21
—Ha sido más frustrante que otras veces.
—Pero estas reuniones suelen ser protocolarias. Es lo que siempre dices.
—No me desdigo, pero este año tenía la esperanza de obtener algo entre pasillos, o una buena idea, o un ejemplo que seguir. Los residuos de la número seis me llevan a mal traer. Soñaba con encontrar al delegado de un país deseoso de almacenar unas cuantas toneladas de material radioactivo. Y que se hicieran cargo del transporte y los seguros.
—No lo dirás en serio.
—No, claro. Pero sí me había hecho ilusiones sobre recoger ideas para salir del pozo. Algún desarrollo nuevo, cambios en los protocolos, lo que fuese.
—Y nada.
—Peor. Nada que me sirva y mucho que anhelo. Desde el año pasado media docena de países han puesto en marcha centros propios de residuos o están a punto de inaugurarlos. Y, mientras, nosotros dejamos que críen polvo unas instalaciones que quedarán inservibles antes de estrenarse. El mundo al revés.
—Te veo preocupado.
—Es grave, Magdalena. Es lo peor que tengo entre manos desde hace..., desde siempre. Además: en este negocio procuramos tenerlo todo pautado. Si pasa tal cosa, se hace esto; si aquello, lo otro. Cientos de situaciones tipificadas. Pues esto no está previsto, para que veas. Tampoco está previsto repartir caramelos de plutonio a la puerta de los colegios, porque también es una estupidez. Hay que resolver una estupidez colectiva. Esta semana tendré que coger el toro por los cuernos.
—¿Sales de viaje otra vez?
—Espero que no. Convocaré a los directores de la cuatro y la seis, y a la directora de El Petril. Que se muevan ellos. Pero nunca se sabe.
—Bueno, ¿y qué? ¿Qué tal tu nueva secretaria?
—En general, bien. Eficaz. [Y tan eficaz.] Menos experiencia [en los manejos de congresos y exposiciones], pero más empuje [ya lo creo que empujaba] que la anterior. Ha tenido la virtud de procurar estar a mano cuando la necesitaba, e invisible el resto del tiempo. [Exactamente tres veces en cuarenta horas. Así que no se te ocurra pedirme guerra esta noche, Magdalena, por mucho que te encelen mis ausencias y que sea sábado por la noche.]
—Dicho así parece un objeto, Gerardo. ¿Ni una comida juntos?
—[Nos comimos juntos cosas que no te puedo confesar.] Las del avión. Por cierto [vamos a alejarnos de Beatriz], he comido la bazofia que han servido y creía que ya no tendría apetito al llegar a casa, pero lo cierto es que estaba muy bueno. Lo has encargado, ¿no?
—Sí. [No directamente, pero López ha previsto que aparecieran las etiquetas en el envoltorio para no dejarme a oscuras.] No tenía tiempo de otra cosa. Me he pasado la tarde en casa de Ignacio poniendo cortinas, toallas y sábanas nuevas.
—Cualquier día, sin darnos cuenta, estaremos haciéndole compañía delante de un altar, junto a su prometida.
—¿Qué prometida?
—Ah, no sé, pero como ya tiene todo lo demás, ahora buscará novia.
—Pues a juzgar por lo que he visto que empezaba a preparar, esta noche tenía invitados. Y, por la cantidad, uno. Y considerando el candelabro y las velas, una.
—Parece que fue ayer y, hoy, casi casado.
—Nos hacemos mayores.
—Nos hacemos viejos. [Los hijos. Los disgustos. El tiempo.] ¿Dónde se ha metido Begoña? Todavía tiene el postre a medio comer.
—Ha salido ya. ¿No le has enterado?
—¿Cómo que ha salido? ¿Por dónde? Quiero decir, ¿adónde?
—Gerardo, hijo, estás en la inopia. No hace ni diez minutos que nos ha saludado desde el recibidor.
—¿Adónde ha ido?
—Pero, Gerardo, ¿de dónde vienes? Son las diez y media de la noche de un sábado. ¿Adónde quieres que vaya? A divertirse, a ver a su último novio. A hacernos sufrir. A llegar a las tantas de la mañana. A tugurios que prefiero no conocer. [A darme envidia.] A hacer lo que todos hemos hecho a su edad, o hemos querido hacer.
—No me he dado ni cuenta.
—Estás pensando en otras cosas.
—Estoy preocupado, Magdalena.
—Oye, pues todo no lo puedes cargar a las espaldas.
—No puedo evitar sentirme responsable.
—Por lo que me has dicho otras veces, esto solo se puede solucionar tomando decisiones a otro nivel. No te puedes exigir...
—Me ha llamado López. [Ya me aguanto otras cosas. Algo tengo que dejar ir. He de ser sincero con Magdalena. Aunque sea un poco.]
—¡Qué me dices! ¿Cuándo? [Joder, Gerardo, me has fastidiado. Tenía la esperanza de que López me había escogido a mí, únicamente a mí, para seguir su juego, pero veo que su palabra tampoco es vana esta vez: le interesa toda la familia.]
—No hace ni seis horas. Estaba a punto de subir al avión. [Pero compréndelo, Magdalena. Todo no te lo voy a decir. Todo no te lo puedo decir. Ni lo más obvio (que estaba cogido del brazo de Beatriz), ni lo menos (que es, además, difícil de explicar). Las llamadas de López me alarman, me desconciertan, pero también sucede algo más. No sé qué es. Tal vez es que me fascinan.]
—Dios mío, Gerardo, creía que era agua pasada. ¿Qué quería? [Me has roto, Gerardo. Ahora me pones en el brete de tener que confesar mis pecados, los que quería guardar para mí.]
—Un trato. Me ha propuesto un trato.
—¿Un trato?
—Sí. Creo que es mejor llamar a la policía.
—¡No!
—¿Que quieres decir con no? ¿No eras tú la que me insistió en explicárselo todo a Plaza? No hay quien te entienda, hostia. Yo, aquí, violentándome y llevándome la contraria a mí mismo, y ahora me sales con estas. Cualquiera diría que también a ti te ha llamado López y ha logrado convencerte.
—Más o menos. [Podría intentar callarme la verdad, pero no puedo mentirle directamente. No puedo.]
—¡¿Qué?! ¿También a ti te ha llamado?
—Sí, Gerardo. Y ahora caigo en la cuenta de que tal vez ha hablado también con los chicos, no solo con nosotros dos. Por lo visto consigue hacernos cerrar la boca. [Ya, total, te lo digo.] Sí, Gerardo, es cierto. Si no hubieras tocado el asunto, creo que no te habría dicho nada.
—Pero...
—Ya lo sé, ya lo sé. No tiene sentido y antes tenía otra opinión. Soy consciente de todo ello.
—¿No ibas a contármelo? [Aprovecharé para castigarte un poco, por si llega el día que sepas demasiado y me calientes a mí.]
—Lo estaba pensando.
—¿Pensando? ¿Estás de broma?
—Menos pronto, Gerardo, que a ti te ha costado seis horas. Yo voy por la segunda o la tercera. Todavía disponía de margen para igualarte.
—Venga, Magdalena, ¿qué te ha dicho?
—Respetemos el turno. Yo lo he preguntado antes; de hecho, a ti te ha llamado antes. Puede que, así, tenga más sentido el conjunto. Adelante.
—¿Ya no quieres llamar a la policía?
—Mira, yo he tenido una conversación con ese sujeto. Un tiempo breve. Pues bien, he estado amenazándolo con llamar a la policía la mitad de ese tiempo. La primera mitad. No te digo más. Anda, explícame. ¿Qué te ha propuesto?
—Me ha pedido un informe sobre el centro de residuos.
—¿Confidencial?
—De aquella manera. No es público ni es secreto. Con casi un año de antigüedad. Nada excepcional. Circulación restringida, pero desde el momento en que existe una versión electrónica (es la que le he enviado desde Viena), puede haberse distribuido por cualquier sitio.
—Así que has aceptado el intercambio.
—Me he visto obligado.
—[Eso me calma. Yo también.] ¿Obligado? ¿Por qué?
—Por dinero.
—¿Cómo? ¿Por dinero?
—Diez mil.
—¿Diez mil? Ahora sí que me dejas hecha polvo. ¿Tan mal estamos, Gerardo? ¿Nos tenemos que vender por diez mil?
—[Me dan ganas de tomarte el pelo, querida, por tacharme de ramplón.] ¿Por cuánto nos has vendido tú, amor mío? ¿Cien mil? ¿Un millón? ¿A partir de qué cantidad perdemos la dignidad, Magdalena querida?
—No hace falta que te burles. Perdona, ¿de acuerdo? Se me ha escapado sin querer. Me has cogido desprevenida...
—Para Manuel Cornicabra.
—Por el amor de Dios, Gerardo, explícamelo de un tirón y no a base de pataditas, que acabo aturullada.
—López me ha expuesto unas cuantas miserias de Manolo. Para no aburrirte: ha jugado a la Bolsa de prestado y está con el agua al cuello. López hasta sabía que le pone los cuernos a su mujer.
—¿A Irene? [Pobre chica, y maldito cerdo. Anda, que iba a hacer algún favor a ese.]
—A Irene, claro. Ya ves por qué he aceptado. Unos papeles a cambio de los recursos para ayudar a un amigo.
—No necesitábamos a un extraño para echarle una mano.
—No sé, Magdalena. Puede que tengas razón, pero, en aquel momento, he accedido. Qué quieres que te diga. Diez mil no es moco de pavo. Para no perder las amistades es mejor no prestar o, cuando menos, no prestar dinero propio. Y lo más importante: ya conoces a nuestro señor López. ¿Crees que hubiera desistido si le digo que no? A ver, di.
—No. [Eso está claro. Y eso es lo inquietante. Ojalá no tengamos que ponerlo a prueba. Ojalá.]
—Al fin y al cabo supongo que también habréis intercambiado algo.
—Sí. [Me llega el tiempo de expiación.]
—Y habrás quedado satisfecha, si es que has decidido no llamar a la policía. ¿Quieres más whisky?
—No. Y eso es injusto. Lo dices como si hubiera entablado amistad con ese tipo y no le quisiera ningún mal.
—¿También te ha pedido papeles?
—Un viejo expediente de una investigación de laboratorio.
—No lo entiendo. ¿Es que manejamos unos documentos tan valiosos que ni nos damos cuenta? ¿Hace colección? ¿Busca incordiarnos?
—Busca ponernos a prueba, Gerardo.
—Por lo que me has reprochado, no habrás aceptado dinero a cambio. O no una limosna.
—Déjalo ya, cariño, que me he disculpado. Me ha tapado la boca a base de información. Por eso sé que ahora no puedo, no podemos mezclar a la policía.
—¿Qué te ha dicho?
—Nombres, plazos, movimientos laborales en Sanatea. Tanto da. Lo más importante es que los próximos días son decisivos.
—Pareces convencida de que has obtenido algo valioso.
—Lo estoy, y lo es. [Y no quiero ni pensar qué estaría dispuesta a dar por lograr más, por saber más, por poder anticiparme a los demás.]
—Sigo sin entender por qué no podemos llamar a la policía.
—Pues creo que te lo he dejado claro. En las próximas semanas puedo ser despedida o encumbrada. No pensarás...
—¿Encumbrada?
—Es una forma de hablar. [Ya me podía haber metido la lengua en el bolsillo, mierda. Ahora no tengo otra opción que contárselo, y no tengo ganas.] Por lo visto se preparan tantos movimientos de personal que tanto puedo ser empujada hacia fuera como hacia arriba. Lo que es seguro es que en poco tiempo ya no estaré haciendo lo mismo que antes y que ahora.
—Y la policía te molesta.
—Con las mismas razones que argumentaste tú el otro día. Llevar escolta, ser seguida, ser escuchada o provocar interrogatorios a personas cercanas es lo último que necesito.
—Como si hubiéramos intercambiado los papeles, Magdalena. Ahora me tocaría a mí inflarte la cabeza con que si tu trabajo es lo más importante para ti, que si la seguridad es lo primero y hasta que antepones tus ambiciones a tus hijos. [Me lo has puesto a huevo, guapa. No puedo desperdiciar la oportunidad de hacerte probar tu propia medicina.]
—Eres tremendamente injusto, Gerardo. Si llamamos a la policía ya me puedo quedar en casa, ¿me oyes? ¿Es lo mismo para ti?
—Yo creo...
—No, Gerardo, esto es diferente. Llevo muchos años tragándome la enorme responsabilidad que soportas, y los viajes y tus decisiones, y que si patatín, que si patatán. A mí esto me está pasando una vez, ¿oyes?, una vez en la vida. Nunca antes te he venido con monsergas sobre mi trabajo...
—¿Son monsergas las mías?
—Es igual, Gerardo, dejémoslo ya. Haz lo que quieras. Me duele la cabeza y...
—¿Ahora adónde vas?
—A tomarme una aspirina, si no tienes inconveniente.
—No sabía que te escociera tanto mi...
—Déjalo, de verdad. Haz lo que tengas que hacer.
—Pero si es lo que intentaba discutir contigo, Magdalena. Saber qué hacer, y así...
—Ah, lo olvidaba. López me ha advertido de que ese Plaza es un mamón.
—¿Te ha dicho que es un mamón?
—Te lo estoy resumiendo. Se ve que busca lucimiento y le gusta el circo.
—¿El circo?
—Hostia, Gerardo, te traeré otra aspirina a ti, que también estás espeso. Que le va la parafernalia, los movimientos de masas.
—¿Hasta ahí llegan los tentáculos de López?
—Estaba al corriente de un incidente menor con un miembro del consejo, de tu consejo, hace unos meses.
—Primera noticia.
—Para que veas. Te acaba de sonar el teléfono, Gerardo. [Por fortuna. Estoy harta de esta conversación.]
—Un mensaje de Ignacio... Joder, joder, ¡joder!
—¡¿Qué pasa, Gerardo, qué pasa?!
—Escucha: «He enviado un mensaje de su parte a Plaza para que le llame dentro de un par minutos. Decídanse. Saludos. López». Hostia puta, Magdalena.
—Por el amor de Dios, Gerardo, ¿qué hacemos?
—Este tío es un cabrón, y no sé cómo...
—¡Gerardo! ¿Qué hacemos?
—¡No lo sé, Magdalena!
—Ni siquiera hemos tenido oportunidad de hablar con los chicos...
—Pero ¿cómo se atreve? Nos quiere...
—Nos quiere poner entre la espada y la pared, Gerardo.
—Nos va a buscar la ruina...
—¡Ya llama! ¡Gerardo!
—Ya lo he oído, Magdalena. [Joder, a ver qué le digo yo a este capullo.] ¿Diga?
—¿Señor Vives?
—Sí. ¿Quién es?
—Soy el enlace, Baltasar Plaza. He recibido su mensaje.
—Sí, claro, muchas gracias por llamar. He preferido avisarle antes con mi mensaje. No quería telefonearle así, de improviso, un sábado a estas horas.
—No se preocupe. Es mi trabajo y estoy a su servicio.
—[Vete a paseo, lameculos.] Es que acabo de llegar de Viena, ¿sabe?
—¿Ha tenido alguna incidencia?
—[¿Incidencia? Soplapollas. Un buen par de melones es lo que he tenido entre manos.] No, no es eso. Es que...
—Hable sin miedo, señor Vives. Estamos para protegerle.
—[¿Sin miedo, cretino? Lo que pasa es que no sé qué decirte.] No, no, nada de eso. Se trata de que, a raíz de las conclusiones de algunas reuniones que he mantenido, tengo que convocar a varios directores de instalaciones nucleares en algún lugar discreto y seguro, y me preguntaba si usted...
—¿Cuándo será el meating?
—[¿Meating? ¿Será lechón?] Según lo que me dijese usted, tenía intención de escribirles un correo esta misma noche y citarlos el martes, a más tardar.
—¿Martes, martes? Veamos, sí, afirmativo. Le montaré un operativo desde el momento en que cada uno pise la capital hasta que cada uno la abandone.
—[Un pollazo, eso es lo que me montarás. Afirmativo, bobo del ojete.] Tampoco hace falta que se tome tantas molestias, porque...
—Las cosas se hacen bien o no se hacen, señor Vives. El timing y la coordinación son esenciales.
—[¿Timing? ¿De dónde coño han sacado al borde este?] ¿Se le ocurre algún lugar?
—Tengo el enclavamiento perfecto.
—¿Señor Vives?
—¡Ah!, esperaba que me diera la dirección para informar a todos.
—Negativo. Usted me envía por mail una ficha completa de cada uno y nosotros nos encargamos de trasladarlos con total seguridad a la hora prefijada.
—Bien lo tendré que saber yo...
—Negativo. El martes, señor Vives, estará usted en mis manos. Buenas manos, no se preocupe. Todo saldrá según lo previsto.
—[¡Previsto! Joder, si estoy improvisando. Este tío es peor que una chincheta en el ojo.] Tal vez sea excesivo... A lo mejor era innecesario molestarle, señor Plaza.
—Ha hecho usted lo que debía hacer, y yo no le defraudaré. ¿Conserva mi dirección de mail?
—Claro, claro.
—Necesito la información solicitada antes de las doce horas del lunes. Asimismo la hora en punto de inicio del proyecto.
—Del proyecto. [Es que no sabe ni hablar.]
—Afirmativo. Y la conclusiva, lo más aproximada posible.
—¿La conclusiva, dice? Claro, claro, lo intentaré.
—Lo más exacta posible. El reloj es fundamental.
—[Y yo no veo la hora de perderte de vista, fantasma.] El lunes lo tendrá. Lamento haberle importunado, señor Plaza.
—A sus órdenes, señor Vives. Ya sabe que estoy bueno, estamos con ustedes veinticuatro siete.
—¿Veinti...? Ah, sí, claro, ya le entiendo. Pues nada, en fin, gracias y hasta el lunes.
—Siempre a sus órdenes. Buenas noches.
—Buenas noches. [Joder, hasta prefiero una llamada de López.] Hostia puta, Magdalena, lástima no haber conectado el altavoz para que lo oyeras todo.
—Por las caras que ponías me he hecho una idea. Veo [aliviadísima] que has decidido mantenerlo al margen. [Gracias.] Gracias.
—No hace falta que me des las gracias. Menudo payaso. No confío en ese tío ni para cruzar la calle. Pero ¿en qué manos nos han puesto?
—Vaya reflejos para improvisar.
—Ya ves. No sabía si llamar a tres de ellos, no me acababa de decidir, y es lo primero que me ha venido a la cabeza, así que ya está hecho. El martes.
—Pero no sabes dónde. Es que casi me parto de risa.
—No te rías, no, que me veo metido en un cuartel, o en el búnker del ministerio. Vaya patán.
—Te das cuenta, ¿no?
—¿De qué?
—De cómo las gasta López.
—Desde luego. Lo conocía como se conocen los defectos de un hijo.
—Y lo que sabe ahora.
—¿Qué sabe?
—Lo que acabas de decirle a Plaza. Palabra por palabra.
—Tú... ¿Tú crees?
—Ay, Gerardo, a veces eres más ingenuo que un niño. No le vamos a dar una explicación mágica. ¿O sí?
—No, claro, pero...
—Pues tenemos que hacernos a la idea de que en cada teléfono tiene una oreja, así que da por hecho que a estas horas ya sabe que hemos decidido no dar parte. Se ha salido con la suya.
—Y tú con la tuya. [Reanudaremos los codazos.]
—Voy a tomarme esa aspirina. ¿Quieres algo? [¿Un antídoto para la mala leche, por ejemplo?] ¡Gerardo! ¡Otra vez tu teléfono!
—Número oculto. Plaza, que querrá darme detalles del operativo, el muy gilipollas. Dígame.
—¿Gerardo?
—[Ni López ni Plaza me llaman Gerardo. No sé quién es.] Sí. ¿Quién es?
—Vicente Patilla al aparato.
—Hombre, Vicente, qué sorpresa. [Joder, el que faltaba para el duro. López, Cornicabra, Plaza y Patilla en la misma tarde. Mi penitencia por lo de Beatriz.]
—¿Qué tal por Viena?
—Una más. Nada extraordinario.
—Así que nuestro problema sigue en pie.
—Nuestro... Eh, sí, es verdad. Estamos donde estábamos.
—¿Cansado?
—[Ni que fueses mi madre, coño. ¿Qué te importa si estoy cansado del avión o de las piernas?] Hombre...
—Pues te voy a dar una mala noticia, Gerardo. Mañana tendrás un coche esperando a las seis de la mañana.
—¿Mañana domingo? ¿A las seis?
—¿Te gusta la caza?
—¿La caza? En mi vida...
—Para todo hay una primera vez, hombre. No hay nada que me jorobe más que perderme las cosas buenas de esta vida. Ya verás cómo te lo pasarás bien. Porque no tenías otro compromiso, ¿verdad?
—No, pero es que yo... [¿A cazar? Como no vayas a cazar con tu tía...] Te lo agradezco, Vicente, pero es que mañana vamos a comer en familia, que celebramos...
—El interés nacional va primero, Gerardo, ya lo sabes.
—No, si de verdad, seguro que es muy interesante. Tal vez cuando todo se aclare un poco... Ahora no disfruto con ninguna distracción. Con lo que tenemos entre manos, ya te dije...
—Bueno, Gerardo, pues de eso se trata. No te invito a cazar patos, sino a una reunión con nuestro querido ministro. Le he hablado de ti y de los graves asuntos que manejas. Descansa a gusto, Gerardo, que mañana hay que encontrar una solución. ¿Entendido?
—Sí, aunque no me esperaba...
—Ya ves que Vicente Patilla cumple su palabra. Te prometí hablar con el ministro, ¿no? Pues mejor todavía si hablamos los dos y fuera de su despacho, que a mí las limitaciones de las audiencias y las oficinas me tocan los cojones. Además, piensa que podremos encañonarlo si se pone rebelde, je, je.
—Pero no tengo...
—¿Ganas?
—[Ninguna.] No tengo ni escopeta ni licencia.
—Ah, por eso no te preocupes. Ropa cómoda, ideas claras y empuje para salirte con la tuya. Eso es todo lo que necesitas. El resto lo pongo yo. Mañana nos vemos.
—Buenas noches. Y gracias.
—¿Vicente? ¿Escopeta? ¿De qué iba todo eso, Gerardo?
—Vicente Patilla, ¿te acuerdas? Mañana cazo y como con el ministro.