7
—Hostia, tía, creía que éramos amigas.
—¿Espe? ¿Qué hora es?
—¿Qué hora es? ¡Yo qué sé! Las dos o las tres, porque yo ya he comido.
—Joder, tía, estoy hecha polvo.
—Te lo mereces, por plantarme ayer. Vamos, hoy, porque te he estado esperando desde las cuatro hasta las cuatro y media de la madrugada, hostia.
—Ten compasión, Espe. La cabeza me va a estallar.
—Sí, claro, la señora marchosa está ahora que no se tiene en pie. Porque...
—Oye, Espe, no cuelgues. Voy a poner el altavoz y a intentar levantarme. Creo que si me mojo la cabeza...
—¿Bego? ¿Me oyes?
—Claro que te oigo. Y no grites, que no quiero que mi madre me vea así. Ya tuve bastante...
—Bueno, explica, ¿cómo te fue?
—Mal. Espera.
—¿Mal?
—Espera, hostia.
—¿Oye?
—Ya está. Ya estoy un poco más despierta.
—¿Que te fue mal, dices?
—Peor que mal. Espera, que me pongo algo encima. ¡Ah!
—¡¿Qué pasa, Bego?!
—Es que me he visto dos arañazos en el cuello [que no sé de dónde han salido].
—¿Y dices que te fue mal?
—Me pegó una bronca de la hostia, y yo me quedé absolutamente callada.
—¿Ese cabrón de Enrique se atrevió a gritarte?
—Pero ¿qué te enrollas, Espe? ¿Estás tonta? Fue la borde de mi madre la que me puso verde. [Total, porque le había dicho que volvería antes de las cinco, no antes de las ocho. Además: ¿qué culpa tengo yo de quedarme sin batería?] Es una gilipollas.
—¿Y yo qué? ¿También soy gilipollas por quedarme pelándome de frío un buen rato? Que hasta pasaron dos tíos ofreciéndome dinero.
—¿Y qué tal?
—Vete a la mierda, Bego. No fue nada gracioso.
—Perdona, tía, de verdad [pero ayer me daba todo igual]. Espera, que me pongo los auriculares. Iré haciendo la cama por si entra la cascarrabias [y ojalá entre con algo de comer, que me muero de hambre]. Oye, perdona, pero ya te he dicho lo del móvil y, sobre todo, bebí demasiado y no sé ni cómo volví a casa. [No quiero ni pensar en cómo me encontró mi madre ni qué llegué a decirle.]
—¿Móvil? ¿Qué móvil?
—¿No te he dicho que me quedé seca?
—No, no me lo has dicho. Solo que ibas borracha [de alcohol o de sexo, eso todavía no lo sé].
—Hasta las tres, o así, controlaba. Después... te hubiera necesitado, Espe.
—¿Para sostenerte en píe?
—Para eso y para que estuvieras ahí; para hablar, para todo.
—Ya sabes que yo tenía que cubrirte en el Split.
—¡Hostia, es verdad! Pero no me vas a decir que fue una obligación ir a distraer a Ricardo [que ya te conozco, y lo que escupo te sabe a manjar]. ¿Cómo te fue?
—No estuvo mal. Cumplí el encargo y pasamos el rato. [Me reservo para el momento oportuno explicarte que me preguntó por ti una sola vez, cuando nos encontramos, pero con cara de contento, ¿eh?, no triste, como tú supones que pasó.] Estuvo bien.
—¿Sí? Oye, pues me alegro. [Me alegro de sacarme de encima a ese moscón mandón y salido, olvidarme de sus mensajes y no tener remordimientos.] ¿Vais a seguir?
—Claro. Vamos, yo creo que sí. Cualquier día de estos volvemos a quedar [y me conformo con disfrutar la mitad que la noche pasada]. Bueno, Bego, y tú, ¿qué? Que para eso llamo.
—Increíble.
—¿Así de bien?
—Mejor, tía. Estoy coladita, Espe.
—Pero eso no es nuevo, Bego [que te lo he oído media docena de veces, todas con el mismo delirio].
—Quita, quita. Esto no me ha pasado nunca. Es diferente a todo.
—Bueno, ¿te vas a explicar ya o te cuelgo hasta que te decidas?
—Vale. Pues llegué al Oremus sobre la una. Iba con Pati y Lorena, a falta de ti. Que vaya par de pavas, que a veces parecen gilipollas, ¿no te parece?
—Hostia, sí, sobre todo Pati. Con tanta teta ya no le quedó carne para el cerebro.
—Que vaya numerito que montó ayer, tía.
—¿Sííí?
—Para mí que se tomó (o le hicieron tomar) un wake. Es que, si no, no se explica.
—¿Sííí?
—Calcula: suena una de Guru Josh y me la veo al lado, en la pista, revolucionada como la moto del Largo, y va y se quita los zapatos y los lanza hacia arriba, que por poco no se carga la bola nueva que han puesto. Vamos, hace tres meses no estaba, que era la última vez que bailé en Oremus.
—Sí, es nueva, Bego. Del mes pasado. Leds de colores.
—¿Leds?
—Sí, chica, bombillitas pequeñas. ¿Qué más da?
—Perdona, Espe, es que todavía no estoy entera. Bueno, pues no acabó con los zapatos, no. El jersey, la falda (o cinturón, porque era tan corta...), la blusa y hasta las medias. Oye, y lo hizo con gracia, bajándolas mientras oscilaba y se acuclillaba, que eso ha de ser difícil. Entonces me acordé de lo del lunar.
—Te lo dije, ¿no? ¿A que es asqueroso?
—Ya sabes que en la discoteca no hay mucha luz y, además...
—Yo, en el vestuario, me tengo que ir a la otra punta para no verlo. Si es que hasta tiene pelos. Y en medio de la nalga, nada menos [que parece que el coño se le haya ido de paseo]. ¡Qué vergüenza, desnudarse ahí en medio y dejar todo al descubierto!
—Que no, Espe, que hasta tanto no llegó la anfeta. Ya te he dicho que se quedó en bragas y sostenes, todo negro, con puntilla, y como la braga era de pantaloncito, ¿sabes?, pues nada, todo tapadito. Bueno, todo el lunar, o la verruga, o lo que sea.
—Vaya manera de hacer el ridículo.
—[Eso es lo que tú quisieras, y hasta yo.] Bueno, no te creas. Porque iba tostada y eso, y la tuvimos que sacar y calmar, pero, por lo demás, se metió a casi todos los tíos en el bolsillo. Pati es boba, Espe, pero mona; vamos, que tiene un tipito que no está mal [¡qué coño!, está esculpida, la tía], así que la mayor parte de los tíos acabaron aplaudiendo [y babeando]. Figúrate de qué me sirvió Pati. Menos mal de Lorena, que me ayudó a sacarla de la pista, a recoger la ropa y a volver a vestirla.
—Es lo que tiene Lorena.
—Sí, es buena chica. Bueno, y ya te digo, yo acabé más o menos como Pati, aunque fue más tarde, así que fue una suerte haber llevado a Lorena, que supongo que fue quien nos metió en un taxi a cada una.
—¿Tampoco pescó esta vez?
—Es que Lorena es muy tímida, ya la conoces [seca como la estopa, que los nervios la traicionan y no sabe tratar a los chicos].
—Y que no se cuida, Bego [que gasta más en dulces que yo en tabaco], que, si no, otro gallo le cantaría. [Perdiendo, por lo bajo, quince kilos, y permitiendo que alguien con menos de cincuenta años le arregle el pelo.]
—Sí, porque la cara no la tiene fea. Rellenita, pero normal...
—Bego, si lo que quieres es intrigarme, lo estás logrando. Que yo llamaba para saber cómo te había ido con Enrique [o sea, si te lo habías tirado a la primera, como yo hice con Ricardo], no para poner a parir a las amigas.
—Pero si te lo estaba explicando, Espe [que eres tú la que me interrumpe y me hace perder el hilo]. Primero, el numerito de Pati. Ya te he dicho que los tíos [y no pocas tías] habían formado un corro, así que para sacarla de ahí tuvimos que abrirnos paso. Yo iba con los Levi's Slim Fit y la camiseta...
—Blanca, de tirantes y blonda, Bego, que ayer te vestiste delante de mí, en tu casa, después de probarte doce cosas.
—Oye, que me estoy preocupando, ¿eh? Pero si estos lapsus pasan a los diecisiete...
—A los dieciséis, Bego, que nuestro cumpleaños no es hasta el mes que viene.
—Pero casi, mujer; pues no te digo lo que debe de pasar a los treinta.
—Alzhéimer. Ya ves que nuestros padres están chochos.
—Eso. Bueno. Entre el bailoteo y el arrastrar a Pati, yo es que estaba empapada de sudor, que ya sabes que, si me da por sudar, me pongo como una sopa. Mechones enganchados, no te digo más. Encima me olvidé de ponerme sujetador...
—No seas mentirosa, Bego, que ayer me miraste con cara picarona cuando te vestiste sin sujetador y tiraste los sostenes limpios al cubo de la ropa sucia [con la chulería del matón que enseña la culata de la pistola en el cinto en vez de esconderla en la funda. ¿Qué coño estoy diciendo?].
—Sea como sea, no llevaba, y no veas lo que chorreaba por el escote y lo que bajaba de los sobacos, vamos, que ya sabes cómo se pone el algodón mojado sobre la piel.
—Pegado y transparente [que me estás poniendo cachonda, cabroncita].
—Hombre, no me puedo engañar, y ya sé que por arriba no me puedo comparar con Pati, pero creo que estaba resultona.
—Ale, sí, va, sigue.
—Estábamos así, apartando a la gente y tirando de la pobre, en dirección a la barra, para pedir algo frío, ¿sabes?, cuando lo veo ahí.
—¿A quién? ¿Dónde? [Para que veas que yo también me puedo hacer la olvidadiza.]
—A Enrique. ¿A quién va a ser? Yo creo que era el único que no estaba pendiente del estriptis. Y estaba apoyado de espaldas en la barra, con una copa colgando de una de las manos y mirándome fijamente. Yo creía que los pezones me agujerearían la camiseta, Espe, que me dio un sofoco y una humedad...
—Así que estaba, y estaba guapo.
—¿Guapo? Para comérselo. Lo mejor era la camisa. Quiero una camisa así, tía, a ver si la encontramos. Negra, de seda, ajustada, el cuello grandote y afilado, los puños sueltos y los botones de garfio...
—¿Hasta los botones llegaste?
—Bueno...
—Cuenta, mona, cuenta, a ver si, al final, vale la pena la llamada.
—No, si no pasó nada. Bueno, nada. Quiero decir, no pasó mucho. No, fue muchísimo, tía.
—Habla o te cuelgo, Bego. Va en serio.
—Antes de dejar a Pati con Lorena, ya se acercó a preguntarnos si nos podía ayudar. Imagínatelo poniéndole las medias. Hasta Lorena se me adelantó para decirle que no, que gracias. Entonces me preguntó si quería salir a fumar un cigarrillo. Solo pegamos un par de caladas. Enrique se preocupó por si me enfriaba, así fresquita y mojada, fíjate, así que tuvo un detalle, ¿no? Le dije, ¿vamos a bailar? Estuvimos un buen rato. El pincha no estaba fino. Mucho Jakarta y mucho Lexter, que a mí no me va mucho. Enrique no baila mal, pero es lo peor que hace. Se mueve un poco rígido, ¿sabes? Por muy hombre, creo yo. Oye y, de repente, ponen una lenta. Yo creía que en Oremus ya no se hacía, tía, esos que van de tan modernos. Bueno, pues ponen una que no había oído en mi vida; sonaba antigua.
—¿Sííí?
—Hostia, sí. Enrique me dijo que era de Elvis Presley. No puedo evitar amarte, o algo así.
—No me suena. Pero este Elvis será ya viejo.
—Supongo, tía. Pero esta tarde me la voy a descargar y a ver si todavía actúa.
—Me la envías.
—Vale. Pero eso me lo dijo más tarde. Cuando empezó a sonar, todo el mundo parecía que se descolocaba, menos Enrique, Como si la hubiera pedido a propósito. Nos cogimos, claro. Él por mi cintura, y yo por su cuello, para que no se me escapase. ¡Y qué dilema, tía! Con lo de subir los brazos no sabía si me cantaban los alerones o no, porque ya sabes que las pistas acaban oliendo a mil cosas, y no sabía si el desodorante aguanta lo que dice la etiqueta, y tampoco sabía qué era mejor, porque te sonará que hay tíos a los que el olor a sudado les pone, ¿no? Bueno, pues así íbamos, juntos, cogidos y sin decirnos ni una palabra. Aguantándonos la mirada, ¿comprendes? ¡Qué fuerte, tía! Bueno, pues yo calculaba que ya se había pasado media canción, y Enrique no daba más pasos, así que me decidí yo. Te lo dije, ¿no? ¿No te dije que me iba a lanzar? Pues aprovechando que tenía las manos cruzadas detrás de su cuello, le pegué un tirón, hasta quedar tocando del pecho a las piernas. Es que al pensarlo, cada vez que lo recuerdo, me da un escalofrío. No sé explicarte lo que noté, pero fue fortísimo. [Lo que noté fue el rodillo de amasar de Gladys en el bajo vientre, que poco faltó para desmayarme.]
—Ya. [Ya me imagino que lo que notaste fue a tu Quique bien empalmado, que tú tienes esa virtud. No te hagas la inocente conmigo, que sé de sobra lo que enciendes en los tíos.]
—Ya no bailamos más. Pagó unas copas y me llevó de la mano al sofá de la punta de la parte izquierda, ¿sabes cuál te quiero decir?
—No...
—Sí, mujer, aquel que está en dirección contraria a los lavabos. ¿No? El que está debajo de aquel espejo con el marco tan ancho.
—Oye, Bego, no sé. Igual el espejo es nuevo, o yo no me he fijado nunca. ¿Qué pelotas importa el sofá concreto donde te lo tiraste?
—¡No me lo he tirado! [Desgraciadamente.]
—¡Begoña! Pero ¿qué significa eso? [Dios mío, nos ha salido una perdida. ¿Qué voy a hacer?]
—¡Mamá! ¡Qué susto!
—¿Qué significa eso, Begoña? [Preferiría hacerme la loca y no preguntar, pero es que, además, me mata la curiosidad, y la puedo disfrazar de obligación materna.]
—¿Qué significa el qué? [Y ahora, ¿qué le digo?]
—No te hagas la tonta conmigo, Begoña.
—¿Cuelgo, Bego?
—No, espera un momento [por si te necesito como excusa]. Mamá, estoy hablando con Espe, y me preguntaba si me estaba tirando los estudios a la espalda, que parecía que te estaba oyendo a ti, y le he contestado que no, que no me lo estaba tirando. [Vaya salida gilipollas.] A ver, mamá, no estarías pensando que me refería a... [Puede que reforzando un poco la mentira fingiendo que me escandalizo...]
—Vamos a dejarlo, Begoña. [Tiene reflejos, la criatura, pero le faltan tablas. Vamos a dejarlo. Al fin y al cabo lo que ha dicho es que no se lo ha cepillado, no que sí.] Dale recuerdos a Esperanza y...
—Espe, recuerdos de mi madre.
—Se los devuelves, Bego, y, oye, Bego, pero qué mal te enrollas...
—Sí, espera, que se los doy. [Menos mal que tengo el auricular, que con la mierda de teléfono que tengo se oye todo lo que me dicen, hostia].
—... y aquí te dejo algo de almuerzo.
—Eres la mami más buena del mundo [con la hija más hambrienta del mundo].
—No te creas que se me ha pasado la corajina, niña. Cuando vuelva del Aqua ya hablaremos. [Total, para que me vuelvas a timar, salgas, hagas lo que te plazca y vuelvas cuando te dé la gana.]
—Bueeeno.
—Eres la mami más buena del mundo [que lo menos que puedo hacer es reírme].
—No te burles, capulla, que tú eres la primera que le das coba a tu madre; no te creas que soy sorda.
—Y tú eres la hija más filfa del mundo. [Ocasiones tan buenas de reírme de Begoña en su cara, pocas.]
—Cuando te tenga delante te voy a hacer un nudo con las coletas.
—¿Ya se ha ido?
—Por suerte. Oye, me parece que te llamo luego, que si no me voy como a marear.
—Vale, antipática, pero al menos dime cómo acabó con Enrique.
—Se tuvo que ir pronto, ahí está lo malo.
—¿Y eso?
—Hoy tenía que salir con sus padres de viaje, de buena mañana, así que se ofreció a acompañarme, pero era tan temprano, las tres, o así, que decidí quedarme. Cuando se fue, me vino el bajón y me bebí dos copas más y, al final, no me acordaba ni de caminar. Suerte de Lorena.
—Qué mal rollo, tía.
—Y que lo digas. Mira que ayer estaba dispuesta a todo. [Joder, que si estaba dispuesta. Ayer me hubiera arrodillado para suplicarle que no me dejase ni un momento, nunca más. Y ahora creo que también.]
—Qué putada, Bego. Qué cortada te quedarías, ¿no? [Cortada y ofendida, porque todavía no ha habido niño que se atreviera a dejar a medias a Begoña.]
—Fatal. Pero, si lo piensas bien, fíjate que tío más tiarrón. Estuvo conmigo y solo conmigo mientras pudo, y no se aprovechó de mí [ni yo pude aprovecharme de él, hostia].
—¿Alguien, alguna vez, se ha aprovechado de ti?
—Bueno, mujer, es un decir. Vamos que, con lo que hizo [y con lo que no hizo] me tiene todavía más enamorada, y más ganas tengo de verle.
—Pero ¿te pidió para salir, o qué?
—Oye, Espe, ¿quedamos a las siete aquí, en mi casa? Que me están llamando, igual es mi padre.
—Vale, hasta las siete, y prepárate para explicarme los detalles.
—Todos. Hasta luego, Espe. [Todos, y hasta que te pongas roja de tirria.] Dígame.
—¿Begoña?
—¿Eres tú, papá?
—No, pequeña, soy López.
—¿Quién? ¿López? ¿Qué López? ¿Y cómo es que me llama desde el teléfono de mi padre? ¿Dónde está él?
—Tranquila, Begoña. Resulta que yo estoy aquí con él, aquí, en la central seis, y se me ha estropeado el teléfono.
—¿Y?
—Sí, perdona. Yo tenía que llamar a mi casa. Me ha dejado el suyo, me he hecho un lío y, por lo visto, he llamado sin querer a tu número.
—Ah, vaya [qué cosa más rara].
—Tu padre me ha hablado mucho de ti, que eres una chica muy despierta y muy aplicada, así que aprovecho la confusión para felicitarte.
—Gracias, pero...
—Nada, Begoña, perdona la molestia, y espero que un día podamos charlar un poco más.
—Sí, claro, pero ¿podría pasarle el teléfono a mi padre? Tengo que hablar con él [a ver si me aclara lo que pasa]. ¿Oiga? ¡Oiga!