5

—Te presento a Gerardo Vives. Gerardo, aquí Vicente Patilla.

—Señor Vives, me alegro de conocerle. ¿Te importa que nos tuteemos?

—Al contrario. Más cómodo.

—Eso digo yo. Al fin y al cabo aquí todos somos amigos, ¿verdad, Manolo?

—Tú siempre llevas razón, Vicente, que para eso eres mi cliente.

—Hoy Manolo se nos ha levantado bromista. Bueno, Gerardo, pues tenía ganas de saludarte, ¿sabes? He oído hablar muy bien de ti y de tu trabajo en el consejo. Manolo es uno de los que te elogia. Y que te elogie tu abogado...

—Es que Manolo es un bocazas, además de bromista, ¿verdad, Manolo?

—Ya veo que, entre los dos, voy a salir malparado. Os voy a dejar un momento mientras encargo algo de beber, y así me podéis criticar a gusto.

—Este Cornicabra es un buen elemento. ¿Hace mucho que os conocéis?

—Desde el servicio militar. Calcula.

—Entonces es algo más que tu abogado.

—Por supuesto. Manolo es un buen amigo, y compartimos más que asuntos legales. ¿Y tú?

—Lo nuestro es más profesional, pero avanza rápidamente hacia el aprecio. No hace ni tres meses que nos presentó el subsecretario de Industria, Maldonado, ¿sabes?

—Nos vemos con cierta frecuencia, y más últimamente.

—Pues eso, y desde entonces me lleva algunos asuntos, y hasta me ha convencido para entrar en el círculo.

—¿Qué tal te parece esto?

—Fenomenal, chico. Además, es que lo de los clubes correspondientes me va muy bien. Viajo con frecuencia, y los hoteles me cansan, y en estos sitios el trato es más agradable, más próximo.

—Claro.

—Y aquí todas las caras son conocidas, aunque no las conozca. No sé si me entiendes. Hay tanto sinvergüenza suelto y tanta morralla que esto es como un oasis. Buena gente. ¿Hace mucho que eres miembro?

—Lo mío no tiene mérito. Es una filiación heredada. Mi padre...

—Coño, Gerardo, eso sí que es pedigrí. Bueno, a lo que iba. Mi grupo de empresas se está diversificando y estoy muy interesado en el campo nuclear. Por mucho que digan, ahí está el futuro, ¿no crees?

—Sí, porque...

—Por otro lado, tú no puedes decir otra cosa; eres parte interesada. Pero no hay más que ver a los mejores países, los más adelantados. Aquí lo que hace falta es un empujón para modificar la opinión del pueblo, de la gente sencilla, que cuatro indocumentados han deformado hasta estar donde estamos. No hay nada que me fastidie más que la manipulación. Así que estoy convencido de que el interés general es impulsar la construcción de más centrales.

—Veo que ya estáis ambientados y en materia. Aquí os traigo un poco de alcohol para rehaceros.

—Hombre, Manolo, qué oportuno. Lo malo es que tengo cita en la Diputación, ya lo sabes. Claro que lo sabes, si has sido tú quien lo ha arreglado. Bueno, Gerardo, lo dicho, que me ha encantado conocerte y que tenemos mucho de qué hablar y mucho en común por defender. Que sepas que te voy a llamar un día de estos. ¿Cómo lo tienes la semana que viene?

—Tengo inspección en Escorihuelo, apenas pararé por aquí.

—¡Ah!, Escorihuelo. Nada de cerrar esa planta, ¿eh? Es la vida de la región. Si es que hay gente que cree que el pan crece de las ramas de los árboles. Bueno, pues no hay más que hablar, la siguiente semana te voy a invitar a comer, y prepárate para una sobremesa larga. Venga esos cinco.

—Hasta la vista.

—Adiós. Manolo, llámame mañana, ¿quieres? Tengo un par de cosillas para ti. Adiós otra vez.

—Hostia, Manolo, ¿de dónde has sacado a este tío?

—Todos tenemos que comer, Gerardo, y este tío, que tú dices, tiene un pesebre que no se acaba.

—Pues me ha apabullado un poco.

—Perdona, hombre, pero es que ya me lo había dicho varias veces, y hoy ya no lo he podido evitar.

—Supongo que a ti te lo puedo confiar: me ha parecido un patán.

—No te lo discuto. Pero es el dueño de CLVM.

—¿De quién?

—De CLVM. ¿No has oído hablar de esa empresa? Ya es la cuarta constructora del país, y subiendo.

—Ni idea.

—Pues parece que estás en otro mundo, Gerardo.

—Ya regañaré a mi agente de Bolsa por no tenerme al corriente de las mejores oportunidades del mercado.

—Tu agente no tiene ninguna culpa, Gerardo. CLVM no cotiza en Bolsa. Aunque, si lo hiciera, estaría arriba. Vicente Patilla controla directamente casi todo el capital. Y si durmiera con su esposa, cada noche podría constituir una junta universal de accionistas.

—Sí que estás informado, Manolo.

—Vivo de eso, Gerardo, ya lo sabes. Y ya habrás notado que Patilla no es lo que se dice tímido y reservado.

—Y que lo digas. Gente con la que trato de tiempo no se toma tantas confianzas.

—Es un tío muy especial. Dicen que CLVM son las siglas de Construcciones La Virgen María, que ya son huevos.

—No me fastidies.

—Es un rumor. Desde luego en el Registro Mercantil constan únicamente las siglas. Lo importante es que lo suyo parece de intercesión divina. ¿Sabes cuántos empleados tenía CLVM hace veinte años?

—Cuatro.

—Coño, Gerardo, ¿cómo lo sabes?

—Potra.

—Pues a ver si adivinas cuántos millones debe a la banca.

—Ni una moneda.

—Joder, Gerardo, que tú me estás tomando el pelo y sabes más que yo.

—Que no hombre, que no. ¿No ves que si me preguntas cuánto debe un constructor es porque la respuesta no puede ser ni poco ni mucho, porque eso sería una vulgaridad, sino nada?

—¡Qué listo eres, Gerardo! Es que desde el servicio, oye. Tú de alférez, y yo de sargento. Bueno, yo no sé si te das cuenta, pero estar donde está y no deber un céntimo...

—Claro, Manolito, no es frecuente, y tiene mérito. Y, ahora, te lo has agregado a tu fichero de clientes.

—Por ahora son cosas de poca monta, pero es de los pocos que no rebuzna ni arruga la nariz cuando le entrego la minuta.

—Eso no lo dirás por mí.

—Hombre, si tú te quejas, te pego. Y si yo te facturase como hago con Patilla, me pegarías tú.

—¿Y a qué viene tanto interés fingido conmigo?

—No, no te creas, no es fingido. Quiere entrar en el negocio.

—Como no sea en el extranjero... Aquí a lo máximo que puede aspirar es a reparar o a desmantelar.

—Ahí es donde entras tú.

—¿Yo?

—Sí. A mí no me lo ha explicado con detalle. A decir verdad no me ha dicho mucho más de lo que te ha anticipado a ti. La primera sensación es que el hombre desbarra proponiendo algo caduco, algo que todo el mundo acepta que es del pasado. Yo creo que hasta los expertos como tú, sin querer, pensáis lo mismo y consideráis que vuestro trabajo es conseguir un cierre limpio y más o menos cercano de las plantas. Una batalla perdida, un calamitoso invento del pasado que ahora nos hace pagar un alto precio en control, almacenamiento y cierre.

—Esa es la versión oficial, y la social. La única versión.

—Me atrevo a decir que hasta ahora. Patilla transmite un entusiasmo contagioso, ya lo verás.

—Como tantos. ¿Qué quiere? ¿Qué dicte unas conferencias alabando las bondades del uranio enriquecido?

—A mí no me extrañaría que te propusiera trabajar para él.

—Hombre, eso sí que tendría gracia. A mis años y con ofertas de trabajo. Pues sí que tienes imaginación. Ha de ser imaginación. No puede ser que a ese hombre se le ocurra una cosa así. Además, no sé qué pinto en todo esto.

—Tú aportarías la credibilidad.

—¿En qué?

—En lo que sea que esté pensando. Supongo que le concederás el beneficio de la duda y aceptarás su invitación.

—No sé, Manolo, estoy muy liado, y no tengo ganas de perder el tiempo con fantasmas. Cuando llegue el momento, ya veremos.

—No le des largas, Gerardo, hazme ese favor. Y hazte ese favor.

—¿Hacerme? ¿Qué me va a arreglar?

—No te precipites, Gerardo. Ten en cuenta que te conozco bien. Sé que, a tus cincuenta y tres, sigues siendo ambicioso. Has llegado alto, pero tú y yo sabemos que sabes y vales más. Hasta los del consejo lo saben, aunque no te lo reconozcan, y por eso tienes que hacer lo que haces, y he oído quejarte con motivo. Si hasta me ocupo de tu declaración de renta, hombre, así que conozco al detalle tus triunfos, y créeme que Patilla está en condiciones de deslumbrarte.

—¿De comprarme?

—¿Así de feo se dice ahora? ¿Hacer valer los conocimientos, la experiencia y la capacidad es venderse? Como quieras, pero eso es el pan de cada día. Yo solo te recomiendo que escuches. Si te propone un trato que te interese, perfecto. Si no, tan amigos.

—De acuerdo, Manolo. Va por ti. Y, además, me voy a cobrar el favor por anticipado. Tú que oyes de aquí y de allá, ¿sabes algo de Sanatea? Magdalena está preocupada.

—¿Tenéis acciones de la empresa?

—No te lo pregunto para cuidar mis inversiones, sino porque Magdalena trabaja en el laboratorio.

—Lo sé perfectamente, Gerardo, no te pongas fiero. ¿Tenéis o no?

—Desde hace tres o cuatro años le pagan una bonificación a año vencido en forma de acciones. Y hace dos, cuando Magdalena (vamos, el equipo de Magdalena) sacó esa patente de anticoagulante, tuve la ocurrencia de regalarle un paquete algo menos miserable. Creo que no le cayó muy bien. Así que, respondiendo con exactitud y de memoria a tu pregunta, unos diez o doce mil.

—Sanatea es un plato que todavía se está cociendo, así que no sé si saldrá crudo o quemado, pero se habla mucho de ella. Tus doce mil pueden convertirse, el mes que viene, en quince o hasta en veinte mil.

—O en ocho mil.

—O en ocho mil, de acuerdo. Ya se sabe que este juego obedece a probabilidades. Y tanto si juegas como si no juegas, juegas, porque si suben y dejas de comprar, pierdes. Juegas hasta si te quedas fuera, porque nadie te evita que dejes de ganar o de perder.

—Manolo, hijo, al grano. No me des la murga, que te he preguntado algo muy concreto.

—¿Murga? Tantos que me toman por oráculo, y tú, mi amigo, por charlatán. Tú te lo pierdes. Sanatea, por lo visto, está en conversaciones para ser comprada por..., por..., por BernaFarm, ahora, que no me salía. Pueden llegar a pagar perfectamente hasta un cincuenta por ciento de prima, así que, desde el punto de vista del accionista, sois afortunados.

—¿Qué más?

—Eso es lo malo, que siempre hay algo más. Si Magdalena no trabajara ahí, lo que te voy a decir te lo explicaría con entusiasmo, porque, al fin y al cabo, si se cierra, es una operación excelente. BernaFarm tiene una división que coincide con la línea de Sanatea, y estas cosas tienen consecuencias. En la empresa privada, quiero decir.

—¿Qué insinúas?

—A ver, Gerardo, sin ofender, pero tú eres funcionario. Tú serás muy bueno en lo tuyo y trabajarás mucho, pero sabes bien que si se reestructura un ministerio y aparecen dos funcionarios que se dedicaban a responder al teléfono, no trasladan a uno, o le cambian la tarea o lo despiden, sino que se reparten las llamadas.

—Tenemos muy mala fama.

—Muy mala y muy merecida. Si Sanatea acaba vendida, dos más dos sumarán tres si los cálculos se hacen con la plantilla.

—Sinergias.

—Eliminación de redundancias. Llámalo como quieras. Eufemismos para un sencillo: tú sobras.

—Me estás intranquilizando.

—Tú me pedías información. Por otra parte, no todas las secciones sufren igual. Yo creo que Magdalena no corre peligro, al menos peligro inminente. No pongas esa cara. Entiéndeme. Me he expresado mal, hombre. Quiero decir que las secciones de administración o la comercial van a sufrir más que la técnica y, además, tu mujer es una eminencia. No la van a dejar escapar...

—¿Pero?

—Pero nada, Gerardo, que lo demás que pudiera decir es un hablar por no callar.

—Sigue, te lo ruego. En este asunto no sé pensar con claridad.

—En una compra, o en una fusión, las primeras castigadas son las piezas duplicadas. En el mejor de los casos, si se conserva la plantilla, cambian las ocupaciones, los salarios o los horarios, o todo a la vez. En el peor, la puerta de la calle. Las empresas se comen o se mezclan entre sí para cambiar de anagrama, claro, y para crecer, por supuesto, y para apabullar a los competidores, faltaría más, pero, sobre todo, para pegar el tijeretazo a los costes, que es lo que inmediatamente notarán los bolsillos de los accionistas, quienes bendecirán las sabias decisiones de sus gestores.

—Manolo, estábamos con mi mujer.

—Perdona, ya me conoces. Para divagar y comer siempre estoy a punto.

—Pues mañana te invito a almorzar pero, ahora, concreta.

—Te repito que no son más que especulaciones. Sin embargo, es bastante habitual amortizar un trabajador repetido. Los criterios de reducción no hace falta que te los explique, que salen en la prensa con frecuencia: cercanía a la jubilación, antigüedad en la empresa, cualificación.

—Pero...

—Voy, Gerardo, voy. Pero no sé para qué me pinchas para que te suelte mis teorías. Si me voy por las ramas, es porque prefiero callarme y no meter la pata.

—Venga, Manolo, que estás consiguiendo ponerme nervioso. Habla de una vez.

—Como quieras. El año pasado estuve asesorando algunos aspectos legales de la adquisición de ENORSA por RETTI. Me explicaron el caso de un grupo de ingenieros, los mejores de ENORSA, que habían acabado haciendo cualquier cosa menos lo que hacían, porque RETTI mantuvo su núcleo, sin escoger lo mejor de cada casa. Dos de los ingenieros apartados terminaron largándose voluntariamente. Por supuesto, ese es también el efecto buscado. El caso de Magdalena me lo ha recordado. BernaFarm y Sanatea tiene departamentos de investigación, pero dedicados a lo mismo, o casi. Claro que podría ser que decidieran meter a todos en una sala más grande. Sería muy bonito. O que los mantuviesen tal cual: compitiendo entre sí, y todo eso. Hasta podrían abrir nuevas líneas de investigación y dedicarse a los analgésicos mientras otros siguen con los anticoagulantes y lo demás. Pero...

—¿Pero?

—Pero, al parecer, la decisión de BernaFarm no es unánime. A una parte de la propiedad la adquisición no le hace ni fu ni fa. Si, al final, se lleva a cabo, es fácil suponer que tendrán prisa en demostrar con números que ha valido la pena. Así que yo me atrevería a pronosticar que será una operación de poda fulminante. Cuanto más adelgacen a Sanatea, mejor. Van detrás de su mercado y de sus patentes rentables, no de sus hipotéticos éxitos futuros. Magdalena es tan buena que es intocable, pero no pocos de sus colegas serán pronto excompañeros. También puede que le ofrezcan otra tarea. Pasa a menudo.

—No veo a Magdalena haciendo otra cosa que no sea remover microscopios y probetas.

—Tu mujer puede hacer lo que se proponga.

—No tenemos veinte años.

—Lo que hacemos es adelantar acontecimientos que puede que no lleguen nunca, pero ¿y otro laboratorio? O incluso montar uno propio.

—¿Sabes lo que estás diciendo?

—Hombre, Gerardo, estoy haciendo lo que me has pedido: hablar. Oye, ¿y dar clases en la universidad?

—Sí, de asociada, como a mí me propusieron hace unos años. Desde que me explicaron las condiciones, me río cada vez que lo pienso.

—Bueno, oye, vamos a dejar que se enfríe el tema. ¿Qué pensaría tu mujer si supiera que estamos inventando su futuro?

—No lo va a saber. Yo no se lo voy a decir.

—Yo, menos.

—Oye, Manolo, nos vemos mañana en Betaria a las dos. Lo prometido es deuda.

—¿Te vas ya?

—Todavía tengo que volver a la oficina para firmar unos papeles.

—Es que los funcionarios no paráis.

—No te burles, Manolo, que no estoy de humor. ¡Ah!, eso te quería preguntar. ¿De qué depende que se cierre o no el trato con esa BernaFarm?

—Del precio, claro. Uno de los accionistas de Sanatea se resiste a vender barato. Y su quince por ciento le da derecho, según los estatutos de la sociedad, a bloquear el trato.

—Coño, Manolo, para no saber del asunto...

—No por la parte de BernaFarm, y un poco por la otra.

—Pero si parece que conozcas al accionista díscolo.

—Tú también, Manolo. Te lo acabo de presentar. Es Vicente Patilla.