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—¿Gerardo?
—¿Quién es?
—Felicítame.
—¿Qué?
—Soy Elvira. Elvira Delfa. Central número seis, ¿recuerdas? Se supone que hoy es un día para no olvidar.
—Sí, sí, dime, Elvira. Perdona, estoy algo indispuesto y me he quedado adormilado.
—¿Quién es, Gerardo?
—Nada, Magdalena, llaman de una central.
—¿A estas horas?
—Es un momento. Duérmete. Ya salgo [si consigo incorporarme; joder, qué mal me encuentro]. ¿Elvira? Discúlpame. Ahora ya estoy más centrado. ¿Qué hora es?
—Las doce y diez. Ya ha cambiado el día.
—[¿Para qué coño me llama esta tía? ¡Hostia, si...!] Esto..., ¿cómo ha ido todo? ¿Algún contratiempo con la carga?
—Antes ya te lo he dicho.
—¿Cómo? ¿Qué dices?
—Con lo de felicitarme.
—[¿Más competente que Redondo o lela por el estilo?] Así que todo ha ido bien. ¿Es eso lo que quieres decir?
—[¡Qué gilipollas!] El traslado ha acabado a las 11:30. Media hora más de lo previsto. Precauciones adicionales en los viajes del toro. No acostumbran a utilizarse en noche cerrada.
—Claro. [Una heroicidad de parvulario. Venga. Qué más.]
—La última media hora la hemos dedicado a probar el convoy.
—¿Para qué probarlo?
—Para ti será lo más común, pero aquí no habíamos visto uno así.
—¿De qué estás hablando? [Elvira, guapa, coño, que estoy hasta el ombligo de jodidas adivinanzas. Dilo de una vez.]
—La máquina, los vagones, todo.
—Ya... ¿Y?
—En fin, Gerardo, ya sé que somos un poco pueblerinos, pero hasta el maquinista estaba asombrado por el automatismo.
—No te sigo, Elvira [y no estoy para muchas leches].
—¿No estás al caso?
—Elvira, te felicito, ¿contenta? Bueno, pues ahora habla de una vez, que ayer fue un día miserable y hoy no apunta mejor. Por favor. Rápido. Al grano.
—Creía que lo habías encargado tú...
—Elvira... [¿Quieres ser la directora más efímera de la historia, me cago en todo, o vas a soltar lo que sea?]
—La locomotora no necesita maquinista. Bueno, en realidad ha venido uno, pero solo mira y explica. Me ha dicho que es la primera de la red, que se utilizan sistemas similares en el metro de la capital, de tu capital, pero en los ferrocarriles estaba por introducir. Está, vamos. ¿Es algo nuevo para ti?
—A estas alturas ya nada es nuevo.
—Bueno, en fin, misión cumplida. El convoy está cargado, la piscina está vacía, no ha sucedido nada destacable. Está todo a punto para cuando decidáis la salida.
—Gracias, Elvira. Excelente trabajo.
—A las siete, ¿no?
—Si no hay novedades, a las siete en punto de la mañana.
—¿A qué hora entrará en El Nuevo Petril?
—Al cabo de doce horas. Demasiadas prisas, pero...
—Si no se te ofrece nada más, me voy a dormir un poco.
—Lo tienes bien merecido.
—Mañana te vuelvo a llamar y, con más tiempo, me explicas lo de la doble máquina.
—¿Qué? [¿Que qué?]
—El convoy, que tiene una locomotora en cada extremo.
—Rutina. [Si, mujer, y ahora vamos a discutir de qué color van pintadas.]
—Comprendo. [No comprendo. Y lo del maquinista superfluo tampoco.]
—¿Nada más?
—Nada, Gerardo. Hasta mañana. Quiero decir, hasta más tarde.
—Eso. Y felicidades otra vez, Elvira.