FINAL

—Se me está ocurriendo algo que probablemente se le haya ocurrido ya al profesor Chang después de escuchar tu informe —comenzó a decir Robert.

—Yo también tengo mi propia teoría sobre todo esto que nos rodea. Ahora veo que es cierto lo que decíamos al hablar de un cerebro que retiene exclusivamente los últimos momentos de todos los seres vivientes.

—Pero hay algo que es mucho más que eso. ¿Por qué no pensar que en otras partes de este cerebro que son todavía inaccesibles para nosotros se están repitiendo todos y cada uno de nuestros actos?

—Después de esta experiencia ya nada me parece imposible.

—Imagínate, en efecto, que en cada una de esas partes reviviéramos cada uno de los instantes de nuestra existencia. Pero no de una manera discontinua, sino que hubiera algo común que uniese entre sí a todos estos comparsas y que les forzara a repetir una vez el ciclo entero de su vida, como si no existiesen episodios separados.

—¿Quieres decir, me parece, que tú y yo y cualquier otro ser humano está condenado a repetir su existencia durante toda la eternidad?

—Sí, efectivamente, pero acabas de pronunciar la palabra «condenado».

—¿No hay mayor condena que repetir siempre lo mismo, sin poder cambiar un solo ápice?

—¿Y quién te dice a ti que ellos deseen cambiarlo, que son conscientes de esta repetición? Mira, la condena nos la imponemos nosotros mismos.

—No te comprendo.

—Sí, acuérdate de una frase que pronuncia el protagonista de «La vida es sueño», de Calderón de la Barca. Como tú sabes, llega un momento en que no sabe distinguir entre el sueño y la realidad y entonces decide llevar una vida virtuosa, «por si soñamos».

—¿Y tú crees que nuestra vida es sueño?

—No importa si es sueño o realidad, y más aún, si esto que vemos aquí es lo uno o lo otro. Lo cierto es que podemos forjar durante nuestra vida la felicidad o el dolor en la otra. Fíjate, por ejemplo, en nuestro caso. Tú y yo podemos revivir infinitas veces ese momento tan dulce que experimentamos allá en el cementerio, cuando nos entregamos el uno al otro.

—Esto ya daría todo su sabor a una existencia, pero fíjate en que también tendríamos que revivir momentos muy desgraciados.

—Tienes razón, pero el que esos momentos sean desgraciados o felices depende en gran parte de nosotros. Si derrochamos todos nuestros esfuerzos en ser felices nosotros mismos y en hacer que lo sean los demás; más aún, yo te diría, si dejamos de tener miedo a la muerte, nunca tendremos que lamentar, sino todo lo contrario, el repetir una vida que fue dichosa.

—Poco más o menos eso es lo que dice el cristianismo, cuando afirma que nuestros méritos condicionan el destino de nuestras almas más allá de la tumba.

—Yo creo que a partir de nuestra experiencia la humanidad va a encontrar el camino verdadero. Seremos todos unos inmensos bancos de felicidad, en los que todos iremos acumulando dividendos, para más allá de la muerte. Y, por supuesto, yo ahora mismo voy a hacer un pequeño ingreso en ese banco.

Y al decir esto, Robert y Monique se abrazaron y permanecieron así durante largo rato, hasta que tropezaron, allá arriba, en el laboratorio, con la mirada benévola del profesor Chang.