31
—[«Si no obedece, despídase de su familia, señor Vives.»] Ya te he enviado la orden. ¿Qué más quieres?
—Quiero que me expliques todo esto. No podemos hacerlo en tan poco tiempo.
—[«Si no obedece, despídase de su familia, señor Vives.»] Vamos a ver, Fernando, ¿no eras tú quien hace apenas unos días tenía tantas ganas de sacarse de encima las barras que amenazabas con enviárselas por mensajero a Rojas?
—[Claro, pero quién iba a pensar esto.] Tenía prisa, y me sigue urgiendo, pero no podemos cometer errores en algo sin precedentes. Dame una semana.
—[«Si no obedece, despídase de su familia, señor Vives.»]. Oye, Fernando, durante la carga, el nivel de alerta es máximo, ¿no es así?
—Por supuesto.
—Tú y yo sabemos cómo se respetan las emergencias. Si dura media hora, a la perfección. Si medio día, defectuosamente. Mantener la emergencia durante una semana es tanto como que nadie le haga caso.
—Pero es una operación...
—Es una operación tan delicada que cuanto antes se lleve a término, mejor. [Me duele el corazón y me duele la cabeza. ¿Qué le he hecho yo a ese hombre para que me joda así?]
—Gerardo, lo siento, pero no podemos hacerlo.
—[Primera llamada: Begoña. Segundo mensaje: Ignacio. Tercera llamada: López.] Tienes ciento cincuenta barras, ¿no es así?
—Ciento cincuenta y tres.
—Me llegaste a hacer una demostración de las mejoras en el brazo del robot, ¿recuerdas? Un minuto, ¿te acuerdas?
—¿Un minuto, qué?
—No finjas que no caes, Fernando. Un minuto es lo que se tarda en extraer una barra de la piscina y depositarla en un sarcófago. Y todavía le da tiempo de volver a su posición inicial. [Lo de Begoña me ha extrañado, pero no ha sido demasiado grave. Total, qué más da un mercancías con tres, cinco o quince vagones.]
—Pero esto no es un ensayo, Gerardo. Esto no lo hemos hecho nunca.
—Claro que sí. ¿Quieres saber cuántas exactamente? [El correo de Ignacio ha sido mucho peor. Cargar todas las barras, y no solo cuatro basuras de ejemplo. Creo que ahí empezó la punzada en el pecho.]
—Nunca tantas en tan poco tiempo. No podemos.
—A las once de la noche tiene que estar el convoy a punto.
—Es imposible.
—Todo el proceso está automatizado, Fernando. No me digas lo que es posible y lo que no. Solo hay participación humana en el traslado de los cofres hasta los vagones. Un viaje en toro por cada dos cofres. No llegan a ocho viajes, Fernando. Trescientos metros cada trayecto. ¿Es eso imposible?
—Es muy arriesgado.
—¿Qué coño te pasa? [¿Qué coño hemos hecho para que López se fije en nosotros?] Hasta tú y yo podríamos conducir un toro. Los cofres no son de cristal, Fernando. [Y López llamando: «Si no obedece, despídase de su familia, señor Vives».] Mañana por la noche todos podremos respirar tranquilos. Tú tendrás tu central limpia y yo asumiré tus problemas. Eso es lo que querías, ¿no?
—No estamos cumpliendo el protocolo de seguridad.
—¡A la mierda el protocolo! Me acabas de decir que esto no tiene precedentes. Lo vamos a hacer, tanto si te gusta como si no. [Ahora entiendo la nota que López le ha enviado a Plaza y en la que me suplantaba.]
—Esta es mi central, Gerardo. Las cosas se van a hacer como yo mande, no como tú ordenes.
—¿Es tu última palabra?
—Compréndelo, Gerardo. Tú eres el responsable último de la seguridad nuclear. No tiene sentido que se haga algo así. Reconsidéralo, por favor.
—Claro. Dame un segundo mientras atiendo una llamada. [Ahora verás.] Beatriz, ponme con Plaza.
—Enseguida, señor Vives, está marcando... Le paso, señor Vives.
—¿Plaza?
—¿Señor Vives?
—Sí, soy Gerardo Vives. Hágalo.
—Recibido. Dentro de dos minutos y medio estará cumplimentado. Adiós.
—[Gilipollas.] Adiós. [Ya está.] ¿Fernando? ¿Sigues ahí?
—Aquí estoy, Gerardo. ¿Has recapacitado?
—Estás destituido como director de la central número seis. Elvira Delfa es, desde ahora mismo, la nueva directora.
—¡Qué susto me has dado, Gerardo! Oye, vaya vena de humor negro que gastas, hostia, pero creo que no es momento para bromas.
—No es ninguna broma. Pásame con Elvira.
—Te has vuelto tarumba, Gerardo. Se va a quedar todo quieto y parado hasta que mañana vea a Rojas en persona y, si hace falta, al puto ministro, para que me aclare qué está pasando.
—Dos policías, junto con un médico, van a entrar en tu despacho. Estarás ingresado e incomunicado veinticuatro horas. Adiós, Fernando. Cuídate. [Qué fácil es dejarse llevar por el mal.] Beatriz, ponme con Elvira Delfa, de la número seis.
—Un segundo.
—[Tal vez cuando el residuo esté almacenado y seguro en El Nuevo Petril se acabe todo. López, la seis, la cuatro y todo dios. A lo mejor sería hora de sacudirlo todo y aceptar la oferta de Patilla. Estoy harto de todo.] Dime.
—Le paso, señor Vives.
—Gracias. ¿Elvira?
—¿Señor Vives?
—Llámame Gerardo. ¿Estás al corriente de la situación?
—¿Situación? ¿Se refiere..., te refieres a dos policías y un paisano arrastrando al director fuera del despacho mientras sacaba espumarajos por la boca?
—Fernando ha sufrido un ataque de ansiedad. En el peor momento. ¿Puedo contar contigo?
—Claro, señor... Claro, Gerardo.
—Tenemos de plazo hasta las once.
—Pero si quedan... ¡cinco horas!
—Confío en que tú mantengas el brazo firme. Te confieso que este ha sido el asunto que ha desmoronado a Fernando. ¿Mantendrás templados los nervios?
—A mí me parece precipitado, pero no soy demasiado nerviosa. Y, al fin y al cabo, tú mandas y eres el experto. Si tú dices que se puede hacer, por nosotros no va a quedar.
—¿Ha llegado el convoy?
—Hace una hora.
—Implanta el nivel medio de emergencia. Necesitarás a algunas personas disponibles, pero no se trata de ninguna avería. Es una operación de limpieza compleja pero segura. ¿Estamos de acuerdo?
—Empezaremos ahora mismo.
—Creo que serás una excelente directora. Tenme al corriente.
—Descuida.