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«¿Cuándo hacemos esto?» es la preguntar primaria para responder a la cual los hombres se lanzan a la aventura de determinar el tiempo. El punto de partida, esto es, lo que se busca determinar son siempre, en primer lugar, las actividades propias del grupo en los estadios primitivos. En cierto sentido, por supuesto, los hombres empiezan por determinar temporalmente sus actividades, ya en un periodo en que todavía no se ven enfrentados con problemas que se expresan explícita y articuladamente en preguntas de tiempo. En estos estadios, la determinación del tiempo es pasiva, apenas se vive y se capta como tal; en un grado restringido, esta determinación pasiva del tiempo sigue existiendo hasta hoy. Así puede uno «temporizar» más o menos sus actividades, según los estímulos de sus propios instintos animales: uno come cuando tiene hambre y se echa a dormir, cuando está cansado. En nuestro tipo de sociedad, estos ciclos más animales se regulan y estructuran de acuerdo con una organización social más diferenciada que fuerza a los hombres, hasta cierto punto, a dirigir su reloj fisiológico por su reloj social y a disciplinarlo. Esto no suele suceder en sociedades relativamente sencillas, pues en estas la regulación y estructuración (si puede hablarse de regulación) dependen más directamente del grado en que la naturaleza inhumana o, en algunos casos, los otros hombres a quienes se puede expoliar, permiten o impiden satisfacer las propias necesidades. En estas sociedades, los hombres van a la caza, cuando experimentan hambre y dejan de esforzarse cuando están ahítos. En un plano superior de la secuencia evolutiva de la determinación pasiva del tiempo, los hombres se van a dormir cuando oscurece y se levantan cuando sale el Sol; y utilizan al hablar y pensar la palabra «sueño», en lugar de «noche». Esto significa que hay estadios de desarrollo de las sociedades humanas en que los hombres apenas si tienen para determinar el tiempo algunos problemas sociales que exigen una sincronización activa de sus actividades de grupo con otras transformaciones en el Universo.
El escenario cambia de una forma notable, cuando los hombres empiezan a producir sus alimentos. Un buen ejemplo es la agricultura, esto es, el aprovechamiento de plantas domesticadas. En este estadio, a la determinación pasiva del tiempo se añaden los problemas del determinar activo del mismo y, por consiguiente, del control social y personal igualmente activo, que adquieren mayor relieve. En efecto, con el dominio y aprovechamiento del mundo vegetal, los hombres quedan sometidos a una disciplina antes desconocida que les impone las exigencias de la agricultura, de la cual depende ahora la provisión de alimentos. Para ilustrar este punto sirva un ejemplo tomado de la historia de una pequeña tribu africana del siglo pasado. Muestra en su brevedad uno de los problemas que llevaron al campesino primitivo a elaborar formas de determinación activa del tiempo[11]:
Otro trabajo que formaba parte de las tareas fijas del… sacerdote, era la observación de las estaciones del año, que le permitía anunciar a todo el pueblo el tiempo para la siembra del trigo y para la celebración de sus fiestas.
Para cumplir con el primer objetivo, debía subir cada mañana a un puesto de observación hacia el oriente para mirar el orto del Sol. Se dice que en el oriente… hay una montaña de capas horizontales… y cuando uno ve con precisión salir el Sol tras esta montaña, las primeras lluvias de esa semana serán suficientes para la siembra. A la mañana siguiente, tras la lluvia, el sacerdote pronuncia el pregón que se difunde por toda la zona habitada de la montaña. Después se ve a los campesinos y sus familias con azadas y espuertas correr monte abajo para participar en el trabajo común.
El pregón dice así:
Echad fuera a la pobreza,
pues el hambre ya pasó.
Nunca se dirá,
de día o de noche;
pero ahora quiero decirlo
para que sea enviado
a la tierra del sufrimiento.
Se escucha a la gente cantando este pregón, mientras dura la siembra, pero quien más tarde tuviera la osadía de repetir esos versos (esto es, la fórmula mágica para exorcizar al hambre y enviarlo a la tierra del sufrimiento), sería castigado con severidad o, peor aún, convertido en esclavo.
Asimismo para decir al pueblo algo concreto sobre la celebración de sus fiestas, a mitad del año, el sacerdote debía subir a otra roca orientada al occidente y allí, cada luna nueva, hacer una marca en una piedra o introducir un caurí en una vasija destinada para ello. Nadie, salvo el sacerdote o sus ayudantes, debía tocarla…
Este pasaje ilustra de manera muy gráfica la experiencia del tiempo que tenían hombres de un estadio agrícola bastante primitivo. Está determinada por las necesidades sociales prácticas que centran al grupo que se enfrenta al problema de determinar el tiempo. El sacerdote observa el movimiento del Sol y la Luna, no porque le interese la astronomía, sino porque estas luminarias celestes y cambiantes y, a través de ellas, tal vez algunas potencias invisibles, le pronostican el tiempo en que su pueblo debe empezar a sembrar y el tiempo en que debe celebrar sus fiestas cultuales con ritos y ofrendas y quizá también con cantos y danzas, para alcanzar así el auxilio de los dioses para producir alimentos y apartar todos los peligros posibles. En efecto, en este estadio aún están estrechamente vinculadas la producción de alimentos y las ceremonias cultuales. Ambas pertenecen a los primeros ámbitos de vida social que sitúan a los hombres ante el problema de determinar el tiempo de una manera activa.
Mientras la determinación pasiva del tiempo no exige ninguna decisión, sí la postula la determinación activa del mismo. El punto crítico está en la coordinación del ciclo continuo de actividades sociales con el ciclo igualmente continuo de transformaciones en la naturaleza inhumana. Por ejemplo, tal vez esté para terminarse la última cosecha almacenada para los meses de escasez. Y si bien pueden completarse las provisiones con la carne de animales cazados o con las raíces silvestres recolectadas, hay que esperar la siguiente cosecha para volver a llenar los graneros. Frente al cambio cíclico de las estaciones del año que los hombres no dominan, y frente al ritmo del crecimiento de las plantas, relativamente más fácil de controlar, la cuestión por responder es la siguiente: ¿cuándo se empieza a sembrar? En la situación del África Occidental, esto quiere decir: ¿cuándo vendrá la estación de las lluvias a acabar con la sequía? ¿La lluvia recién caída anuncia esta venida o es un falso aviso? La respuesta a esta pregunta la da el Sol por boca del sacerdote, y los hombres saltan de júbilo. Es probable que ni siquiera se preocupen por saber cómo el sacerdote ha obtenido esta respuesta. Todavía no poseen un sentido del «tiempo» en abstracto, como algo que transcurre. Lo que les preocupa son sus problemas inmediatos: la merma de sus provisiones, por ejemplo. Es cierto que hay sociedades de comparable grado de desarrollo en que tales experiencias no se han concretizado en conceptos reguladores de un alto nivel de abstracción o, mejor dicho, de síntesis, tales como «mes», «año» o, simplemente, «tiempo». Sus conceptos están más estrictamente relacionados con el incesante ciclo de la satisfacción momentánea, la reaparición de la necesidad y la búsqueda de una ulterior satisfacción.
La determinación del tiempo tiene en este estadio más que ver con una recogida de señales que con una mirada a un reloj celestial e impersonal. Solo poco a poco va tomando su lugar y su significado entre ambos polos. Y no olvidemos que para estos hombres la numeración abstracta solo posible con numerales resulta difícil, si es que no les falta por completo. Por ello, cada vez que el sacerdote ve pasar una nueva luna sobre un cierto lugar, echa un caurí en una vasija para recordar de este modo cuántas veces, desde que cesó el viento caliente y seco, se ha observado una nueva luna en el cielo. El tamaño del montón de caurís le indica más o menos si ha llegado el tiempo de las festividades. Resulta difícil imaginamos hoy la vida humana en un estadio donde el conocimiento de nuestro contar abstracto no se hubiera desarrollado; tanto como representarnos un estadio en que los hombres todavía no dominan las técnicas de la determinación del tiempo y del fechar que son condiciones para experimentar el «tiempo» como un flujo continuo. Con todo, merece la pena intentarlo.