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Debemos poner atención para distinguir dos tipos de aspectos humanos: los que no cambian en el curso del tiempo, porque son realidades biológicas universales o están vinculados con ellas, y los que no han cambiado porque se refieren a problemas sociales que hasta ahora no han sido controlados ni resueltos, aunque no exista ninguna razón para creer que no puedan resolverse nunca. Un ejemplo del primer tipo —las características inmutables del hombre— es la tendencia a responder a situaciones conflictivas con una «reacción de alarma». Se trata de una reacción que es común en términos generales a la especie humana y a otras especies animales. Cuando se percibe un peligro, un conflicto con cosas animadas o inanimadas, un automatismo innato pone en tensión al organismo, al mismo tiempo que lo prepara para la lucha o la fuga. Es, pues, una pauta innata de reacción[26], bien investigada, que puede conducir a la idea de una agresividad innata. En realidad, este cambio automático del estado de tensión que prepara al organismo para una acción adecuada, rápida y enérgica ante un peligro, es menos específica que lo que sugiere el concepto de agresividad.

Hay que distinguir con claridad de tales universales biológicos, la antigua costumbre humana de resolver los conflictos entre tribus o Estados mediante la matanza mutua, esto es, las guerras. No posee prueba ninguna la tesis de que los hombres sean incapaces de resolver conflictos, por medios distintos de la guerra. En realidad, al finalizar el siglo XX, la única pregunta —por descontado una importante cuestión— parece ser la siguiente: ¿se encontrarán los medios pacíficos para solucionar los conflictos entre Estados, antes de que empiece otra guerra mundial, o para este fin, hace falta todavía otra guerra? Ahora bien, un elemento en toda situación de preguerra, una respuesta parcial del enigma del recurso permanente a la guerra, es que los hombres están socialmente habituados a ver la solución de los conflictos interestatales en las amenazas violentas y la manifestación de poder.

Para muchos hombres y mujeres, la dinámica de las relaciones interestatales que fuerza a la humanidad a vivir de modo permanente bajo la amenaza de guerra, es hoy en día tan incomprensible como la constante presión del tiempo al que están expuestos. Me he esforzado en explicar las condiciones de formación de la actitud social que está en la base de la experiencia del tiempo propia de las actuales sociedades, que pertenecen a un estadio posterior. Al comparar dicha experiencia con la de la sociedad primitiva, hemos tal vez contrastado útilmente las diferencias y con ello la peculiaridad de diversos estadios del proceso de la humanidad. Pero no deberíamos estudiar como una cosa aislada, la experiencia humana del tiempo. Para entenderla, querría establecer ciertos puntos de comparación con otros aspectos de las sociedades primitivas y con el papel de la estructura social de la personalidad en ellas.