—Unos hombres han venido a verte —le dijo Barbara Deane, incorporándose—. Hará unos diez minutos. Les he dicho que suponía que aún estabas acostado, pero no quisieron irse hasta que hube mirado en tu cuarto. Espero que no te importe.

—Claro que no. ¿Quiénes eran? ¿Los reconoció?

—Los guardaespaldas de Ralph Redwing —dijo, mirando hacia la puerta, y de nuevo a él—. ¿Se llama Hasek uno de ellos? Fue el que me hizo subir a comprobar si estabas.

—¿Le dijeron qué querían?

Barbara Deane se encaminó hacia la puerta.

—Sólo querían verte. No dijeron nada más. —De nuevo se volvió a mirarle—. No tengo ni idea de lo que querían, pero parecían terriblemente contrariados.

—Imagino que pretendían avisarme de que me aparte de la novia de Buddy Redwing.

Entonces ella le sorprendió con una sonrisa. De pronto, pareció menos inquieta, y en absoluto autoritaria. Relajó la presión que ejercía sobre su bolso y se inclinó ligerísimamente hacia atrás para concederle el don de su sonrisa.

—Lógicamente, Buddy Redwing es demasiado importante para hacer eso por su cuenta.

—Dudo que Buddy haga algo por su cuenta —comentó Tom—. De hecho, le encanta tener como mínimo una persona a su lado.

—Creo que imagino a lo que te refieres —dijo, y luego dudó un segundo—. ¿Has dormido bien? ¿La cama estaba a tu gusto?

—Muy bien —contestó él.

—Me alegro. Deseo que todo sea de tu agrado. ¿Vas a cenar en el club hoy? Pienso que en tal caso podría pasar la noche en casa.

Tom le dijo que comería en el club, y le preguntó si se dirigía al pueblo.

Ella levantó las cejas, intrigada.

—¿Le importaría llevarme hasta allí?

—Bueno, será un placer —contestó ella—. Sí, no veo por qué no iba a serlo.

Ambos salieron de la casa, y Tom la siguió al otro lado de la vereda, por un sendero con dobles rodadas que se metía oblicuamente entre los árboles. Lo habían disimulado intencionadamente con una rama frondosa, que ella apartó con esfuerzo. Un poco más abajo, junto a una mata de azaleas silvestres, había un pequeño Volkswagen de color verde oscuro. Barbara le pidió que aguardara mientras ella sacaba el coche, y Tom se apartó lo suficiente por el sendero para ver un viejo granero en medio de un pequeño claro del bosque. Cuando ella hubo sacado el vehículo, se volvió para mirarle por la ventanilla posterior, y Tom se apresuró a sentarse en el asiento junto a ella.

—Guardo mi caballo en ese granero —explicó ella—. Le sacaría a pasear cada mañana, pero desde que entraron para robarme, me pongo muy nerviosa cuando estoy fuera de casa mucho tiempo. Confío en levantarme mañana temprano para darle una carrera.

Barbara Deane sacó el coche a la vereda y pasó lentamente por delante de los chalets. Tom le preguntó si conocía a Jerry Hasek.

—Nunca le había conocido personalmente hasta hoy. —Condujo por delante del club y se metió por la franja de terreno en el extremo superior del lago—. Pero se parece a su padre.

—¿Conoció usted a Wendell Hasek?

—Sé quién era. —El coche emprendió la subida de la cuesta—. Trabajaba para el juez Backer, hasta que le despidió. Pensaba que Wendell Hasek era un tipo bastante desagradable, pero su hijo también me parece desagradable, y sin embargo trabaja para los Redwing. De modo que, aparentemente, no soy muy buena juzgando.

—Pienso que estaba acertada en ambos casos —dijo Tom—. Pero ¿por qué despidió el juez Backer a este tipo tan desagradable? ¿Acaso él también lo era?

Barbara Deane se echó a reír.

—Lo dudo. En realidad, Wendell era sólo un muchacho cuando entró a trabajar para el juez. En aquel entonces, había algunos jueces honestos en Mill Walk. Y también algunos policías honestos. —Barbara imprimió un suave balanceo a su cabeza—. No debería hablar de esta forma. Estoy completamente desfasada acerca de lo que ocurre en Mill Walk. Imagino que me siento un poco amargada.

Ninguno de los dos dijo nada hasta que hubieron llegado a la carretera principal.

Entonces Tom comentó:

—Debe usted de acordarse muy bien del verano en que murió Jeanine Thielman.

—Por supuesto. —Barbara se volvió a mirarle—. Fue el verano siguiente a la muerte de tu abuela. Aunque es probable que no sepas nada de todo lo sucedido.

—¿Por qué no iba a saberlo?

—Conozco a Glen Upshaw. Después de la muerte de su esposa, no quiso siquiera volver a oír su nombre. Borró de su vida todo lo que se refiriese a ella. Imagino que pensó que era lo mejor para Gloria.

—¿Cree usted que Magda fue una buena esposa para él?

Barbara le dirigió una mirada sorprendida.

—No creo que pueda responderte a eso. No estoy muy segura de que alguna mujer pudiera ser para tu abuelo lo que la gente considera una buena esposa.

—No hace mucho, me he enterado de algunas cosas relacionadas con mi abuela. Debió de ser una mujer bastante singular para que él se casara con ella.

La boca de Barbara Deane se tensó.

—¿Quieres saber lo que pienso realmente? —preguntó Barbara, mirándole de soslayo, y Tom comprendió que aquél había sido un tema importante para ella—. Ignoro lo que tú sabes sobre Magda, pero era como una niña pequeña. No tenía mayor autonomía que un gatito. Cuando Glen la conoció, Magda trabajaba de camarera en el restaurante de sus padres. Una preciosa rubia que aparentaba tener diecinueve años cuando en realidad estaba en la treintena, y tan tranquila como un pequeño ratón. Sospecho que eso era lo que Glen le gustaba, el poder tener control absoluto sobre ella. Él le decía lo que debía ponerse, lo que debía decir… Dirigía su existencia. En lo que a ella respecta, él era como un dios.

—¿Y no tenía amistades?

—Glen no la animó a tener su propia vida social. Despjués del nacimiento de Gloria, ella dejó de salir. Glen despidió a los criados. En aquel entonces, todos sus amigos tenían doncellas, lavanderas, cocineros, jardineros y Dios sabe qué más. De modo que Magda lo hacía todo y también cuidaba de la niña. Igual que una criatura tímida que quisiera complacer a su padre.

—De modo que él tenía a dos niñas —dijo Tom.

—El tema lo que quería. La mayor parte de lo que quería —puntualizó, al tiempo que conducía muy lentamente por a desierta carretera.

—¿Por qué querría Magda suicidarse? A mí me da la sensación de que gozaba de todo cuanto deseaba. Finalmente estaba a solas con su marido y con su hijita.

—Glen la dejaba sola la mayor parte del tiempo. Cuando salía se llevaba a Gloria consigo, dejando a Magda en casa. Además, después de nacer Gloria, Magda empezó a mostrar u verdadera edad. Y eso no era algo que a Glen le gustara. En absoluto. Imagino que él perdería todo su interés por ella.

—Así que no piensa usted que fueran ciertos los rumores acerca de su muerte.

—No puede ser que te hayas enterado de todo esto por Glen —comentó ella.

—He leído algunos periódicos antiguos.

—¿Periódicos antiguos de Eagle Lake? —Tom no respondió, y ella prosiguió al cabo de unos instantes—: Bueno, aquel director era un loco. Estaba tan en contra de la gente de Mill Walk, que cuando alguien se ahogaba ya veía heridas de arma blanca allí donde no había nada. Es probable que Glen diera algún dinero al oficial del juzgado y que arreglase la incineración de Magda, pero lo que pretendía era echar tierra sobre su suicidio, no ocultar un asesinato.

Tom asintió.

—Incluso la gente a quien Glen no le gustaba, en ningún momento pensó que él hubiese matado a su esposa. Deberían haber prohibido ejercer su profesión a aquel redactor del periódico.

—Le es usted muy leal, ¿no? —inquirió Tom.

—Solía serle leal, imagino. Yo barría lo que él ensuciaba y cuidaba de tu madre cuando él me lo pedía. En una ocasión en que tuve problemas, él salió en mi ayuda. Ahora me limito a trabajar para él. Cuido de su propiedad, y cobro un dinero a cambio. No hablo de lo que a él no le gustaría que hablase, así que si es eso lo que tú…

Barbara Deane se interrumpió y se quedó mirando al frente. Sus manos sujetaban fuertemente el volante, y su aspecto era avejentado, exteriorizando irritación y desconcierto.

—Lo siento —dijo, y desviando el coche hacia el lateral de la carretera, lo dejó en punto muerto.

Luego bajó las manos y las dejó planas sobre los muslos. Eran una manos toscas y llenas de venas, y daban la sensación de pertenecer a otra persona.

—El no me pidió que la pusiera a prueba —aclaró Tom.

—Lo sé —dijo, hundiéndose en el asiento.

—No creo siquiera que en ningún momento pensara que podíamos mantener una conversación o que llegáramos a conocernos más que superficialmente. El no suele pensar en estas cosas.

—No, de eso estoy segura. —Por fin se volvió para mirarle—. Tú no te pareces mucho a él, ¿verdad?

—No le conozco lo suficiente para saber si me parezco o no.

—Bueno, tú eres mucho más simpático. Imagino que te envió aquí de la misma forma que me envió a mí.

—De la misma forma que dejó a mi madre, cuando desapareció Jeanine Thielman.

—No… Gloria había entablado una especie de amistad con Jeanine, y Glen no quería que su hija se enterara de que había sufrido otra terrible pérdida. Creo que su intención era ahorrarle sufrimientos, y lo hizo a su manera habitual, tratando de ocultar lo que podía provocárselos.

Barbara le seguía mirando ahora, no con irritación, sino como si esperara que él pusiese en duda la imagen de Glendenning Upshaw como padre preocupado.

—¿Mi madre no le dijo nada respecto a haber visto cómo un hombre escapaba corriendo entre los árboles la noche en que desapareció la señora Thielman?

—No, pero si fue así, mayor motivo tenía Glen para querer mantenerla alejada de todo el mundo. ¿No te das cuenta? Aquel verano Gloria era una niña muy trastornada. Sin duda él no quiso que se viera envuelta con la policía.

Gloria era una niña muy trastornada mucho antes de aquel verano, pensó Tom. Pero no dijo nada.

—Estás muy interesado en lo que ocurrió aquel verano, ¿verdad? —preguntó ella, volviendo a poner la marcha y saliendo a la carretera.

—Creo que lo que sucedió entonces está muy relacionado con lo que aún está sucediendo.

—Pero entonces eran unos tiempos terribles. Hay cosas que es mejor no saber.

—Yo no lo creo así.

Barbara entró en la calle Mayor. A las ocho y media de la mañana, la mayoría de las tiendas estaban cerradas y sólo unas cuantas personas deambulaban por las aceras. Ninguna de aquellas personas tenía aspecto de turista. Barbara Deane se detuvo junto a la acera en la primera travesía. Un letrero pintado en blanco y negro informaba de que aquélla era Oak Street.

—Mi casa se halla al final de esta calle. ¿Te parece bien que te deje aquí? —De pronto, Barbara parecía tímida e insegura—. Ya sé que estás ocupado, pero… ¿Querrías venir a casa a cenar alguna noche? Sería agradable cocinar algo para otra persona, aparte de disfrutar de tu compañía, Tom.

—Me gustaría muchísimo —contestó él.

—Quizá pueda contarte algunas cosas sobre el verano en que murió Jeanine, sin traicionar a tu abuelo. Al fin y al cabo, lo que debemos tener presente es que, hiciera lo que hiciese, lo hizo para proteger a tu madre.

—Fije usted el día —dijo Tom.

Barbara Deane le cogió del brazo para añadir algo más:

—¿Tu madre te dijo que había visto a un hombre corriendo entre los árboles aquella noche?

—Tuvo que ser Antón Goetz. No podía ser otro.

—Bueno, tampoco podía ser Antón Goetz. Goetz andaba con un bastón, y además cojeaba. Era un cojo muy romántico. Antón Goetz no podía andar más rápido que a pasitos. Es posible que Gloria no viese nada en absoluto. Tenía una imaginación muy viva, y no siempre diferenciaba entre ésta y la realidad.

—Lo sé muy bien —dijo Tom, y bajó del coche.

Misterio
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