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En la fase de desarrollo que este relato nos pone ante los ojos, el tiempo, como ya se habrá advertido, no es todavía experimentado como un flujo constante e impersonal, simbolizado por el inexorable ir y venir de los años del calendario, que llegan deslizándose de un futuro casi inconmensurable y seguro solo en parte, para cruzar el presente de los que viven aquí y ahora, e ir a hundirse de inmediato en el pasado ilimitado. La experiencia del tiempo hoy predominante está íntimamente unida con la experiencia de la Naturaleza como conjunto automático de hechos impersonales, que abarca tanto la aparición y desvanecimiento de galaxias, como el crecimiento y envejecimiento de una persona, simbolizados por un número de años cada vez mayor.
La novela de Achebe nos introduce discretamente en una forma anterior de experimentar el tiempo; en esa fase la diferencia entre pasado, presente y futuro, o entre cosas animadas e inanimadas en el hablar, pensar y experienciar de los hombres no es tan marcada como hoy en día. En nuestro tiempo, el considerar algunos símbolos conceptuales de objetos inanimados como masculinos y otros como femeninos es una reliquia de la percepción personificada que se tenía en otros tiempos.
¿Significa esto que los miembros de sociedades anteriores experimentaban como vivo o «animado», lo que nosotros consideramos inanimado? Sería sencillo responder a esta pregunta con un simple sí o no. El término técnico «animismo» que adjudicamos a un modo de experiencia primitivo, habla en favor del sí. La dificultad radica en que el uso actual de conceptos tales como «animado» y, por ende, también «animismo», se basa en un saber muy fiable y realista sobre todas las implicaciones que tiene determinar algunas cosas como «vivas» y otras como «no vivas». Ante todo, los hombres actuales son capaces en muchas situaciones de percibir con igual grado de distanciamiento, cosas animadas e inanimadas. El saber con certeza que el león en su jaula del zoológico no posee ninguna fuerza mágica que le permita escapar y matar a uno o dos espectadores, nos capacita para vedo con tranquilidad y sin asustamos. El concepto «animismo» indica con razón que los miembros de sociedades anteriores experimentan a menudo como animados hechos que miembros de sociedades posteriores consideran inanimados. Ahora bien, como símbolo conceptual de otro modo de experiencia, la expresión «animismo» no es del todo adecuada: no llama la atención sobre el hecho que, cuando los hombres de un estadio anterior percibían como animadas cosas que son inanimadas según nuestro conocimiento actual, no lo hacían con el mismo grado de distanciamiento, vinculado con tal percepción en una fase posterior. Objetos como la Luna o el Sol, son experimentados como una especie de persona, sus apariciones y desapariciones son vividas con una gran incertidumbre y con un gran interés, como fuentes potenciales de peligro o a veces —¿por qué no?— de bienandanza. Los hombres de sociedades más primitivas ansiaban la respuesta de una pregunta, pero esta no era: ¿qué es la Luna o el Sol?; ni tampoco, por cierto: ¿son de naturaleza mineral, vegetal o animal? La pregunta era: ¿qué significado tiene para nosotros este o aquel acontecimiento celeste? ¿Es bueno o malo para nosotros?
Ver la luna nueva tenía, en el relato de Achebe, para las mujeres e hijos de la familia del sacerdote el indudable carácter de un encuentro personal. En este sentido, era algo «animístico», Pero asimismo el suceso poseía para ellos el carácter de un presagio, por el que se sentían personalmente afectados. Su tradición había transmitido a los miembros de sociedades en este grado de desarrollo, cierta fórmulas rituales que lo definían como un encuentro personal. Al mirar la luna nueva, los hombres solían saludada con cortesía, con palabras tales como «tu rostro que encuentra al mío». El ejemplo muestra con claridad la diferencia entre un modo de experiencia ingenuamente egocéntrica y otro comprometido e interesado. La aparición de la Luna era, como resulta de la escena citada, ocasión directa de comentarios sobre el posible significado de su manifestación para quienes la veían. Presuponían como algo evidente que el suceso tenía ese significado. Un niño preguntó si la Luna mataba a los hombres y un adulto lo tranquilizó diciendo que la Luna no era tan mala.