35
—Me pilla en mal momento, oiga.
—No me digas. De excursión, ¿no?
—Está usted en todo.
—Es una información pública, Ignacio. Según la programación del centro, los alumnos mayores de primaria visitan la exposición que el municipio de la capital ha organizado sobre el agua. ¿Qué tal va eso?
—Sospecho que sabe usted de antemano que ha habido un malentendido con las fechas y que no podemos entrar. Así que no va nada bien.
—¡Ignacio! ¡Oye, que no, que ni por esas, que dicen que, por seguridad, no nos admiten! Que mañana, si queremos.
—Espere... ¡Vale, Cristina! ¡Ahora voy!... No puedo atenderle ahora, señor López, lo siento, tal vez a mediodía.
—¡Ignacio! ¡¿Puedes venir?! ¡Piensa qué hacemos!
—¿Y las piraguas?
—No, mire, oiga, que ahora no puedo estar por una de sus charlas. ¿Cómo lo dijo usted? Imponderables, ¿verdad? Pues yo tengo uno así de gordo.
—Puedes alterar el orden.
—¿Qué me está diciendo?
—Lo acabo de comprobar.
—Mire, aquí tenemos a ciento siete salvajes...
—Y lo he arreglado. Os esperan de aquí a... un cuarto de hora.
—¿Quién?
—Estaba prevista la exposición y después el paseo en piragua, ¿no? Pues alterad el orden y la composición. Primero las barcas. Después ya veremos.
—Nos esperaban a las tres.
—Han sido muy comprensivos y os aguardan ahora.
—Pero después...
—Antes de que lleguéis al lago, tú y yo habremos hablado, y eso estará solucionado. A tu gusto, ya verás. Venga, hazme caso y súbelos a los autocares. Di que has llamado (he llamado yo desde tu número, así que es medio cierto) y mantente al teléfono, con el pretexto de que estás haciendo gestiones para apañar la segunda parte del día. Tampoco es mentira. Adelante.
—[¿Por qué no?] ¡Cristina, cambio de planes! ¡Empezamos por las piraguas! [Cagondiós, cómo gritan estos niños.]
—¿Has hablado con ellos? ¿Lo has arreglado? ¡Eres un sol! ¡Pero qué buena idea! ¡Pepa, todos a los buses!
—¡Nacho! ¡¿Y luego qué hacemos?!
—[Ya estamos con la Pepa de los cojones. ¿Quién coño le ha dado permiso para llamarme así? Es la única...] ¡Ya veremos, Pepa, estoy intentando encontrar una alternativa! [La próxima vez la llamo Josefina, a ver si le gusta]. ¿Oiga?
—Dime, Ignacio, dime. ¿Todo listo?
—Estamos subiendo. Espero que esté en lo cierto y no tengamos otro fiasco. Si nos hacen esperar hasta las tres, me comen vivo.
—No te preocupes. Por cierto, resérvate el asiento de guía de uno de los coches, así podremos ir conversando tranquilamente.
—Id pasando vosotros. Yo me siento aquí, ¿vale? Con un poco de tranquilidad y algo de suerte [y mucho de López] creo que encontraré algo antes de llegar a las barcas. ¿Estaréis vosotros por los chavales, Cristina?
—Sigue, Ignacio, sigue. Para ser principiante, vaya mano izquierda que tienes. Ya me veía pastoreándolos en un parque hasta la hora de remar. Tómate tu tiempo.
—Estamos en marcha, señor López. Ahora ya puedo..., ¿oiga?
—Sí, perdona, dime.
—No, le decía que ya puedo estar por usted unos minutos, siempre que me prometa ese plan alternativo tan estupendo.
—Descuida. Me ha sonado a concederme graciosamente un breve lapso de tu tiempo. Te lo agradezco, pero...
—[Joder con el susceptible. Ojo no le arañe la sensibilidad.] Me habré expresado mal. Llevo un par de excursiones y sigo vendido. Siempre tengo miedo a perder media docena de críos.
—No eran necesarias las excusas. Pero da la casualidad de que tu hermana también ha empezado con prisas.
—¿Ya ha hablado con ella?
—Se puede decir que he colgado con ella para acudir a tu rescate.
—[Mi rescate, dice. Y a callar. Me la envaino, y basta. Joder.] ¿Está bien?
—Claro. Begoña está perfectamente. Hasta me atrevería a decir que hemos quedado como amigos.
—Así que mi hermana ha cumplido.
—Perfectamente. Ha sido un trato rápido, bien resuelto y provechoso para ambas partes. Me he despedido de ella con el convencimiento de que era definitivo.
—Y me toca a mí.
—Hombre, en cierto modo ya hemos empezado. En fin, no sé si le atribuyes valor a esto de la excursión, y si puede servir como pago en mi parte del trato. Me esforzaré en buscar algo disponible que os guste a vosotros y a los chicos.
—Ya conoce mi opinión. [Lo que sea para sacármelo de encima.] Lo que sea para acabar. Estoy más pendiente de usted que de mi vida.
—Exageras, Ignacio. Lo que echas en falta es tomar tú la iniciativa. Por lo demás, no nos ha ido tan mal. Pero sea como tú dices. Pronto me perderéis de vista. Por cierto, ¿qué tal anoche?
—¿Después de su intervención? Mal, naturalmente. Parece que destape usted lo peor de cada uno. ¿Por qué le interesa?
—Por nada en particular. También se lo he preguntado a tu hermana, y quería conocer tu punto de vista.
—Entonces ya sabrá que mis padres tuvieron una discusión muy fuerte.
—Eso ha dicho, sí.
—No sé qué les ha hecho, señor López, pero están muy afectados. Es hora de que rebusque en su interior y descubra si le queda un rastro de piedad. Deje de maltratarlos.
—¿Habéis entrado en el cinturón, verdad?
—¿No me contesta?
—¿Qué quieres que te responda? ¿Que ellos se lo han buscado? No te gustaría, agriaría nuestra conversación y nos haría perder el tiempo. El tráfico es fluido y todavía nos quedan asuntos que lidiar.
—¿Está usted por aquí? ¿Por dónde ve si hay tráfico o no?
—No, sigo donde estaba anoche, o sea, muy lejos. Sobre por dónde lo veo..., sería más fácil responder a por dónde no lo veo. Hasta por la cámara de tu teléfono, Ignacio, aunque no es el último grito, si no te importa que te lo diga. Además: no sé para qué me lo preguntas si tú diste una respuesta bastante apropiada a tu familia ayer mismo, antes de que os llamara.
—Lo dije a boleo.
—Eso no le resta acierto. Bueno..., esto..., te toca, ¿no?
—Una adivinanza, un acertijo, una prueba, cualquier chifladura. [Cagondiós.] Perdone, no quería decir eso. [No quería decirlo en voz alta.]
—Hoy aprecio que te expreses libremente. A esa libertad apelaré de inmediato. Cuenta solo con las limitaciones de espacio y tiempo que nos restringen.
—Suéltelo ya.
—Ahora mismo. Ah, recuerda que libertad y chabacanería son cosas ligeramente diferentes. Veamos. ¿Preparado?
—Me muero de ganas [de retorcerle el pescuezo].
—Tú la vas a escoger.
—¿El qué?
—Tu parte del trato.
—No me diga.
—Y me tiene que satisfacer.
—He ahí el truco.
—Y ha de consistir en causar daño.
—¿Cómo ha dicho?
—Mucho daño a muchos.
—No habla en serio.
—Sí, te lo aseguro.
—¡Váyase a la mierda!
—Eso lo habrá oído la conductora y los chavales de la primera fila.
—Se lo puedo repetir en susurros: váyase a la mierda.
—Ya te he dicho que tu hermana Begoña ha cumplido.
—¿Y qué ha hecho de malo?
—Aparecerá en los noticias de la tarde. Podría decirse que ha inaugurado un conflicto bélico. Dos países insignificantes, de acuerdo, pero ambos con los apoyos internacionales suficientes como para que sea muy prometedor.
—Es que ni que me lo jure.
—Me cansa tener que recordarte mi historial veraz.
—¿Y qué ha hecho Begoña? ¿Tirar la primera piedra? ¿Lanzar el primer insulto? Le carcome su imaginación, López.
—¡Qué incrédulo eres, Ignacio! Tú, que eres el más capacitado para comprender... Te pediría fe, pero... puede que algo más tangible te devuelva la cordura. Ahora pasáis cerca del aeropuerto. A esta hora está ajetreado, cerca de un aterrizaje por minuto. ¿Ves los aviones que se alinean para la maniobra? Desde tu posición deberías ver con claridad cuatro. Escoge uno, venga.
—El tercero, qué más da.
—Durante los próximos segundos, la tecla uno de tu teléfono está vinculada a un giro de veinte grados de los alerones. ¿Te atreverás a comprobar cómo rectifica la maniobra de acercamiento y repunta el morro? No tendrá consecuencias, aparte de unas canas adicionales para el piloto.
—[No puede ser mentira. López no puede arriesgarse a quedar en evidencia. Pero puede que cuente con ello, que me trague la trampa y yo le reconozca un poder que no tiene.]
—Decídete, Ignacio. Si no, puede ser peligroso.
—[Es un farol, seguro que lo es. Puede que sea posible atar entre sí un móvil, la Red, la torre de control y la computadora de cabina, pero no a voluntad. No en dos segundos. Ahora se le ve bien la panza. Joder, qué cerca pasa de nuestras cabezas. Esta es la mejor oportunidad de desenmascarar a este loco. Voy a darle al uno mientras que renuncio a comprobarlo. Quedará con el culo al aire. Ahí va.] No lo voy a hacer, señor... Pero ¿qué coño...?
—¡¡Mira tú, mira tío, mira, ahí, ahí, ahí, Andrés, Carlos, ese avión...!! ¡¡Pero qué hace!!
—¡Ya no se ve! Con las casas...
—¡¿Eso es humo?!
—¿Ignacio? ¿Sigues ahí? ¿Por qué me has dicho que no lo ibas a apretar? Te había advertido que podría ser muy arriesgado hacerlo tan cerca de la pista.
—Yo no...
—¿No qué? ¿No lo has apretado? A mí me consta que sí.
—¿Qué ha pasado? Seguimos circulando y el aeropuerto ha quedado atrás.
—Todo está confuso, Ignacio. Lo que sí he podido ver con claridad es que lo primero que ha tocado tierra no han sido los neumáticos, sino el fuselaje. Por lo visto el piloto no ha podido bajar el morro a tiempo ni abortar el aterrizaje. El aparato está en llamas en el extremo de la pista. No está claro si ha arrollado a otra nave más pequeña. No ha explotado. Por ahora no ha explotado.
—Pero si yo no...
—Los equipos de bomberos no se acercan. Prevén una deflagración. Algunos pasajeros han conseguido abrir la puerta delantera. La rampa está inflada.
—Yo no he apretado...
—¿Lo has oído? Ha explotado. No podía ser de otro modo. Ese avión solo hacía escala para completar el pasaje, así que tenía los tanques de combustible casi llenos.
—¿Cuántos...?
—¿Cuántos iban a bordo, quieres decir? Sí, supongo que a eso te refieres. A ver..., según las listas de embarque..., ciento noventa y tres..., más siete de tripulación. Números redondos: doscientos.
—Usted... Usted es quien lo ha hecho... Usted...
—¿Yo? ¿Que yo he hecho qué? Mira, muchacho, si te abruma la culpa, te tendrás que aguantar. Tú y yo sabemos qué ha pasado y qué has escogido. Si lo has hecho a conciencia, retrasando la intervención para obtener un efecto más espectacular, o inconscientemente, o por un movimiento reflejo, o por probar, o para ver qué pasaba, eso ya lo arreglarás contigo mismo.
—Usted, solo usted...
—No, hijo, a cada cual lo suyo. Mientras has mantenido quietos los deditos, no ha pasado nada. ¿Estamos? Cuando ya creía que renunciabas a más pruebas sobre..., digamos..., las capacidades de la técnica, cuando ya había pasado de lejos el tiempo prudencial, vas y pulsas el interruptor. O sea, que de solo yo nada. Solo tú. Para que luego digas de tu hermana. Ella ha entendido, ha aceptado, ha decidido y ha actuado. Tú, perdona que te lo diga, todo al revés.
—No me diga eso. No soy capaz de pensar. No sé dónde estoy.
—Mantén la compostura, Ignacio. Los niños siempre están pendientes de las reacciones de sus modelos. Y recobra algo de honestidad mental, caramba.
—¿Sabe hasta qué punto me gustaría responderle en persona?
—Ah, sí, claro, qué miedo el mío y qué bravura la tuya. Curándote los remordimientos con cuatro tacos y otros cuatro mamporros. Purificándote de tu decisión mediante la acción boba. Te estás convirtiendo en una perfecta vulgaridad. Buen ejemplo para tus alumnos. Ejemplo corriente.
—Voy a colgar.
—Cuando yo te lo diga. Cuento con treinta y dos aparatos en este autocar. Treinta y tres, con el tuyo. Pero es verdad que ya os acercáis al lago.
—¿Qué lago?
—Renegaría si supiese que eso te iba a sacar de tu aturdimiento. En fin, daré por cumplida tu parte. Tenía que haber sido mucho más elaborado y esperaba mucho más de ti, pero estás algo impresionado y, por tanto, inservible. En resumidas cuentas se trataba de hacer daño, y con tu participación libre, y en eso, mal o bien, has cumplido. Poco original, poco ambicioso, pero habrá que conformarse.
—No sé de qué me habla.
—Te has quedado como alelado, chico. Reacciona. A ver, ¿adónde vais?
—A remar en piragua. Enfilamos el camino del aparcamiento.
—Eso está mejor. ¿Dónde vais después de comer?
—No lo sabemos todavía. Teníamos que ir a una exposición sobre el agua, pero...
—Muy bien, Ignacio. Podrás anunciar a tus compañeros que tenéis comprometida una visita a las instalaciones de la depuradora Norte. La más grande y moderna del país. Seréis el primer grupo de escolares al que aceptan. Ganaréis con el cambio, ya verás. Mucho mejor que la exposición, dónde vas a parar. Hasta disfrutaréis de una degustación de agua depurada. Los chicos estarán entretenidos y aprenderán muchas cosas. Te lo garantizo.
—La depuradora Norte.
—Exacto. A las tres de la tarde. Feliz día, Ignacio. Creo que aquí nos despedimos. Para siempre. Adiós, Ignacio.