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Otra peculiaridad de la primitiva determinación del tiempo que nos invita a la reflexión, es su carácter puntual y discontinuo[16]. Se encuentran pruebas de que la determinación activa del tiempo en las fases primitivas de su desarrollo, se constreñían a puntos seleccionados de lo que nosotros conocemos como serie de transformaciones continuas. De momento, los ejemplos citados valgan de ilustración.

Pero además puede señalarse otra particularidad no menos característica de la determinación primitiva del tiempo. Ya en un estadio en que los hombres se sentían bastante seguros de su conocimiento sobre las órbitas celestes regulares del Sol y la Luna, no fueron, sin embargo, capaces, durante siglos, de predecir a ciegas, por así decirlo, sus posiciones y formas. Cuando estas luminarias del cielo desaparecían por un momento, por ejemplo, durante une eclipse de Solo Luna, o cuando cambiaban de forma, como la Luna que crece y decrece, esos hombres no estaban del todo seguros, como es el caso hoy, de que, tras un lapso unívocamente definible, volverían a su forma y posición anteriores. Tenían que verlo para creerlo. El carácter puntual y discontinuo de su determinación del tiempo coincidía con su necesidad de ver de frente las cosas que, a su vez, usaban como indicador del tiempo. Esos individuos debían tener ante los ojos al Sol, la Luna o las estrellas, de un modo inmediato y en una cierta posición, si había de cumplirse la expectativa de una respuesta a sus preguntas de cuándo. En este periodo, su forma de determinar el tiempo es calificada de «concreta», bastante inadecuadamente, porque, cuando ve la luna nueva y se dice o dice a los demás «he allí la luna nueva», se sirve de un concepto como medio de orientación y comunicación. En efecto, el concepto de «concreto» en oposición al concepto de «abstracto» apenas es aplicable a los conceptos. Es absolutamente posible y de hecho necesario, distinguir los conceptos de diverso grado de abstracción o síntesis. Las formas de determinar el tiempo directas, que dependen de la percepción inmediata de un acontecimiento puntual, por ejemplo, del observar la luna nueva, constituyen una forma de experiencia de un nivel inferior de abstracción o síntesis. También en este aspecto, los cambios que se operan en la determinación del tiempo, cuando las sociedades evolucionan a una mayor integración de los hombres y a una diferenciación creciente de funciones, son transformaciones en un sentido específico.

En el pasado, se ha tratado por lo común de resolver el problema del «tiempo», sin relacionarlo con el desarrollo de la determinación del tiempo y su dirección global. Y mientras se mantiene esta tendencia, el problema es insoluble. No es posible resolver el enigma del «tiempo», sin referirlo al desarrollo del concepto «tiempo» y de las distintas unidades temporales tales como «año», «mes», «hora» o «minuto», intervalos recurrentes y normalizados entre la posición anterior y posterior de una unidad de transformación. Cabe, empero, la posibilidad de que el camino para resolver el problema en relación con su desarrollo se vea bloqueado por ciertas asociaciones de valor, que se adherían al concepto de «desarrollo», como legado de su uso en los siglos XVIII y XIX. Ya se trate del desarrollo de las instituciones sociales de la determinación del tiempo o del desarrollo de las sociedades en cuanto tales, el concepto de «desarrollo» se ve teñido con la imagen ideal del «progreso», propio de la Ilustración. Comunica, al parecer, la idea de que todo estadio posterior supera al anterior en valor moral o en felicidad. A menudo ni siquiera se distingue con suficiente nitidez esta utopía del progreso del planteo sociológico del desarrollo que habla de progresos comprobables, o según el caso, también de retrocesos de la diferenciación o de la síntesis. Recuérdese por ejemplo la aproximación de Darwin al problema de la evolución biológica. Para Darwin no se trataba de si los anfibios eran mejores moralmente hablando, que los peces, y los mamíferos que los reptiles, ni que los hombres fueran más felices que los monos; sino, llana y sencillamente, de la cuestión del cómo y el por qué distintas especies llegaron a ser lo que son ahora, y de explicar la superioridad funcional de unas especies que aparecieron después, frente a otras anteriores. La cuestión del desarrollo de sociedades en general y del «tiempo» en particular requiere un similar planteamiento. Dado que las formas dominantes de determinar el tiempo y su concepto correspondiente de «tiempo» han llegado a ser lo que son ahora, solo podemos esperar entender y explicar su estado presente, si somos capaces de descubrir cómo y por qué se desarrollaron en esta dirección.