—Pero ¿qué es esto? ¡Mierda, mierda, mierda! —exclamó MacHor al leer el encabezado de la carta certificada que acababa de llegar a su domicilio. Lo releyó. Negro sobre blanco, y con sello oficial—. ¡No, no, es imposible! —Luego añadió a voz en cuello—: ¡Jaime, por todos los demonios, baja ahora mismo, en menudo lío nos has metido! En pocos segundos se oyeron sus zancadas.
—¿Qué ocurre? Espero que no sea otra de las tuyas. Te juro que el cansancio se ha apoderado de mí lo menos hasta el verano. No quiero más expedientes ni amigos norteamericanos... Sólo mis perros...
Con gesto serio, Lola le tendió la carta.
—Lee —ordenó.
Él necesitó apenas unos segundos para sumarse al enfado de su mujer.
—¡Qué hijo de perra! Pero ¿cómo es posible que nos haga algo así?
—Tú sabrás; te recuerdo que dijiste que era tu amigo.
—Y lo es... Bueno, lo era. Ahora sí que se ha quedado solo.
—Castaño estaría solo en el infierno. Por lo que respecta a nosotros, ya podemos empezar a buscar justificantes. ¡Será gusano! ¿Cómo puede abrirnos una inspección?