—Bueno —dijo al cabo apretando el botón de parada—, ¿me lo vas a contar?
—¿Qué? —respondió MacHor incorporándose.
—Lo que te preocupa. Llevas diez minutos retorciéndote. ¡Así es imposible seguir la película!
—Lo siento, Jaime, intentaré estar quieta.
—Sé que lo intentarás, pero no creo que lo consigas. —Apagó el televisor—. Dime, ¿qué te preocupa? ¿Es el dichoso expediente?
—Sí. He comido con Gabriel Uranga. Hemos discutido las posibilidades. Por cierto, hemos quedado en organizar una cena un día de éstos.
—Estupendo. ¿Qué te ha dicho?
—Que sólo ve dos opciones: la primera, que se lo pase al juez Galo Moran. Es un caso de impacto mediático, muy propio de sus gustos. La segunda posibilidad es que, antes de que entre oficialmente en la Audiencia, se investigue extrajudicialmente... Sugiere que llame a Juan Iturri.
Un extraño silencio se asentó en la habitación. Lola no lo notó. Suponía que, mientras le acariciaba el pelo, su marido sopesaba las opciones. Finalmente, Jaime preguntó:
—¿Y tú que opinas?
—Que tiene razón.
—¿Con lo de Galo Moran?
—No, con lo de Iturri...
—A mí la de Moran me parece una buena vía.
—No veo claro que él lo resuelva con bien. La opción Iturri parece mejor...
—¿Crees que aceptará?
—Hace tiempo que no hablamos, y no sé en qué anda metido en estos momentos, aunque estoy segura de que estará en algo, siempre lo está...
—Bueno, por preguntar no pierdes nada.
—Eso es cierto. Creo que lo haré mañana... Y ahora enciende. Nos vamos a perder el final de la película.
—¡Perfecto! —musitó Jaime. Había sido mejor que otras veces.