4
—Ya hemos llegado. ¿Vamos por el polígono o mejor por el centro?
—Se tarda lo mismo.
—Pues por el centro, a ver si vemos algún cartel de «se alquila».
—Esta tarde tengo dos para ver.
—¿Sí? Pero, oye, no te escurras. ¿Te ha echado el ojo o no?
—¿Quién?
—Cristina, hombre, la del grupo de quinto, no te hagas el interesante. Cuenta, cuenta. Prometo no decírselo a casi nadie.
—Lucía...
—A nadie, Ignacio, a nadie. Di.
—Es que no sé explicarlo. Nada, supongo. Los martes coincidimos en la sala después de comer. Yo estaba corrigiendo unos ejercicios y ella estaba haciendo no sé qué un poco más allá. Necesitaba unas tijeras, o dijo que necesitaba unas tijeras, y en vez de pedírmelas (el cubilete estaba a mi derecha), o de levantarse, dar la vuelta y cogerlas, pues va y se acerca por la izquierda y con una postura forzada pasa medio cuerpo de lado a lado rozándome con la melena, con el brazo y creo que hasta con un pecho encima de mi hombro.
—¡Esa es mi Cristina!
—Tal vez fuesen imaginaciones mías.
—Quita, hombre, quita. Compartir piso contigo, no sé; pero compartir cama, mañana mismo. Esa chica está por la variedad. Y menos mal que sus hijos son pequeños, que si no...
—Hala, Lucía, no será para tanto.
—Da lo mismo. Cristina tampoco te sirve. Nunca viviríais dos, sino tres.
—Está difícil.
—¿Qué me dices de Jorge?
—Oí que se casa en primavera.
—¿Sííí? No lo sabía. ¿Y José María? Es de Almonte. A lo mejor quiere compartir piso.
—No, no quiero ir a casa de nadie.
—¿No es lo mismo?
—Para mí, no. Primero quiero que sea mi casa; después, compartirla. Aunque sea un después muy corto.
—Lo más fácil sería compartirla con tu chica.
—Sí, eso sería lo más fácil.
—¿Entonces?
—Entonces es que no tengo.
—¿No tienes?
—Ya no tengo.
—Encarna me dijo que salías con una chica de tu barrio desde hacía años.
—Encarna tiene la lengua muy larga, pero no está al día.
—Perdona, no quería ser entrometida.
—No, si lo digo por ella, no por ti. Alicia me dejó hace un par de semanas, después de tres años de... noviazgo, o de compañía. Algo así. Por lo mismo que mi familia. Alicia aspiraba a más. Está estudiando Medicina; y ahora que he acabado y he empezado a trabajar, se habrá dado cuenta de que un maestro es poco. Y adiós.
—¿Así, sin más?
—Me dijo que con mi ir y venir nos veríamos menos, que necesita los fines de semana para estudiar...
—Y que necesita tiempo.
—¿Cómo lo sabes?
—Es la forma piadosa de decir «no te quiero ver ni en pintura».
—¿Nos vemos a la hora de comer?
—Hoy tenemos excursión.
—Mañana, entonces. Pero oye, Lucía, si no tienes nada más urgente, ¿por qué no me acompañas a la salida a mirar esos pisos? Me podrías ayudar a escoger.
—Tengo un par de recados por hacer...
—Y te invito a merendar.
—Haber empezado por ahí. A las cinco y media en la sala de abajo.
—No te olvides.
—Me ataré un lacito en el dedo.
—Mira que si te gusta uno de los que vamos a ver...
—Prepárate para pagar chocolate con churros.