Llovió torrencialmente durante una media hora. Goterones enormes, que no hacían ruido al caer. Como aquellos orientales que parecían caminar sin rozar el suelo. Siempre sonriendo. Como aquella chica del masaje. De apariencia asustada, con la mirada baja y los dedos pequeños, rogando que no la regañara.
En un instante, sin casi avisar, la lluvia cesó y apareció un sol de justicia. No dejó ni un charco, ni en el suelo ni el techo, que recobró su azul indescriptible. Treinta grados de nuevo. Como aquella chica del masaje, que en aquel momento estaría riéndose, al ver volverse sus ojos de placer en aquella grabación.
Herrera-Smith se pasó la tarde en la terraza de la habitación, admirando la ciudad, pero sin verla. Pensando. Había necesitado pocos minutos para decidir que debía hacer algo. No podía sentarse a esperar. Disimular y comportarse como si nada hubiera sucedido no servía. Lo que estaba cavilando era el método. Desconocía cómo defenderse. No sabía quién era su enemigo o el alcance de su fuerza, aunque sospechaba que era enorme. Sólo estaba convencido de una cosa: la extorsión tenía alguna relación con el expediente de Canaima.
Bajó a recepción y lo sacó de nuevo de la caja de seguridad. Lo releyó minuciosamente y, como la primera vez, no encontró nada extraño. Los papeles facilitaban los detalles técnicos de la construcción de una carretera, un acueducto y sus aledaños en una zona limítrofe con el parque venezolano de Canaima. Facturas, planos, notas de construcción, materiales, informes periódicos... Todo parecía cuadrar.
David sólo había estado una vez en aquel parque, durante una semana, pero lo recordaba bien. Ocupaba un área muy extensa, cerca de treinta mil kilómetros cuadrados, con numerosas mesetas de roca, que los indígenas llaman tepuyes, acantilados escarpados y enormes y hermosos saltos de agua. El único acceso fiable era el aéreo. En aquella ocasión, llegaron en una avioneta, que se las vio y se las deseó para aterrizar en la pista llena de baches. Después se habían visto obligados a caminar durante horas, dormir en toscas hamacas y atravesar el cauce rojo del río en unas canoas más seguras de lo que parecían. Pese a las incomodidades, recordaba el viaje como memorable: habían visto armadillos gigantes, jaguares, monos capuchinos y águilas arpía, pero, sobre todo, había contemplado magníficos ejemplares de Pteronura brasiliensis, la nutria gigante, que los venezolanos llamaban «perros de agua». Las nutrias eran la debilidad de David Herrera-Smith, como lo fueron de su padre, que había pasado la niñez en Alaska. Las de Canaima eran animales majestuosos, enormes, de piel marrón claro, cada uno con su mancha en el cuello a modo de huella dactilar, única, que permitía reconocerlos a simple vista. Habían observado durante un día entero a una familia de ocho individuos, tres generaciones. Las nutrias no habían mostrado ningún temor. Y habían conseguido grabar sus conversaciones, mezcla de hasta siete vocalizaciones diferentes.
La imagen de grúas y apisonadoras invadiendo aquel paisaje paradisíaco pasó fugazmente por su mente. Al principio había pensado que una carretera de acceso al lugar era un buen proyecto, sin embargo ahora, al recordar su propia travesía, comenzó a dudar. Se acordó de las numerosas prohibiciones que les habían transmitido cuando fueron al parque: no se podía encender fogatas, escalar los tepuyes, arrojar desperdicios, ingerir bebidas alcohólicas y sustancias psicotrópicas, portar armas...
Excitado, empezó a buscar otros indicios en la amplia documentación. Quizás aquel expediente tenía algún trasfondo medioambiental y denunciaba algún atentado ecológico. Sí, era muy posible. En unos instantes se había convencido de que las pistas apuntarían en aquella dirección, pero de nuevo dio en hueso, porque allí estaban los permisos en toda regla.
Los dirigentes indígenas de la comunidad de Canaima, que gobernaban el parque, habían sido quienes habían sugerido, incluso instado, la construcción de la carretera que atravesaría, si bien sólo en parte, su territorio. La consideraban una solución para sus problemas; una garantía para su supervivencia. Al parecer, la vía permitiría una ponderada explotación turística de la zona y mejoraría, finalmente, la vida de los indígenas y criollos de aquella zona.
—De acuerdo —dijo en voz alta—, no está relacionado con el medio ambiente. Entonces, ¿con qué? ¡Si no sé qué es lo que ocurre, no podré combatirlo!