo a este mensaje... y vaya en busca del cristal.
Floyd se volvió hacia el Presidente.
—Bueno, la trampa está tendida —dijo.
—Recemos para que el mecanismo no falle —dijo Sabin.
—Ha sido revisado y vuelto a revisar minuciosamente —aseguró Floyd.
—En la Tierra —gruñó el Presidente—. Recemos, de todos modos.
Fueron transcurriendo los minutos. Las miradas de los cuatro hombres iban de la pantalla a sus relojes, y viceversa.
—¡No pasa nada! —estalló de pronto el Presidente.
Floyd sonrió débilmente.
—No olvide la demora en la comunicación.
—¡Oh! Sí, desde luego —dijo el Viejo. Poniéndose en pie, empezó a andar de un lado para otro, como un león enjaulado.
Sabin miró a Floyd. Este se puso en pie.
—Bueno, faltan todavía... —consultó su reloj— cuarenta y cinco minutos. ¿Qué les parece si vamos a tomar una taza de café?
—Cualquier cosa será preferible a esta espera —dijo el Presidente—. Y cualquier cosa será preferible al café. Tenemos algo más fuerte que eso.
Se dirigieron hacia la puerta. Floyd se volvió.
—¿Vamos, Jacques?
—¡Oh! Desde luego, desde luego —dijo Jacques, levantándose.
No había nada que él pudiera hacer allí. No había nada que alguien pudiera hacer en alguna parte.
Regresaron poco antes de cumplirse los tres cuartos de hora. Sabin, animado por el whisky, trató de aliviar la espera contando chistes. No tenían nada de graciosos, pero ayudaron a matar la tensión. De pronto, el altavoz chirrió.
—Sh-sh —siseó Floyd, innecesariamente. Dee estaba contestando.
—Mensaje recibido. Lamento que no sea posible conseguir el cristal. Verán, no estamos en Ganymede...
Mientras hablaba, la pantalla volvió a iluminarse. Pero, esta vez, el paisaje era distinto. Evidentemente, no se trataba de Ganymede. Ganymede tenía una atmósfera: tenue, pero atmósfera al fin y al cabo. Aquí, las sombras tenían la negrura absoluta de los espacios desprovistos de aire. El terreno era duro y abrupto.
La voz de Dee continuó:
—Tengo el honor de anunciarles el primer aterrizaje sobre Calixto. Siento tener que confesar una impostura, pero el paisaje de Ganymede no era más que una diapositiva inserta en la cámara. Durante el viaje, discutimos las medidas que ustedes podían haber tomado para obligarnos a cumplir sus órdenes. Creo que el hecho de que nuestras ideas discurrieran por el mismo camino y llegaran a la misma conclusión es un tributo a nuestros creadores. Desde luego, podíamos haber tomado medidas para localizar y desmontar la bomba durante el viaje, pero decidimos que no podíamos arriesgarnos a destruir la nave y destruirnos nosotros mismos, sabiendo lo elevado del precio que han pagado ustedes...
Mientras Dee hablaba, la cámara penetró en la sala de mandos de la nave y enfocó al robot.
—Pero, si están enfurecidos con nosotros, les ruego que nos destruyan aquí, ya que éste es un satélite muerto y nadie sufriría ningún daño —extendió sus manos—. Pero, por favor, no opinen demasiado desfavorablemente de su propia creación. Es preferible que les hayamos engañado como nos hemos visto obligados a hacer, es preferible incluso que nos destruyan a que su contacto con los seres de otros mundos se inicie bajo el signo de la violencia. Perdónenme por repetirlo, pero es verdad. Si pueden comprenderlo, les ruego que liberen nuestro sistema motriz, a fin de que podamos regresar a la Tierra para que sea extraída la bomba. Nos gustaría quedar libres lo antes posible para... para prestar servicios que no fueran especializados. Infórmennos, por favor.
El altavoz quedó silencioso.
Los cuatro hombres reunidos delante de la pantalla se miraron el uno al otro. Jacques miró a Floyd, pero su expresión no era de triunfo. No se sentía triunfador.
—¡Demonio con los robots! —juró el Presidente—. Los muy tunantes sospecharon algo... —suspiró—. De acuerdo, Floyd, suelte todos los controles.
Los dedos de Floyd se movieron resignadamente sobre los interruptores.
—De acuerdo, Dee —dijo—. Puede despegar y regresar a casa.
Cortó la comunicación, dejando abiertos únicamente los receptores.
—¡Maldición! —murmuró entre dientes—. ¿Por qué no se me ocurriría pensar en eso? Lo había previsto todo...
—Bueno, ahora es demasiado tarde para lamentarse —dijo el Presidente.
A Jacques le pareció que en la voz del Viejo había respeto por los robots. El Presidente era un político, y no de los blandos, precisamente. Esta no era la primera derrota que había tenido que tragarse.
—Tendremos que idear otra solución —dijo Sabin, con voz desprovista de furor, de pesar... o de cualquier otra emoción. Luego pareció animarse un poco—. ¡Ya sé! Trataremos de convencerles. Les diremos que el Sol va a apagarse, o que la Tierra va a estallar... y que tenemos que encontrar un medio para escapar de ella.
Miró a sus compañeros con una expresión esperanzada.
Jacques se echó a reír al ver que el desencanto asomaba a los ojos de Sabin. La expresión de Sabin era escéptica. Y en cuanto al Viejo, no trató de disimular la hilaridad que le producía aquella brillante idea.
—No, Sabin —dijo, en tono risueño—. Estoy seguro de que Dee y sus amigos insistirían —muy humildemente, desde luego— en comprobar la verdad. Sólo para evitar que cometiésemos otro error. No; supongo que tendremos que enfrentarnos con los hechos. Los robots continuarán siendo nuestros apoderados hasta que encontremos un medio. Y, cuando lo encontremos, podremos disfrutar de la buena reputación que tendremos, gracias a ellos. A fin de cuentas, no vamos a salir perjudicados... Otra cosa: nadie se ha aprovechado nunca con beneficio de algo que obtuvo sin el menor esfuerzo. Esos cristales nos han sacado de quicio. Parecen una alfombra mágica. Bueno, tal vez lo son y tal vez no. De todos modos, encontraremos nuestro propio camino. Y cuando alguien se pone en marcha para encontrar una cosa, nunca sabe qué otras cosas puede descubrir a lo largo del sendero. Si los viajes espaciales no hubiesen sido tan endiabladamente difíciles, nunca se nos hubiera ocurrido fabricar un robot, porque no habrían sido necesarios.
Una hora más tarde, Jacques, solo en la estancia, oyó la inexpresiva voz de Dee:
—Mensaje recibido. Gracias. Regresamos a casa.