16

Como lo acabamos de insinuar, ha sido un dilema de las ciencias humanas el que estén condicionadas ampliamente por el deseo de los hombres de huir de sí mismos. Pero estas y otras dificultades inherentes se ven aumentadas por la circunstancia de que las ciencias físicas, por su éxito en la investigación de la «naturaleza», han conquistado el status social de ideal normativo de todas las ciencias. Así, los científicos que se ocupan de investigar los niveles humanos de integración del Universo, se ven cogidos en una trampa; solo les queda elegir entre dos alternativas igualmente infructuosas: pueden aceptar desde el principio la superioridad de los modelos de investigación preconizados por las ciencias físicas, sin probar que son adecuados para su tarea propia, tal vez esperando asegurarse de este modo el status de los científicos reconocidos; o pueden, si no les parece que los modelos de las ciencias naturales son apropiados para su labor, intentar la elaboración de representaciones simbólicas que se adapten mejor a la peculiaridad de las relaciones en el plano humano; y se arriesgan a navegar en un mar de incertidumbres. En este caso, los resultados de sus esfuerzos tiene no raras veces el tufillo de las lucubraciones metafísicas.

Cuando uno estudia las cuestiones del tiempo, topa de modo constante con los dientes de este cepo. Como determinante de los nexos causales, el «tiempo» aparece como un concepto claro y preciso, que está anclado firmemente en las ciencias físicas. El tipo de relación que se presenta en el estudio sobre el tiempo experimentado, se deja a la Metafísica (véase Bergson y Heidegger). Y este no es el único modo en que la desigualdad presente en el desarrollo del saber en los planos físico y humano toca los problemas del tiempo. Uno de los más sorprendentes aspectos de los estudios críticos actuales sobre las cuestiones del tiempo es la atención diversificada que les otorgan los científicos naturales y los sociales. En la práctica de las sociedades humanas, los problemas de la determinación del tiempo desempeñan un papel de importancia creciente; en las teorías sociales, la atención consagrada a los temas de la determinación del tiempo es relativamente mínima. Hasta cierto punto, esto depende sin duda de que la opinión dominante, limita las investigaciones sobre el tiempo al área de la Física teórica. Si alguien preguntara qué teoría científica sobre el tiempo es la más progresista y significativa en nuestros días, la respuesta que indicara la teoría de Einstein recibiría probablemente el mayor número de adhesiones. Así pues, no es de extrañar que los sociólogos tengan la impresión de que los problemas del tiempo están más allá de su alcance.

Y esto no es todo. Los efectos del desarrollo diversificado de las ciencias humanas y de la Naturaleza sobre el pensamiento contemporáneo son bastante más profundos. Encuentran su expresión en numerosas dicotomías conceptuales que suscitan la impresión de que el mundo de la naturaleza inhumana y el de los hombres son dos mundos separados e independientes, y en cierto sentido, antagónicos o irreconciliables. Hoy en día, nos movemos en un marco intelectual centrado en dicotomías conceptuales como «naturaleza y sociedad», «naturaleza y cultura», «objeto y sujeto», «materia y espíritu», o hasta «tiempo físico y tiempo vivido», etc. Aunque algunos de estos pares de contrarios nos han sido transmitidos de tiempos pasados, reflejan, sin embargo, muy fuertemente, en su concepción actual dominante, las diferencias de evolución de nuestro saber y la división de la búsqueda del saber en especialidades académicas desligadas. De este modo, la «naturaleza» se equiparó con el área de estudio de las ciencias naturales y, en especial, de la Física; y de modo análogo, la humanidad en sus multiformes manifestaciones —sociedad, cultura, experiencia, etc.— fue segregada como lo que no es «naturaleza». Hay quienes cultivan la esperanza atrevida de que llegará el día en que explicarán al hombre desde el punto de vista físico, mientras otros están plenamente convencidos de que entre el hombre y la «naturaleza» (en la acepción de las ciencias naturales) hay un abismo existencial insuperable. Las dicotomías mencionadas constituyen ocultos frentes de batalla. Hacen pasar como escisiones existenciales lo que, visto de cerca, resulta algo por completo diferente: valoraciones diversas que distintos grupos introducen en los planos diferentes, pero relacionados, del Universo, así como, de manera supletoria, en los diferentes grupos que investigan. He aquí la razón por la cual en estos casos, se contenta uno con una simple yuxtaposición de símbolos para diversas áreas del mundo, en forma de simples dicotomías conceptuales, sin plantear la pregunta subsecuente: ¿qué relación hay entre las distintas áreas? Nos hemos acostumbrado a dividir el mundo siguiendo las líneas de separación de las diversas especialidades científicas.

La dicotomía «naturaleza y sociedad» es solo una entre muchas que muestran el defecto de esta construcción conceptual, que, por cuanto da la impresión que ambas áreas no solo son existencialmente distintas, sino, de alguna manera antagónicas e irreconciliables, cierra el paso al estudio de la relación entre «naturaleza» y «sociedad», Ambas áreas son presentadas tan independientes una de la otra, como quisieran serlo los grupos académicos que las investigan respectivamente. En realidad, la humanidad y, por ende, la «sociedad», la «cultura», etc., no son menos «naturales»; es decir, forman parte de un universo único, no menos que los átomos o las moléculas. Los «hombres» y la «naturaleza» no están, en realidad, tan separados existencialmente como parece insinuarlo nuestra manera actual de hablar y pensar. Separadas entre sí están las ciencias que tienen por objeto respectivamente la «naturaleza» y los «hombres», Cada representante de una especialidad científica tiende a percibir su campo de estudio como un objeto aislado y adjudicarle una autonomía absoluta frente a los objetos de investigación de otras ciencias. Así pues, cuando los estudios científicos sobre los niveles menos complejos de las cosas inanimadas lograron la hegemonía frente a todas las demás corrientes de investigación y acreditaron su valor por la amplia aplicación de sus resultados a los problemas prácticos de la humanidad, su campo de estudio bajo el nombre de «naturaleza» u «objetos» es percibido cada vez más como algo que existiera en sí mismo, separado del mundo humano, de los «sujetos del conocimiento». En otras palabras, las diferencias en el avance evolutivo de los medios humanos de orientación fueron proyectadas en la pauta general del habla y del pensamiento; se expresaron en el status cognoscitivo diferencial que le fue otorgado a la «naturaleza física», como objeto estructurado de un grupo muy avanzado de ciencias, por un lado, mientras que, por otro lado, los «hombres» eran considerados un objeto mucho menos estructurado de un grupo de ciencias menos desarrolladas. Así como la grieta en apariencia insuperable que divide el plano «natural» y el «humano» del Universo.

Deberíamos recordar tal vez este diagnóstico, cuando hablamos de las «dos culturas», representada la una por las ciencias naturales y su aplicación, y la otra por las ciencias sociales o humanas y el mundo del arte y la literatura, es decir, la «cultura» en sentido estricto. No hay nada más verdadero que el modo de hablar y pensar de los grupos humanos de especialistas que trabajan en ambas áreas: es a veces muy diferente. En consecuencia, tienen dificultades para comunicarse entre sí y, en algunos casos (¡no cerremos los ojos!), están enzarzados en batallas en que cada grupo defiende con energía el valor de su especialidad como la mejor entre todas las demás. En el estado actual de la discusión, ambas partes consideran, al parecer, que esta división entre grupos de especialistas con lenguajes y objetivos distintos es una escisión del mundo mismo, similar a las separaciones conceptuales tradicionales entre «sujeto» y «objeto», «hombres» y «naturaleza», «historia» y «ciencia natural». En realidad, se trata de una división por completo pasajera, que, como hemos dicho, es característica de un cierto estadio del desarrollo de la sociedad, en el que los hombres han aprendido mucho sobre el manejo de los acontecimientos inanimados, mientras que todavía no ha alcanzado una altura similar ni su saber sobre sí mismos como individuos y sociedades, ni su orientación en su mundo propio ni, por lo tanto, su comprensión de las consecuencias que su avanzado conocimiento acerca de la naturaleza inanimada tiene para su vida social. La separación social a que aludimos, cuando hablamos de «dos culturas», es, por consiguiente, una situación por completo provisional. Ojalá el presente trabajo sirva para demostrar y promover su carácter transitorio.

Es necesario al menos mencionar la insuficiencia de la dicotomía «naturaleza y sociedad», así como otras del mismo tipo, porque las investigaciones sobre el problema del tiempo permanecerán bloqueadas por largo tiempo mientras se realicen en el marco de esta dicotomía conceptual, que fuerza al estudioso a aproximarse a lo que llamaríamos «tiempo social» y «tiempo físico» (tiempo en la sociedad y tiempo en la naturaleza), como si existieran y pudieran ser investigadas como independientes entre sí, lo cual es imposible. Desde los primeros pasos que los hombres dieron para determinar el tiempo de los sucesos, estaban inmersos en el universo natural y actuaban como parte del mismo. De hecho, las cuestiones del tiempo no pueden clasificarse según los compartimentos que imponen las especialidades científicas ni nuestro instrumental conceptual, y, por tanto, su investigación contribuirá a restablecer la conciencia de la interdependencia entre «naturaleza» y «sociedad» y, en un sentido más amplio, de la unidad de lo múltiple que es el Universo.

Tan pronto como empecemos a investigar los problemas del tiempo, no presentará especial dificultad superar el bloqueo que la polarización «naturaleza y sociedad» ha impuesto a nuestro pensamiento. Y esto lo demostrará mucho de lo que más adelante se dirá. Baste de momento con recordar el episodio paradigmático, mencionado antes, del sacerdote que intentaba determinar para su pueblo el «tiempo oportuno» para la siembra, siguiendo el paso del Sol por un cierto punto del horizonte. Estos hombres dependían para su mantenimiento de los frutos de la «naturaleza», como sucede en todas partes; estaban supeditados a la lluvia que hace germinar las semillas y observaban el desplazamiento del Sol (un movimiento físico) para descubrir cuándo era oportuno sembrar (una actividad social). Comenzaron, pues, a mirar al Sol (una actividad social) para encontrar el mejor modo de satisfacer su hambre (un instinto natural).