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Si bien dentro de los estudios, las diferencias sociales de la determinación y la vivencia del tiempo son el foco principal de atención, me he esforzado en evitar la impresión de que se pueden investigar las formas de la vivencia del tiempo, como un aspecto aislado de las actitudes sociales de los hombres. Ya he puesto de relieve otras veces, otros momentos de las actitudes sociales humanas que funcionan como criterios de los diversos estadios de la evolución social; por ejemplo, las diferencias en el nivel de la síntesis conceptual o en la autonomía relativa de los enclaves sociales dentro del universo «natural». El carácter gradual, específico de la conciencia humana del futuro muestra cada vez más la vinculación estrecha de la vivencia del tiempo y la civilización. Un obrar que se enfoca más directamente a las necesidades actuales que a un futuro, exige una autodisciplina menor y menos equilibrada; por el contrario, un obrar que se orienta al futuro —quizá bastante lejano—, exige una facultad de subordinar las necesidades actuales a las recompensas futuras y esperadas. Los hombres que se han hecho adultos en sociedades con una norma del sentir, del pensar y de la conducta orientada al futuro, considerarán el modelo respectivo de autodisciplina como algo dado sin discusión posible, o como una propiedad humana ordinaria. Tal vez no tienen claro que este modelo de autorregulación y, como un aspecto de la misma, una regulación muy diferenciada respecto del «tiempo», como otras habilidades sociales, ha venido desarrollándose lentamente, a través de los siglos y en relación con la aparición de ciertas exigencias sociales, hasta su forma actual.

Algunas de estas exigencias las hemos mencionado antes. Cada individuo debía acordar toda su actividad con las de un número mayor de hombres; debía realizar de una manera cada vez más precisa y a un tiempo determinado, sus actividades propias, incluso el levantarse y el ir a dormir, y prever con mayor exactitud en qué tiempo futuro querría o debería hacer esto o aquello. Y así la autorregulación humana, tanto la «social» como la «individual», fue aumentando junto con las transformaciones correspondientes en la estructura de las sociedades humanas o, dicho en otras palabras, junto con los cambios en la configuración que los hombres constituyen entre sí, hacia su forma presente muy diferenciada. Como lo he expuesto en otro pasaje[25], un ascenso enorme de la población terrestre, si bien no ininterrumpido, que a veces vino acompañado de un notable empuje de la especialización profesional y de la integración organizativa, llevó a un aumento más fuerte de las relaciones posibles entre los hombres. Las cadenas de interdependencia no solo se hicieron más largas, sino también más diferenciadas; su red de relaciones se hizo más compleja y la determinación temporal exacta de todas las relacionas se convirtió en un medio perentorio y de hecho incondicional para su regulación. Así pues, la conciencia del tiempo altamente diferenciada e implacable que los miembros de sociedades estatales muy diferenciadas y complejas poseen como parte de sus actitudes sociales, no es más sorprendente que la capacidad de los miembros de tribus de cazadores para, partiendo de algunas huellas, hacerse una imagen exacta de su posible botín de caza.

La estructura de la personalidad humana se despliega en diversos tipos siguiendo las diferencias estructurales y, por ende, en los niveles de desarrollo de las sociedades en que los individuos crecen. Cuando pertenecen a sociedades relativamente pequeñas y poco diferenciadas que solo tienen una necesidad de determinar el tiempo puntual e intermitente, sus mecanismos de autoorientación y autocoacción se desarrollan en consonancia. Cuando, por el contrario, forman parte de sociedades industriales, grandes, diferenciadas y bien pobladas que regulan el tiempo de una manera continua e inexorable, la autorregulación y, en un sentido ulterior, la actitud social se despliegan asimismo siguiendo propiedades estructurales de estas sociedades. Aquí podemos observar de nuevo relaciones entre el desarrollo de la determinación del tiempo como una habilidad social, y como un regulador de la sensibilidad y la conducta humana y del desarrollo de las coacciones civilizatorias. Gracias a esta relación, es posible contribuir a la explicación de un aspecto central de los procesos civilizatorios, que da lugar a equívocos y que ya habíamos mencionado antes.

No hay un punto cero en los procesos civilizatorios, ningún punto en que los hombres sean incivilizados y empiecen a civilizarse. Todo hombre es capaz de autodisciplinarse. Ningún grupo humano funcionaría durante un periodo de tiempo considerable, si sus miembros adultos no lograsen introducir pautas de autodisciplina y autorregulación en las criaturas salvajes e incontroladas que son los hombres al nacer. En el curso de un proceso civilizatorio, lo que cambia son las pautas sociales de autodisciplina individual y la manera en que se incorpora en el individuo lo que hoy en día señalamos como «conciencia» o tal vez «razón». En sociedades primitivas, relativamente pequeñas, autárquicas e indiferenciadas, el canon social de un grupo exigiría mecanismos de autocontrol para ciertas ocasiones, mientras que, según los criterios de sociedades posteriores, serían precisas formas extremas de autodisciplina.

Los ritos de iniciación abarcan experiencias extremadamente terribles, para lograr una sumisión duradera a ciertos tabús y una angustia ante la transgresión de las reglas en determinadas áreas; mientras que en otras ocasiones, igualmente determinadas y erizadas de reglas sociales, como en el caso de un autocontrol estricto, queda abierto el camino a conductas emotivas y a la expresión desinhibida de pasiones de una fuerza e intensidad desconocidas ya para hombres de un estadio posterior. Todavía en las sociedades medievales, en el aspecto de su nivel de desarrollo bastante más diferenciado y complejo que las sociedades tribales, las oposiciones y las variaciones en la pauta de regulación del modelo social eran un carácter ordinario de la vida humana. A placeres salvajes podían suceder formas de penitencia y automortificación. Días de ayuno seguían al carnaval. Días de ayuno seguían al carnaval. Formas extremas de ascesis coexistían en algunas órdenes monacales, a veces codo con codo, con la entrega bastante desbocada a los placeres de la vida. Podría decirse que en los niveles primitivos de un proceso civilizatorio, la conciencia se va formando de una manera parcial: muy rigurosa y estricta en algunos aspectos u ocasiones, y extremadamente laxa y permisiva en otros. Por el contrario, en estadios posteriores, la tendencia a disciplinarse de un modo completo y uniforme en casi todos los aspectos y ocasiones, es característica de la pauta de autocontrol de los procesos civilizatorios. Como ya puede adivinarse la regulación del tiempo típica de estas sociedades representa su pauta de civilización, y ya no es puntual y particular, sino que penetra toda la vida humana, sin permitir oscilaciones. Es uniforme e inevitable.

Es difícil escapar a la tentación de simplificaciones deformantes. En este caso concreto hay que cuidarse particularmente de la idea obsesiva de que es más sencillo determinar los estadios de un proceso civilizatorio de una manera cuantitativa. Tendencia que además se ve favorecida por una cierta insuficiencia de nuestro arsenal de conceptos. Para evitar la presentación de un proceso civilizatorio mediante contraposiciones estáticas, como «civilizado» e «incivilizado», debemos recurrir a expresiones como «más» o «menos» civilizado, que fácilmente nos lleva a pensar en un más o menos en la cantidad de autodisciplina. En esta perspectiva se puede llegar a creer que los hombres en los estadios primitivos de su evolución social convivían con una escasa pauta de autorregulación y autodisciplina, e incluso sin ninguna. Podría uno imaginarse que todo lo que ha cambiado en el curso del proceso civilizatorio, era, por así decirlo, la cantidad de autodisciplina. Esperamos que lo dicho hasta aquí sobre el desarrollo de la determinación del tiempo, ayude a entender mejor los aspectos no cuantitativos del cambio que son característicos de un proceso civilizatorio.

Y de nuevo nos topamos con una insuficiencia de nuestro lenguaje actual. Cuando decimos «no cuantitativo», algunos lectores supondrán de un modo casi automático que nos referimos a los aspectos cualitativos del cambio. Tal vez el fuerte influjo de la física y la filosofía sobre estos lenguajes nos ha acostumbrado a pensar que las transformaciones cualitativas son la única alternativa de los cambios cuantitativos. Ahora bien, al hablar de hombres, el término «transformaciones cualitativas» es demasiado abstracto. Lo que de Jacto cambia durante un proceso civilizatorio, no es simplemente la cualidad de los hombres, sino la estructura de su personalidad. Se trata, para mencionar solo dos aspectos, del equilibrio y de hecho de toda la relación entre impulsos elementales no aprendidos de una persona, y la pauta aprendida de su control y disciplina. Por lo que se refiere a la autodisciplina, ya he mencionado que no hay grupo humano, por primitivo que sea, que subsista sin la capacidad de formársela y activarla. Pero la pauta de la coacción, toda la matriz social que marca la orientación del sentimiento y la conducta individual, puede ser muy diferente en los variados estadios de la evolución social.

Los representantes de los estadios posteriores tienen la tendencia, como queda dicho, de ignorar la serie social de sus antepasados y el largo proceso de desarrollo que ha llevado hasta ellos mismos. Sin embargo, no es fácil aceptar el olvido del pasado, que tiene amplias consecuencias. Y uno de los muchos casos que lo muestran, es la larga impotencia para explicar el carácter peculiar del «tiempo», de una manera unánime. Repitámoslo una vez más: la autorregulación según el «tiempo» que se encuentra casi en todas las sociedades de estadios posteriores, no es ni un dato biológico (parte de la naturaleza humana) ni un dato metafísico (parte de un a priori imaginario) sino un dato social, un aspecto de la estructura de la personalidad social de los hombres que va desarrollándose y que, como tal, es una parte integrante de toda persona individual.