Esta vez, el lugar de la despedida sería Madrid-Barajas, y no Singapur-Changi. Kalif Über llevaría la maleta y sería el americano quien atravesase la puerta de embarque.
—Kalif, gracias de nuevo. ¿Qué habríamos hecho si no hubiese venido a España, dispuesto a violar la ley?
—Gracias a ustedes, y a su obstinación, todo ha salido a pedir de boca. Ahora el director Herrera-Smith puede descansar en paz. A los dos pájaros que faltan los cogeremos con el tiempo.
—Faltan algunos más, agente... Por ejemplo, los que cantan desde las copas de los árboles.
—¡Ay, las copas de los árboles centenarios!... Están tan lejos de la tierra, tan inaccesibles que casi no los vemos...
—Verlos no los vemos, Kalif, eso es verdad. Pero la técnica moderna es una maravilla. Sin ir más lejos, su joven agente, creo recordar que su apellido era Gómez, tiene direcciones y teléfonos grabados a tiempo real, en no sé qué sistema supersofisticado pagado por su gobierno...
Kalif sonrió mientras abría los brazos con gesto de impotencia.
—Nadie ha afirmado nunca que este mundo fuera perfecto, señoría. A veces hay que dejar que algunos pájaros desafinen... En este caso, merece la pena taparse los oídos. Sé que estará de acuerdo conmigo —señaló muy serio. Estaba claro que aquello no era un consejo.
—Espero que no vuelva por aquí, Kalif, salvo por turismo —dijo Lola.
—No se preocupe, prometo guardar la compostura de ahora en adelante.
Ofreciéndole una caja, Lola añadió:
—Nada como unos bombones para despedirse. Pero éstos son españoles; Uña, nada menos. ¡Los dragones rellenos de fresa no les llegan ni a la suela del zapato!
Über sonrió. Sin pensarlo dos veces, abrió la caja y, violando las normas escritas, se comió uno.
—¡Umm, son magníficos! Gracias, señoría.
Tendió la mano a Jaime.
—Ha sido un verdadero placer, doctor. ¡Ah, casi se me olvida! Tengo un regalo para usted.
El médico trató, sin conseguirlo, de morderse los labios al recoger maliciosamente el DVD.
—Y para usted, señoría, tengo otro presente, que estoy seguro de que le gustará. Le dije que lo dejara de mi cuenta, y ha hecho usted bien. A partir de ahora, use otra marca: Ariel está fuera del mercado.
—¿De verdad? ¿Y cómo ha sido eso?
—¡Lolilla, por favor, es que tienes que preguntarlo todo! —protestó Jaime.
Volvieron al aparcamiento, en silencio. Lola iba rememorando las últimas semanas. Jaime tiraba de ella para que anduviera más rápido.
Antes de encender el DVD, la besó y, sin poder contener la risa, añadió mientras oprimía el botón:
—Aquí tienes la prueba irrefutable...
De inmediato, se oyó un ronquido sordo, como de alguien que absorbiera el silencio.
Jaime se quedó lívido. Lola le sonrió complacida.
—Me temo que tú también roncas.