28

—¿Begoña?

—Hola, papá.

—¿Dónde estás?

—Acabo de salir del colegio. Me han dado la nota, pero no hacía falta, porque...

—¿Has llamado a tu madre?

—Esta mañana, pero no cogía el teléfono. Y a ti también, pero me ha pasado lo mismo.

—A mí no me has llamado, Begoña. No quiero más mentiras.

—Que sí, papá, que por la tarde te lo enseño. Lo que pasa es que este teléfono no vale nada, ya te lo dije, y ahora me oculta el número tanto si quiero como si no. Pero te he llamado dos o tres veces.

—¿Estás bien?

—Sí. [Acojonada, pero sí. He pasado miedo por mí, por Enrique y por vosotros.]

—Nos has hecho pasar un infierno.

—¿Por qué? [Esta es la parte más difícil]. Cualquiera diría...

—¿Me tomas el pelo? ¿Desaparecer un día sin decirnos ni una palabra? ¿Te parece poco? Estuvimos a punto de llamar a la policía [cuando menos Magdalena e Ignacio].

—Pero ¿por qué? Yo tenía el teléfono descargado, así que llamé desde casa de mi amiga, y os dejé un mensaje en casa, y otro en el contestador de mamá, y no es la primera vez que me quedo a dormir en casa de una amiga, y tenía un examen, y así me ha salido mejor. Siento haberos preocupado, pero no había para tanto porque...

—He hablado con López, Begoña.

[Hostia puta. Hostia, si es que ya lo sé: yo, con ¡as mentiras, me lío. No tengo maña.] ¿Y qué? [Ahora esto ya no tiene marcha atrás.]

—Me lo ha explicado todo.

—¿Todo? ¿Qué es todo? Te juro que me he pasado la noche en casa de mi amiga Espe. ¿Necesitas que te la pase? [No pongas esa cara, Espe, que no te lo pasaré ni de coña.] He estado estudiando, papá. [No mucho. Los nervios.] Y he venido directa al colegio. Un poco tarde, vale, pero es que aguantamos estudiando [poco] mucho rato, y me he dormido. Tampoco es un drama. [Y, ahora, al ataque.] Yo tampoco he estado muy tranquila. Creía que al menos uno de los dos [se preocuparía más, se desesperaría más, me buscaría más] se molestaría en devolverme los mensajes. Me ha dado la impresión de que os importaba bien poco, que tanto os daba que pasase la noche o la semana fuera. Cuando me he despertado...

—Bueno, es suficiente, Begoña. Ahora me dirás que la angustia te la hemos provocado nosotros y somos nosotros los que nos merecemos la bronca.

[Tal vez. A medida que lo decía le encontraba sentido.] Solo te estoy dando explicaciones, papá.

—Bueno, hija, por la noche hablaremos de todo esto. Hablaremos largo y tendido. Ahora estoy muy liado. Cuando acabes las clases de la tarde, directa a casa, ¿me oyes?

—Sí, papá.

[Ya no me atrevo a recomendarle que no hable más con López. Sé que es inútil.] Tengo ganas de darte un beso, Begoña.

—Yo también, papá. Adiós.

—Adiós, hija.

—Joder, tía, qué mal rato he pasado y qué mal cuerpo me ha entrado.

—Pues le has echado un morro que te cagas. Casi me has convencido.

—Qué remedio.

—¿Has hecho la número dos?

¿Qué dos?

—La dos, la segunda pregunta del examen. La de métrica.

[Me resbala el examen. Solo en los exámenes comparto aula con Enrique. Toda la atención se me escurre hacia allí. Respiro el mismo aire que él. ¿Qué importa lo demás?] Me la he inventado.

—Nos hemos podido salir con la nuestra. Has cumplido y no ha pasado nada grave.

—Sí. [A eso me agarro. Lograré retener a Enrique. Eso espero. A cambio he descubierto lo mucho (poco mucho) que les importo a mis padres.]

—Pareces triste, Bego. ¿No lo hemos pasado bien?

—Sí, claro.

—¡Entonces! Yo tengo agujetas en la lengua, de tanto darle. Todavía no te ha llamado, ¿verdad?

—¿Quién?

—El señor López.

—Quita, quita, no quiero volver a oírle nunca más.

—Bueno, mujer, cualquiera diría. Tú cumples y él cumple.

—Ya, todo bien.

—¡Mira, nos ha oído y te llama!

—Joder, Espe, no quiero. Aquí dice que es Ignacio, pero seguro que es él. No quiero, no quiero, no quiero hablar con él.

—Pues no lo cojas. Que te deje el mensaje.

—No parará de llamar. Cógelo tú.

—¿Yo?

—Sí, tía, ponte tú. Dile que estoy muy mala.

—Que no, tía, no me líes.

—¡Venga!

—¿Sí?

—¿Begoña?

—¿Señor López?

—¿Qué coño dices?

—No soy Begoña.

—Ah, cojonudo. Pues yo no me llamo López. Soy el hermano de Begoña. ¿Dónde está ella y quién coño eres tú?

—Espera, espera, que te la paso, [joder, vaya plancha.] Begoña, ten, que sí que es tu hermano. Me parece que se ha cabreado por tomarlo por López.

—¿Ignacio?

—Joder, Begoña, ¿qué coño pasa? ¿Ya has regresado de donde estuvieras?

—Acabo de salir del colegio.

—Ya somos dos. Vaya susto el de ayer, Begoña. Me cago en tu padre, Begoña, que también es el mío. ¿Nos querías matar de miedo o qué?

—Acabo de hablar con papá y estaba más enfadado y ocupado que preocupado. No hay para tanto. Llamé desde casa de Espe...

—Corta, hermanita. Si estuviera a tu lado te pegaría un tirón de orejas que te las podrías atar. Te tuve que reventar el correo, Begoña.

—¡¿Qué?! ¿Cómo te atreves?

—So, so. Si a mí se me ocurre una estupidez como la tuya, tienes mi permiso para leerme hasta el alma. Menos mal que lo hice y que encontré lo que encontré. ¿Cómo crees que hemos podido pasar la noche sin movilizar a todo dios para encontrar a mi hermana preferida?

—No sabía...

—Y mamá, a punto de un ataque de nervios. ¿Ya has hablado con ella?

—Ya la he llamado. [A ver si, así, me ahorro saliva.]

—Te habrá dicho lo mismo que yo, pero más enojada que un demonio.

—No la he encontrado. [Pues no me la ahorro.]

—¿Y todavía no sabe que estás bien? Joder, Begoña, es para darte un par de hostias bien dadas. ¿A qué esperas?

—Para ya, Ignacio, que no soy de madera. ¿Qué quieres que haga si mamá no tiene el teléfono disponible? ¿Que salga corriendo a buscarla por la ciudad? ¿Quién merece el mayor reproche, yo por lo que ha pasado o los papas por darse por satisfechos con lo que sabían o dejaban de saber? No me rajes, Ignacio, que tampoco estoy de humor.

[Lo peor es que el diablillo va orientado.] ¿Por qué lo hiciste?

—Ya te lo puedes imaginar.

—¿López?

—López.

—Pero ¿cómo te pudo llegar a convencer de hacer un disparate así? ¿Te imaginas que no leemos tu correo? ¿Te has olvidado de que papá tiene el corazón delicado? ¿Estás ida, Begoña?

[O lloro, o lo arrollo.] Espera un momento, Ignacio, solo un momento... Oye, Espe, ¿por qué no vas tirando y me pides una margarita? Yo voy de aquí a un par de minutos.

—Vale. No te retrases, que se enfría.

—Hasta ahora. ¿Oye? ¿Sigues ahí? Es que tenía a Espe cerca. Pasé la noche en su casa, ¿sabes? Sí, claro que lo sabes, ya lo leíste [y creo que Espe ya no puede oírme...]. ¡¿Quién mierda te has creído que eres, Ignacio?! ¿Te parece bonito hablarme así? ¿Tú? ¿Tú eres el que me va a pedir explicaciones sobre López? ¿Te crees que me chupo el dedo? Empieza tú a dar esas explicaciones, Ignacio, y después oiremos las de papá y, a continuación, las de mamá. Soy la pequeña, ¿no? Pues dejadme para el final y contadme antes cómo López os pudo convencer a todos vosotros.

[Joder con la niña. Peor que los peores prontos de nuestros padres.] ¿Qué sabes tú?

—Lo mismo que tú. Que ese hombre nos tiene de la mano a todos, y a todos nos hace bailar al son que toca. Y, por lo que dices, no me equivoco. Y como si supiera la música que le gusta a cada uno, porque no lloramos, ni nos quejamos, ni nos lo cantamos entre nosotros. ¿Acaso tienes ganas de hablar, hermano mayor?

—No estamos tratando de mí...

—Eso hay que entenderlo como un no. ¿Tienes pistas sobre la forma de convencer a papá y a mamá? Seguro que alguna más que yo. Yo todavía soy una niña, ¿verdad? Pues calcula. Si ese tío me ha pedido a mí, que no soy nada, cosas que os asustan, y me ha ofrecido otras que yo creía imposibles para cualquiera, calcula lo que habrán sido vuestros arreglos. Mucho más importantes que los de la niña. ¿A que sí? ¿A que se te están pasando las ganas de alargar esta conversación? ¿A que mejor lo dejamos?

—Bueno, bueno, Begoña, yo solo me estaba interesando por ti.

—Yo también te quiero, hermanito. Yo también me preocupo por ti. Así que, si quieres, te pasas por casa y esta noche jugamos a descubrirnos secretos. Eso sí: jugamos los cuatro, y empezáis vosotros tres. A ver quién la dice más gorda. Estoy convencida de que perderé.

—Intenta volver a llamar a mamá, Begoña.

—Descuida. Total, solo le he dejado dos mensajes. Puede que sí, que esté tan enfadada que no se digne a responderme y espera que la llame veinte veces más. Ya lo haré.

—Oye, ¿eres tú la ofendida?

—Es que estoy hasta el coño, Ignacio. Tengo el presentimiento de que ninguno de vosotros tiene derecho a darme lecciones en el trato con ese tío. Ojalá me llame, hombre. Te juro que se lo preguntaré.

—No se te ocurra volver a hablar con ese tipo.

—Ah, fíjate, aquí está la primera lección. ¿Cómo lo hago, hermano? ¿Lo has conseguido tú? ¿Has logrado alguna vez decirle que no, y basta, o colgarle el teléfono y evitar que vuelva a llamar? Dime, anda, que estoy deseando aprender.

—Te tengo que dejar, Begoña. Me toca vigilar el comedor. [Te tengo que dejar porque al final me vas a notar el sonrojo. Cagondiós con la niña.]

—Perdona, Ignacio. Estoy un poco nerviosa.

—Perdona tú, Begoña. Me alegro de que estés bien.

—Me alegro de que seas mi hermano.

—Supongo que nos veremos esta noche. Cuídate.

—Cuídate tú también, Ignacio. Adiós.

—Adiós, Begoña.

—¿Diga?

—Hostia puta, Bego, ¿vienes o no vienes?

—Ahora voy, Espe, que me he entretenido hablando.

—No hace falta que lo jures, tía; que se van a enfriar, joder.

—Empieza, Espe, empieza.

—¿Seguro?

—Pues claro. Dentro de un minuto estoy ahí.

Vaaale. Corre, ¿eh?, que está crujiente.

—Ve comiendo, que me parece que me llaman otra vez. Hasta luego.

—Joder, Bego, pareces alguien importante, tan solicitada.

—¿Begoña? ¿Estás bien?

—¿Mamá? Te he llamado...

—Sí, hija, creía que lo había encendido y... Y toda la mañana al teléfono, ¿eh? Más un portátil nuevo que tengo que utilizar... Bueno, Begoña, estoy esperando que te justifiques.

—Siento que os preocuparais. Yo os dejé aviso en el contestador...

—No me vengas con memeces, hija mía, que encima no tengo mucho tiempo.

—Bueno, pues nada, si llevas prisa ya hablaremos por la noche...

—Siempre y cuando tengas la delicadeza de comunicarnos cómo y dónde vas a pasar la noche, y no tengamos que husmear en tu correspondencia para saber si te has desvanecido, nos has abandonado o te han secuestrado.

—Ya te he dicho que lo siento. ¿Qué más quieres?

—¿Que qué más quiero, mocosa? Pues mira, ahora mismo querría abroncarte en persona, por verdulera y por inconsciente, y por lo mal que lo pasamos.

—Esta noche también puedes hacer eso, mamá [y, a lo mejor, según lo caliente que esté, te devuelvo el golpe o me voy de casa]. Puedes dedicar la tarde a practicar con algún antipático de la oficina. [Ahí me he pasado.]

[Pero ¿qué dice esta loca? ¿Cómo se atreve a hablarme así?] ¡Begoña! ¡Más respeto, que soy tu madre! [Encima he de susurrar los gritos para que no me oigan aquí al lado.] Esto es cosa de López.

—¿Esto? ¿Qué es esto?

—Tu desaparición, tus insolencias, tu comportamiento. Reconócelo: López te ha embaucado.

—¿Que lo reconozca? Vale, lo reconozco. Me refiero a pasar la noche fuera. Lo de la insolencia, que tú dices, es exclusivamente mío. Es probable que el bueno del señor López no lo aprobara.

[A veces no te reconozco, Begoña. A veces parece que se me interrumpa el quererte.] Te ha retenido ese hombre, ¿no?

—No, mamá. He pasado la noche con Esperanza. Ya la conoces. Preparando un examen. Ahora mismo me está esperando con un pedazo de pizza fría delante.

—¿No te advertí de que no debías volver a hablar con ese individuo?

—¿No me has entendido, mama? Te he dicho que he pasado la noche con una amiga, que os dejé un mensaje y que lamento que os tuviera la noche en vela ¡pero muy poco en vela]. No sé qué más puedo decir.

—¿Has hablado con ese hombre? ¡Contesta!

—¿Cuándo? [No vayas por ahí, madre.]

—¿Cómo que cuándo? No te hagas la tonta, Begoña. ¿Fue él quien te propuso pasar la noche fuera de casa?

[Acabaré hiriéndote, mamá.]

—Así que eso. Lo sabía. Me has decepcionado, hija mía. Creía que habíamos logrado inculcarte el amor a tus padres, la prudencia ante los desconocidos y la obediencia a nuestros consejos. [No delires, Magdalena. Olvida y abrevia que, además, te esperan.] He llegado a un punto...

—Sigo vuestro ejemplo.

—¡Begoña!

—Mira, mamá, es la tercera bronca que me llevo hoy. Ya estoy harta de que todos seáis tan hipócritas.

—¿Qué te ha hecho ese desgraciado para que me trates así? ¿Qué dirá tu padre? Esto no puede quedar así y...

—Ya he hablado con papá.

—Seguro que no has usado el tono que...

—Había hablado con López.

—¿Qué?

—Eso me ha dicho. Y he hablado con Ignacio.

—Y...

—Y no me ha negado que trate con ese tío.

—No me digas que...

—No me vas a decir que tú eres la única que no tiene relación con él. La única que ha logrado deshacerse de él. Dímelo, mamá. Dímelo. Lo estoy deseando. Entonces me disculparé de corazón, te lo juro, y lloraré de vergüenza, y me conformaré con el castigo, y te admiraré más que nunca. Dímelo, mamá.

—Tú no puedes comprender...

—Claro que comprendo. A cada momento logro comprender un poco más. López se...

—Espera, Begoña, espera un momento...

—López se aprovecha de nuestras debilidades. Ese es mi caso, mamá. Yo amo [y, como te rías, te odiaré para siempre]. A mí me ha atacado por ahí.

—Lo que ahora crees amor, hija...

—¡No sigas! No se te ocurra seguir, madre. No te atrevas a manchar lo que no conoces. Después lo puedes lamentar. Lo que he hecho, lo volvería a hacer. Me da vergüenza decirlo, y por eso no lo voy a decir, pero no ha sido vergonzoso. Por un lado no tenía más alternativa que aceptar las condiciones que me ha impuesto, pero, por otro, me ha dado lo que me ha dado casi gratis. Casi no me ha pedido nada, mamá, y me ha devuelto mucho. Me gustaría saber si vosotros tres podéis decir lo mismo.

—Ahora no es el momento...

—Los tres reaccionáis igual. Los tres tenéis miedo. Lo noto. ¿Qué amores ha removido López en cada uno de vosotros?

—¡Cállate, Begoña! [Bastante calvario me da mi conciencia como para que te añadas tú en voz alta.] Amor es lo que se siente por una hija, y eso tú no lo conoces. Te he llamado para saber de ti y, sí, para regañarte. No para que me maltrates. [Ni para que me aterres con esta conversación. Pensar en el interés que me ha empujado a mi... Pensar en los de Gerardo y de Ignacio...] ¿A qué hora estarás en casa?

—A las cinco o las seis, supongo.

—Te llamaré entonces. A esa hora ya sabré cuándo acabaré y...

—Ya.

[No repliques, Magdalena, no te líes, que te esperan.] Y procuraré llegar cuanto antes, aunque no sé. Aquí tengo montado un embrollo fuerte...

—Vale. Hasta la noche.

—Adiós, Begoña. Por lo que más quieras: ten cuidado y ve a casa pronto.

—Sí, mamá. Adiós.

—Adiós, Begoña.

[Hostia, creía que me iba a prohibir hablar con López. Se ha contenido, o no se ha atrevido.] ¿Queeé?

—¿Cómo que qué? Vaya plantón me has pegado, Bego.

—Me ha llamado mi madre, Espe, y ya te puedes imaginar.

—¿Muy borde?

—Lo normal. Por suerte está muy atareada y se fija poco en todo lo demás. Ahora voy hacia allí.

—¿Qué te pido?

—¿No me habías encargado un cuarto de margarita?

—No quería que se echara a perder y me la he zampado.

—¡Es que es tardísimo!

—Es que no paras de hablar, tía. Tendrás sed, más que hambre.

—Ya no me da tiempo, Espe.

—¿Te llevo un mixto?

—Vale. ¿Tienes dinero?

—Creo que sí. Y, si no, a este le sonrío y me fía. ¿Para beber?

—Agua.

—Marchando. Cinco minutos.

—Vale.

—Tenemos cinco minutos, pues.

[¡Ay, Pero ¿qué coño...?] ¿Qué le ha hecho a Esperanza?

—Nada, Begoña, lo de siempre. Ocupar su línea.

—Pero si no ha llegado a colgar...

—No hacía falta. A decir verdad, llevo un rato contigo.

—No querrá decir que ha oído...

—Desgraciadamente, sí. Me ha apenado un poco que se agrieten las relaciones con tus padres y con...

—¿De verdad le importa?

—Solo quería ser cortés, ya que lo preguntas. Lo que te puedo asegurar es que me ha satisfecho la bravura con la que les has respondido a todos. Cualquiera puede comprender que ya no eres una niña.

[Antes me lo he prometido.] Tengo que saberlo. ¿Todos se han vendido?

—Feo lenguaje, Begoña. Venderse, venderse... No creo que tú aceptes aplicártelo a ti misma. Probablemente ellos también rechazarían esa descripción. Mejor dejarlo en medios y fines. En eso consiste la vida. Aplicar unos medios para perseguir unos fines que no siempre se alcanzan.

—¿Qué fines tienen?

—No me corresponde a mí revelarlos. He aplaudido tu valentía al protegerlos, así que no quiero interponerme entre lo que se confían padres, hijos y hermanos. Es cosa vuestra.

—Y usted, ¿a qué aspira, señor López?

—Esta pregunta me confirma que has entrado definitivamente y de golpe en el grupo de adultos. No sé si felicitarte o no.

—No me ha respondido.

—Tus parientes me han hecho la misma pregunta varias veces.

—Y no les ha respondido.

—No. Vaguedades.

—Y a mí tampoco me lo va a decir.

—No serviría. No sabría explicarme, o no lograría hacerme entender.

—Pruebe.

—Estoy enfermo, Begoña.

—¿Se va a morir... [de una puta vez y nos va a dejar de marear]?

—Tarde o temprano, como cualquiera. Eso es un consuelo. Pero no, me refería a que estoy enfermo de melancolía, y trato de combatirla. Sin embargo, no acierto con el remedio. Me debato entre la filantropía y la misantropía.

[Joder, no voy a sacar nada en limpio de este zumbado.] ¿Qué es eso? Ya veo que no tiene ninguna intención de aclararme a qué juega con nosotros.

—Hija mía...

—No me llame hija mía. No soy su hija, ni ganas.

—Gracias al Cielo. Hablaba en sentido figurado, pero sea como quieras. Te he dicho mucho. Te lo he dicho todo.

—Nos trata como a peleles.

—Si te das cuenta de eso, no hace falta que te diga más.

—Pues olvídese de mí, viejo asqueroso, y...

—Tu amiga ya tiene el emparedado entre las manos y se acerca. No tenemos mucho tiempo. No te quiero entretener más.

—Pues cuelgue y tire al río su maldito teléfono, y hágale compañía.

—Llama a tu padre de mi parte y dile...

—Ni lo sueñe.

—Y le vas a dar el siguiente mensaje...

—¿Está sordo? No quiero saber...

—Ha de rectificar la orden del convoy: diez vagones, y no dos. Y no cuel...

[A la mierda con el jodido este. Lo apago y a tomar por el culo. Que aprenda a... Joder, hostia puta, ¿por qué no lo puedo cerrar?]

—Nos quedan dos minutos, Begoña. ¿Te parece bien seguir la conversación así, con el altavoz y a este volumen? Será muy llamativo.

—¡Ciérrelo, ciérrelo!

—Así me gusta. ¿Recuerdas el mensaje?

—No. Y le repito que por ahí no paso. Como si me tiene colgada del teléfono toda la tarde. ¿Por qué no me llama mientras estoy en clase? Me quitarán el aparato y puede seguir charlando con la directora, que es muy simpática. Seguro que...

—Vamos a ver. El examen lo habéis hecho con ordenador, ¿verdad? Muy moderno, qué duda cabe. Lástima de caligrafía, pero son los tiempos que corren. Ah, sí, aquí lo tenemos. Un poco mediocre, desde luego, pero considerando lo poco preparada que ibas... ¿Llamarás a tu padre si mejoro un par de respuestas para que la calificación...?

—No.

—Así que tampoco te impresionará que haga lo contrario, hasta caer en una nota vergonzante para tu historial.

—Por mí como si lo borra.

—Caramba, qué firme estás. También te mantendrás en tus trece si te propongo lo mismo con el examen de Enrique Luján. Bien es verdad que es más fácil subir la puntuación que bajársela.

[Cabrón. Tampoco es mucho lo que pide a cambio, y Enrique me ha dicho, al salir, que estaba contento, que le había ido bien... Pero no puedo.] Haga lo que quiera. Diga lo que diga, no pienso aceptar.

—Tu amiga está a punto de doblar la esquina, y tu seguridad me conmueve. Voy a hacer un último intento. Te voy a repetir el mensaje: diez, y no dos.

—Llame usted mismo.

—No me quedará más remedio si antes de cinco minutos no lo has hecho tú. Te diré lo que voy a hacer. Acabo de descargar unos ficheros bastante comprometedores en el ordenador de Enrique. Cuesta hacerse a la idea de la cantidad de materiales accesibles en la Red. Por supuesto que poseer la información que ahora mismo tiene tu novio es muy peligroso y es delito. Bien. Si dentro de cinco minutos has cumplido mi encargo, borraré las huellas y tu amigo seguirá su vida. Si no, llamaré yo, pero no antes de alertar a la policía de las perversas aficiones de tu amigo, y lo haré desde el teléfono de tu padre. Creo que me agradecerá apartarte de compañías dañinas. Aunque te diga que lo trasladarán a la Comisaría Superior no serviría para darle aliento, porque para estos casos las autoridades suelen agotar los plazos de incomunicación. ¿Me has entendido, Begoña?

[Sí, asqueroso, sí.]

—Dos detalles más: los teléfonos de Enrique estarán inutilizados durante la próxima hora. De todos modos carece de conocimientos para localizar y borrar lo que ahora esconde su máquina. Por último: tu terminal está preparado para llamar a la línea fija privada de tu padre en el consejo, no vaya a ser que se compliquen las cosas involuntariamente. Tomará la llamada Beatriz Pablote, su secretaria. Insiste en que te pase la comunicación, aunque tu padre esté ocupado o hablando con quien sea. La señorita Pablote está muy compenetrada con tu padre, así que no te pondrá dificultades. Si es necesario, dile que tiene que ver con Viena, y estoy seguro de que ella entenderá la urgencia. Decide con juicio, Begoña. Adiós y que aproveche.

—Toma. ¿Todavía estás así? Y aquí tienes la botella. Se te va a irritar la oreja. Venga, Bego, que se te va a enfriar.

—Aguántalo un momento, Espe. Se me ha olvidado dar un recado a mi padre.