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En el caso de la representación simbólica que del movimiento acelerado hacía Galileo mediante una constante inalterable de aceleración, esto es, de su exposición de una serie de cambios mediante una fórmula matemática inalterable, predominaba aún —como hemos comentado— la función instrumental de este método que reduce el proceso. Desde entonces y en virtud de la rutina y la corriente incesante del adoctrinamiento filosófico, se hizo más difícil percibir el tufillo del concepto «ley», cuando se lo usa metafóricamente como símbolo de un ordenamiento invisible e inalterable tras el mundo visible de continuos cambios, en medio del cual los hombres viven y del cual forman parte.
Es posible contrastar la adecuación de esta reducción de los procesos, de esta representación simbólica de series de cambios mediante leyes inalterables y abstracciones a modo de leyes, como un medio puramente instrumental de conocimiento. En efecto, estos medios son virtualmente modificables y pueden sustituirlos instrumentos de investigación más apropiados. El desarrollo de la praxis científica ya ha conducido en una serie de áreas, a un cambio funcional de leyes atemporales y medios de conocimiento, parecidos a leyes. Su uso está hoy en día drásticamente reducido y su rango cognoscitivo como fin supremo de la investigación es menos sólido que en la época de Newton. En muchas ciencias, entre ellas algunas ramas de la Física, son cada vez más importantes modelos de procesos con largas secuencias de cambios «en el correr del tiempo», por ejemplo los de la evolución cosmológica o biológica o del desarrollo social, aunque no cabe duda que sigue entendiéndose malla función gnoseológica de los modelos de procesos, que no puede responder a las expectativas que parecen despertar las «leyes» y las teorías centradas en leyes. No dirigen el esfuerzo del conocimiento a algo imperecedero detrás del mundo que pasa, y en consecuencia, no suscitan la esperanza de que la ciencia va a descubrir algo que trascienda todo cambio y que sea atemporal e imperecedero. Por el contrario, orientan la investigación a descubrir progresivamente las estructuras y regularidades inmanentes del cambio y a descubrir el orden del cambio en la sucesión misma del tiempo. Con todo esto se ha ido perdiendo la función extra científica y medio religiosa que se había otorgado a conceptos como «leyes naturales», «orden natural», «leyes de la razón» y similares, un rango social sin relación con su valor epistemológico.
Según mi opinión, la razón personal por la cual descubrir algo eterno y duradero tras toda trasformación posee para los hombres tan alto valor, es el miedo a la propia caducidad: el miedo a la muerte. Primero, los hombres intentaron superarlo recurriendo a la idea de los dioses eternos; luego pretendieron armarse contra ella con la idea de las leyes naturales eternas que representaban el orden imperecedero de la Naturaleza. Ejemplo de la carga emocional de ideas que, en la superficie, parecían productos meramente «racionales» del pensamiento científico o filosófico es el particular entusiasmo con que Kant habla en un pasaje famoso, de las leyes eternas del cielo estrellado sobre nuestras cabezas y de la ley moral eterna en nosotros. Otros ejemplos son la obstinación con la que el descubrimiento de las leyes eternas o de relaciones a modo de leyes más allá del tiempo es proclamado como el fin supremo de investigaciones que reivindican el carácter científico, o el elevado valor epistemológico que algunos filósofos atribuyen a la lógica formal y a la matemática pura.
Dos casos tomados del conocido librito de G. H. Hardy A Mathematician’s Apology ilustrarán el punto de que aquí se trata[22]. Allí Hardy constata de manera muy explicable: «Es nobilísima ambición dejar tras de sí algo duradero». Pero más tarde alaba las matemáticas porque pueden satisfacer esta ambición mejor que las demás áreas del esfuerzo humano. «La Matemática griega es duradera, más duradera que la Literatura griega… Se seguirá recordando a Arquímedes, cuando se haya olvidado a Esquilo… La fama matemática es, si uno la alcanza, la más real y segura inversión». En este contexto, Hardy reproduce un sueño de Bertrand Russell que no debía caer en el olvido:
Me acuerdo que Bertrand Russell me relató un cuento espantoso. Estaba en la planta más elevada de la biblioteca de la Universidad, el año 2100. Un ayudante de biblioteca iba con un gran cubo a lo largo de las estanterías, sacaba libro tras libro, lo hojeaba y, o lo volvía a colocar en el estante, o lo arrojaba en su cubo. Finalmente llegó a tres gruesos volúmenes, en donde Russell reconoció el último ejemplar existente de su Principia Mathematica. El bibliotecario auxiliar tomó de la estantería uno de los tomos, lo hojeó un poco, pareció un instante irritado por los extraños símbolos e, indeciso, lo balanceó en su mano…