III

Andrés «Ratón» entró jadeando en la taberna del pueblo Iberia, a pocos kilómetros de San Miguel. Se apoyó tembloroso en la barra y pidió con dificultad un vaso doble de ron que se bebió de un trago.

El tabernero le escrutó con curiosidad...

—¿Otro? —preguntó con sorna—. Si bebe usted así deberá tomarse un barril para que pueda alcanzar el gusto.

El viejo intentó responder con mordacidad pero no pudo articular palabra.

—¿Otro? —volvió a preguntarle el tabernero.

«Ratón» asintió con la cabeza pero indicando con los dedos que se lo sirviera triple.

Se lo sirvió...

—¿Le pasa algo? Me da la impresión de que usted necesita ayuda...

—¿Pasarme algo? —respondió Andrés—. No me ocurre nada —negó, intentando aparentar tranquilidad.

—El temblor de sus manos le delata... ¿Ha hecho usted algo malo?

—¿Malo? ¡No, hombre!

—Entonces, ¿qué le ha ocurrido? Viene lleno de polvo y de miedo.

El viejo clavó con fijeza sus pequeñas pupilas en el tabernero, no explicando nada a pesar de ser la impresión que dio. Sonriendo forzadamente pidió más alcohol con una displicente señal de mano.

—Le advierto, abuelo, que si piensa embriagarse aquí, va equivocado porque en mi taberna sólo lo considero algún que otro sábado.

Casi sin respirar Andrés engulló más bebida. Soltó el vaso sobre la barra y se dispuso a hablar.

—¿Usted?... —comenzó en tono indeciso y misterioso.

—Diga, diga...

—¿Ha visto alguna vez un fantasma de cinco patas volando a plena luz del día?

—¿Qué?

—¡Que si ha visto un fantasma volando?

—¿Un fantasma? —el tabernero estalló en sonoras carcajadas—. No he visto un fantasma nunca, y menos danzando a pleno sol... Abuelo, a usted se le ha recalentado el seso...

Andrés se enfadó y encogiéndose de hombros dio media vuelta y dirigióse hacia la salida.

—¡Eh, amigo! ¿No piensa pagarme?

El viejo se detuvo sorprendido por su propio despiste. Rebuscó una moneda en los bolsillos de su chaqueta...

—¡Tome! —Y se la arrojó al tabernero—. Además, para que se fastidie, voy a decirle la verdad: ¡Su ron es una porquería!

—¿Porquería? ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!... ¡Si ni le ha podido agarrar el gusto...!